—Algo así. Si me das el manual de instrucciones y a Polly, te prometo que tendrás un juicio justo.
Hades rió.
—Me parece que estoy más allá de cualquier juicio justo. Podría matarte ahora y siento grandes ganas de hacerlo, pero la idea de quedarme atrapado en esta narrativa durante la eternidad me impide esa acción. Intenté llegar a Londres, pero es imposible; los únicos lugares que existen en este mundo son los que Charlotte Brontë describe y que aparecen en la narración. Gateshead, Lowood… Incluso me sorprende que haya tanto de
este
pueblo. Dame la palabra clave para salir de aquí y tendrás el manual y a Polly.
—No. Primero me darás el manual y a mi tía.
—¿Ves? Un impasse. Pero querrás esperar a que el libro se escriba de nuevo, ¿no?
—Evidentemente.
—Entonces, no te daré problemas hasta el momento en que Jane abandona definitivamente Thornfield. Después, negociaremos.
—No negociaré, Hades.
Hades agitó la cabeza lentamente.
—Negociará usted, señorita Next. Puede que seas desagradablemente santurrona, pero ni siquiera tú soportarías la idea de pasar el resto de tu vida en este lugar. Eres una mujer inteligente; estoy seguro de que se te ocurrirá algo.
Suspiré y regresé al exterior, donde el bullicio de los compradores y los tenderos era un alivio bienhallado tras el alma oscura de Hades.
El libro se escribe
«Desde nuestro puesto en el salón del hotel Penderyn podíamos apreciar la buena labor de Thursday. La narración continuó con rapidez, las semanas pasaban en el espacio de unas pocas líneas. A medida que las palabras se iban escribiendo por sí solas sobre la página, Mycroft o yo las leíamos en voz alta. Todos esperábamos que la frase “dulce locura” apareciese en el texto, pero no fue así. Nos preparamos para asumir lo peor, que Hades no había sido capturado y que quizá nunca lo sería. Que Thursday podría permanecer en el libro como una especie de cuidadora permanente.»
Del diario de B
OWDEN
C
ABLE
En Thornfield las semanas pasaron con rapidez y yo me ocupé de la tarea de garantizar la seguridad de Jane sin que ella se diese cuenta. Situé a un joven en Millcote para que me avisase de los movimientos de Hades, pero parecía contentarse con salir a pasear todas las mañanas, pedirle un libro prestado al médico del pueblo y pasar el tiempo en la posada. Su inacción me resultaba preocupante, pero por ahora me alegraba que sólo fuese eso.
Rochester había enviado una nota avisando de su regreso y se dispuso una fiesta para sus amigos locales. Jane parecía estar muy agitada por la llegada de la cabezahueca Blanche Ingram, pero a mí me importó bien poco. Estaba ocupada intentando establecer la seguridad con ayuda de John, el marido de la cocinera, que era un hombre inteligente e ingenioso. Le había enseñado a disparar con la pistola de Rochester y era, como me encantó descubrir, un tirador excelente. Había pensado que Hades se presentaría con uno de los invitados pero, aparte de la llegada del señor Mason desde las Indias Occidentales, no pasó nada fuera de lo común.
Las semanas se convirtieron en meses y vi poco a Jane —a propósito, por supuesto—, pero me mantuve en contacto con el servicio de la casa y con el señor Rochester para asegurarme de que todo iba bien. Y parecía que todo
iba
bien. Como era habitual, el señor Mason recibió el mordisco de su hermana loca en la habitación superior; yo estaba de pie al otro lado de la puerta cerrada cuando Rochester fue en busca del médico y Jane atendía las heridas de Mason. Cuando llegó el doctor, vigilé desde el cenador exterior, donde sabía que se encontrarían Jane y Rochester. Y así siguió, hasta un breve respiro cuando Jane se fue a visitar a su tía moribunda en Gateshead. Para entonces Rochester había decidido casarse con Blanche Ingram y las cosas se habían puesto ligeramente tensas entre él y Jane. Sentía algo de alivio de que se fuese; podía relajarme y charlar con Rochester cómodamente sin que Jane sospechase nada.
