Dos velas para el diablo (17 page)

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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

BOOK: Dos velas para el diablo
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Me han matado. En la flor de la vida. Ahora tendré que vengar dos muertes, la mía y la de mi padre, pero ¿cómo voy a hacerlo, si soy un fantasma y estoy en…? Un momento, ¿dónde estoy?

Me vuelvo hacia todas partes y descubro que, aunque ya no tengo ojos, la oscuridad va aclarándose, y ahora veo. O, para ser más exactos, percibo. Siento todo a mi alrededor con mayor claridad que cuando estaba viva. Las paredes, los objetos… todo tiene un volumen, una forma, una textura. De alguna manera, esa información llega hasta mí y, a pesar de que mi cerebro debió de quedarse aplastado sobre la vía del metro, junto con mi no menos aplastado cuerpo, mi fantasma, mi alma, mi esencia o lo que sea es capaz de asimilarla y formarse una idea del mundo que tiene alrededor. Una idea mucho más precisa y detallada que cuando estaba viva. Por ejemplo, sé que la estancia sigue estando a oscuras y, no obstante, eso ya no es un problema para mí.

Esta nueva forma de percibir el mundo es extraña y, a la vez, fascinante. Poco a poco, el miedo y la rabia van cediendo el paso a la curiosidad. Puede que ser un fantasma no esté tan mal, después de todo. Intento situarme mientras asimilo toda la información que capto en mi nuevo estado.

Me encuentro en una especie de apartamento enorme y bastante pijo, todo hay que decirlo. ¿Esto es el cielo? Si es así, siento decir que Dios tiene un gusto pésimo.

Floto hasta la ventana para ver qué hay más allá, y lo que veo es una enorme ciudad que se extiende bajo un cielo nocturno. Busco pistas que me ayuden a ubicarme, y descubro que los carteles publicitarios están escritos en una lengua que reconozco, aunque no sé descifrar: es alemán. Un momento… ¿sigo en Berlín?

Pero ¿qué clase de timo es este? ¿Dónde está el reino de los cielos, el Valhalla, el paraíso, la reencarnación o lo que quiera que haya después? ¡Me niego a creer que, después de todo, con ángeles o sin ellos, después de la muerte no hay más que un… absurdo estado fantasmal que te obliga a permanecer en el mundo sin poder pertenecer a él! ¡Si esto es todo lo que Dios puede ofrecerme, podría haberse ahorrado…!

De pronto, la puerta se abre y alguien entra en el apartamento. Me quedo quieta, por si acaso, pero el recién llegado me ha visto (¿cómo es posible, si soy un fantasma?), y una voz conocida me saluda:

—¿Otra vez tú? ¿Qué se supone que estás haciendo aquí?

Es Angelo. Pero no es Angelo. O, al menos, no el Angelo que conozco. Vale, sigue siendo un tío moreno y despeinado, sigue llevando la misma ropa que llevaba la última vez que le vi; sin embargo, sus ojos ya no son del todo grises, sino que brillan con un matiz rojizo que da muy mal rollo. Y a sus espaldas hay algo extraño que se mueve. Parece una nube negra. O más bien una nube de oscuridad. O mejor aún… eh, un momento… ¡pero… si son alas!

No parecen alas de verdad. O por lo menos, no unas alas que puedan tocarse. Son más bien dos chorros de profunda oscuridad que brotan de sus omóplatos y le caen por la espalda, como una capa. Sin embargo, están vivas, en la medida de lo posible, porque Angelo parece poder moverlas a voluntad. En este mismo instante, mientras clava sus ojos rojos en mí (¿cómo no me di cuenta antes de que le brillaban de esa forma tan siniestra?), las mantiene erguidas y las bate suavemente. Parece irritado. Es evidente que me ve, o me percibe, o lo que sea. Me está mirando y me habla a mí. No hay nadie más aquí.

—¿Qué haces en mi casa? —me ladra.

