Me ofreció la mano y sonrió de oreja a oreja mientras varias personas cercanas aplaudían. Se disparó una batería de flashes y una niña me entregó un ramo de flores y otro periodista me preguntó qué tipo de persona era Rochester en
realidad
. El chofer me tomó del brazo y me guió al interior del edificio.
—El coronel Phelps la está esperando, señorita Next —murmuró afable.
La multitud se dividió mientras me guiaba hasta un salón inmenso lleno casi por completo. Parpadeé como una estúpida y miré a mi alrededor. Había murmullos emocionados, y mientras recorría el pasillo principal podía oír que la gente repetía mi nombre. En el foso de la orquesta se había improvisado una sala de prensa en la que se podía ver todo un mar de periodistas sentados pertenecientes a todas las cadenas importantes. El encuentro de Swindon se había convertido en el punto focal de los sentimientos populares sobre la guerra; lo que se dijese aquí tendría gran trascendencia. Llegué al escenario, donde se habían montado dos mesas. Los dos lados de la cuestión estaban claramente delineados. El coronel Phelps estaba sentado bajo una enorme bandera inglesa; su mesa estaba profusamente adornada con banderines y varias plantas en macetas, cuadernos de notas abiertos y montones de panfletos listos para ser distribuidos. Le acompañaban en su mayoría miembros uniformados de las fuerzas armadas que habían servido en la península. Todos ellos estaban más que dispuestos a hablar a grandes voces sobre la importancia de Crimea. Incluso uno de los soldados llevaba el nuevo rifle de plasma.
Al otro lado del escenario se encontraba la mesa «anti». También estaba bien poblada de veteranos, pero ninguno llevaba uniforme. Reconocí a los dos estudiantes del campo de aviación y a mi hermano Joffy, quien sonrió y formó con la boca:
—¡Cuidado, Bodoque!
La multitud guardaba silencio; habían oído que vendría y aguardaban mi llegada.
Las cámaras me siguieron mientras me aproximaba a los escalones del escenario y subía con tranquilidad. Phelps se puso en pie para recibirme, pero seguí caminando y me senté en la mesa «anti», ocupando el sitio que uno de los estudiantes me había dejado libre. Phelps quedó conmocionado; se puso de un rojo brillante, pero se controló cuando se dio cuenta de que las cámaras seguían todos sus movimientos.
Lydia Startright me había seguido al escenario. Estaba allí para moderar el encuentro; ella y el coronel Phelps habían insistido en esperar mi llegada. Startright se alegraba de haberlo hecho; Phelps no.
—Damas y caballeros —anunció Lydia con grandilocuencia—, la mesa de negociaciones en Budapest está vacía y se espera el inicio de una ofensiva. Mientras un millón de soldados se miran unos a otros a través de la tierra de nadie, nos preguntamos: ¿cuál es el precio de Crimea?
Phelps se puso en pie para hablar pero yo fui más rápida.
—Sé que el chiste es viejo —empecé—, pero un anagrama simple de «Crimea» es «Un Crimen»
[8]
—Pausa—. Así es como lo veo y desafiaría a cualquiera a demostrarme que no es así. Incluso el coronel Phelps estaría de acuerdo conmigo en que ya es hora de dar permanentemente por terminado el tema de Crimea.
El coronel Phelps asintió.
—Donde el coronel y yo no coincidimos es en mi creencia de que Rusia es la que más derecho tiene al territorio.
Era un comentario controvertido; los partidarios de Phelps estaban bien preparados e hicieron falta diez minutos para restaurar el orden. Startright los hizo callar a todos y por fin pude terminar mi argumento.
—Hace apenas dos meses tuvimos una muy buena oportunidad de acabar con todo este disparate. Inglaterra y Rusia estaban sentadas a la mesa, discutiendo los términos de una retirada completa de las tropas inglesas.
Se produjo un silencio total. Phelps se recostó en su silla y me miraba con gran atención.