—No duerme usted —comentó Rochester mientras paseábamos juntos por el jardín—. Mire cómo sus ojos están bordeados de tonos oscuros y lúgubres.
—No duermo bien aquí, no mientras Hades se encuentra apenas a cinco millas de distancia.
—Sus espías seguro que la alertarán de cualquier movimiento.
Era cierto; la red funcionaba bien, aunque a costa de un gasto considerable por parte de Rochester. Si Hades iba a alguna parte, yo me enteraba a los dos minutos gracias a un jinete apostado precisamente para esa tarea. Era de esa forma como sabía cuándo estaba fuera, ya fuese paseando, leyendo o golpeando a los campesinos con el bastón. Jamás se había acercado a menos de un kilómetro de la casa, y me contentaba con que siguiese así.
—Mis espías me permiten estar tranquila, pero me sigue costando creer que Hades pueda ser tan pasivo. Me da escalofríos y me preocupa.
Paseamos durante un rato, Rochester me señalaba puntos de interés del terreno. Pero yo no prestaba atención.
—¿Cómo llegó hasta mí, aquella noche en el exterior del almacén, cuando me dispararon?
Rochester se detuvo y me miró.
—Simplemente
sucedió
, señorita Next. No puedo explicarlo de la misma forma que usted no puede explicar cómo llegó aquí cuando era niña. Exceptuando a la señora Nakajima y a un viajero llamado Foyle, no conozco a nadie más que lo haya hecho.
Me sorprendí.
—Entonces, ¿conoce a la señora Nakajima?
—Claro que sí. Habitualmente guío visitas por Thornfield para sus invitados mientras Jane está en Gateshead. No comporta ningún riesgo y es extremadamente lucrativo. Las casas de campo cuestan mucho dinero en mantenimiento, señorita Next, incluso en este siglo.
Me permití sonreír. Pensé que la señora Nakajima debía de estar sacándose unos buenos beneficios; era, después de todo, el viaje definitivo para cualquier fan de Brontë, y de estos había muchos en Japón.
—¿Qué hará después de esto? —preguntó Rochester, señalando un conejo para
Pilot
, quien ladró y salió corriendo.
—Supongo que volver al trabajo de OpEspec —respondí—. ¿Y usted?
Rochester me miró preocupado, con las cejas plegadas y una expresión de furia alzándose en sus rasgos.
—No hay nada para mí después de que Jane se marche con esa babosa y patética versión de un vertebrado, St. John Rivers.
—¿Y qué hará usted?
—¿Hacer? No
haré
nada. La existencia para mí termina básicamente en ese punto.
—¿La muerte?
—No como tal —respondió Rochester, escogiendo las palabras con cuidado—. De donde viene usted se nace, se vive y luego se muere. ¿Cierto?
—Más o menos.
—¡Una forma bastante pobre de vivir, imagino! —rió Rochester—. Y supongo que dependen de ese ojo interno que llamamos memoria para sostenerse en momentos de depresión.
—La mayor parte del tiempo —respondí—, aunque la memoria no tiene sino una centésima parte de la fuerza de las emociones que se sienten en un momento dado.
—Estoy de acuerdo. Aquí, yo no nazco ni muero. Adquiero existencia a la edad de treinta y ocho años y desaparezco poco después, ¡habiéndome enamorado por primera vez en mi vida y luego habiendo perdido el objeto de mi adoración, mi ser…!
Se detuvo y recogió el palo que el considerado
Pilot
le había traído en lugar del conejo que no podía atrapar.
