Dos velas para el diablo (37 page)

Read Dos velas para el diablo Online

Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

BOOK: Dos velas para el diablo
13.95Mb size Format: txt, pdf, ePub

«Pues qué bien», comento.

«Pero, claro», añade Astaroth, «el propio Angelo ha olvidado todo esto».

«En realidad, sí recuerda que convivió con una humana», puntualizo. «O, al menos, eso me ha dicho».

«Es natural», responde el demonio, «porque, aunque tendemos a olvidar acontecimientos con facilidad y a confundir épocas y lugares, sí solemos recordar la forma en que nos relacionamos con otras personas, sean ángeles, demonios o humanos. Es fácil que un ángel y un demonio que se reencuentran después de cientos de miles de años recuerden haberse enfrentado en otra ocasión, pero serían completamente incapaces de decirte cuándo y dónde fue eso, qué sucedió exactamente, cómo se llamaban entonces o qué aspecto tenían. Las relaciones de cualquier tipo implican emoción, y eso deja en nosotros una huella más duradera. Recordamos haber amado y haber odiado, tenemos una vaga idea de cómo sucedió aquello, pero los nombres, los rostros, las fechas y los detalles se borran de nuestra memoria con muchísima facilidad. Por fortuna, las emociones permanecen. De lo contrario, nuestra propia personalidad, forjada a lo largo de eones de experiencias, se disolvería junto con nuestros recuerdos».

«Entiendo», asiento pensativa. «¿Y los humanos? ¿Han preservado en las leyendas la memoria de Shangó?».

«Solo de forma fragmentaria y tergiversada. Hay pocos mitos que recuerden su historia, y algunos de ellos permanecen, pero muy desvirtuados. No creas a ningún humano que jure que lo ha invocado y hablado con él, porque Angelo dejó de ser Shangó hace mucho tiempo. Solo unos pocos demonios sabemos quién y cómo fue en realidad, y el propio Angelo no se encuentra entre ellos».

«¿Por qué me cuentas todo esto?», le pregunto un tanto molesta.

«Para ayudarte a partir cuando llegue el momento», me responde. «Ya conoces la verdad sobre tu padre, tu madre y sobre ti misma, y es obvio que no vas a vengarte de Azazel por lo que hizo. Y, sin embargo, sigues aquí, y el túnel de luz continúa sin abrirse para ti. Puede que sea porque le has cogido demasiado cariño a tu enlace».

«Eso no es verdad», respondo con rapidez. Sin embargo, reflexiono y añado: «No puedo dejar a Angelo atrapado ahí dentro», reconozco. «Prisionero de mi madre. Por muchas cosas malas que haya hecho en el pasado, o que siga haciendo en el presente, me ha ayudado y me siento en deuda con él».

«Es exactamente lo que esperaba oír», dice Astaroth. «Porque puedo liberarlo a cambio de que me hagáis un último favor».

«¿De qué se trata?», pregunto, recelosa.

«Podemos detener a Nebiros antes de que sea demasiado tarde», me explica. «Pero no es solamente Nebiros. Sabemos que su conspiración tiene dos cabezas. Si no cortamos las dos, no habremos conseguido nada. Por eso necesitamos que averigüéis quién le está ayudando».

«¿Y cómo se supone que vamos a hacer eso?».

«Los ángeles lo saben. Tú eras hija de un ángel. Puedes contactar con ellos y preguntarles».

Sacudo la cabeza. Los ángeles lo saben, es cierto. Orias nos contó que uno de ellos había ido a consultarle al respecto.

«Pero ese ángel vio un futuro diferente. ¿Por qué?».

«Porque entre la visión de Nebiros y la del ángel sucedió algo importante, ese hecho crucial que puede cambiar el futuro del mundo».

