Dos velas para el diablo (40 page)

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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

BOOK: Dos velas para el diablo
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—Pero eso les pasa a todos los que se mueren, Cat. Todos dejan seres queridos atrás. Y, pese a ello, se van.

«No me parece que seas el más indicado para hablar de seres queridos, Angelo», señalo.

Me mira sonriendo.

—¿Por qué? ¿Acaso crees que los demonios no podemos sentir afecto? Somos seres racionales y experimentamos emociones complejas. Si los ángeles pueden matar, ¿por qué nosotros no podemos amar?

No sé qué contestarle. Cruzamos una larga, larga mirada, demonio y fantasma, y en este instante descubro por qué no puedo marcharme.

«Angelo…», empiezo, tratando de romper el momento, tan incómodo para mí.

Pero no termino la frase. De pronto, Angelo abre mucho los ojos, con sorpresa, y baja la cabeza, y cuando sigo la dirección de su mirada, descubro que acaba de florecerle una sangrienta herida en el pecho.

«¡Angelo!», grito cuando mi cerebro capta la idea de que mi enlace acaba de ser atacado por sorpresa y a traición. Es una herida de bala y le han acertado en pleno corazón. Me entra el pánico, la angustia, la impotencia… qué sé yo. «¡Angelo!», grito otra vez.

La sorpresa desaparece de su rostro, pero no es dolor lo que la sustituye, sino una feroz expresión de ira que deforma sus facciones. En una centésima de segundo se ha levantado de un salto, en la siguiente ha desenvainado la espada y, cuando quiero darme cuenta, estamos a veinte metros del lugar donde nos encontrábamos y hay un humano muerto a los pies de Angelo.

«¿Qué…cómo?», murmuro, aturdida. Es un hombre corriente, moreno, ni muy alto ni muy bajo, y viste ropa de calle. La muerte le ha llegado tan súbitamente que no ha tenido tiempo ni de soltar la pistola con la que ha disparado a Angelo. Yo ni siquiera me he dado cuenta de cuándo ha descargado el mandoble que le ha cruzado el pecho desde el hombro hasta la cadera y lo ha destrozado. Consternada, aparto la mirada del cadáver y la dirijo hacia Angelo, que sigue de pie, furioso.

«¿Qué está pasando?», chillo, nerviosa. «¡Te ha disparado! ¡Y está muerto!».

—Bien resumido —murmura él, todavía sombrío. Se levanta la camiseta hasta arriba para que vea la herida de bala, que se está cerrando tan rápidamente como se abrió—. Recuerda que soy un demonio. No se me puede matar así.

Trato de serenarme y de reordenar mis ideas.

«Pero… pero… ¿por qué?…».

—Eso mismo me estaba preguntando yo —dice él; entorna los ojos, aún alerta, y se vuelve hacia todas partes.

—Lento —se oye una voz en la penumbra; habla en el idioma de los demonios—. Demasiado lento. Qué predecibles sois los demonios jóvenes. Y qué poco precavidos.

Miramos a nuestro alrededor. No es uno, son muchos. Cerca de una docena de demonios nos rodean, con las espadas desenvainadas. Y ahora comprendo que el humano de la pistola no era más que un señuelo. Por supuesto que no pensaban matar a Angelo de una manera tan burda. Solo querían distraerlo, hacerle perder el control, hacer que bajara la guardia.

Y lo han conseguido.

Despacio, muy despacio, Angelo deja caer la espada y alza las manos en señal de rendición.

Uno de los demonios se adelanta un poco. Es un individuo alto, de cabello castaño desgreñado y cierto aspecto zorruno. Es evidente que está muy satisfecho, porque no puede disimular una sonrisa. Debe de ser el líder.

—¿A qué se debe esto? —pregunta Angelo, aparentemente sereno.

—Cumplimos órdenes —responde el otro—, pero podríamos resumirlo en que se debe a que sabes demasiado. Y hay alguien interesado en averiguar cuánto sabes exactamente, así que me temo que tú y tu amiguita etérea vais a acompañarnos y a responder a unas preguntas.

«¡Ni hablar!», me rebelo. «¡No tenemos nada que deciros, pandilla de…!».

—Vale —acepta Angelo inmediatamente—. Llevadme con vuestro líder y le diré todo lo que quiere saber.

Me quedo tan sorprendida que soy incapaz de hilar una frase completa.

«¡Pero…! ¡Pero…!», repito, desconcertada, mientras los demonios se llevan a Angelo, a punta de espada, arrastrándome a mí con él.

Atrás, tendido en el suelo, queda el hombre que, voluntariamente o no, disparó a Angelo solo para distraerlo, y que encontró una muerte fulminante bajo su espada. Nadie se preocupa por él; después de todo, solo es un humano, el instrumento que un grupo de demonios ha utilizado para capturarnos. Y a ninguno de ellos le importa.

«¿Es que no tienes dignidad?», le echo en cara. «¿Cómo has podido rendirte tan pronto?».

—Primero, porque eran doce contra uno. Y segundo, porque nos han llevado exactamente al lugar adonde queríamos ir.

«¿En serio?», pregunto, escéptica.

