Cuando la frontera anglo-galesa se cerró en 1965, la A4 desde Chepstow hasta Abertawe se convirtió en un pasillo de acceso por el que sólo se permitía el paso de hombres de negocios o camiones, ya fuese para realizar negocios en la ciudad o para recoger productos en los puertos. A ambos lados de la A4 galesa había alambradas de espino para recordar a los visitantes que no se permitía salirse de la ruta asignada.
Abertawe se consideraba una ciudad abierta —una «zona de libre comercio»—. Los impuestos eran bajos y las tarifas para el comercio casi no existían. Bowden y yo entramos conduciendo lentamente, siendo las torres de vidrio y las instituciones bancarias globales que se alineaban en la costa una demostración evidente de una filosofía de libre comercio que, aunque muy rentable,
no
era promovida con entusiasmo por todos los galeses. El resto de la República era mucho más reservado y tradicional: en algunos lugares, la pequeña nación apenas había cambiado en nada durante los últimos cien años.
—¿Ahora qué? —preguntó Bowden mientras aparcábamos frente al Primer Banco Nacional de Goliath.
Di un golpecito a la cartera de mano que Braxton me había dado la noche antes. Me había indicado que usase el contenido con sabiduría; tal y como iban las cosas, ésta era básicamente la última oportunidad que teníamos antes de que Goliath interviniese.
—Haremos autostop hasta Merthyr.
—No dirías algo así a menos que tuvieses un plan.
—No malgasté el tiempo mientras estuve en Londres, Bowden. Tengo algunos favores en el bolsillo. Por aquí.
Caminamos calle arriba, dejando atrás el banco y entrando por una calle lateral que estaba llena de tiendas que trataban con billetes de banco, medallas, monedas, oro —y algunos libros—. Pasamos por entre los comerciantes, que en su mayoría charlaban en galés, y nos paramos frente a una pequeña librería anticuaría cuyo escaparate estaba repleto hasta arriba con viejos volúmenes de conocimientos olvidados. Bowden y yo compartimos una mirada de ansiedad y, respirando hondo, abrí la puerta y entramos.
Una campanilla resonó en el fondo de la tienda y un hombre alto que andaba encorvado salió para recibirnos. Nos miró con suspicacia a través de un brote de pelo gris y un par de gafas de media luna, pero la suspicacia se transformó en una sonrisa al reconocerme.
—¡Thursday,
bach
! —murmuró, abrazándome con afecto—. ¿Qué te trae por aquí? Seguro que no te has venido hasta Abertawe para ver a un viejo.
—Necesito tu ayuda, Dai —dije en voz baja—. Ayuda como no la he necesitado nunca antes.
Debía de haber seguido las noticias, porque guardó silencio. Con delicadeza tomó uno de los primeros volúmenes de R. S. Thomas de las manos de un posible cliente, le dijo que era hora de cerrar y lo guió fuera de la tienda antes de que tuviese tiempo de quejarse.
—Éste es Bowden Cable —le expliqué mientras el librero atrancaba la puerta—. Es mi compañero; si puedes confiar en mí, puedes confiar en él. Bowden, éste es Jones
el Manuscrito
, mi contacto galés.
—¡Ah! —dijo el librero, dándole la mano a Bowden con efusividad—. Cualquier amigo de Thursday es amigo mío. Éste es Haelwyn
el Libro
—añadió, presentando a su ayudante, quien sonrió con timidez—. Bien, joven Thursday, ¿qué puedo hacer por ti?
Hice una pausa.
—Necesitamos llegar hasta Merthyr Tydfil…
El librero soltó una explosión de risa.
—
… esta noche
—añadí.
Dejó de reír y se fue detrás del mostrador, ordenando sin pensar mientras avanzaba.
—Tu reputación te precede, Thursday. Dicen que buscas
Jane Eyre
. Dicen que tienes buen corazón… y que te has enfrentado al mal y has sobrevivido.
—¿Qué más cuentan?
—Que la oscuridad camina por los valles —interrumpió Haelwyn con una buena dosis de fatalidad en la voz.
—Gracias, Haelwyn —dijo Jones—. El hombre que buscas…
—… y el Rhondda se ha cubierto de sombras durante las últimas semanas —siguió diciendo Haelwyn, quien evidentemente todavía no había terminado.
—Es suficiente, Haelwyn —dijo Jones con más seriedad—. Hay ejemplares nuevos de
La granja Cold Comfort
que es preciso enviar a Llan-dod, ¿vale?
Haelwyn se fue con expresión dolida.
—¿Qué hay de…? —empecé a decir.
—¡… y la leche sale agria de las ubres de las vacas! —gritó Haelwyn detrás de una estantería—. ¡Y durante los últimos días las brújulas de Merthyr se han vuelto todas locas!
—No le hagáis caso —explicó Jones disculpándose—. Lee muchos libros. ¿Pero cómo podría ayudaros? ¿Yo, un viejo librero sin contactos?
—Un viejo librero con ciudadanía galesa y acceso libre al otro lado de la frontera no necesita contactos para ir a donde quiera ir.
