Read Dos velas para el diablo Online
Authors: Laura Gallego García
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil
—Corren rumores de que un demonio poderoso intercedió por él ante
madonna
Constanza —dice con precaución—. Y, por otro lado, lo primero que hizo al llegar a España fue contactar con los ángeles combatientes. Tememos que haya podido hablarles de nosotros. Pensé que sería interesante averiguar cuánto sabe, y quién más lo sabe. —El otro se queda mirándolo sin decir nada—. Angelo trabaja para alguien —prosigue Valefar, visiblemente incómodo—. No se trata de un asunto de propiedad, como ha pretendido hacernos creer.
—Eso ya lo sospechábamos —murmura su jefe—. ¿Y qué?
Valefar parpadea, perplejo.
—Mi señor… pensé que tal vez querríais interrogarlo. Quizá esté dispuesto a revelaros lo que ella no quiere contaros. —¿Ella? Sigo escuchando, interesada—. Parecía bastante dispuesto a hablar —añade Valefar—. Quizá no haya que presionarlo mucho para que nos revele el nombre de su señor.
—Reconozco que esa información me sería de mucha utilidad. Pero te envié a que averiguaras quién está detrás de la Recreación, y en lugar de eso me traes a un demonio menor… ¡precisamente aquí! ¿No podías interrogarlo en otra parte?
—Mi señor Nebiros —murmura Valefar, pronunciando por primera vez el nombre de su interlocutor y confirmando mis sospechas acerca de su identidad—, imaginé que querríais interrogarlo personalmente. Además… con todos mis respetos, no imaginé que Angelo supusiera un problema. Vuestra otra prisionera es mucho más peligrosa y, sin embargo…
—No cuestiones mis decisiones, Valefar —replica Nebiros con frialdad—. Los motivos por los que la retengo aquí no son de tu incumbencia —se detiene un momento para reflexionar—. Está bien —acepta finalmente—. Vigila a Angelo y tráemelo por la noche, cuando todos se hayan ido. Hablaré con él entonces.
El esbirro se inclina ante él y se dispone a retirarse. Sin embargo, antes de salir por la puerta, se vuelve un momento para añadir:
—Señor… tal vez deberíais saber que Angelo no estaba solo.
Nebiros se gira para mirarlo.
—¿Ah, no?
—La muchacha a la que matamos en Berlín… La hija de Iah-Hel… la primera de los recreados…
—¿Sí? ¿Pretendes decirme que no está muerta? —Su voz tiene un tono peligroso que me hace estremecer.
—Oh, no, señor, sí lo está. Pero es un fantasma anclado al mundo de los vivos. Y Angelo es su enlace.
Nebiros tarda en responder.
—Interesante —comenta—. Eso explica por qué fue a ver a
madonna
Constanza. Aun después de muerta, la chica sigue investigando sus orígenes. Angelo no lo habría hecho por mera curiosidad. De modo que te los has traído a los dos, a Angelo y al fantasma… ¿Te has asegurado de vigilarlos bien para que ella no husmee donde no debe?
Doy un respingo y saco la cabeza de la habitación. Aún me llega la voz amortiguada de Valefar:
—No se me ocurrió… pero, con todos mis respetos, ¿qué puede hacer ella? No es más que un espíritu… Y no importa lo que pueda descubrir, porque no puede salir de aquí mientras mantengamos prisionero a su enlace.
—Aun así, convendría que fueses a comprobar qué hace.
No aguardo más. Me alejo pasillo abajo y, a una distancia prudencial, desciendo de golpe los tres pisos hasta llegar de nuevo al sótano. Una vez allí, atravieso rápidamente las habitaciones en busca de la celda de Angelo. Almacén, celda vacía, celda vacía, cuarto de baño, celda vacía, almacén, celda vacía, celda vac… un momento.
Me detengo en seco porque la habitación que acabo de atravesar no estaba vacía. Vuelvo sobre mis pasos y cruzo la pared para volver a entrar.
