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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

El caso Jane Eyre (18 page)

BOOK: El caso Jane Eyre
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—Ayer me lo encontré en la nave aérea. Quiere que vaya a uno de sus mítines.

—¿Lo harás?

—¿Estás de coña? Su idea de un final perfecto para el conflicto de Crimea es que sigamos luchando y luchando hasta que no quede nadie con vida y la península esté tan envenenada y cubierta de minas que no sirva para nada. Tengo la esperanza de que las Naciones Unidas puedan meter sentido común en ambos gobiernos.

—Me llamaron en el 78 —dijo Bowden—. Incluso superé el entrenamiento básico. Por suerte, ese mismo año murió el zar y el príncipe tomó el poder. Había exigencias más importantes para el tiempo del joven emperador, por lo que los rusos se retiraron. Nunca me necesitaron.

—Leí en alguna parte que desde el comienzo de la guerra sólo siete de los ciento treinta y un años se han pasado luchando.

—Pero cuando pelean —añadió Bowden—, ciertamente compensan el tiempo perdido.

Le miré. Bowden había tomado un sorbo de agua después de ofrecerme primero la jarra.

—¿Casado? ¿Niños?

—No —respondió Bowden—. La verdad es que no he tenido tiempo de encontrarme una esposa, aunque en principio no me opongo a la idea. Simplemente OpEspec no es un gran lugar para conocer a gente y no soy, lo confieso, un gran animal social. Me han preseleccionado para un puesto en el equivalente de detectives literarios de Ohio; se me antoja la oportunidad perfecta para encontrar esposa.

—Allí pagan bien y las instalaciones son excelentes. Yo misma lo consideraría si tuviese la oportunidad —respondí. Era sincera.

—¿Lo harías? ¿Lo harías de verdad? —preguntó Bowden con un rubor de emoción que chocaba curiosamente con sus modales ligeramente fríos.

—Claro. Cambio de ambiente —dije tartamudeando, deseando cambiar de tema no fuese a ser que Bowden se hiciese una idea equivocada—. ¿Llevas… ah… mucho tiempo como detective literario?

Bowden pensó un momento.

—Diez años. Vine desde Cambridge con una titulación en literatura del siglo diecinueve y me uní de inmediato a detectives literarios. Jim Crometty cuidó de mí desde que empecé.

Miró pensativo por la ventana.

—Quizá si hubiese estado allí…

—… entonces los dos estaríais muertos. Cualquiera que dispara a un hombre seis veces en la cara no va a la iglesia los domingos. Te habría matado y ni siquiera se lo hubiese pensado. No se gana nada con los «podría haber sido»; créeme, lo sé. Perdí dos compañeros frente a Hades. Lo he repasado cien veces, pero probablemente de tener otra oportunidad todo pasaría exactamente de la misma forma.

Lottie nos colocó la sopa delante con una cesta de pan recién horneado.

—Que lo disfruten —dijo Lottie—, es a cuenta de la casa.

—¡Pero…! —empecé a decir. Lottie me hizo callar.

—Ahórrese el aliento —dijo imperturbable—. Después de la carga. Después de que la mierda empezase a volar. Después de la primera oleada de muerte… usted regresó para hacer todo lo posible.
Usted regresó
. Aprecio ese gesto. —Se volvió y se fue.

La sopa era buena; los Rojoes Cominho eran todavía mejores.

—Victor me dijo que en Londres trabajabas en Shakespeare —dijo Bowden.

Era el área de trabajo más prestigiosa de la oficina de detectives literarios. Los poetas del lago iban ligeramente por detrás en segundo puesto y la comedia de la Restauración en tercer lugar. Incluso en las oficinas más igualitarias, siempre se establecía un orden jerárquico.

—No había muchas oportunidades de promoción en la oficina de Londres, así que después de un par de años me dieron las labores de Shakespeare —respondí, partiendo un trozo de pan—. En Londres los baconianos dan muchos problemas.

Bowden alzó la vista.

—¿Cómo valoras la teoría baconiana?

—No muy bien. Como la mayoría de la gente, estoy casi segura de que en Shakespeare hay más que sólo Shakespeare. Pero ¿sir Francis Bacon empleando a un actor poco conocido como fachada? No me lo trago.

—Era abogado —afirmó Bowden—. Muchas de las obras contienen jerga legal.

—No significa nada —respondí—. Greene, Nashe y sobre todo Ben Jonson emplean fraseología legal; ninguno de ellos tenía educación legal. Y no me hagas hablar de los llamados códigos.

—No hay que preocuparse de eso —respondió Bowden—. No lo haré. Yo tampoco soy baconiano. Él no las escribió.

—¿Y qué te hace estar tan seguro?

—Si uno lee su
De Augmentis Scientarium
, descubre a Bacon criticando el drama popular. Más aún, cuando la compañía a la que pertenecía Shakespeare pidió al rey formar un teatro, se les envió a la comisión de pleitos. ¿Adivinas quién pertenecía a ese comité y que más vehementemente se opuso a la petición?

—¿Francis Bacon? —pregunté.