—Espera un momento, Thursday,
bach
; ¿quieres que
yo
os lleve a
vosotros
hasta Merthyr?
Asentí. Jones era la mejor y la única oportunidad que tenía, todo en uno. Pero le hacía tanta gracia el plan como yo había creído.
—¿Y por qué iba a querer hacer tal cosa? —preguntó de pronto—. ¿Sabes cuál es el castigo por contrabando? ¿Quieres ver a un viejo como yo acabando sus días en una celda de Skokholm? Me pides demasiado. Soy un viejo loco… no un viejo estúpido.
Ya había pensado que diría algo así.
—Si nos ayudas —empecé a decir, tomando la cartera—, te dejaré quedarte con…
esto
.
Puse una única hoja de papel sobre el mostrador, delante de él; Jones tomó aire con fuerza y se dejó caer sobre la silla con todo su peso. Sabía lo que era sin tener que examinarlo de cerca.
—¿Cómo… cómo lo has conseguido? —me preguntó suspicaz.
—El gobierno inglés desea fervientemente el regreso de
Jane Eyre
… tanto como para estar dispuesto a realizar un intercambio.
Se inclinó y recogió la hoja. Allí, en toda su gloria, se encontraba un primer borrador a mano de «Veo a los muchachos del verano», el primer poema de la antología que posteriormente se convertiría en
18 poemas
, la primera obra publicada de Dylan Thomas. Gales llevaba un tiempo reclamando su devolución.
—Esto no pertenece a ningún hombre sino a la República —anunció lentamente el librero—. Es su herencia cultural.
—Cierto —respondí—. Puedes hacer con el manuscrito lo que te apetezca.
Pero Jones
el Manuscrito
no iba a ceder. Podría haberle traído
Bajo el bosque
lácteo y a Richard Burton para que se lo leyese y
aun
así no nos hubiese llevado a Merthyr.
—¡Thursday, pides demasiado! —gimió—. ¡Aquí las leyes son
muy
estrictas! ¡La HeddluCyfrinach tiene ojos y oídos por todas partes…!
Quedé desolada.
—Lo comprendo, Jones… Y gracias.
—Yo les llevaré a Merthyr, señorita Next —interrumpió Haelwyn, dedicándome una media sonrisa.
—Es demasiado peligroso —murmuró Jones—. ¡Lo prohíbo!
—¡A callar! —respondió Haelwyn—. Deja de hablarme de esa forma. Todos los días leo aventuras… Ahora puedo participar en una. Además… anoche las farolas redujeron su potencia;
¡fue una señal!
Nos sentamos en la tienda de Jones hasta que se hizo de noche, luego pasamos una hora ruidosa e incómoda en el maletero del coche Griffin-12 de Haelwyn
el Libro
. Oímos el murmullo de voces galesas al atravesar la frontera y luego nos lanzamos sin piedad por la carretera llena de baches que llevaba a Merthyr. Había un segundo control justo en las afueras de la capital, lo que era raro; parecía que los movimientos de tropas inglesas habían puesto nerviosos a los militares. Unos minutos después el coche se detuvo y el maletero se abrió. Haelwyn nos indicó que saliésemos y nos estiramos con dolor después de viajar tan apretados. Nos indicó el camino al hotel Penderyn y yo le dije que si no habíamos regresado para la salida del sol es que no íbamos a volver. Sonrió y nos dio la mano, nos deseó buena suerte y se fue a visitar a su tía.
En ese momento, Hades se encontraba en el bar abandonado del hotel Penderyn, fumando una pipa y contemplando la vista a través de los grandes ventanales. Más allá del bellamente iluminado palacio de justicia se había alzado la luna llena que proyectaba un resplandor frío por la vieja ciudad repleta de luces y movimiento. Más allá de los edificios se hallaban las montañas, con las cumbres ocultas entre las nubes. Jane se encontraba al otro lado de la sala, sentada en el borde del asiento, mirando con furia a Hades.
—Una vista agradable, ¿no le parece, señorita Eyre?
—No es nada comparado con mi ventana en Thornfield, señor Hades —respondió Jane conteniendo la voz—. Aunque no es la mejor vista, he aprendido a amarla como a una vieja amiga, responsable e inalterable. Exijo mi regreso inmediato.
—Todo a su tiempo, querida amiga, todo a su tiempo. No pretendo hacerle daño. Sólo quiero ganar un montón de dinero, y luego podrá regresar con su Edward.
—La avaricia se apoderará de usted, opino yo, señor —respondió Jane con tranquilidad—. Quizá crea que le traerá la felicidad, pero no será así. La felicidad se sostiene con el alimento del amor, no con una dieta indigesta de dinero. ¡El amor por el dinero es la raíz de todos los males!
Acheron sonrió.
—Eres tan aburrida, ¿lo sabías?, Jane, con esa vena puritana. Deberías haberte ido con Rochester cuando tuviste la oportunidad en lugar de malgastarte con ese bobo de St. John Rivers.
—¡Rivers es un buen hombre! —declaró Jane furiosa—. ¡Él posee más bondad de la que usted conocerá nunca!
