El caso Jane Eyre (40 page)

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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

BOOK: El caso Jane Eyre
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—Las balas sólo le ponen furioso —le dije.

—¿Tiene una idea mejor?

No dije nada.

—Entonces, será mejor que me siga. ¡Cuanto antes salga esta amenaza de mi libro, mejor!

Todos excepto Grace Poole y la loca habían salido de la casa, y la señora Poole había recibido instrucciones de no abrir la puerta a nadie hasta la mañana por ningún motivo, ni siquiera al señor Rochester. Rochester y yo empezamos por la biblioteca y pasamos al comedor, y luego al recibidor de tarde. Después registramos el recibidor de mañana y luego el salón de baile. Todo estaba vacío. Regresamos a la escalera donde habíamos situado a John y a Mathew, que juraron no haber visto pasar a nadie. Para entonces ya había caído la noche; los hombres de guardia habían recibido antorchas y su escasa luz parpadeaba en el pasillo. Las escaleras y los paneles de la casa eran de madera oscura que reflejaba mal la luz; el vientre de una ballena hubiese estado mejor iluminado. Llegamos a lo alto y miramos a izquierda y a derecha, pero la casa estaba oscura y me maldije por no haber traído una buena linterna. Como si fuese en respuesta a mis pensamientos, una ráfaga de viento apagó las velas y en algún punto por delante se cerró una puerta. Mi corazón se detuvo un instante y Rochester lanzó un juramento al chocar contra un arcón de roble. Yo volví a encender con rapidez el candelabro. Bajo el resplandor cálido nos podíamos ver las caras asustadas, y Rochester, al comprender que mi rostro era un reflejo del suyo, se envalentonó para la tarea que quedaba y gritó:

—¡Cobarde! ¡Muéstrate!

Hubo un estruendo y un brillante destello de color naranja cuando Rochester disparó en dirección a la escalera que llevaba a las habitaciones de arriba.

—¡Ahí! Ahí va, como un conejo; ¡imagino que le he herido!

Corrimos hasta ese punto, pero no había sangre; simplemente la bala pesada hundida en el pasamanos.

—¡Le tenemos! —exclamó Rochester—. ¡De ahí arriba sólo se puede escapar por el tejado y no hay forma de bajar sin arriesgarse a romperse el cuello con el desagüe!

Subimos las escaleras y nos encontramos en el pasillo superior. Allí arriba las ventanas eran grandes, pero aun así el interior era insoportablemente tenebroso. Nos detuvimos de pronto. A medio camino del pasillo, de pie en las sombras y con la cara iluminada por la luz de una única vela, se encontraba Hades. Correr y ocultarse estaba lejos de ser su estilo. Sostenía la vela encendida cerca de un papel enrollado que yo sabía que sólo podía ser el poema de Wordsworth donde estaba prisionera mi tía.

—¡La clave, por favor, señorita Next!

—¡Nunca!

Colocó la vela más cerca del papel y me sonrió.

—¡La clave,
por favor
!

Pero su sonrisa se convirtió en expresión de agonía; dejó escapar un alarido brutal y vela y poema cayeron al suelo. Se volvió lentamente para revelar la causa de su dolor. Allí, en la espalda y aferrada con voluntad de hierro se encontraba la señora Rochester, la loca de Jamaica. Rió como una posesa y retorció las tijeras que había hundido entre los omóplatos de Hades. Él gritó una vez más y cayó de rodillas, mientras la llama de la vela incendiaba la capa de cera para pulir que se había acumulado sobre un escritorio. Las llamas ansiosas envolvieron el mueble y Rochester arrancó algunas cortinas para apagarlas. Pero Hades volvía a estar en pie, con fuerzas renovadas: las tijeras habían salido. Apuntó un golpe a Rochester y le dio en la barbilla; Edward se tambaleó y cayó con fuerza sobre el suelo. Una alegría demente pareció apoderarse de Acheron mientras cogía una lámpara de alcohol de un aparador y la lanzaba al extremo del pasillo; estalló en llamas y prendió algunas colgaduras. Se volvió hacia la loca, quien fue a por él en una confusión de miembros agitándose. Con destreza, la mujer sacó el castigado libro de instrucciones de Mycroft del bolsillo de Hades, emitió un grito demoníaco de triunfo y salió corriendo.