—Pero entonces llegó el rifle de plasma. Nombre en código: Stonk.
Bajé la vista un momento.
—Este Stonk era la clave, el secreto de una nueva ofensiva y el reinicio posible de una guerra que, gracias a Dios, ha carecido relativamente de lucha real durante los últimos ocho años. Pero hay un problema. La ofensiva tiene cimientos de barro; a pesar de todo lo que se ha dicho y hecho, el rifle de plasma es falso…
¡El Stonk no funciona!
En la cámara se alzó un murmullo excitado. Phelps me miró adusto, estremeciendo las cejas. Le susurró algo a un general de brigada que estaba sentado a su lado.
—Las tropas inglesas esperan un arma nueva que
no
llegará. La Corporación Goliath ha tratado de tonto al gobierno inglés; a pesar de una inversión de mil millones de libras, el rifle de plasma tendrá tanta utilidad en Crimea como un palo de escoba.
Me senté. Todos apreciaron la importancia de lo que había dicho, ya se tratase de los presentes o de los que veían el programa en directo; en ese mismo momento el ministro de la guerra inglés descolgaba el teléfono. Quería hablar con los rusos antes de que sucediese algo irreparable…, un ataque, por ejemplo.
De vuelta al salón en Swindon, el coronel Phelps se puso en pie.
—Grandiosas afirmaciones de alguien que está trágicamente mal informado —entonó paternalista—. Todos hemos presenciado el poder destructivo del Stonk y su efectividad no es la razón de esta charla.
—Demuéstrelo —respondí—. Veo que tienen con ustedes un rifle de plasma. Vayamos al parque y lo probamos. Incluso me puede apuntar a mí, si lo desea.
Phelps se detuvo, y en esa pausa perdió la discusión… y la guerra. Miró al soldado que llevaba el arma, quien le miró a él nervioso.
Phelps y su gente abandonaron el escenario para ocultarse de la multitud. Había tenido la esperanza de ofrecer su discurso de una hora cuidadosamente ensayado sobre el recuerdo de los hermanos perdidos y el valor de la camaradería; no volvió a hablar en público nunca más.
En cuatro horas se había declarado un alto el fuego por primera vez en 131 años. En cuatro semanas, los políticos volvían a reunirse en la mesa de Budapest. En cuatro meses, todos los soldados ingleses habían abandonado la península. En cuanto a la Corporación Goliath, pronto se les pidió cuentas por su engaño. Expresó una ignorancia muy poco convincente de todo el asunto, echando la culpa por completo sobre los hombros de Jack Schitt. Yo había tenido la esperanza de que se les recriminase un poco más, pero al menos me quitó a Goliath de encima.
Casados
«Landen y yo nos casamos el mismo día en que se declaró la paz en Crimea. Landen me dijo que había sido para ahorrarse la factura de las campanas. Miré a mi alrededor un poco nerviosa cuando el párroco llegó a lo de “Que hable ahora o que calle para siempre”, pero allí no había nadie. Me reuní con la Federación Brontë y pronto se acostumbraron a la idea del nuevo final, sobre todo cuando comprendieron que ellos eran los únicos que se oponían. Yo lamentaba las heridas de Rochester y el incendio de la casa, pero me alegraba que él y Jane, después de más de cien años de insatisfacción, hubiesen encontrado al fin la paz y la felicidad verdaderas que tan en exceso merecían.»
T
HURSDAY
N
EXT
Una vida en OpEspec
La recepción resultó ser mayor de lo que habíamos imaginado y a las diez ya había ocupado también el jardín de Landen. Boswell se había emborrachado un poco, así que lo metí en un taxi y lo mandé al Finis. Paige Turner había intimado con el saxofonista… Nadie los había visto durante la última hora. Landen y yo disfrutábamos de un pequeño momento para nosotros solos. Le apreté la mano y pregunté:
—¿
Realmente
te habrías casado con Daisy si Briggs no hubiese intervenido?