Lo cierto es que no tengo ni idea de dónde estamos. Nuestros captores nos han traído «volando», a esa velocidad supersónica a la que viajan los demonios en estado inmaterial, así que ha sido solo un segundo, pero muy probablemente ya no estemos en España, ni siquiera en Europa. Lo que puede verse a nuestro alrededor es una celda, parecida al lugar donde nos encerró Azazel, pero más sofisticada: todas las paredes, incluso el suelo y el techo, están recubiertas de planchas del material del que están hechas las espadas angélicas y demoníacas. Solo un demonio muy poderoso, mucho más que mi madre, podría permitirse algo así.

—La guarida de Nebiros —confirma Angelo—. O, al menos, una de ellas.

Guardo silencio un momento. Buscábamos a Nebiros y ya le hemos encontrado. Bien, si ese era el plan, no cabe duda de que ha funcionado. Salvo por el insignificante detalle de que estamos prisioneros, y quién sabe lo que nos harán cuando les hayamos contado lo que sabemos… o si no se lo contamos.

«Bien», respondo, intentando poner en orden mis ideas, «y, si nos han traído aquí para interrogarnos, ¿por qué seguimos en esta celda?».

Angelo sonríe de esa manera, entre traviesa y taimada, que ya conozco tan bien.

—Porque Nebiros es un demonio muy ocupado, y los esbirros que nos han capturado probablemente tardarán aún un poco en hablar con él para comunicarle que nos han atrapado. Y eso nos da una oportunidad.

«¿Ah, sí?», interrogo. No lo pillo.

—Claro —asiente él—, porque yo estoy atrapado aquí dentro, pero tú no.

Vale, ya lo he pillado.

«¿Quieres que vaya a dar una vuelta por ahí a ver qué puedo averiguar? ¿Y qué se supone que debo buscar?».

—Todo: quiero saber dónde estamos, cuántos demonios hay en el edificio, qué clase de lugar es este y si Nebiros o su socio se encuentran en él. Intenta no llamar la atención, ya sabes: flota por ahí como un fantasma perdido más. Los humanos no pueden verte, y los demonios no se fijarán en ti. Procura escuchar conversaciones, encontrar posibles vías de escape… cualquier información puede resultarnos útil.

«De acuerdo», asiento. Me dispongo a salir de la celda, pero entonces me vuelvo hacia él, con cierta curiosidad. «Oye, tú te guardas un as en la manga, ¿no?», le pregunto, intrigada. «Quiero decir que, cuando mi madre nos encerró, te subías por las paredes de frustración, y ahora pareces muy seguro de ti mismo. Y no es por nada, pero si el resto del edificio es como esta habitación, me temo que va a ser más complicado escapar de aquí que de Villa Diavola. Así que tiene que haber algo que no me has contado. ¿Es así?».

Angelo sonríe y se encoge de hombros.

—Es solo una intuición. De todos modos, y por si acaso, no estará de más que vayas a investigar. Y date prisa, que tenemos poco tiempo antes de que venga alguien y te eche en falta.

«Vale, vale, ya me voy», refunfuño.

Atravieso limpiamente la pared y salgo al corredor. Es tal como sospechaba: esto no es un antiguo
palazzo
a medio reformar, es un edificio moderno, de pasillos inmaculados iluminados por una luz fría, aséptica. Recorro el piso, pero no veo ninguna puerta que lleve a la calle. Las puertas de las habitaciones, también blancas, llevan en su mayoría a almacenes o a celdas parecidas a la nuestra. Todas están vacías, por el momento, y esto es inmenso, así que pronto me aburro, dejo de curiosear y empiezo a buscar una salida.

No tardo en darme cuenta de que estamos en un sótano. Todas las indicaciones de salidas de emergencia llevan a escaleras ascendentes, de modo que floto más arriba, atravieso el techo y aparezco, esta vez sí, en una amplia sala acristalada, iluminada por la luz solar. Miro a mi alrededor: es la recepción de un edificio enorme, moderno y lujoso. Floto por encima de la recepcionista, que es humana y no me ve, y examino el logotipo que ocupa media pared: Edén Pharmacorp. Una empresa de servicios farmacéuticos, administrada, sin duda, por demonios. Por un demonio en particular, supongo yo. Recorro el edificio, impresionada. Gente elegante, controles de seguridad, tecnología punta, y todo es enorme, nuevo y reluciente. Detrás de esta empresa hay mucha pasta, se nota. Si es una sucursal, no quiero ni imaginar cómo debe de ser la sede principal. Y si es la sede principal, nos hemos metido en la boca del lobo, porque ya empiezo a imaginar qué están haciendo aquí.

Para ser sinceros, no lo sospecharía de haber entrado como una visitante cualquiera. Pero el caso es que en el sótano de este edificio hay celdas especiales para retener a demonios o a ángeles, y que los que nos han traído aquí no parecían precisamente hermanitas de la caridad.

