La congregación quedó boquiabierta. Landen miró a Daisy, quien arrojó el ramo al suelo. Una de las damas de honor empezó a llorar, y el señor Mutlar avanzó y agarró a Daisy por el brazo.
—La señorita Mutlar se casó con el señor Murray Posh el 20 de octubre de 1981 —gritó el señor Briggs para hacerse oír por encima del tumulto—. La ceremonia se realizó en Southwark. No se ha presentado ninguna petición de divorcio.
Fue suficiente para todos. Se inició un clamor mientras la familia Mutlar iniciaba una retirada rápida. El párroco ofreció una oración silenciosa que no iba dirigida a nadie en particular mientras Landen conseguía por fin sentarse en el banco que la familia Mutlar acababa de desalojar.
—¡Caza fortunas! —gritó alguien desde el fondo, y la familia Mutlar aceleró el paso entre los insultos posteriores, muchos de los cuales no deberían haberse oído en una iglesia. Aprovechando la confusión, uno de los pajes intentó besar a una de las damas de honor, recibiendo a cambio una bofetada. Yo me apoyé en la piedra fría de la iglesia y me sequé las lágrimas de los ojos. Sabía que no era lo correcto, pero me estaba riendo. Briggs atravesó por entre los invitados que discutían y se unió a nosotras, tocándose el sombrero con gesto respetuoso.
—Buenas tardes, señorita Next.
—¡Unas
muy
buenas tardes, señor Briggs! ¿Qué está haciendo usted aquí?
—Los Rochester me enviaron.
—¡Pero hace sólo tres horas que salí del libro!
La señora Nakajima intervino.
—Lo abandonó a apenas doce páginas del final. En ese tiempo han pasado diez años en Thornfield; ¡tiempo de sobra para hacer
muchos
planes!
—¿Thornfield?
—Reconstruido, sí. Mi marido se jubiló y ahora él y yo administramos la casa. A ninguno de los dos se nos menciona en el libro y la señora Rochester aspira a que siga siendo así; es mucho más agradable que Osaka y ciertamente más enriquecedor que el negocio turístico.
No parecía haber mucho que pudiese decir.
—La señora Jane Rochester le pidió a la señora Nakajima que me trajese aquí para ayudar —dijo Briggs—. Ella y el señor Rochester estaban deseosos de ayudarla como usted los ayudó a ellos. Le desean toda la felicidad y toda la salud para el futuro y le agradecen su oportuna intervención.
Sonreí.
—¿Cómo están?
—Oh, están bien, señorita —respondió Briggs con alegría—. El primogénito tiene ahora cinco años; un buen muchacho con buena salud, la imagen de su padre. La primavera ya pasada Jane tuvo una hermosa hija. Le han llamado Helen Thursday Rochester.
Miré a Landen, quien estaba de pie en la entrada de la iglesia, intentando explicarle a su tía Ethel qué pasaba.
—Debo hablar con él.
Pero hablaba sola. La señora Nakajima y el abogado se habían desvanecido; de regreso a Thornfield para informar a Jane y a Edward sobre un trabajo bien hecho.
Al aproximarme, Landen se sentó en los escalones de la iglesia, se quitó el clavel y lo olió distraídamente.
—Hola, Landen.
Landen alzó la vista y parpadeó.
—Ah —dijo—. Thursday. Debería haberlo sabido.
—¿Puedo sentarme contigo?
—Adelante.
Me senté a su lado sobre los cálidos escalones de caliza. Él miraba directamente al frente.
—¿Esto fue cosa tuya? —preguntó al fin.
—No, en absoluto —respondí—. Confieso que vine aquí a interrumpir la boda pero me faltó el valor.
Me miró.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Bien, porque… porque creía que yo sería una mejor señora de Parke-Laine que Daisy, supongo.
—
Eso
ya lo sé —exclamó Landen—, y estoy totalmente de acuerdo. Lo que quiero saber es por qué te faltó el valor. Después de todo, persigues a genios criminales, realizas trabajos OpEspec de alto riesgo, con tranquilidad desobedeces órdenes para ir a rescatar a los camaradas bajo un intenso fuego de artillería, sin embargo…
—Lo entiendo. No sé. Quizás ese tipo de decisiones sí o no, de vida o muerte, son más fáciles de tomar porque son tan en blanco y negro. Puedo tratar con ellas porque son más fáciles. Las emociones humanas, bien…, no son más que una colección sin fondo de grises y no se me dan igual de bien los tonos intermedios.
—En tonos intermedios es donde he vivido durante los últimos diez años, Thursday.
—Lo sé y lo siento. Tuve muchos problemas para reconciliar lo que sentía por ti con lo que consideraba una traición a Anton. Fue un tira y afloja emocional, y yo era el pañuelito de en medio, atado a la cuerda, sin moverse.
—Yo también le quería, Thursday. Fue lo más cercano a un hermano que llegué a tener. Pero yo no podía agarrar mi extremo de la cuerda por siempre.
—Dejé algo en Crimea —murmuré—, pero creo haberlo vuelto a encontrar. ¿Hay tiempo para intentar que salga bien?
