Read Dos velas para el diablo Online
Authors: Laura Gallego García
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil
También querría llorar, pero soy un fantasma y no tengo lágrimas.
Me alejo por los corredores sin fijarme en las personas con las que me cruzo. Los humanos no pueden verme y los demonios apenas me prestan atención. Nadie intenta retenerme cuando paso a través de uno de los muros exteriores y salgo al aire libre, a una noche oscura que ha caído casi por sorpresa sobre Florencia.
No hace falta que traten de detenerme; de todos modos, no llego muy lejos. Mi vínculo con el demonio que me ata a este mundo me frena bruscamente un poco más allá de la verja de salida. Resignada, vuelvo sobre mis pasos.
Azazel es la asesina de mi padre. Para colmo, afirma ser mi madre, y pretende hacerme creer que todos los humanos procedemos de un primer cruce entre ángeles y demonios que se produjo hace millones de años.
Es una locura.
Casi sin darme cuenta, he seguido el hilo que me une a Angelo. Lo detecto detrás de una puerta cerrada a cal y canto. Atravieso la pared y siento un extraño cosquilleo en toda mi esencia al hacerlo. Lo ignoro, porque al otro lado está Angelo.
Es una habitación pequeña y sin ventanas, y tampoco tiene muebles. Supongo que a un demonio no le harán falta, pero, aun así, no me parece que sea un alojamiento adecuado para un invitado. Angelo está sentado en el suelo, en medio de la estancia, envuelto en sus negras alas y con la cara hundida entre las rodillas. Floto suavemente hasta él.
«Angelo», lo llamo en voz baja.
Mi enlace levanta la cabeza. Sus alas se retiran un poco para mostrarme sus ojos rojos tras el velo de oscuridad.
«¿Estás bien?», le pregunto.
—He estado mejor —responde él, tras una pausa.
«¿Te han hecho daño?».
—No, pero estoy prisionero. Atrapado como una rata. Nunca había logrado capturarme nadie así. Jamás.
Recuerdo por qué no se le puede echar el guante a un demonio: porque pueden pasar al estado espiritual a voluntad, disolver la materia de la que están hechos sus cuerpos y convertirse en algo muy parecido a una sombra invisible a la mirada humana. En ese estado, evidentemente, son capaces de atravesar cuerpos sólidos, entre ellos, las paredes.
«¿No puedes transubstanciarte?», le pregunto, preocupada. La pérdida de esa capacidad es un síntoma claro de la Plaga.
Los ojos de Angelo lanzan destellos de ira.
—Por supuesto que puedo, si me lo propongo —replica, ofendido—. ¿Quién te crees que soy, un patético ángel?
«Oye, no te pases», protesto.
—El problema está en esas paredes. Todas las paredes, incluso la puerta… ¿sabes lo que hay en su interior? Oh, vamos —añade al ver que niego con la cabeza—. Usa tu percepción de fantasma. De algo debería servirte el hecho de estar muerta.
Pasaré por alto ese comentario porque, mal que me pese, Angelo es lo más parecido a un amigo que tengo en Villa Diavola —lo cual no es como para tirar cohetes, pero es mejor que nada—, y observo las paredes con atención.
Y sí, ahora las veo. Emparedado entre un doble muro de ladrillos hay todo un entramado de lo que parecen…
«¿Espadas cruzadas?», digo, incrédula.
—Espadas angélicas de la colección de Azazel —asiente Angelo—. Recubren las paredes, el techo, incluso la puerta, formando una red del único material que puede matarme. —Respira hondo—. Si regreso al estado espiritual para atravesar cualquiera de esas paredes, moriré. Así que, si voy a estar prisionero aquí, me gustaría saber por qué —añade lanzándome una mirada llena de rencor—. ¿Qué te ha contado Azazel? ¿Es de verdad tu madre?
Asiento lentamente.
«Hay altas probabilidades de que así sea», respondo. «Y eso no es lo peor: ella es la persona que andaba buscando. Es la asesina de mi padre».