—¡Tengo las respuestas que querías, garbancito!
—¿Papá?
Estaba vestido con el uniforme completo de coronel de la CronoGuardia.
—He estado pensando en lo que dijiste y he estado investigando un poco.
—Lo lamento, papá, no tengo ni idea de qué estás hablando.
—¿No recuerdas? Hablamos hace unos dos minutos.
—No.
Frunció el ceño y nos miró a los dos, luego al reloj.
—¡Maldita sea! —exclamó—. Debo de haber llegado temprano. ¡Malditos cronógrafos!
Tocó el dial y se fue rápidamente sin decir nada más.
—¿Tu padre? —preguntó Landen—. ¿No habías dicho que estaba fugado?
—Lo estaba. Lo está. Lo estará… Ya sabes.
—¡Garbancito! —otra vez mi padre—. ¿Sorprendida de verme?
—En cierta forma.
—¡Felicidades a los dos!
Comprobé que la fiesta seguía en marcha. El tiempo no se había detenido. No pasaría mucho tiempo antes de que la CronoGuardia le localizase.
—¡Al infierno con OE-12, Thursday! —dijo, adivinando mis pensamientos y cogiendo una copa de un camarero que pasaba—. Quería conocer a mi yerno.
Se volvió hacia Landen, le agarró la mano y le valoró con cuidado.
—¿Cómo estás, chico? ¿Te has hecho una vasectomía?
—Bien, no —respondió Landen, algo avergonzado.
—¿Algún golpe fuerte jugando al rugby?
—No.
—¿Una coz de caballo ahí abajo?
—No.
—¿Una pelota de criquet en la entrepierna?
—
¡No!
—Vale. Entonces es posible que saquemos nietos de este fiasco. Y ya era hora de que la pequeña Thursday se dedicase a soltar algunos críos en lugar de correr por ahí como un cerdito salvaje de montaña… —Hizo una pausa—. Me miráis raro.
—Estuviste aquí no hace ni un minuto.
Frunció el ceño, alzó una ceja y miró furtivamente a su alrededor.
—Si
era
yo y me
conozco
a mí mismo, entonces estaré oculto en algún lugar cercano. ¡Oh, sí, mira! ¡Ahí estoy!
Señaló una esquina del jardín donde una figura se ocultaba en las sombras tras un cobertizo de jardín. Entrecerró los ojos y recorrió la cadena de acontecimientos más lógica.
—Veamos. Debo de haberme ofrecido a hacerte un favor, lo he hecho y he regresado un poco antes de tiempo; suele pasar en mi trabajo.
—¿Qué favor podría haber pedido? —aventuré, todavía confundida pero más que dispuesta a jugar.
—No sé —dijo mi padre—. Una pregunta candente sobre la que se ha discutido mucho a lo largo de los años pero que, hasta ahora, no ha tenido respuesta.
Pensé durante un momento.
—¿Qué tal la autoría de las obras de Shakespeare?
Sonrió.
—Muy bien. Veré qué puedo hacer.
Se terminó la copa.
—Bien, una vez más, felicidades a los dos; debo irme. El tiempo no espera por nadie, como nos gusta decir.
Sonrió, nos deseó felicidad para el futuro y se fue.
—¿Puedes explicar
qué
pasa exactamente? —preguntó Landen, totalmente confundido, no tanto por los acontecimientos en sí como por el orden en que se estaban produciendo.
—En realidad, no.
—¿Ya me he ido, garbancito? —preguntó mi padre, quien había regresado de su escondite tras el cobertizo.
—Sí.
—Bien. Bueno, descubrí lo que querías saber. Fui a Londres en 1610 y descubrí que Shakespeare no era más que un actor con una carrera secundaria y potencialmente vergonzosa como comerciante de artículos en saco en Stratford. No es de extrañar que no se lo comentase a nadie… ¿Lo harías tú?