En efecto, allí, acurrucada en un rincón, hay alguien. Alguien que detecta mi presencia y alza la cabeza para dirigirme una mirada repleta de luz.
La prisionera de la celda es el ángel más bello que he visto en mi vida. Su rostro, pálido y despejado, enmarcado por una larga melena de cabello castaño que se riza en las puntas, está lleno de tristeza y de dulzura al mismo tiempo. Sus ojos claros me sonríen a la vez que su boca. La luz de sus alas está un poco apagada, pero es el resplandor blanquecino de las alas de un ángel, no cabe duda. Lleva puesto una especie de camisón y se cubre con una gruesa chaqueta de lana azul, como si tuviese frío. No sé cuánto tiempo lleva aquí atrapada, pero no le está sentando bien.
«Hola», le digo, impresionada. Me callo enseguida en cuanto recuerdo al ángel del bar de Berlín, y la miro, preocupada. Pero ella tiene muy claro quién es y quién soy yo.
—Hola, espíritu perdido —me saluda con una sonrisa—. ¿Qué haces aquí?
«Solo estoy explorando un poco», respondo con cierta timidez. No puedo dejar de mirarla. No solo porque, incluso en medio de esta situación, sigue siendo hermosísima y radiante, sino porque estoy convencida de haberla visto en alguna parte. «Pero no estoy perdida», prosigo. «Mi enlace está por aquí cerca. Es…», dudo un momento antes de añadir. «… es otro prisionero de Nebiros. Como tú, creo».
Me mira con ligero asombro.
—Sabes muchas cosas para ser un fantasma. —Hace una pausa y pregunta, cautelosa—: ¿Sabes acaso quién soy yo?
Una parte de mí lo sabe. O lo recuerda. O las dos cosas.
«Te he visto en algún sitio», reconozco. La observo con mayor atención.
Y entonces recuerdo dónde.
No hace mucho. Después de mi muerte. En Florencia. En un museo. En un cuadro.
La Anunciación
, de Botticelli.
Intento hablar, pero las ideas se acumulan en mi mente y no soy capaz de hilar una frase coherente. El ángel sonríe.
—Me llamo Gabriel —confirma con sencillez.
«¡Gabriel!», exclamo, atónita. «¡El arcángel! Pero… pero… ¿qué haces aquí? ¿Cómo es que te han capturado? ¿Y por qué?».
Ella cierra los ojos, en un gesto de cansancio y dolor. Un gesto que jamás tendría que haber marcado el rostro de ningún ángel del mundo, y mucho menos de uno como Gabriel.
—Es una larga historia —responde. Entonces se abre un poco la chaqueta de lana y se yergue, mostrándome algo que lo resume todo.
Está embarazada.
«Pero… pero…», murmuro. De nuevo, cientos de pensamientos cruzan mi mente. Sin embargo, por encima de las múltiples preguntas que se me ocurren, florece la indignación: «Pero ¿cómo pueden tenerte aquí prisionera, en tu estado? ¿Cómo se atreven a tratarte así? ¿Y si le pasa algo al bebé?».
Gabriel sonríe de nuevo.
—El bebé estará bien —me tranquiliza—. Sois fuertes, lo sé.
La miro de nuevo, de pronto consciente de las implicaciones de sus palabras.
—Yo también te he reconocido —me explica suavemente—. Conocí a tu padre, Iah-Hel. Lamento verte así. Eras muy joven: ¿catorce años, quince…?
«Dieciséis», acierto a decir, todavía perpleja.
Gabriel suspira.
—Qué rápido pasa el tiempo —murmura—. ¿Qué te sucedió?
«Me asesinaron los matones de Nebiros», le informo. Por su rostro cruza una sombra de miedo, y vuelve a envolverse en la chaqueta, como si quisiese proteger a su bebé de alguna amenaza invisible. Lo sospechaba desde hace un buen rato, pero este último gesto me lo confirma.
«No vas a dar a luz a un ángel, ¿verdad?», pregunto. Gabriel sonríe y niega con la cabeza.