—Un poco a última hora, ¿no? —dijo con una sonrisa.
—No —respondí—, más bien, ¡tres segundos antes de medianoche!
Me besó delicadamente en los labios. La sensación fue de calidez y placer, como regresar a casa para disfrutar de un fuego que ruge en la chimenea después de una larga caminata bajo la lluvia. Los ojos se me llenaron de lágrimas y sollocé en silencio junto a su cuello mientras me abrazaba con fuerza.
—Discúlpenme —dijo el párroco, quien había estado flotando por los alrededores—. Lamento interrumpir, pero a las tres y media tengo otra boda.
Murmuramos nuestras disculpas y nos pusimos en pie. Los invitados de la boda todavía esperaban alguna decisión. Casi todos ellos sabían lo de Landen y yo y muy pocos, si había alguno, consideraban que Daisy fuese mejor pareja.
—¿Lo harás? —me preguntó Landen al oído.
—¿Haré qué? —pregunté yo, conteniendo la risa.
—
¡Tonta!
¿Te casarás conmigo?
—Mmm —respondí, con el corazón atronando como un cañón en Crimea—. ¡Tendré que pensarlo…!
Landen alzó una ceja inquisitiva.
—¡Sí! ¡Sí,
sí
! ¡Lo haré, lo haré, con todo mi corazón!
—¡Al fin! —dijo Landen con un suspiro—. ¡Las cosas que tengo que hacer para conseguir a la mujer que amo…!
Nos volvimos a besar, pero ahora durante más tiempo; tanto, que el párroco, que seguía mirando la hora, tuvo que tocarle el hombro a Landen.
—Gracias por el ensayo —dijo Landen, dándole la mano al párroco con vigor—. ¡Volveremos en un mes para la ceremonia de verdad!
El párroco se encogió de hombros. Iba convirtiéndose con rapidez en la boda más ridícula de su carrera.
—Amigos —anunció Landen a los invitados que quedaban—. Me gustaría anunciar el compromiso entre esta encantadora agente de OpEspec llamada Thursday Next y yo. Como sabéis, ella y yo hemos tenido nuestras diferencias en el pasado pero ahora están
totalmente
olvidadas. En mi casa hay una carpa llena de comida y bebida, y tengo entendido que Holroyd Wilson tocará a partir de las seis. Sería un crimen malgastarlo, ¡así que cambiemos el motivo!
Los invitados lanzaron un grito de emoción mientras empezaban a organizar el transporte. Landen y yo fuimos en mi coche, pero tomamos el camino más largo. Teníamos mucho de lo que hablar y la fiesta… Bien, durante un rato podría continuar sin nosotros.
La celebración no terminó hasta las 4 p.m. Yo bebí demasiado y tomé un taxi de vuelta al hotel. Landen insistía en que pasase la noche en su casa, pero yo le dije un poco coqueta que tendría que esperar hasta después de la boda. Recuerdo vagamente haber vuelto a mi habitación pero nada más; todo fue oscuridad hasta que sonó el teléfono a las nueve de la mañana siguiente. Yo estaba medio vestida,
Pickwick
miraba la tele de la hora del desayuno y me dolía la cabeza como si estuviese a punto de estallar.
Era Victor. No parecía estar de muy buen humor, pero la amabilidad era una de sus mejores características. Me preguntó cómo estaba.
Miré el despertador mientras un martillo me daba golpes dentro de la cabeza.
—He estado mejor. ¿Cómo van las cosas en el trabajo?
—No muy bien —respondió Victor con cierta reserva en la voz—. La Corporación Goliath quiere hablar contigo sobre Jack Schitt y los de la Federación Brontë están como canguros rabiosos por los daños al libro. ¿Era
absolutamente
necesario quemar Thornfield hasta los cimientos?
—Eso fue cosa de Hades…
—¿Y Rochester? ¿Ciego y con una mano destrozada? ¿También fue Hades?
—Bien, sí.
—Esta es la madre de todas las jodiendas, Thursday. Será mejor que vengas y te expliques a la gente Brontë. Tengo conmigo a su Comité Ejecutivo Especial, y no vienen a colgarte una medalla del pecho.
Llamaron a la puerta. Le dije a Victor que iría directamente y me puse inestablemente en pie.
—¿Hola? —grité.
—¡Servicio de habitaciones! —respondió una voz al otro lado—. ¡El señor Parke-Laine llamó para que le trajésemos café!
—¡Un momento! —dije mientras intentaba que
Pickwick
regresase al baño; el hotel tenía reglas muy estrictas sobre los animales de compañía. Parecía ligeramente agresivo, lo que no era muy habitual en su caso; si hubiese tenido alas probablemente las hubiera agitado con furia.
—¡Este… no… es… el… momento… de… ser… un… incordio! —farfullé mientras empujaba al pájaro recalcitrante al baño y cerraba la puerta.
Mantuve la cabeza inmóvil un momento mientras me martillaba dolorosamente, me cubrí con una bata y abrí la puerta.
Gran
error. Allí había un camarero, pero no estaba solo. Tan pronto como la puerta quedó completamente abierta, otros dos hombres vestidos con trajes oscuros entraron y me empujaron contra la pared apuntándome a la cabeza con una pistola.