Le cuento en pocas palabras todo lo que me ha revelado Azazel. Angelo me escucha en silencio, sombrío.
«Está loca, ¿verdad?», concluyo. «No puede ser verdad todo lo que me ha contado».
—Es muy posible que haya perdido el juicio, sí —admite Angelo—. Les pasa a veces a los ángeles y demonios más antiguos. Son demasiadas cosas que recordar. Demasiado para una mente racional. Es inevitable que muchos olviden hechos, o los confundan, reinventando su propio pasado. Sin embargo, tiene cierto sentido.
«¿El qué? ¿Angeles y demonios procreando para dar a luz a los primeros humanos?».
Angelo hace un elocuente gesto de repugnancia.
—Sí, lo sé; dicho así, suena asqueroso. No obstante, no hay nada que afirme que es totalmente imposible, y, por otro lado, los humanos siempre habéis sido un misterio para nosotros. Hay quien afirma que sois un elemento ajeno, que no deberíais estar aquí.
«¿Un elemento ajeno?», repito. «¿Ajeno a qué?»
—A la creación, por supuesto. Piénsalo: no aceptáis el mundo tal como es, no asumís el rol que os toca, no os conformáis con cazar o ser cazados. Los ángeles conservan el mundo, nosotros lo destruimos. Vosotros… lo transformáis, como si este no fuera un mundo hecho a vuestra medida, como si no os gustase tal como es… como si os sintieseis incómodos en él.
»Un elemento ajeno no es el que vino después. Las especies crecen, evolucionan a lo largo de cientos de miles de años; algunas desaparecen y nacen otras nuevas. Pero todas ellas ocupan un lugar en el mundo. No aspiran a gobernarlo todo, no lo cambian radicalmente a su antojo, ignorando por completo las leyes naturales. Hay quien afirma, en ambos bandos, que vosotros no podéis ser «hijos de Dios», como muchos os proclamáis. ¿Qué clase de dios crearía una raza capaz de aniquilar en tan poco tiempo miles de especies que tardaron millones de años en evolucionar hasta su estado actual? ¿Qué clase de dios introduciría en su hermoso mundo a unas criaturas como vosotros?
«Habló el demonio destructor», replico picada.
—Nosotros, los demonios, utilizamos elementos naturales: el rayo, el tornado, el fuego, el volcán, el maremoto, el seísmo. Pero todo lo que podemos manejar está ya presente en la naturaleza. Nunca introdujimos nada nuevo, porque incluso nosotros sabíamos que había que guardar el equilibrio. Pero si vosotros hubieseis nacido realmente de algo tan antinatural como una relación entre ángeles y demonios, los seres más antagónicos de la creación… entonces tendría sentido que hicierais las cosas que hacéis.
«Venga ya», protesto.
—Piensa en el mito bíblico: el árbol de la ciencia del bien y del mal. El pecado original. ¿Recuerdas lo que hablamos sobre lo absurdo que era que este se transmitiera de padres a hijos? ¿Y si no fuera tan absurdo?
«¿Te refieres a que fuera algo genético?», aventuro pasmada.
—La capacidad de hacer el bien, heredada de los ángeles; la capacidad de destruir, heredada de los demonios. Y a cambio de conjugar en un solo ser dos principios totalmente antagónicos… la contrapartida… el castigo divino…
«La mortalidad», adivino. «Los humanos estamos atados a la materia, no como vosotros».
Angelo asiente, satisfecho.
—Es gracioso —dice con una amplia sonrisa—. Si Azazel tiene razón, probablemente no seáis hijos de Dios, como pensáis. Tal vez seáis solo sus nietos.
«No tiene gracia», replico enfadada. «Si fuésemos un elemento ajeno, como dices, los ángeles no nos habrían protegido ni se habrían molestado en contactar con nosotros para hablarnos de Dios».
—Eso es porque la Tercera Ley de la Compensación es la más desconocida de todas.