«¿Cómo que tu casa?», protesto, y me doy cuenta de que no he hablado con mi propia voz, sino que solo he necesitado. .. pensar… lo que quería decir; sin embargo, parece que Angelo es capaz de entenderme, y prosigo, todavía más enfadada que antes: «¡Yo me he limitado a morirme, por si no te habías dado cuenta! O mejor dicho: ¡me he limitado a ser asesinada!».

Angelo se sujeta la cabeza, como si estuviera sufriendo una migraña, y bate las alas con más fuerza.

—¡Solo tenías que ir por el túnel de luz, atontada! ¡No era tan difícil!

«¡Oye, demonio de pacotilla, no me insultes, que he tenido un día muy…!». Me detengo de pronto, cuando asimilo lo que me acaba de decir. «¿Túnel de luz? ¿Qué túnel de luz?».

Angelo suspira con impaciencia. Se derrumba en uno de los sofás y hunde la cara entre las manos. Deja caer las alas con cierto abatimiento.

—Había un túnel de luz, Cat. Tienes que haberlo visto. Deberías haber entrado por ahí.

«¿Y adonde llevaba ese túnel de luz ?», pregunto tratando de no dejarme llevar por el pánico.

—¿Y cómo quieres que lo sepa? ¡No me he muerto nunca!

Empiezo a dar vueltas en el aire, preocupada.

«No había ningún túnel, Angelo. En serio: lo habría visto».

Angelo baja las manos y alza sus ojos rojizos hacia mí.

—No habrás cometido alguna estupidez…

«¿Qué clase de estupidez? ».

—Algo como un voto o un juramento… —Parece que me ve vacilar, porque añade, enfadado—: ¡Oh, vamos, Cat! ¿No sería algo así como: «Juro que no descansaré hasta que haya vengado la muerte de mi padre», no?

No respondo. Mi silencio es bastante elocuente.

—Ah, genial —dice Angelo, y vuelve a hundir el rostro entre las manos.

«¿Qué significa eso? », pregunto, al borde de un ataque de nervios. «¿Que no voy a poder ir al cielo hasta que vengue a mi padre?».

—Tú sabrás —responde él; su voz suena ahogada, porque todavía sigue sujetándose la cabeza con ambas manos, como si se le fuera a caer—. Pero lo que no me hace ninguna gracia es que me hayas elegido a mí de enlace. Qué pasa, ¿es que no tenías ningún otro sitio a donde ir?

«¡Yo no te he elegido a ti para nada!», protesto indignada.

Angelo se lleva las manos a las sienes y gime como si le hubiesen dado un mazazo en la cabeza.

—Vale ya, ¿quieres? No hace falta que sigas gritando. Ya te oigo bastante bien sin que me destroces el cerebro, muchas gracias.

«Estás de broma, ¿no?», respondo, atónita. «Pero si no tengo voz».

—No, no tienes voz en términos reales, pero yo puedo oír tus pensamientos. Y si proyectas un pensamiento con mucha fuerza, este resuena de forma muy desagradable en mi mente y no me deja pensar a mí. Así son los «gritos» de los fantasmas. Y tú llevas gritando prácticamente desde que me has visto aparecer por la puerta, así que te agradecería que te tomases las cosas con un poco más de calma.

«Bien», pienso, esta vez con menos… diríamos… entusiasmo. «Decía que yo no te he elegido a ti para nada».

Angelo asiente, dando a entender que ya voy controlando eso de «modular» mis pensamientos; se pone en pie con un suspiro y hace un amplio gesto con un brazo, abarcando el entorno.

—Esta es mi casa —declara—. Y es el primer sitio en el que te has aparecido. ¿Qué crees que significa eso?

Miro a mi alrededor, interesada. El apartamento sigue a oscuras, pero yo veo perfectamente sin luz, y por lo visto, él también. La de pasta que se ahorrará en las facturas de electricidad.

—Significa que has decidido manifestarte a través de mí —prosigue Angelo, cada vez más irritado—, y que, mientras no te vayas por ese condenado túnel de luz, vas a estar pisándome los talones a todas horas.