—Exacto. Quien fuese que escribió las obras, no fue Bacon. A lo largo de los años he formulado algunas teorías propias. ¿Has oído hablar de Edward De Vere, el decimoséptimo conde de Oxford?

—Vagamente.

—Hay algunas pruebas de que, al contrario que Bacon, sabía escribir y escribía bastante bien… Un momento.

Lottie había traído un teléfono a la mesa. Era para Bowden. Se limpió la boca con una servilleta.

—¿Sí?

Me miró.

—Sí, aquí está. Iremos de inmediato. Gracias.

—¿Problemas?

—Tu tío y tu tía. No sé cómo decírtelo pero… ¡los han secuestrado!

Cuando llegamos, había varios coches de policía y OpEspec acumulados alrededor de la entrada de la casa de mi madre. Se había reunido también una pequeña multitud que miraba por encima de la valla. Los dodos se habían reunido al otro extremo y miraban a la multitud, preguntándose a qué venía ese alboroto. Le mostré la identificación al oficial al mando.

—¿Detective literaria? —dijo desdeñoso—. No puedo dejarla pasar, señora. Sólo policía y OpEspec 9.

—¡Es mi tío…! —dije con furia, y el agente renuentemente me dejó pasar.

Swindon era igual que Londres: una placa de detective literario poseía tanta autoridad como un bonobús. Encontré a mi madre en el salón rodeada de pañuelos mojados. Me senté a su lado y le pregunté qué había pasado.

Se sonó la nariz con fuerza.

—Los llamé para comer a la una. Eran salchichas de lata, el plato favorito de Mycroft. No respondieron, así que fui al taller. Habían desaparecido los dos y la puerta doble estaba totalmente abierta. Mycroft jamás hubiese salido sin avisar.

Era cierto. Mycroft jamás abandonaba la casa a menos que fuese estrictamente necesario; desde que Owens había sido merengado, Polly se encargaba de todos los recados.

—¿Han robado algo? —le pregunté a un operativo de OpEspec 9 que me miró con frialdad. No le gustaba que una detective literaria le hiciese preguntas.

—¿Quién sabe? —respondió con poca emoción—. ¿Usted ha estado hace poco en el taller?

—Ayer por la noche.

—Entonces, ¿podría dar un vistazo y
decirnos
si falta algo?

Me escoltaron al taller de Mycroft. Habían forzado la puerta de atrás y di un vistazo cuidadoso. Habían limpiado la mesa donde Mycroft conservaba sus gusalibros; sólo podía ver el pesado conector de potencia de dos patillas que hubiese encajado en la parte posterior del Portal de Prosa.

—Había algo aquí mismo. Varias peceras llenas de pequeños gusanos y un enorme libro parecido a una Biblia medieval de iglesia…

—¿Puede dibujarlo? —preguntó una voz familiar.

Me volví para ver a Jack Schitt oculto entre las sombras, fumando un pequeño cigarrillo y supervisando a un técnico de Goliath que pasaba un sensor zumbante por el suelo.

—Bien, bien —dije—. Aquí está Jack Schitt. ¿Qué interés tiene Goliath en mi tío?

—¿Puede dibujarlo? —repitió.

Asentí y uno de los hombres de Goliath me dio papel y lápiz. Esbocé lo que había visto, la combinación intrincada de diales y botones en la parte delantera del libro y las pesadas tiras de metal. Jack Schitt me lo cogió y lo examinó con gran interés mientras otro técnico de Goliath entraba desde el exterior.

—¿Bien? —preguntó Schitt.

El agente saludó con precisión y le mostró a Schitt un par de abrazaderas grandes y ligeramente fundidas.

—El profesor Next había improvisado una conexión de sus propios cables a la subestación eléctrica de al lado. Hablé con la junta eléctrica. Dicen que tienen tres pérdidas de potencia inexplicadas, de como unos 1,8 megavatios cada una, muy tarde la pasada noche.

Jack Schitt se volvió hacia mí.

—Será mejor que nos deje la situación a nosotros, Next —dijo—. Secuestro y robo no forman parte de las responsabilidades de detectives literarios.

—¿Quién fue? —exigí, pero Schitt no respondía ante nadie… al menos no ante mí. Agitó un dedo en mi dirección.

—La investigación no tiene nada que ver con usted; la mantendremos informada de cualquier avance. O no. Como me parezca mejor.

Se volvió y se alejó.

—Fue Acheron, ¿no? —dije, lenta y deliberadamente.

Schitt se detuvo a medio paso y se volvió para mirarme.

—Acheron ha muerto, Next. Ardió por completo en el cruce doce. No extiendas tus teorías por la ciudad, niña. Podrían hacerte parecer más inestable de lo que estás.

Sonrió sin el menor vestigio de amabilidad y salió del taller para llegar hasta el coche que le esperaba.

14

Hola y adiós, señor Quaverley

«Ya poca gente recuerda al señor Quaverley. Si hubieses leído
Martin Chuzzlewit
antes de 1985, te hubieses encontrado con un personaje menor que vivía en la pensión de la señora Todger. Hablaba con los Pecksniff sobre mariposas, tema del que casi nada sabía. Por desgracia, ya no está ahí. Su sombrero cuelga del perchero al pie de la página 235, pero eso es todo lo que queda…»

M
ILLON DE
F
LOSS

Libro de casos de Thursday Next,
volumen 6

—Asombroso —dijo Acheron tranquilamente mientras examinaba el Portal de Prosa de Mycroft—. ¡
Realmente
asombroso!

