Read Dos velas para el diablo Online
Authors: Laura Gallego García
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil
De nuevo, Azazel se ríe.
—Ah, Caterina, ¿es que aún no lo has adivinado? Nosotros fuimos una minoría. Y a los demás no les gustó descubrir de dónde había salido la nueva especie.
»Recuerdo ese día como si fuera ayer. Otros momentos de mi vida se han borrado de mi memoria como si jamás hubiesen existido, pero ese… ese… no lo olvidaré jamás.
Se detiene un instante e inspira profundamente. Me pregunto cuántas veces habrá relatado esta historia, y si hacerlo será menos doloroso ahora que en la primera ocasión. Sospecho que no.
—Alguien nos delató. Aún no he averiguado quién, ni por qué razón nos descubrieron, casi al mismo tiempo, Miguel y Lucifer. Pero se presentaron en nuestro pequeño refugio y, por una vez, no se habían reunido para pelear.
»Los dos consideraron que el pecado que habíamos cometido al unir ambas razas era infinitamente más grave que el hecho de matarnos unos a otros. Por una vez, el Príncipe de los Angeles y el Señor de los Demonios estaban de acuerdo en algo: debíamos ser castigados. Y cada uno se ocupó de sancionar a los suyos.
Nueva pausa. Aguardo conteniendo el aliento. O lo haría, si respirase todavía.
—Lucifer no quiso matarnos —prosigue Azazel—. Todos aquellos demonios que habíamos osado mantener relaciones con ángeles seríamos castigados, ciertamente, pero no con la muerte. Lucifer pensaba que necesitábamos un escarmiento, que debíamos aprender de nuestros errores. De modo que nos encerró y nos condenó a sufrir terribles tormentos que duraron miles de años. Setenta y siete mil, en mi caso —añade con una torva sonrisa.
A mi mente acuden, de pronto, las palabras del
Libro de Enoc
, tan claras como si acabara de leerlas por primera vez.
«Encadena a Azazel», murmuro, «de pies a cabeza, y arrójalo a las tinieblas; y abre el desierto que está en Dudael, y arrójalo allí. Cúbrelo de toscas y cortantes piedras; cúbrelo de tinieblas; y cubre también su rostro para que no vea la luz. Y el gran día del Juicio, que sea arrojado a las brasas».
Ella sonríe nuevamente.
—Dicho así suena tan sencillo… tan fácil… pero fue mucho, mucho más terrible, créeme.
La creo. No quiero creerla, pero la creo.
«¿Y qué pasó con los ángeles?», me atrevo a preguntar. «¿También infligieron un castigo tan duro a los suyos? ¿Qué ocurrió con Samael?»
—Los ángeles no fueron tan crueles como Lucifer, pero sí mucho más implacables. Castigaron a los traidores de forma rápida, contundente e indolora: la espada de Raguel los eliminó uno tras otro, sin humillaciones, sin sufrimiento.
A Samael, el primero. Creo —añade, pensativa— que yo fui el primer demonio que lloró por la muerte de un ángel. Y quizá por eso, mi condena fue más larga y más dura que la de mis compañeros.
»Desde entonces, odio profundamente a Lucifer por lo que me hizo. Y a los arcángeles, especialmente a Miguel, por lo que le hicieron a Samael.
Sus ojos lanzan llamas de ira. Trato de decir algo, pero no me sale la voz. Entonces, bruscamente, Azazel me da la espalda y se aleja de mí. Sus alas flotan tras ella como dos velos de tiniebla.
—Sigúeme —me ordena sin mirarme.
Obedezco. Mi supuesta madre sube a la tarima con elegancia, rodea el trono y aparta un pesado tapiz que cubre la pared. Hay una pequeña puerta disimulada tras él. Azazel la cruza, y yo atravieso el tapiz y la puerta, tras ella.
Llegamos a una espaciosa habitación completamente vacía… salvo por la colección que se exhibe en las paredes.
Espadas.