Recuerdo entonces las palabras de Orias:
«Puedes cambiar tu futuro, porque muchas de tus acciones solo dependen de ti. Pero no podrás modificar el destino de toda la humanidad. Para eso es necesaria una acción grandiosa… extraordinaria… una acción cuyas consecuencias realmente supongan un giro en la historia del mundo. Esas acciones no están al alcance de cualquiera, y cuando alguien se ve en la coyuntura de decidir si llevar o no a cabo un acto semejante, normalmente no es consciente de ello. Pero en ocasiones… existe la posibilidad de hacer… o no hacer… algo que cambiará el destino del mundo».

«¿Qué fue lo que pasó entre ambas visiones?», le pregunto a Astaroth, interesada.

El demonio me mira y sonríe.

«Naciste tú», responde solamente. «La primera de una generación de niños que podrían ser resistentes al virus».

«Eso es mucha responsabilidad», murmuro, mareada.

«No para ti. Estás muerta, y la tarea de restaurar la especie humana si ocurriera el desastre será de todos los hijos del equilibrio que nacieron después de ti. Sin embargo, es demasiado pronto para nosotros. Nuestros hijos son pocos todavía, y son demasiado jóvenes. Necesitamos más tiempo. Si Nebiros lleva a cabo su plan, puede que no haya nada que nosotros podamos hacer al respecto».

«Entiendo», asiento. «Pero si hay ángeles entre vosotros, ¿por qué tenemos que encargarnos Angelo y yo de ir a investigar? Puedo contactar con los otros ángeles, pero jamás escucharán a un demonio y un fantasma», hago notar.

Astaroth niega con la cabeza.

«Nosotros debemos permanecer ocultos, por el momento. Los ángeles de nuestro grupo no deben dejarse ver por sus compañeros. Muchos no están preparados para aceptar lo que estamos haciendo».

Floto cada vez más alto, nerviosa.

«Pero es que me pides demasiado. Solo soy un fantasma, y Angelo… en fin, ya lo has visto».

«Cat, es muy, muy importante que averigües con quién está colaborando Nebiros y, si es posible, dónde tiene su base», me insiste, muy serio. «Nadie en el mundo demoníaco lo sabe. Solo me queda recurrir a los ángeles», añade, y me parece percibir una nota de desesperación en su voz. ¿Qué puede preocuparle tanto a un poderoso demonio como él? ¿Qué puede ser tan importante como para obligarle a recurrir a un fantasma y a un demonio menor y enviarlos a consultar a los ángeles?

Sacudo la cabeza.

«Todo esto es una locura. Angeles y demonios engendrando hijos juntos… es demasiado absurdo. No me gusta la idea de ser una especie de… experimento».

«Está inscrito en la historia del mundo», responde él. «Las dos fuerzas más importantes en todas las criaturas vivas: el amor y la muerte. Eros y Tanatos. En todos los mitos del mundo hay dioses creadores y dioses destructores, y algunos luchan entre ellos, como el héroe Marduk y el dragón Tiamat, y otros viven una apasionada historia de amor. Como Marte y Venus. El dios de la guerra y la diosa del amor. Conoces la historia, ¿verdad?».

«Sí, bueno, pero Venus tuvo muchos amantes», gruño.

«Pero a ninguno de ellos amó tanto como a Marte. Eran las dos caras de una moneda. Vida y muerte. Estaban condenados a amarse».

«¿Quieres decirme que Marte y Venus también fueron un demonio y un ángel?».

«Semyaza y Ananiel», asiente Astaroth. «En otros lugares del mundo los llamaron de otra forma. Lo aceptes o no, así ha sido siempre. Y ahora, ¿qué dices? ¿Harás este último trabajo para mí?».

Medito sobre todo lo que me ha contado, pero es demasiado complicado, demasiado importante como para asimilarlo en unos instantes. Me centro en mi problema más inmediato:

«¿Harás que Azazel libere a Angelo?», pregunto.

«Por supuesto», responde él. «De lo contrario, no podríais seguir investigando para mí».

Nuevo silencio.

«Está bien», asiento. «Acepto. Pero una última pregunta: ¿sabe Angelo algo de todo esto?».

«Lo sabrá en cuanto se lo cuentes. Lo que quieras contarle, naturalmente».