«¡Eso es lo que tú te crees!», protesto enfadada, provocando que Angelo vuelva a llevarse las manos a la cabeza con un gruñido; pero entonces se me ocurre una idea, y pregunto: «¿Y esa es la razón por la que puedes verme, pese a ser un fantasma?».

Angelo me mira un momento, dubitativo. Después suspira y vuelve a dejarse caer en el sofá.

—Acércate —dice, un poco más amable.

Floto hasta él y me sitúo en el sillón contiguo.

—Todos los demonios podemos ver a todos los fantasmas —me explica—. Y podemos hablar con ellos. Igual que los ángeles.

»Que un fantasma haya elegido un enlace con el mundo de los vivos supone que va a estar vinculado a él hasta que su asunto pendiente se resuelva. No es algo que el fantasma decida de forma consciente. Normalmente, su inconsciente elige por él. Y si estás aquí ahora, en lugar de estar al otro lado del túnel de luz, dondequiera que sea eso, significa que, instintivamente, crees que solo yo puedo ayudarte a vengar la muerte de tu padre, o cualquiera que sea el voto estúpido que hayas hecho.

Reflexiono sobre lo que me acaba de contar. ¡De modo que los ángeles y los demonios tienen el poder de ver a los fantasmas perdidos! Mi padre no me lo había contado. ¡Estaba viendo fantasmas constantemente y nunca se le ocurrió mencionarlo! Procuro calmar un poco mi nerviosismo, porque veo que Angelo vuelve a hacer gestos raros. Sí que es sensible este chico. Tendré que aprender a controlar mejor mi entusiasmo incluso cuando pienso. Pues qué bien.

«¿Y hay muchos más espíritus como yo? », pregunto con curiosidad.

Angelo se recuesta en el sofá.

—Bastantes —responde—, y cada vez más, aunque no suelo tratar con ellos. La mayoría se limita a alejarse cuando me ve.

«No me extraña, con esas pintas que llevas», le reprocho.

Él se yergue sobre el sofá y echa un vistazo a sus alas. Extiende la derecha y luego vuelve a replegarla.

—Ah, esto —dice con indiferencia—. Es parte de la esencia que me sobra. La que no cabe en el cuerpo, ya sabes.

«¿Quieres decir que, antes de tener cuerpo, todo tú estabas hecho del mismo material que tus alas? », pregunto, fascinada; me lo imagino como una gran silueta hecha de oscuridad, con ojos rojos, brillantes como ascuas, y un par de enormes alas de sombra a la espalda.

—Todos los demonios éramos así, y muchos todavía permanecen en ese estado casi todo el tiempo. En cambio, los ángeles eran todo lo contrario: radiantes figuras hechas de luz. Y ya no podrás encontrar a uno solo que se presente bajo ese aspecto.

Mi padre me contó alguna vez que, en efecto, los ángeles tenían alas, pero no alas hechas de plumas, sino de la luminosa esencia angélica. Sin embargo, muy pocos humanos pueden verlas. Ahora ya sé que, en realidad, quería decir que muy pocos humanos vivos pueden verlas.

Observo con curiosidad las alas oscuras de Angelo hasta que él clava sus ojos demoníacos en mí, o en lo que queda de mí, y me reprocha:

—Te dije que no salieras del hotel.

«Como que me iba a fiar de lo que me dice un demonio», replico.

—¿Y del demonio que te mató sí te fiabas?

«Bueno…».

—¿Qué te dijo exactamente? —pregunta Angelo. Sus ojos rojos siguen fijos en mí y me ponen nerviosa, a pesar de que ahora soy un fantasma y no puede hacerme daño… Porque no puede hacerme daño, ¿verdad?

«¿Por qué quieres saberlo?».

—¿Quieres que te ayude, sí o no?

«¿Me vas a ayudar a vengar la muerte de mi padre ? ¿Y eso por qué?», pregunto, desconfiada.

—Para que te vayas por el túnel de luz y me dejes en paz de una vez —gruñe él.