Cientos de espadas angélicas cubren casi cada centímetro de pared, del suelo al techo. Son armas imponentes, pero al mismo tiempo me infunden una sensación de horror y de tristeza. ¿Quiénes fueron sus dueños? ¿Cuántos ángeles habrán muerto a manos de Azazel o de sus subordinados?
—Hubo una época —dice ella, sobresaltándome— en que mataba ángeles por venganza, por placer. No me importaban su nombre ni su condición. Pero eso fue hace mucho tiempo. Hoy, la mayoría de los ángeles me recuerdan a Samael, y no soy ya capaz de levantar mi espada contra ellos. Pero los arcángeles… los arcángeles son otra cosa —concluye, y otra vez sus ojos lanzan destellos flamígeros; me señala dos huecos en la pared, sobre la chimenea, un lugar de honor destinado, por lo que parece, a dos espadas especiales.
—A Raguel se lo llevó la Plaga antes de que pudiera ajustarle las cuentas —añade Azazel adivinando lo que pienso—, pero sé que algún día me encontraré cara a cara con Lucifer y le haré pagar por lo que me hizo. Y en un futuro también me enfrentaré a Miguel para vengar, por fin, la muerte de Samael… y, cuando cuelgue su espada ahí arriba… ese día podré descansar tranquila.
La miro, sorprendida. Lucifer la atormentó durante setenta y siete mil años y, sin embargo, ella sigue dirigiendo su odio contra Miguel, quien, según su historia, ordenó la ejecución de su amado, el ángel Samael… ¿hace cuánto tiempo? ¿Allá por la prehistoria?
—Hace dos millones de años —murmura ella, y entiendo que, una vez más, mis pensamientos han sido lo bastante obvios como para que ella los haya captado con claridad—. Tal vez tres. ¿Qué más da?
Se encoge de hombros, mientras yo trato de imaginar cómo debe de ser tener varios millones de años y haber contemplado la evolución de la especie humana. No lo consigo. ¿Cómo puede existir alguien tan viejo? Una extraña sensación de vértigo turba mis sentidos de fantasma. Es demasiado tiempo. No puede recordarlo con tanta claridad, y menos si es cierto que su tormento a manos de Lucifer duró nada menos que setenta y siete mil años. Ninguna mente, por sobrenatural que sea, podría haber superado todo eso y continuar intacta.
«Estás loca», declaro, «y de todos modos, no entiendo qué tiene que ver todo esto conmigo».
Azazel me brinda una amplia sonrisa.
—Mucho, Caterina. Porque mi historia no ha terminado. Te he contado qué fue de los ángeles y los demonios que engendraron a los primeros humanos… pero no qué pasó con estos.
«¿Y qué pasó?», pregunto, un poco a regañadientes.
—Hubo una gran polémica. Habíamos creado una especie nueva, una especie que no pertenecía a la Creación original. Algunos ángeles, incluso algún arcángel, abogaban por eliminar a la especie humana, puesto que era una abominación, el fruto de una unión monstruosa que jamás debió tener lugar… Pero, en el fondo, los ángeles son incapaces de hacer desaparecer a una especie entera, así, sin más. Su instinto los lleva a conservar, a proteger todo aquello que esté vivo. Y los demonios… en fin, los demonios encontraron a las nuevas criaturas muy entretenidas. Nos castigaron a sufrir terribles tormentos, sí, pero estaban encantados con nuestros hijos y pronto se mezclaron con ellos… Hasta hoy.
»Y sin embargo, nuestra acción no mereció en su día más que odio y desprecio. Actualmente, la mayor parte de los ángeles y los demonios han olvidado lo que pasó en realidad. La versión más cercana a la verdad es la del
Libro de Enoc
y, naturalmente, es una versión angélica. La pequeña comunidad que creamos en tiempos remotos, y que dio origen a los humanos, ha sido totalmente olvidada, hasta el punto de que hoy día la unión entre un ángel y un demonio es algo impensable para todos, en ambos bandos. Por eso, cuando los ángeles recordaron el incidente, lo hicieron a su manera y se inventaron toda esa historia de que los demonios éramos ángeles que habíamos cometido el pecado de mantener relaciones con los humanos, y de enseñarles toda la ciencia que ahora saben. Y esto contradice el relato bíblico según el cual la Caída de Lucifer se produjo mucho antes de la creación del ser humano… puesto que el demonio ya estaba en el Paraíso para tentar a Eva.