El teléfono sonó y Acheron la interrumpió con un gesto de la mano. Era Delamere, que hablaba desde una cabina de teléfonos en Swindon. Leía la sección de anuncios por palabras de
The Mole
.
—
Pronto habrá disponibles conejos de orejas caídas para ser acogidos en buenos hogares
—citó por el teléfono.
Hades sonrió y colgó el receptor. Después de todo, pensó, las autoridades estaban cooperando. Le hizo un gesto a Felix8, quien le siguió fuera de la sala, arrastrado con él a una recalcitrante Jane.
Bowden y yo tuvimos que forzar una ventana en las entrañas tenebrosas del hotel y nos encontramos en la vieja cocina: una estancia húmeda y desvencijada atestada de grandes equipos para la preparación de comida.
—¿Ahora adonde? —siseó Bowden.
—Arriba… Seguro que está en el salón de baile o algo así.
Encendí una linterna y miré los planos bosquejados con rapidez. Buscar los planos reales hubiese sido demasiado arriesgado con Goliath vigilando todos nuestros movimientos, así que Victor había dibujado de memoria la disposición básica del edificio. Abrí una puerta doble y nos encontramos en el piso inferior. Por encima teníamos el vestíbulo de entrada. Bajo el resplandor de las farolas que atravesaba las ventanas sucias, subimos cuidadosamente la escalera de mármol manchado. Estábamos cerca; podía sentirlo. Saqué la automática y Bowden hizo lo mismo. Miré al vestíbulo. Un busto de bronce de Y Brawd Ulyanov ocupaba orgulloso un lugar de honor en el enorme salón de entrada frente a las puertas principales cerradas. A la izquierda quedaba la entrada al bar y restaurante, y a la derecha el antiguo mostrador de recepción; por encima de nuestras cabezas, la majestuosa escalera se retorcía subiendo hasta los dos salones de baile. Bowden me tocó en el hombro y señaló. Las puertas del salón principal estaban entreabiertas, y por ellas surgía una delgada franja de luz naranja. Estábamos a punto de movernos cuando oímos pasos arriba. Nos ocultamos en las sombras y esperamos, conteniendo el aliento. Desde el piso de arriba, una pequeña procesión de gente descendía la amplia escalera de mármol. En cabeza iba un hombre al que reconocí como Felix8; sostenía en lo alto un candelabro con una mano y con la otra agarraba por la muñeca a una mujer pequeña. Iba vestida con ropas de cama victorianas y tenía un gabán sobre los hombros. Su rostro, aunque decidido, también transmitía desesperación e indefensión. Tras ella iba un hombre que no proyectaba sombra bajo la luz inquieta de las velas: Hades.
Vimos cómo entraban en la sala de fumadores. Rápidamente recorrimos de puntillas el vestíbulo y nos encontramos frente a la vistosa puerta. Conté hasta tres y entramos de golpe.
—¡Thursday! ¡Cariño, qué
predecible
!
Miré. Hades estaba sentado en un enorme sillón, sonriéndonos. Mycroft y Jane miraban abatidos desde un diván con Felix8 detrás de ellos sosteniendo dos pistolas automáticas apuntándonos a Bowden y a mí. Delante de todos ellos estaba el Portal de Prosa. Me maldije a mí misma por haber sido tan estúpida. Pude sentir que Hades estaba aquí; ¿había dado por supuesto que él no podría hacer lo mismo?
—Dejen sus armas, por favor —dijo Felix8.
Estaba demasiado cerca de Mycroft y Jane como para arriesgarme a disparar; la última vez que me encontré con él, le había visto morir. Dije lo primero que me vino a la cabeza.
—¿No he visto tu cara en otra parte?
Pasó de mí.
—Las armas, por favor.
—¿Y dejar que nos dispares como a dodos? Ni lo sueñes. Nos quedamos con ellas.
Felix8 no se movió. Nosotros teníamos las armas a un lado y las suyas nos apuntaban directamente. No le resultaría muy difícil, francamente.
—Pareces sorprendida de que te estuviese esperando —dijo Hades sonriendo un poco.
—Podría expresarse así.
—Las condiciones han cambiado, señorita Next. Creía que mis diez millones de rescate eran un montón de dinero, pero he recibido la oferta de alguien dispuesto a darme diez veces ese dinero sólo por la máquina de tu tío.
Mycroft se agitó infeliz. Hacía tiempo que había dejado de quejarse, sabiendo que era totalmente inútil. Ahora sólo esperaba las cortas visitas a Polly que le permitían.
—Si es así —dije lentamente—, entonces podrás devolver a Jane al libro.
Hades pensó durante un minuto.
—¿Por qué no? Pero primero, quiero que veas a alguien.
Se abrió una puerta a nuestra izquierda y Jack Schitt entró. Le flanqueaban tres de sus hombres y todos ellos llevaban rifles de plasma. La situación, me di cuenta, era en general bastante menos que favorable. Le murmuré una disculpa a Bowden y luego dije:
—¿Goliath? ¿Aquí, en Gales?
—No hay puertas cerradas para la Corporación, señorita Next. Vamos y venimos como nos conviene.