—Vamos a necesitar otras dos tazas si quieren tomar café conmigo —farfullé.
—Muy gracioso —dijo el hombre vestido de camarero.
—¿Goliath?
—Básicamente.
Retiró el percutor del revólver.
—Guantes fuera, Next. Schitt es un hombre importante y necesitamos saber dónde está. La seguridad nacional y Crimea dependen de ello y la estúpida vida de un agente no vale una mierda cuando se examina la situación global.
—Os llevaré hasta él —boqueé, intentando respirar—. Está en las afueras de la ciudad.
El agente de Goliath me soltó y me dijo que me vistiese. Salíamos del hotel unos minutos más tarde. Todavía tenía la cabeza dolorida y las sienes me dolían con un dolor sordo, pero al menos pensaba con mayor claridad. Delante de mí tenía una pequeña multitud, y me alegré al comprobar que se trataba de la familia Mutlar preparándose para regresar a Londres. Daisy discutía con su padre y la señora Mutlar agitaba la cabeza con desánimo.
—¡Caza fortunas! —grité.
Daisy y su padre dejaron de discutir y me miraron mientras los hombres de Goliath intentaban apartarme.
—¿Qué ha dicho?
—Lo ha oído. No sé cuál es la mayor zorra, su hija o su esposa.
Provocó el efecto deseado. El señor Mutlar se puso de ese curioso tono carmesí y lanzó el puño en mi dirección. Lo esquivé y el golpe dio a uno de los hombres de Goliath directamente en la mandíbula. Salí corriendo hacia el aparcamiento. Un disparo me pasó por encima del hombro; me moví con rapidez y salí a la carretera justo cuando un enorme Ford negro de estilo militar se detenía de golpe.
—¡Suba! —gritó el conductor.
No tuvo que pedírmelo dos veces. Me metí dentro y el Ford salió disparado mientras dos agujeros de bala aparecían en el parabrisas trasero. El coche gastó goma virando la esquina y pronto nos alejamos.
—Gracias —murmuré—. Un poco más tarde y hubiese acabado como alimento para gusanos. ¿Puede dejarme en el cuartel general de OpEspec?
El conductor no dijo nada; había una división de vidrio entre él y yo y de pronto tuve la sensación de haber escapado de la sartén para caer en el fuego.
—Puede dejarme donde quiera —dije.
No respondió. Probé con las manecillas de las puertas, pero estaban cerradas. Golpeé el vidrio pero pasó de mí; dejamos atrás el edificio de OpEspec y nos dirigimos a la ciudad vieja. También conducía rápido. En dos ocasiones se saltó un semáforo en rojo y en una ocasión se le cruzó a un bus; caí contra una portezuela cuando dobló una esquina, apenas esquivando el camión del cervecero.
—¡Aquí, pare el coche! —grité, golpeando la partición de vidrio. El conductor se limitó a acelerar, rayando otro coche al coger una esquina un poco demasiado rápido.
Tiré con fuerza de las manecillas y estaba a punto de usar los tacones contra las ventanillas cuando se detuvo de pronto. Me salí del asiento y caí formando un montón en la alfombrilla. El conductor se bajó, me abrió la puerta y dijo.
—Aquí estamos, señorita, no quería que llegase tarde. Órdenes del coronel Phelps.
—¿Coronel Phelps? —dije con voz entrecortada.
El conductor me sonrió y saludó con rapidez. Phelps había dicho que me mandaría un coche para que me presentase en la charla, y lo había hecho.
Miré al exterior. Nos habíamos detenido en el exterior del ayuntamiento de Swindon, y una vasta multitud nos miraba.
—¡Hola, Thursday! —dijo una voz conocida.
—¿Lydia? —pregunté, pillada por sorpresa por el súbito cambio de situación.
Y sí era ella. Pero no era la única periodista de televisión; había seis o siete con sus cámaras apuntándome directamente mientras yo permanecía sentada en la alfombrilla con una postura muy poco elegante. Salí del coche.
—Les habla Lydia Startright de la Toad News Network —dijo Lydia con su mejor voz de reportera—, estamos con Thursday Next, la agente de OpEspec responsable del salvamento de
Jane Eyre
. ¡Primero, permítame felicitarla, señorita Next, por su excelente reconstrucción de la novela!
—¿De qué habla? —respondí—. ¡Lo trastoqué todo! ¡Quemé Thornfield hasta los cimientos y dejé medio lisiado a Rochester!
La señorita Startright rió.
—En una encuesta reciente, noventa y nueve de cada cien lectores que expresaron su preferencia dijeron que estaban encantados con el nuevo final. ¡Jane y Rochester casados! ¿No es
maravilloso
?
—¿Pero la Federación Brontë…?
—Charlotte no le dejó el libro a la Federación Brontë, señorita Next —dijo un hombre vestido con un traje de lino que llevaba una enorme escarapela azul de Charlotte Brontë clavada incongruentemente a la solapa—. La Federación está formada por un montón de tipos estirados. Permítame presentarme. Walter Branwell, presidente del grupo escindido de la federación «Brontë para el pueblo».