—¡Ríndete, Hades! —grité, disparando dos veces.

Acheron se tambaleó por el impacto de las balas, pero se recuperó con rapidez y corrió tras Bertha y la libreta. Yo recogí el valioso poema y tosí por el espeso humo que empezaba a llenar el pasillo. Ahora también ardían las cortinas. Puse a Rochester en pie. Corrimos tras Hades, dándonos cuenta de que Acheron había iniciado otros fuegos mientras perseguía el manual de instrucciones y a la criolla trastornada. Les alcanzamos en el enorme dormitorio de atrás. Parecía un momento tan bueno como cualquier otro para abrir el portal; la cama ya ardía y Hades y Bertha jugaban a un juego estrafalario de gato y ratón con ella sosteniendo la libreta y blandiendo las tijeras en su dirección, algo a lo que él realmente parecía tenerle miedo.

—¡Diga las palabras! —le dije a Rochester.

—¿Y son?

—¡Dulce locura!

Rochester las gritó. Nada. Las gritó todavía más fuerte. Todavía nada. Yo había cometido un error.
Jane Eyre
estaba escrita en primera persona. Lo que Bowden y Mycroft estuviesen leyendo en el hotel era lo que Jane estaba experimentando —lo que nos pasase a nosotros no salía en el libro y jamás saldría—. No se me había ocurrido.

—¿Ahora qué? —preguntó Rochester.

—No sé.
¡¡¡Cuidado!!!

Bertha había saltado con furia hacia nosotros y salió corriendo por la puerta, seguida de cerca por Hades, quien tenía tal intención de recuperar el manual de instrucciones que nosotros dos le resultábamos de importancia secundaria. Les seguimos por el pasillo, pero la escalera era ahora un muro de llamas y el calor y el humo nos hizo retroceder. Tosiendo y con los ojos llorosos, Bertha escapó al tejado con Hades, Rochester y yo siguiéndola de cerca. El aire fresco resultó agradable tras el interior lleno de humo de Thornfield. Bertha nos llevó por el tejado de plomo del salón de baile. Podíamos ver que el fuego se había extendido a los pisos de abajo, que los muebles y los suelos muy encerados ofrecían sustento suficiente a las llamas hambrientas; en unos minutos la enorme casa de madera sería un infierno.

La loca bailaba una danza lánguida vestida con las ropas de cama; un recuerdo lejano, quizá, de la época en que era una dama, todo un mundo de diferencia con la patética existencia que soportaba ahora. Gruñó como un animal enjaulado y amenazó a Hades con las tijeras mientras él maldecía y rogaba por la devolución del manual, que ella blandía burlona. Rochester y yo mirábamos, con las ventanas que estallaban y el crepitar del fuego puntuando el silencio de la noche.

Rochester, molesto por no tener nada que hacer y cansado de ver a su esposa y a Hades bailando esa danza macabra, apuntó con la segunda pistola y le acertó a Hades en la parte baja de la espalda. Hades se volvió, sin haber sufrido daño pero furioso. Sacó su propia arma y como respuesta disparó varias veces mientras Rochester y yo nos ocultábamos tras una chimenea. Bertha se aprovechó de la oportunidad y clavó las tijeras todo lo que pudo en el brazo de Hades. Este aulló de dolor y terror y dejó caer el arma. Bertha bailó feliz a su alrededor, carcajeándose, mientras Hades caía de rodillas.

Un quejido me hizo volverme. Uno de los disparos de Acheron había atravesado directamente la palma de Rochester. Se sacó el pañuelo y yo le ayudé a vendar la mano destrozada.