Mycroft no dijo nada. Había estado demasiado ocupado preguntándose si Polly estaría viva y bien desde que el poema se le cerró encima. A pesar de sus protestas, habían arrancado el cable de corriente antes de que el portal volviese a abrirse; no sabía si un humano podía sobrevivir en ese ambiente. Durante el viaje le habían vendado los ojos y ahora se encontraba de pie en la sala de fumadores de lo que había sido un enorme y lujoso hotel. Aunque todavía era grandioso, la decoración estaba gastada y raída. El piano de cola taraceado con perlas no parecía haberse afinado en años, y el bar con fondo de espejos carecía tristemente de cualquier refrigerio. Mycroft miró por la ventana en busca de alguna pista sobre su ubicación. No era difícil adivinarlo. La gran cantidad de coches Griffin de colores tristes y la ausencia de cualquier forma de publicidad le indicaron a Mycroft todo lo que precisaba saber; se encontraba en la República Popular de Gales, en algún lugar más allá del alcance de las fuerzas policiales convencionales. Las posibilidades de huir eran muy reducidas, y en el caso de escapar, ¿luego qué? Incluso de tener alguna posibilidad de atravesar la frontera, nunca podría irse sin Polly —seguía prisionera en el poema, en sí mismo ahora no más que palabras impresas en una hoja de papel que Hades se había guardado en el bolsillo—. Parecía haber pocas posibilidades de recuperar el poema sin una tremenda pelea, y además, sin los gusalibros y el Portal de Prosa, Polly se quedaría para siempre en su prisión wordsworthiana. Mycroft se mordió nervioso el labio y dedicó su atención al resto de personas en la sala. Aparte de él y Hades, había otros cuatro, y dos de ellos sostenían pistolas.

—Bienvenido, profesor Next —dijo Hades con una amplia sonrisa—, ¡de un genio a otro!

Miró con cariño la máquina. Pasó el dedo por el borde de una de las peceras. Los gusanos estaban muy ocupados leyendo un ejemplar de
Mansfield Park
y discutían de dónde sacaba el dinero sir Thomas.

—No puedo hacerlo solo, sabe —dijo Hades sin alzar la vista. Uno de los otros hombres se agitó para situarse más cómodo en uno de los pocos sillones tapizados que quedaban. El próximo paso es ganar su total apoyo. —Miró a Mycroft con expresión seria—. Usted me
ayudará
, ¿no?

—¡Antes preferiría morir! —respondió Mycroft con frialdad.

Acheron le miró y luego pasó a otra amplia sonrisa.

—No lo dudo ni un momento, ¡pero he sido un grosero! Le he secuestrado y he robado el trabajo de su vida, ¡y ni siquiera me he presentado! —Fue hasta Mycroft y le dio un caluroso apretón de manos, un gesto al que Mycroft no respondió.

—Me llamo Hades, Acheron Hades. ¿Es posible que haya oído hablar de mí?

—¿Acheron el extorsionista? —preguntó Mycroft lentamente—. ¿Acheron el secuestrador y chantajista?

La sonrisa de Acheron no abandonó los labios.

—Sí, sí y

. Pero ha olvidado asesino. Asesino cuarenta y dos veces, amigo mío. La primera vez es siempre la más difícil. Después, ya poco importa, porque sólo pueden colgarte una vez. Es un poco como comerse un paquete de galletas; es imposible tomar sólo una —volvió a reír—. Me encontré con su sobrina, sabe. Pero sobrevivió —añadió, en caso de que Mycroft creyese erróneamente que había algún vestigio de bondad en su alma oscura—. No era lo que yo había planeado.

—¿Por qué hace esto? —preguntó Mycroft.

—¿Por qué? —repitió Acheron—. ¿Por qué? ¡Por la
fama
, por supuesto! —gritó—. ¿Comprenden, caballeros…? —Los otros asintieron obedientemente—. ¡Fama! —repitió—. ¡Y usted puede compartir esa fama…!

Llevó a Mycroft hasta su mesa y sacó un montón de recortes de prensa.

—¡Mire lo que dicen de mí los periódicos!

Sostuvo un recorte con orgullo.

HADES, 74 SEMANAS EN LO ALTO DE LA

LISTA DE LOS «MÁS BUSCADOS»

—Impresionante, ¿eh? —dijo con orgullo—. ¿Y qué hay de éste?

LOS LECTORES DE
TOAD
VOTAN A HADES

«PERSONA MENOS QUERIDA»


The Owl
dijo que la ejecución era un castigo demasiado bueno para mí y
The Mole
quería que el Parlamento reinstaurase la tortura sobre la rueda.

Le mostró el fragmento a Mycroft.

—¿Qué opina?

—Creo —empezó a decir Mycroft— que podría usted haber usado su enorme intelecto de forma mucho más útil sirviendo a la humanidad en lugar de robarle.

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