»Los demonios sabemos que nunca fuimos ángeles, ni se produjo ninguna Caída. Pero la mayoría han olvidado todo lo referente a la aparición del ser humano sobre la Tierra. La verdad solo la recuerdo yo, porque me esforcé en no olvidarla, en no olvidar a Samael… Y la verdad es que nosotros siempre hemos sido demonios, desde el principio de los tiempos; y nuestro gran pecado, tanto de un bando como de otro, fue amarnos y engendrar una nueva especie. Esa es la verdad.
Azazel calla un instante. Todavía no sé cómo tomarme estas revelaciones. He leído tantas cosas, tantas versiones diferentes de la misma historia, que no me siento capaz de creerme ninguna de ellas, ni siquiera aunque me la relate un demonio atormentado que dice ser mi madre. Y eso me recuerda otra cosa:
«Y si ese fue vuestro gran pecado, ¿por qué tú, supuestamente, lo repetiste con mi padre? Te recuerdo que era un ángel. ¿Acaso querías pasar otros setenta y siete mil años en el infierno?».
En contra de lo que esperaba, Azazel se ríe.
—Lo hice porque él se acercó a mí. Un pequeño ángel… tan puro, tan ingenuo… con aquel brillo en la mirada. Tan parecido a Samael —suspira—. Las cosas ya no son como antaño, Caterina, los ángeles y los demonios tienen otras muchas cosas en que pensar. Podríamos volver a formar una comunidad como la de entonces y a nadie le importaría. Después de todo, no tiene nada de particular que alguien engendre humanos; os habéis extendido por todo el mundo como la peste. Sin embargo… sin embargo, para mí fue, de algún modo, mi último acto de rebeldía contra Lucifer. Volver a llevar a cabo aquello por lo que me castigó hace tanto tiempo. Creí que tu padre pensaba igual que yo. Que su acercamiento a mí era sincero. Escapamos de Florencia y nos refugiamos en Capri, y allí naciste tú. Mucho más preciosa y perfecta que mis primeros hijos, aquellos a los que engendré hace millones de años. Esperaba poder verte crecer y, sin embargo, tu padre me traicionó, te secuestró y te llevó lejos de mí. Nunca se lo perdoné.
«Sus razones tendría…», empiezo, pero ella no ha terminado de hablar.
—… y he pasado quince años buscándote, Caterina, enviando a mi gente por todo el mundo. Por fin me dijeron que os habían localizado en Europa central. Me dijeron que estaba hecho, me trajeron a una muchacha, pero no eras tú…
«¿Una muchacha?», repito, y de pronto las piezas empiezan a encajar. La niña que he visto hace un rato en el salón, la que portaba la bandeja.
Ya sé dónde la he visto antes.
Walbrzych. La estación de servicio. La niña con la que me crucé cuando salía del baño. La misma a la que secuestraron.
¿Cuál era su nombre? Ah, sí: Aniela Marchewka.
—Aniela, sí —suspira Azazel—. Angela. Qué ironía que la chica que trajeron ante mi presencia se llamara de esa manera, pero no fueras tú. No tenían modo de saberlo, de todas formas. Ninguno de los míos te había visto desde que eras un bebé. Tu padre te escondió bien.
Más piezas del rompecabezas siguen encajando, una tras otra. Casi oigo sus chasquidos en mi mente a medida que se van uniendo, formando el cuadro de la aterradora verdad que llevo tanto tiempo persiguiendo, pero que ahora desearía no haber descubierto.
Por fin lo comprendo.