Volví a mirar justo cuando Hades se sacaba las tijeras del brazo; volaron por el aire y aterrizaron cerca. Poderoso una vez más y tan furioso como un león, saltó contra Bertha, la agarró con fuerza por la garganta y recuperó la libreta. Luego la levantó y la sostuvo sobre su cabeza, mientras ella emitía un chillido demente que conseguía ahogar el sonido del fuego. Durante un momento quedaron destacados en silueta contra el fondo de llamas que ahora se elevaban hacia el cielo nocturno, luego Hades dio dos pasos rápidos hacia el parapeto y lanzó a Bertha, su aullido quedó silenciado sólo por el golpe seco al golpear el suelo tres pisos más abajo. Él se apartó del parapeto y se volvió hacia nosotros con los ojos abrasadores.

—Dulce locura, ¿eh? —rió—. Jane está con sus primos; la narración la acompaña. ¡Y yo tengo el manual!

Lo agitó en mi dirección, se lo metió en el bolsillo y cogió la pistola.

—¿Quién será el primero?

Disparé, pero Hades cerró la mano sobre la bala volante. Abrió el puño; la bala estaba aplastada convertida en un pequeño disco de plomo. Sonrió mientras una lluvia de chispas se alzaba detrás de él. Volví a disparar y volvió a atrapar la bala. La corredera de mi automática se colocó en la posición hacia atrás, vacía y lista para el siguiente cargador. Tenía uno, pero no me parecía que fuese a servir de mucho. Lo inevitable hizo acto de presencia: había estado bien, había sobrevivido ante él más que cualquier otra persona con vida y había hecho todo lo humanamente posible. Pero la suerte no siempre está de nuestro lado; la mía acababa de expirar.

Hades me sonrió.

—La oportunidad lo es todo, señorita Next. Tengo la clave, el manual y la ventaja. El juego de la espera, como puede comprobar, es efectivo.

Me miró con expresión triunfante.

—Quizá te sea un consuelo saber que había planeado concederte el honor de ser Felix9. Siempre te recordaré como mi mejor adversaria; te saludo por ello. Y tenías razón…, nunca negociaste.

Yo no prestaba atención. Pensaba en Tamworth, Snood y el resto de las víctimas de Hades. Miré a Rochester, que acunaba su mano ensangrentada; ya no podía luchar.

—Crimea nos hará ganar una fortuna —siguió diciendo Hades—. ¿Cuánto beneficio se podrá sacar de cada rifle de plasma? ¿Quinientas libras? ¿Un millar? ¿Diez mil?

Pensé en mi hermano en Crimea. Me había dicho que fuese a recogerle, pero nunca lo hice. A mi regreso, el vehículo recibió un impacto de artillería. Tuvieron que retenerme por la fuerza para evitar que cogiese otro y volviese al campo de batalla. No volví a verle. Nunca me he perdonado haberle abandonado.

Hades seguía parloteando, y me encontré casi deseando que acabase de una vez. Después de todo lo que me había pasado en la vida, la muerte de pronto casi parecía una opción cómoda. En el momento más intenso de la batalla hay quien dice que se encuentra una calma donde uno puede pensar tranquila y fácilmente, el trauma de lo que te rodea filtrado por la pesada cortina de la conmoción. Estaba a punto de morir, y a mi mente sólo llegaba una pregunta aparentemente banal: ¿por qué demonios las tijeras de Bertha habían provocado un efecto tan perjudicial en Hades? Miré a Acheron, que formaba con la boca palabras que yo no podía oír. Me puse en pie y me disparó. Simplemente jugaba conmigo y la bala pasó muy lejos —yo ni siquiera parpadeé—. Las tijeras eran la clave; eran de
plata
. Metí la mano en el bolsillo del pantalón en busca de la bala de plata que me había dado Spike. Acheron, vanidoso y arrogante, malgastaba el tiempo con un discurso pomposo de adulación propia. Pagaría caro ese error. Metí la bala reluciente en mi automática y solté la corredera. Entró en la recámara sin problemas, apunté, apreté el gatillo y vi que algo le golpeaba el pecho. Durante un momento no pasó nada. Luego Acheron dejó de hablar y se llevó la mano allí donde había entrado la bala. Se llevó los dedos a la cara y los miró con sorpresa y conmoción; estaba acostumbrado a tener las manos manchadas de sangre —pero jamás con la suya propia—. Se volvió hacia mí, empezó a decir algo pero se tambaleó antes de caer pesadamente de cara y dejar definitivamente de moverse. Acheron Hades, el tercer hombre más malvado del planeta, estaba muerto al fin, derribado en el tejado de Thornfield Hall sin que nadie llorase su pérdida.