—Pertenezco a lo que algunos llaman Secta de la Recreación —dice con cierta amargura.
No me atrevo a preguntarle quién es el padre. Es demasiado impactante como para asimilarlo así de golpe.
«Por eso Nebiros te tiene aquí encerrada», comprendo.
Están matando a todos los hijos del equilibrio, y Gabriel va a dar a luz a uno de ellos. Pero no me atrevo a decir esto en voz alta. La tienen prisionera porque quieren matar a su bebé. Es demasiado cruel, o quizá no lo sea tanto, tratándose de un demonio que planea la extinción de la humanidad.
Pero Gabriel entorna los ojos, y un relámpago de ira cruza su rostro noble y puro.
—No es Nebiros quien me mantiene prisionera —afirma con cierta rabia.
La miro, desorientada.
«Entonces, ¿quién…? », empiezo, pero no puedo hablar más. Algo tira de mí, con urgencia, y me saca en volandas de la habitación sin darme tiempo ni de despedirme. Es el vínculo que me une a Angelo: me está llamando y no tengo más remedio que acudir a toda velocidad, como un perrillo faldero.
No tengo tiempo de enfadarme, porque enseguida entiendo a qué vienen tantas prisas.
«Convendría que fueses a comprobar qué hace», ha dicho Nebiros.
Mierda. Hablando con Gabriel se me había olvidado por completo que tenía que volver a la celda pero ya.
Atravieso la última pared justo cuando la cara zorruna de Valefar asoma por la puerta.
Angelo está tumbado bocarriba sobre la litera, contemplando el techo con gesto aburrido. Le echa un vistazo indiferente. Valefar frunce el ceño y echa una mirada circular. Me localiza flotando en una esquina. Asiente, satisfecho, y vuelve a marcharse.
Angelo aguarda aún unos instantes antes de preguntar, en un susurro:
—¿Te han visto, o qué?
«No, pero Nebiros no tiene un pelo de tonto», respondo, aún impactada. «Y quédate tumbado, porque tengo cosas increíbles que contarte».
—No puede ser más increíble que lo de Metatrón encerrado en una pirámide maya —observa mi enlace.
Sonrío.
«Pues casi. Adivina a quién tienen prisionera en este mismo sótano».
Le cuento en pocas palabras todo lo que he averiguado. Angelo me mira, perplejo.
—Sí que tiene ventajas ser un fantasma —comenta—. Estoy empezando a sospechar que Nergal tiene toda una legión de espíritus husmeando para él.
«Vuelves a menospreciar mi talento natural», replico dolida. «Reconoce, simplemente, que soy buena en esto. Se me da bien averiguar cosas y hablar con personas importantes. En cambio, tu contribución a la investigación está siendo de una pasividad antológica. Todo lo que has hecho últimamente es dejarte atrapar, dejarte encerrar, dejarte disparar…».
—Al menos, no me he dejado matar.
«Vale, tocada y hundida», reconozco refunfuñando. «Pero eso no es lo importante ahora: prepárate para un largo interrogatorio con Nebiros. ¿Ya sabes lo que le vas a decir? Te va a preguntar lo que Gabriel no le ha dicho en todo el tiempo que lleva prisionera. Y a saber lo que le han hecho a la pobre».
—No le han hecho daño porque no les conviene —responde Angelo, con un brillo de astucia en la mirada.
«¿Por qué no?».
—Ata cabos, Cat. El Grupo de la Recreación. Gabriel está embarazada.
«Sí, ya he deducido yo sólita que el orgulloso papá tiene ojos rojos y alas negras», gruño. «Pero…».
—Piensa: de mí quieren saber quién me envía. A Gabriel le habrán preguntado o bien por el líder de su grupo, o bien por el padre de su hijo, o bien por los dos, porque es probable que sean la misma persona. Y piensa en que si no me preocupa estar aquí encerrado, es porque sospecho que no nos han mandado aquí por casualidad. Piensa en quién nos ha enviado y saca conclusiones.