—Comprenda, me puedo mover a cualquier punto del libro que desee, de inmediato y regresar a voluntad; las mejores partes de mi vida se encuentran entre el momento en que declaro mi amor verdadero a esa adorable niña endiablada y el momento en que el abogado y el tonto de Mason se presentan para arruinar mi boda y revelar a la loca del ático. Esas son las semanas a las que más regreso, pero también voy a los malos momentos… porque sin una vara de medir a veces los mejores momentos se dan por supuestos. En ocasiones fantaseo que hago que John los detenga en la puerta de la iglesia y los retrase hasta que la boda termine, pero iría en contra de cómo debe ser.
—Por tanto, ¿mientras hablo con usted aquí…?
—… también conozco a Jane por primera vez, la cortejo, luego la pierdo para siempre. Incluso ahora mismo la veo a usted, de niña, con expresión de miedo bajo los cascos de mi caballo…
Se palpó el codo.
—Y también siento el dolor de esa caída. Por tanto, verá que mi existencia, aunque limitada, no carece de sus ventajas.
Suspiré. Si la vida fuese así de simple; si uno pudiese saltar a las partes buenas y saltarse las malas…
—¿Ama a algún hombre? —me preguntó Rochester de pronto.
—Sí; pero hay mucho mal aire entre nosotros. Acusó a mi hermano de un crimen que yo consideré injusto poner sobre los hombros de un muerto; mi hermano nunca tuvo la oportunidad de defenderse y las pruebas no eran muy sólidas. Me resulta difícil de perdonar.
—¿Qué hay que perdonar? —exigió Rochester—. Haga caso omiso del perdón y concéntrese en
vivir
. Para ustedes la vida es corta; demasiado corta como para permitir que pequeños problemas destruyan una felicidad que sólo será suya durante un breve momento.
—¡Por desgracia! —respondí—. ¡Está comprometido para casarse!
—¿Y eso qué importa? —se burló Rochester—. ¡Probablemente sea alguien tan inadecuado para él como Blanche Ingram lo es para mí.
Pensé en Daisy Mutlar y efectivamente parecía haber grandes similitudes.
Paseamos en silencio hasta que Rochester sacó un reloj de bolsillo y miró la hora.
—Ahora mismo mi Jane regresa de Gateshead. ¿Dónde está mi lápiz y mi cuaderno?
Busqué en mi chaqueta y saqué un cuaderno de dibujo y un lápiz.
—Tengo que encontrarla por accidente; pronto atravesará los campos en esta dirección. ¿Qué tal estoy?
Le enderecé la corbata y asentí para indicar mi satisfacción.
—¿Me considera guapo, señorita Next? —preguntó de súbito.
—No —respondí sinceramente.
—¡Bah! —exclamó Rochester—. ¡Duendes las dos! ¡Váyase, hablaremos más tarde!
Los dejé a lo suyo y regresé a la casa siguiendo el lago, muy concentrada en mis pensamientos.
Y así pasaron las semanas, el aire haciéndose más cálido y los capullos empezando a aparecer en los árboles. Apenas vi a Rochester o a Jane, ya que sólo tenían ojos el uno para el otro. La señora Fairfax no estaba muy impresionada por la unión, pero le dije que fuese razonable. Se puso nerviosa como una gallina vieja al oír ese comentario y regresó a sus labores. La rutina de Thornfield siguió siendo la normal durante los siguientes meses; la estación se convirtió en verano y allí estaba yo el día de la boda, invitada específicamente por Rochester y oculta en la sacristía. Vi al clérigo, un hombre enorme llamado señor Wood, preguntar si alguien conocía algún impedimento que hiciese que la boda no fuese legítima o aceptada por Dios. Oí al abogado comunicar el terrible secreto. Podía ver que Rochester estaba fuera de sí por la furia mientras Briggs leía la declaración jurada de Mason donde afirmaba que la loca era Bertha Rochester, la hermana de Mason y la esposa legítima de Rochester. Permanecí oculta mientras se desarrollaba la discusión, saliendo sólo cuando Rochester guió al pequeño grupo hasta la casa para conocer a su esposa loca. Yo no fui; fui a dar un paseo, respirando el aire fresco y evitando la tristeza y la angustia de la casa al comprender Rochester y Jane que no podrían casarse.