«¿La tercera ley?», repito, desconcertada. «¿Pero cuántas se supone que hay?».
—Solo tres —responde él con una sonrisa—. La primera:
«Cuando un ángel o un demonio muere, otro debe nacer»
. La segunda:
«Siempre debe existir el mismo número de ángeles que de demonios»
. Y la tercera:
«Cualquier elemento ajeno a la creación romperá el equilibrio del mundo»
. No es que sea una ley conocida, pero, de ser cierta, la ecuación es evidente: los humanos habéis roto el equilibrio del mundo de todas las formas imaginables, por lo que debíais de ser un elemento ajeno. El demonio que me habló de esta tercera ley tenía la teoría de que erais alienígenas —concluye con una carcajada.
«Ja, ja», gruño, de mal humor. «Espera a que regrese a mi nave espacial e informe a mis jefes en mi planeta natal. Volveremos con una flota de millones de naves y os vais a enterar».
—Reconoce que, si Azazel dice la verdad, lo que originaron ella y los suyos no le ha hecho ningún bien al planeta.
«Claro; porque el hecho de que un grupo de ángeles y demonios hippies hagan el amor y no la guerra es la mayor catástrofe planetaria desde el meteorito que exterminó a los dinosaurios», ironizo. «Venga ya; si eso fuera cierto, y fuera tan malo, mi padre no lo habría hecho conscientemente».
Angelo se encoge de hombros.
—Míralo de este modo: ya sois siete mil millones de humanos sobre la Tierra. Ya estáis aquí, ya os habéis asentado y no creo que haya nada que hacer al respecto, así que… ¿qué más da que alguien repita la jugada?
Apenas lo estoy escuchando. Me he quedado con algo que ha dicho y que me ha hecho reflexionar sobre un dato importante que tal vez hayamos pasado por alto.
«Nada que hacer al respecto…», murmuro. «Salvo que seas Nebiros y estés trabajando en un virus letal… con la intención, tal vez, de eliminar a la especie humana y restaurar el equilibrio».
Angelo me mira fijamente. Sus ojos se han convertido, de nuevo, en dos rendijas rojas.
—Y Nebiros quería matarte —señala—. No porque fueras la hija de un ángel y una humana, sino… ¡por Lucifer, él lo sabía! Sabía que tu madre era un demonio. Y ordenó que te mataran por eso.
«Bueno, pero ¿qué tiene eso de extraordinario? Si Azazel dice la verdad, todos los humanos lo somos…».
—No, Cat, no es así —me corta él—. Los primeros humanos fueron hijos de ángeles y demonios. Hace millones de años. Desde entonces se han estado reproduciendo entre sí, han evolucionado… Pero tú eres diferente porque no has nacido de humanos, como el resto de los de tu especie en la actualidad, sino que has bebido directamente de la fuente original… del árbol de la ciencia del bien y del mal.
«Genial; soy una nueva Eva», suspiro. «Pero, vamos a ver, ¿cómo voy a ser como los humanos primitivos? ¿Me ves acaso cara de mujer de Neandertal?».
—Los neandertales se extinguieron, Cat —me corrige Angelo—. Tu especie desciende del hombre de Cromagnon. Pero, de todos modos, si Azazel está en lo cierto, yo apostaría por un antepasado anterior. Tal vez el Homo habilis.
«Lo que sea: ¿en serio crees que me parezco a ellos?».
—Olvídate del aspecto externo. Recuerda que nosotros podemos adoptar cualquier forma cuando nos materializamos en un cuerpo físico. Si eres como ellos, lo eres por dentro. Pero no sé qué significa eso, y de todos modos, ya da igual. Después de todo, estás muerta.
«Vaya, muchas gracias por recordármelo».