Por lo demás, todo en este lugar parece absolutamente normal. En el primer piso hay despachos, salas de juntas y poca cosa más. La gente entra y sale, arregla papeleo, trabaja en el ordenador, habla por teléfono…, la típica actividad de las oficinas, vaya. Hablan inglés con un acento curioso. En una sala de reuniones localizo una bandera canadiense, con lo cual me hago una idea un poco más aproximada de dónde hemos ido a parar.

Nada de demonios por el momento.

Floto hasta el piso segundo. Aquí hay laboratorios: montones de gente en bata, entre probetas y microscopios. También son todos humanos. Y me imagino que lo que están haciendo es trabajar en medicamentos totalmente legales, nada tan peligroso como un virus letal. De lo contrario, no estarían aquí, tan panchos. De ser este el lugar donde Nebiros juega a destruir a la humanidad, tendría su joya de la corona oculta en algún laboratorio bastante menos accesible.

Sigo sin ver demonios.

Inquieta porque ya me estoy alejando demasiado y el vínculo con Angelo empieza a hacerse notar, me elevo hasta el tercer piso.

Et voilá
. Esta zona parece mucho más restringida, hay controles de seguridad, la gente necesita unos pases especiales para entrar… y hay un laboratorio para el que se necesita nada menos que pasar un escáner de retina. Sí, sí, esas cosas que solo se ven en las películas. Creo que estoy empezando a acercarme a algo importante.

Porque aquí sí que hay demonios. Unos cuantos, trabajando codo con codo con los humanos, como si fueran parte del equipo. Nadie podría distinguirlos de la gente corriente, pero yo, que puedo ver el brillo de sus ojos y la sombra de sus alas, los reconozco.

Hay varios laboratorios, uno detrás de otro, y en cada nivel la seguridad es mayor, y hay cada vez más demonios y menos humanos. Esta gente no debe de tener una idea muy clara de lo que está haciendo. Dudo mucho que ningún humano colaborase voluntariamente en la creación de un virus que va a exterminar a toda la humanidad.

Angelo tenía razón. Soy un fantasma, y ni toda la seguridad del mundo puede detenerme. Floto muy pegada al techo, atravieso puertas y paredes, y nadie me presta atención. Solo un demonio alza la mirada y me ve; pero se limita a torcer el gesto un momento, como haría alguien que acabase de ver corretear una cucaracha por un rincón: algo desagradable y molesto que solo esperas toparte en los edificios antiguos. Sin embargo, finge que no estoy ahí, porque está rodeado de compañeros humanos y, claro está, no puede decirles que ha visto un fantasma.

Sigo explorando impunemente. Por el momento no me he topado con ninguno de los demonios que nos han capturado en Madrid. Por si acaso, permanezco alerta.

Al fondo del pasillo hay un último control de seguridad. Atravieso la puerta tranquilamente y me topo con una pequeña recepción en la que trabaja una secretaria humana. Me acerco con curiosidad. Hay una puerta al fondo tras la que se oyen, muy tenuemente, dos voces que hablan en lenguaje demoníaco. Las paredes amortiguan la conversación, que la secretaria ni siquiera es capaz de captar, pero para mis sentidos amplificados de fantasma no hay lugar a dudas. Además, juraría que conozco una de las dos voces.

No puedo arriesgarme a aparecer por la puerta. Levito aún más alto, hasta atravesar el techo y llegar a la siguiente planta del edificio. Aparezco en un pasillo y avanzo un poco hasta cruzar una pared. Llego a un pequeño almacén, que debe de estar situado, calculo, justo encima del despacho donde hablan los demonios. Entonces, lentamente y con precaución, desciendo bocabajo —es más fácil de lo que parece, puesto que ya no estoy sujeta a las leyes de la gravedad— para asomar solo la cara por el techo de la habitación que me interesa espiar.

Tenía razón en mis suposiciones: es un despacho. Un despacho de lujo, con un amplio ventanal, con un escritorio inmenso y una moqueta inmaculada. Y de pie en medio de la estancia hay dos demonios. Como se les ocurra levantar la cabeza, verán mi cara en el techo, y supongo que, me reconozcan o no, no les parecerá un comportamiento demasiado normal en un fantasma perdido. Así que me preparo para apartarme en cuanto muevan el cuello.

Pero, hasta entonces, puedo escuchar lo que dicen.

Uno de ellos es el jefe del grupo que nos ha traído hasta aquí. El otro es un demonio con una extraordinaria aura de poder. Solo le veo desde arriba, pero su encarnación humana es la de un hombre de unos cincuenta años, cabello gris, hombros anchos y estatura media. Desde aquí no puedo estar segura, pero parece impecablemente vestido, a juego con el despacho. Si no es el dueño de la empresa, es uno de sus directivos, estoy segura. Presto atención a la conversación:

—¿Por qué lo has traído aquí? ¡Dejé bien claro que había que eliminarlo, no capturarlo!

—Disculpad mi torpeza, mi señor —se excusa el esbirro—. Lo localizamos en Florencia, pero allí estaba bajo la protección de
madonna
Constanza, y no sabíamos hasta qué punto ella…

—Eso ya lo sé —interrumpe el jefe, seco—. Pero abandonó Florencia, ¿no es así? ¿Por qué sigue vivo, Valefar?

El esbirro respira hondo.

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