Al día siguiente, Jane ya se había ido. La seguí a una distancia segura para confirmar que tomaba el camino a Whitcross. Tenía el aspecto de una persona perdida que buscaba una vida mejor en alguna otra parte. La vigilé hasta perderla de vista y luego fui a almorzar a Millcote. Una vez que terminé la comida en The George, jugué a las cartas con tres jugadores ambulantes; para la hora de la cena ya les había ganado seis guineas. Mientras jugaba, un niño pequeño se presentó en la mesa.
—¡Hola, William! —dije—. ¿Qué hay de nuevo?
Me incliné hasta la altura del huérfano, que estaba vestido con ropas de adultos que le habían pasado y cosido para que se ajustasen.
—Le ruego disculpas, señorita Next, pero el señor Hedge ha desaparecido.
Me puse en pie de un salto, totalmente alarmada, eché a correr y no me detuve hasta llegar a The Millcote. Volé escaleras arriba, donde uno de mis espías de mayor confianza retorcía nervioso su gorra. La habitación de Hades estaba vacía.
—Lo lamento, señorita. Estaba abajo en el bar, sin beber, por supuesto; lo juro. Debió de escabullirse…
—¿Alguien más bajó las escaleras, Daniel? ¡Rápido!
—Nadie. Nadie excepto la anciana…
Cogí el caballo de uno de mis jinetes y llegué a Thornfield en la mitad de tiempo. Ninguno de los guardias en la entrada había visto a Hades. Entré y me encontré a Edward en la sala, sirviéndose de una botella de brandy. Alzó la copa cuando entré.
—Se ha ido, ¿no? —preguntó.
—Se ha ido.
—¡Maldición! ¡Malditas sean las circunstancias que me dejaron atrapado en la boda con esa imbécil y maldigo a mi hermano y a mi padre por acordar tal unión!
Se dejó caer en una silla y miró al suelo.
—¿Ya ha terminado su trabajo aquí? —preguntó con resignación.
—Creo que sí, sí. No me queda más que encontrar a Hades y podré irme.
—¿No está en The Millcote?
—Ya no.
—¿Pero espera capturarle?
—Así es; aquí parece estar debilitado.
—Entonces será mejor que diga la palabra clave. Puede que cuando llegue el momento, el tiempo no esté a nuestro favor. Más vale prevenir que curar.
—Cierto —admití—. Para abrir la puerta, hay que decir…
Pero en ese momento la puerta principal se abrió, una ráfaga de viento movió algunos papeles y unas pisadas familiares resonaron sobre las baldosas de la entrada. Me quedé inmóvil y miré directamente en dirección a Rochester, quien miraba a su copa.
—¿El código…?
Oí una voz llamando a
Pilot
. Poseía la resonancia profunda del amo de la casa.
—¡Maldita sea! —murmuró Hades al fundirse su disfraz de Rochester y saltar como un rayo a la pared, atravesando listones y yeso como si fuesen papel de arroz.
Para cuando llegué al pasillo ya había desaparecido; perdiéndose en los interiores de la casa. Rochester se me unió mientras yo prestaba atención a cualquier ruido que viniese de arriba, pero no nos llegó ningún sonido. Edward dedujo rápidamente lo sucedido y con celeridad convocó a los peones de su hacienda. En veinte minutos los tenía protegiendo el exterior de la casa, con órdenes estrictas de disparar a cualquiera que intentase escapar sin dar una contraseña acordada. Completada esa parte, regresamos a la biblioteca y Rochester sacó un juego de pistolas y las cargó con mucho cuidado. Miró inquieto mi Browning automática mientras él colocaba dos estopines sobre las boquillas de las pistolas y recolocaba los percusores.