Efectivamente, era muy interesante.
—Entonces, ¿quién las escribió? ¿Marlowe? ¿Bacon?
—No; eso resultó ser un problemilla. Verás, nadie había
oído
hablar de las obras, y menos aún escribirlas.
No comprendía.
—¿A qué te refieres? ¿No las había?
—Eso es exactamente lo que digo. No existen. Nunca se escribieron. Ni él las escribió, ni nadie.
—Lo lamento —dijo Landen, nada dispuesto a tragarse más—, pero vimos
Ricardo III
hace sólo seis semanas.
—Claro —dijo mi padre—. El tiempo está desarticulado
a lo grande
. Era evidente que había que hacer algo. Llevé un ejemplar de las obras completas conmigo y se lo entregué al actor Shakespeare en 1592 para que las distribuyese según una cronología. ¿Responde eso a tu pregunta?
Seguía confundida.
—Entonces,
no fue
Shakespeare el autor de las obras.
—¡Definitivamente no! —admitió mi padre—. Ni tampoco Marlowe, Oxford, De Vere, Bacon o cualquiera de los otros.
—¡Pero eso no es posible! —exclamó Landen.
—Al contrario —respondió mi padre—. Considerando las gigantescas escalas temporales del cosmos, lo imposible es muy habitual. Cuando hayas vivido tanto como yo, sabrás que
cualquier cosa
es posible.
El tiempo está desarticulado; ¡Oh, maldito fastidio, que yo naciese para enderezarlo!
—¿Tú añadiste esa parte? —pregunté, habiendo dado siempre por supuesto que citaba a
Hamlet
y no al revés.
Sonrió.
—Una pequeña vanidad personal que estoy seguro me disculparán, Thursday. Además: ¿quién iba a enterarse?
Mi padre miró la copa vacía, buscó en vano un camarero y luego dijo:
—A estas alturas Lavoisier me habrá localizado. Juró capturarme y es francamente bueno. Debería serlo; fuimos compañeros durante casi siete siglos. Sólo una cosa más: ¿cómo murió el duque de Wellington?
Recordé que ya me lo había preguntado.
—Como te dije, papá, murió en la cama en 1852.
Padre sonrió y se frotó las manos.
—¡
Excelentes
noticias! ¿Y Nelson?
—Recibió un disparo francés en Trafalgar.
—¿En serio? Bien, no se puede ganar siempre: buena suerte, a los dos. Un niño o una niña estaría bien; uno de cada todavía mejor.
Se inclinó y bajó la voz.
—No sé cuándo voy a regresar, así que prestad atención. Nunca compréis un coche azul o una piscina para niños, manteneos alejados de las ostras y las sierras circulares, y no os acerquéis a Oxford en junio de 2016. ¿Entendido?
—¡Sí, pero…!
—¡Bien, pip pip, el tiempo no espera por nadie!
Me volvió a abrazar, le dio la mano a Landen y luego se perdió en la multitud antes de que pudiésemos preguntarle nada más.
—Ni siquiera
intentes
entenderlo —le dije a Landen, colocándole un dedo sobre los labios—. Es un área de OpEspec en la que es mejor no pensar.
—¡Pero si…!
—¡Landen…! —dije con más severidad—. ¡No…!
Bowden y Victor también estaban en la fiesta. Bowden se alegraba por mí y había aceptado con tranquilidad la idea de que no me uniría a él en Ohio, ya fuese como esposa o ayudante. Oficialmente le habían ofrecido el trabajo pero lo rechazó; dijo que había demasiada diversión en la división de detectives literarios de Swindon y que se lo volvería a pensar en la primavera; Finisterre había ocupado su lugar. Pero en este momento, tenía algo más en mente. Sirviéndose una copa bien cargada, se acercó a Victor, quien charlaba animadamente con una mujer anciana de la que se había hecho amigo.