«Entiendo», murmuro. «Vamos, pues».

Apenas he pronunciado las últimas palabras, cuando Astaroth se desplaza de nuevo a la velocidad de los demonios. Cruzamos el océano en un instante y nos adentramos en la oscuridad de la noche, que ya ha cubierto Europa con un manto de estrellas.

Y en cuanto quiero darme cuenta, estoy de nuevo en la puerta de la celda, Astaroth ha desaparecido y un ligero estremecimiento en mi esencia me indica que vuelvo a estar vinculada a Angelo, al que percibo al otro lado.

Titubeo. Son muchas las cosas que tengo que contarle, y aún no estoy segura de que él deba conocerlas todas.

Pero tengo que darme prisa. Cuento hasta tres, me armo de valor y atravieso la puerta para reunirme con él.

Capítulo XIV

L
O
encuentro dando vueltas por la habitación como una fiera enjaulada. Cuando entro, se vuelve hacia mí bruscamente, con los ojos llameantes de ira.

—¿Se puede saber dónde estabas? —me ladra.

Me detengo, sorprendida.

«Menos lobos, Caperucita», me defiendo. Lo miro con curiosidad y le pregunto: «Qué pasa, ¿me has echado de menos?».

—No te has ido por el túnel de luz, ¿no? —dice serenándose un poco y pasando por alto mi pregunta—. Porque, de lo contrario, no habrías regresado. ¿Cómo has hecho para desvincularte de mí? ¿Y cómo es que has vuelto?

Sonrío.

«Estás intrigado, ¿eh? Pues espera a que te cuente lo que he averiguado: vas a flipar en colores».

—No me digas —gruñe, de mal humor. Está claro que el encierro no le está sentando bien.

«No te preocupes», lo tranquilizo. «Mamá Cat ha estado haciendo gestiones para sacarte de aquí».

—¿Has ido a suplicarle a tu madre?

Le observo con un gesto de fingida arrogancia.

«Por favor, por quién me has tomado», respondo, muy digna. «Hoy he tomado el té nada menos que con el Rey de los Angeles y el Gran Duque del Infierno. Para que veas».

Me dedica una sonrisa escéptica que pienso borrarle de la cara ahora mismo. Floto hasta situarme a su lado y comienzo a contarle, con pelos y señales, todo lo que ha pasado esta noche desde la visita de Astaroth.

El viejo zorro tenía razón; porque, aunque no tengo ningún reparo en compartir con Angelo casi toda la información que he obtenido, no me siento con ganas de relatarle lo que he averiguado acerca de su pasado. Y sé que, probablemente, eso sea lo que más le interese de todo cuanto tengo que contarle. Sin embargo… no sé, tengo la sensación de que es algo demasiado personal. O mejor dicho: se me hace muy extraño que tenga que ser yo quien le devuelva parte de sus recuerdos.

Shangó… me resulta difícil creer que este demonio indolente y despreocupado, con pinta de adolescente recién levantado, fuera en tiempos remotos un tirano cruel en África.

Dicen que perder la memoria es como volver a nacer. Olvidas tu pasado y comienzas a construirte otra vida, otra historia, otra identidad. Puede que incluso con un carácter y una forma de ser diferentes, pese a que conserves, en mayor o menor grado, el recuerdo de las emociones vividas. No es que crea que Angelo es menos malvado que entonces, ojo; no soy tan ingenua. Pero si alguna vez tuvo interés en gobernar a los humanos y exigir que lo adorasen como a un dios, hoy, desde luego, prefiere ir a su aire y que lo dejen tranquilo. Es una actitud que soy capaz de comprender porque se parece mucho más a mi propia forma de ser. Así que creo que prefiero al Angelo de ahora que a la criatura que pudiera haber sido entonces.

Aunque, si Astaroth dice la verdad, Shangó respetaba a los humanos lo bastante como para aceptar emparejarse con una mujer.

Pero, en fin, eso es lo menos importante, ¿no?

De momento no se lo contaré. Con un poco de suerte, el propio Astaroth le hará llegar esa información.