Ah, no, no puede ser. La cara que pongo debe de ser todo un poema, porque Angelo asiente, satisfecho.
—Astaroth es el padre del hijo que espera Gabriel. Lógicamente, toda esta investigación sobre Nebiros tiene como objetivo localizarla a ella. Si Nebiros la secuestró, y son pareja, o al menos lo fueron para engendrar un hijo humano, está claro que debe de haberse vuelto loco buscándola.
Anda, claro. Por eso parecía tan desesperado cuando me insistió en lo importante que era localizar a Nebiros. Sin embargo, entiendo de pronto algo más, una intención oculta en las órdenes de Astaroth que hasta ahora me había pasado desapercibida.
«… ¡Y nosotros éramos el cebo!», exclamo, desconcertada. «¿Crees, entonces, que nos envió a investigar para alertar a Nebiros y que este nos llevara hasta su guarida? ¿Somos un señuelo, y eso quiere decir que estaba pendiente de lo que hacíamos, porque podíamos guiarle hasta Gabriel?».
—La misma Gabriel es un señuelo para desmontar el Grupo de la Recreación. Solo un demonio poderoso se emparejaría con Gabriel, que es uno de los arcángeles más importantes. Capturando a Gabriel, Nebiros esperaba localizar al líder del grupo, guiarlo hasta una trampa, acabar con él, bien matándolo, bien denunciándolo a Lucifer, y así descabezar a los únicos que pueden dar al traste con su plan de exterminar a todos los humanos.
«¿Y entonces?», pregunto, perpleja. «¿Astaroth nos ha estado siguiendo y vendrá a rescatar a Gabriel y, de paso, a nosotros? Y si cae en la trampa de Nebiros, ¿qué?».
Angelo sonríe y vuelve a tenderse sobre la litera.
—Bueno —responde—, pasará lo que tenga que pasar. Por el momento, se está haciendo tarde y la gente que trabaja en el edificio pronto se irá a casa. No tardarán en venir a buscarnos para nuestra cita con Nebiros.
«¿Y qué le vas a decir?», pregunto. «¿Vas a delatar a Astaroth? ¿Después de los esfuerzos que ha hecho Gabriel por encubrirle?».
Angelo suspira.
—Estos ángeles —comenta—, siempre tan nobles y tan leales, incluso cuando se trata de proteger a un demonio. Lamentablemente, yo no estoy hecho de la misma pasta.
«¿¡Le vas a decir lo que quiere saber!?», le grito, provocándole en la cabeza esa irritante molestia que tanto detesta.
—Baja la voz —gruñe Angelo—. Quedamos en que no volverías a gritar, y además, si no tienes cuidado, los demonios pueden oírte. En cuanto a tu pregunta… no, solo estaba bromeando. Nos conviene alargar el interrogatorio todo lo posible. Si Astaroth nos ha seguido la pista y está de camino, hay que darle tiempo a que llegue. Así que he cambiado de idea: no le voy a contar todo lo que sé. Al menos, no al principio.
Parece muy seguro de sí mismo, pero a mí me pone de los nervios no saber qué es lo que va a pasar. Si Angelo está en lo cierto, tanto Astaroth como Nebiros se han tendido una trampa el uno al otro. ¿Quién caerá primero?
Y lo peor de todo es que hay todavía incógnitas por resolver, un punto oscuro en esta trama que no hemos resuelto todavía.
«No es Nebiros quien me mantiene prisionera», ha dicho Gabriel.
Entonces, ¿quién?
«Creo que voy a hablar con Gabriel», anuncio, pero Angelo se incorpora y me detiene, con un brillo de advertencia en la mirada.
—No —replica—. Se está poniendo el sol. No tardarán en venir a buscarnos.
Y no le falta razón. Apenas unos minutos después, aparecen Valefar y varios demonios más. Sacan a Angelo a punta de espada y no le quitan ojo de encima. Pero lo cierto es que mi enlace no es ahora muy peligroso, ya que le han quitado su espada y no podría defenderse si lo atacaran.