«Tú… tú mataste a mi padre», balbuceo horrorizada.
Azazel se encoge de hombros con insultante indiferencia.
—No personalmente, pero sí; yo ordené que le mataran. No era más que un embustero y un traidor. Jugó con mis recuerdos y con mis sentimientos, buscó mi punto débil y logró convencerme para que lo aceptara junto a mí. Sin embargo, se acercó a mí con la única intención de seducirme para engendrar un hijo mestizo…
«¡Eso no es verdad! ¡Mi padre no era así, y tú… tú… eres un monstruo!», estallo, tan furiosa que mi ectoplasma flota casi pegado al techo.
Azazel se ríe.
—Deberías sentirte halagada, Caterina —me dice con frialdad—. Lo único que quería tu padre de mí eras tú. Fuiste lo único que le importó, aquello por lo que luchó durante sus últimos dieciséis años de vida. Y aquello por lo que murió. Me han dicho mis informantes que trataste de vengar su muerte, ¿no es cierto? Que llevas mucho tiempo buscando a su asesino. Pues bien, aquí estoy, me has encontrado. ¿Qué vas a hacer ahora?
M
I
mente bulle de pensamientos ilógicos y contradictorios que no soy capaz de controlar. Entre ellos está la voz de Hanbi, en Berlín, repitiendo las palabras del
Libro de Enoc
:
«… por obra de Azazel. Achácale todo pecado».
Me lo dijo entonces, aunque fuera extraoficialmente, aunque fuera con rodeos y acertijos. Y ahora sé que fue ella, que no miente. No sé si su fantástica historia acerca del origen de la humanidad tiene o no fundamento, pero sé que ella ordenó el asesinato de mi padre, y empiezo a creer que es mi madre.
No me importa. No la he conocido, no la recuerdo. Para mí sigue siendo la asesina de mi padre. Y sé por qué estoy aquí, por qué aún no me he ido por el túnel de luz.
Venganza.
«Te mataré por lo que hiciste», le aseguro rabiosa.
Azazel echa la cabeza hacia atrás y ríe de nuevo.
—¿Y cómo piensas hacerlo, hija mía?
Cierro los ojos un instante. Soy consciente de mi condición de fantasma, sé que en estas circunstancias no hay nada que pueda hacer contra ella. Inmediatamente pienso en Angelo, pero descarto la idea al instante. No puedo implicarlo más y, por otro lado, ¿qué posibilidades tendría de vencer en un duelo ante un demonio tan antiguo y poderoso como Azazel?
«¿Por qué?», pregunto desolada, y ella abre mucho los ojos, con fingida sorpresa.
—¿Cómo que por qué, Caterina? Por ti, siempre por ti. Para que podamos estar siempre juntas. Mis primeros hijos murieron hace dos millones de años, y también sus hijos, y los hijos de sus hijos… Y tenía la esperanza de poder disfrutar de tu compañía el resto de tu brevísima vida mortal. No entraba en mis planes que murieses tan pronto, y créeme que encontraré a tu asesino y se lo haré pagar… Pero esta situación también tiene sus ventajas, ¿no te parece? Ahora que has dejado atrás tu cuerpo mortal, y mientras tu enlace siga siendo mi prisionero, podremos estar siempre juntas… por toda la eternidad.
Retrocedo, horrorizada.
«Yo no quiero estar contigo», le digo. «Seas o no mi madre, te odio por lo que hiciste y te lo haré pagar».
Azazel se ríe, como si no le importara en absoluto lo que siento. Sospecho que se debe a que ella ha sufrido tantísimo a lo largo de su existencia que, comparado con el suyo, el dolor de un joven espíritu humano es tan ínfimo como un grano de arena en la inmensidad del desierto.
Pero es mi dolor y son mis sentimientos, y me importan. Confusa, me alejo flotando de ella, y aún escucho su risa resonando a mis espaldas mientras atravieso la pared y me interno por los pasillos del
palazzo
. Quiero salir de aquí. Necesito salir de aquí.