No me está contando toda la verdad, lo intuyo. Pero hay dos hechos incuestionables: uno, desconfié de él una vez y no seguí sus instrucciones, y, como resultado, ahora estoy muerta. Y dos: por algún misterioso azar que aún no acierto a comprender, me he aparecido en su casa. Eso quiere decir que, en efecto, necesito su ayuda. Y, por otro lado, si un fantasma se me apareciese a mí en mi casa —en el caso de que tuviera una, claro—, yo también haría lo posible por librarme de él.

«Me dijo que se llamaba Johann y que era un ángel», confieso, avergonzada.

Angelo deja escapar una carcajada desdeñosa.

«Oye, parecía majo, ¿vale?», me defiendo. «De todas formas, para mí no era tan evidente: no podía verle las alas y, por tanto, no sabía si eran oscuras o luminosas».

—Cierto —concede Angelo—. ¿Y qué más te dijo?

«Que venía de parte de Gabriel».

—¿Gabriel? —repite Angelo alzando las cejas.

«Gabriel, el arcángel».

—Sé quién es Gabriel —se acaricia la barbilla, pensativo—. Podría ser…

«No estarás pensando en serio que está metido en todo esto», protesto. «Está claro que Johann solo lo dijo para engañarme».

—Sí, es lo más probable. Pero resulta que hace por lo menos un siglo que no se sabe nada de Gabriel. Se sospecha que fue víctima de la Plaga. Si quería engañarte, ¿por qué no mencionar a otro arcángel? ¿Miguel, o tal vez Uriel?

«Gabriel es uno de los arcángeles más conocidos y, además, tiene fama de ser bastante amable con los humanos».

Me mira un momento. Después suspira y se deja caer de nuevo contra el respaldo del sofá.

—Supongo que tienes razón. No se necesita nada demasiado retorcido para engañar a una humana, después de todo.

«¡Oye…!», protesto, pese a que sé que está en lo cierto.

—Cuéntame todo lo que sepas acerca de ese tal Johann, Cat. Todo lo que recuerdes. Cualquier detalle podría ser importante.

Le narro mi encuentro con Johann con pelos y señales. Cuando termino de describir mis últimas impresiones, antes de que el metro me arrollara, Angelo asiente y se sume en un largo silencio. Espero con paciencia. Sin embargo, él permanece en la misma postura, callado y meditabundo, durante media hora por lo menos.

«¿Y bien?», interrogo cuando me aburro de esperar. Alza la cabeza. Parece despertar de un sueño.

—Mañana sabremos más —dice enigmáticamente. Se levanta y, sin el menor reparo, empieza a desnudarse.

«¿Qué haces?», pregunto, insegura, mientras le veo arrojar la camisa sobre la cama.

—Es tarde; me voy a dar una ducha.

«Pero estoy aquí…».

Se encoge de hombros.

—Pues vete si quieres. Eres tú la que ha entrado en mi casa sin permiso, ¿recuerdas?

Molesta, me voy hacia otro rincón de la casa y la exploro con cierta curiosidad, mientras oigo el sonido de la ducha. Aprovecho también para ir acostumbrándome a mi nuevo estado, y para probar qué puedo hacer exactamente. Descubro que soy capaz de atravesar paredes. ¡Mola! Sin embargo, por más que lo intento, no consigo mover ni un solo objeto. Ni siquiera una hoja de papel. Está claro que como
poltergeist
no valgo gran cosa.

Cuando regreso al salón, encuentro a Angelo vestido únicamente con unos pantalones largos, sentado en el sofá y viendo la MTV.

«¿Qué haces ahora?», protesto. «¿Qué pasa con lo mío?».

Angelo me ignora. Ni siquiera da muestras de haberme oído. Trato de llamar su atención, pero sigue pasando de mí.

Y aunque podría gritarle de esa forma que sé que le saca tanto de quicio, decido no hacerlo, en un alarde de generosidad y buena voluntad, y aguardar simplemente a que me haga caso.

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