El resto de las novedades, sin embargo, han intrigado a Angelo tanto como sospechaba. A medida que hablo, su mal humor desaparece y sus alas se yerguen con interés.

—No puedo creerlo —murmura—. ¿Metatrón ha estado todo este tiempo encerrado en las ruinas de una pirámide? ¿Y Astaroth se ha aliado con un grupo de ángeles para recrear los orígenes de la especie humana, un experimento cuyos resultados podrían ser inmunes al virus creado por Nebiros? —sacude la cabeza—. Es una historia demasiado increíble como para ser cierta. Y, sin embargo, tiene que serlo; tú no tienes imaginación suficiente como para haberte inventado algo semejante.

«¡Oye!», protesto molesta.

Alza la cabeza y me mira, genuinamente sorprendido.

—¿Qué? No te estaba insultando, solo constataba un hecho. Eres muy puntillosa, ¿sabes?

«Es que creo que deberías tratarme con algo más de respeto. Vale que soy una humana, vale que estoy muerta, pero aun así he conseguido averiguar muchas cosas, cosas importantes que ni tú mismo sabías. Dadas las circunstancias, creo que no lo he hecho tan mal, ¿no?»

—Por supuesto que no —responde Angelo, aún perplejo—. Siempre he tenido claro que, para ser una humana, tienes un carácter excepcional. ¿No te lo he dicho nunca?

«Pues no», refunfuño. Pero entonces recuerdo algo que comentó él en Berlín. Fue hace solo unos días, pero me parece una eternidad.

Fue antes de que yo muriera.

Una de las ventajas de ser un fantasma es que puedes invocar cualquier recuerdo con mucha facilidad, porque ya no dependes de neuronas cansadas ni de cerebros que funcionan a medio gas. Así que visualizo, como si volviera a vivirlo, una conversación en un hotel de lujo:
«Has de saber que creo que tienes una gran fuerza interior, para ser una humana… Me recuerdas a los humanos de antes. A los de hace miles de años… Estaban hechos de otra pasta».

Mira tú por dónde, si la historia de Azazel y Astaroth es cierta, mi enlace estaba mucho más cerca de la verdad de lo que ninguno de los dos imaginó en aquel momento.

«Sí, me lo dijiste», rectifico entonces, con algo más de suavidad. «Antes de que me mataran».

—¿Lo ves? —sonríe él, triunfante—. Mi memoria no es tan mala como pareces creer.

Lo miro con otros ojos. Vale, sí, es un demonio, pero…

«Oye, Angelo», le digo, aún desconcertada por lo que creo haber descubierto. «¿Yo te caigo bien?».

Pone los ojos en blanco.

—Te soporto, que no es poco —replica—. ¿Crees que te habría ayudado si no fuera así?

(Céntrate, Cat. Recuerda que es un tiburón, no un delfín.)

«Supongo que no», admito. «El caso es que…».

(No se lo digas, Cat.)

«… tengo que reconocer que te has metido en muchos problemas por mi culpa», prosigo sin hacer caso de esa molesta voz interior (cállate, Cat, aún estás a tiempo de volver atrás), «y quería pedirte disculpas por ello».

(Ya lo has dicho… pero por tu orgullo y por la memoria de tu padre, más vale que te detengas aquí.)

«Además», prosigo (cállatecállatecállatecállate), «también quiero darte las gracias. Por todo lo que has hecho por mí. Sin ti no habría sido posible. Me habría ido adonde quiera que van los muertos, o habría vagado como un alma en pena por toda la eternidad sin saber quién nos mató a mi padre y a mí, ni por qué lo hizo. Nunca pensé que diría esto, pero me siento en deuda contigo. Gracias por todo».

Other books

En una silla de ruedas by Carmen Lyra
My Teenage Dream Ended by Farrah Abraham
Veiled Threats by Deborah Donnelly
The Agreement (An Indecent Proposal) by J. C. Reed, Jackie Steele
Thirst by Claire Farrell
Abandon by Cassia Leo