—En realidad, aunque todo esto es muy interesante, a ti te da más o menos lo mismo. Tu objetivo, si no recuerdo mal, es irte por el túnel de luz, como hacen tarde o temprano todos los fantasmas. Querías vengar la muerte de tu padre. Ya conoces la identidad de su asesina, y resulta que es tu madre, y que Iah-Hel no fue víctima de una retorcida conspiración demoníaca, sino de una diablesa despechada. ¿Qué vas a hacer ahora?
«Buena pregunta», admito. «Todavía quiero vengarme. Por mucho que sea mi madre, si es que lo es de verdad, mató a mi padre, y no puedo dejar las cosas así. Pero tengo que reconocer que, una vez muerta, hay poca cosa que yo pueda hacer al respecto».
—Tampoco es que hubiera mucho que pudieras hacer cuando estabas viva —bosteza Angelo—. Bueno, y si estabas pensando en que yo sea el ejecutor de tu venganza, ya puedes ir olvidándolo.
«Descuida, no era lo que estaba pensando», replico. «Tengo claro que no durarías ni dos segundos frente a Azazel».
En lugar de molestarse, Angelo sonríe.
—En tal caso, lo único que te queda por hacer es asumir tu propia muerte de una vez, aceptarla y quedar en paz con el mundo. Quién sabe; tal vez eso haga que se abra el túnel de luz, ¿no crees?
«Hay que ver cuántas ganas tienes de librarte de mí», comento con despecho.
—Reconócelo, estar contigo no me ha traído más que problemas. Como pasa con todas las mujeres humanas, debo añadir.
«Y seguro que has conocido a unas cuantas».
—Pues mira, ahora que lo dices, sí. Incluso conviví con una hace mucho tiempo, y a lo largo de toda su vida.
«Venga ya».
—En serio. —Se encoge de hombros otra vez—. Qué pasa, la chica me gustaba. Y, además, hay que tener en cuenta que no pusimos lo mismo en la relación. Ella me dedicó toda su vida y para mí, en cambio, aquello fue como un suspiro. Pero eran otros tiempos, supongo.
«Puede que fueran tiempos demasiado remotos como para que los recuerdes», tanteo.
—Lo que recuerdo de mi pasado y lo que he olvidado no es asunto tuyo —replica Angelo—. Concéntrate en el túnel de luz, ¿de acuerdo? Olvídate de tu venganza y confórmate con haber resuelto el misterio de la muerte de tu padre. Despierta la parte angélica que hay en ti, ya sabes: paz, armonía, esas cosas.
«¿Por qué tienes tanta prisa por que me vaya?», protesto.
Me mira como si fuese estúpida.
—Porque, mientras estés atada a este mundo, y por tanto a mí, seguiré prisionero de tu encantadora madre. Y no sé si te has dado cuenta, pero eso puede ser mucho tiempo: años, siglos, milenios…
«Es verdad; odio admitirlo, pero no mereces algo así, al menos en lo que a mí respecta», reflexiono. «En estos momentos estoy demasiado desconcertada y furiosa como para sentirme en paz conmigo misma, y mucho menos con mi madre, así que me temo que lo del túnel de luz no va a poder ser; pero veré qué puedo hacer».
—Vale. —Angelo bosteza de nuevo y se recuesta sobre las baldosas del suelo—. Voy a dormir un poco, ¿de acuerdo? No hagas mucho ruido.
«Pero, Angelo, tú no necesitas…».
—Ya lo sé —me corta él—. Buenas noches.
Cierra los ojos y sus alas caen sobre su espalda, envolviéndolo en un manto de oscuridad. No añado nada más. Es cierto que nunca antes lo había visto dormir, y llegué a pensar que no lo hacía jamás, pero puede que estuviera equivocada. Después de todo, aunque los ángeles y los demonios no necesiten descansar, puede que les apetezca hacerlo de vez en cuando. Mi padre echaba alguna cabezada si le apetecía, así que no hay razones para pensar que Angelo pueda estar más débil de lo conveniente. Quizá sea la proximidad del entramado de espadas angélicas que se oculta tras las paredes. Quizá…