Hubo poco tiempo para reflexionar sobre la defunción de Hades; las llamas seguían creciendo. Cogí el manual de Mycroft y luego puse a Rochester en pie. Llegamos hasta el parapeto; el tejado se había puesto caliente y podíamos sentir que las vigas bajo nuestros pies empezaban a flexionarse y ceder, haciendo que el tejado de plomo ondulase como si estuviese vivo. Miramos, pero no había forma de bajar. Rochester me agarró la mano y corrimos por el tejado hasta otra ventana. La abrió de un golpe y un soplo de aire caliente nos obligó a agacharnos.

—¡Escalera del servicio! —Tosió—. ¡Por aquí!

Rochester sabía cómo orientarse al tacto por el pasillo oscuro y lleno de humo, y yo le seguí obediente, agarrándome a los faldones de su chaqueta para evitar perderme. Llegamos a lo alto de la escalera del servicio; aquí no parecía que el fuego fuese muy fuerte y Rochester me guió abajo. Estábamos a medio camino cuando una bola de fuego se encendió en la cocina y envió una masa de fuego y gases calientes a través del pasillo y escaleras arriba. Vi un inmenso resplandor rojo surgir frente a mí mientras la escalera cedía. Después de eso, la oscuridad.

33

Casi al final de
su
libro

«Esperamos la llamada de Thursday, la contraseña, pero no llegó. Leí cuidadosamente la narración, buscando alguna pista de qué le había sucedido. Había sospechado que Thursday podría decidir quedarse en el libro si le resultaba imposible capturar a Hades. El desenlace se acercaba; Jane se iría a la India y el libro concluiría. Una vez que sucediese eso, podríamos apagar la máquina. Thursday y Polly estarían perdidas para siempre.»

Del diario de B
OWDEN
C
ABLE

Abrí los ojos, fruncí el ceño y miré a mi alrededor. Me encontraba en una habitación pequeña pero bien amueblada cerca de una ventana medio abierta. En el jardín, la brisa agitaba unos álamos, pero no reconocí la vista; no estaba en Thornfield. Se abrió la puerta y entró Mary.

—¡Señorita Next! —dijo con amabilidad—. ¡Qué susto nos ha dado!

—¿Llevo mucho tiempo inconsciente?

—Tres días. Una conmoción muy mala, dijo el doctor Carter.

—¿Dónde…?

—Estamos en Ferndean, señorita Next —respondió Mary con tono tranquilizador—, una de las otras propiedades del señor Rochester. Debe de estar débil; le traeré caldo.

Le agarré el brazo.

—¿Y el señor Rochester?

Hizo una pausa y me sonrió, me acarició la mano y me dijo que debería ir a buscar el caldo.

Me quedé acostada, pensando en la noche en que ardió Thornfield. Pobre Bertha Rochester. ¿Había comprendido que nos había salvado la vida por su fortuita elección de arma? Quizás, en algún lugar de su mente trastornada, había estado en sintonía con la abominación que había sido Hades. Nunca llegaría a saberlo, pero le daba igualmente las gracias.

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