—Quizá se refería a otra cosa.
—¿Como qué, Bowden?
—Sólo hablo gales turístico, pero «Gwesty» significa hotel.
—Dios mío —dijo Victor.
—¿Victor? —inquirí, pero él estaba muy ocupado rebuscando en un enorme montón de mapas que había acumulado; cada uno tenía algún Penderyn señalado.
Extendió un enorme mapa callejero de Merthyr Tydfil sobre la mesa y señaló a un lugar entre el palacio de justicia y la sede del gobierno. Nos esforzamos por ver lo que señalaba el dedo, pero la posición no venía descrita.
—El hotel Penderyn —anunció Victor con tono grave—. Allí pasé la luna de miel. En su día, igualaba al Adelphi o al Raffles, pero está vacío desde los años sesenta. Si yo quisiese un refugio seguro…
—Ahí está —anuncié, mirando con mucha inquietud el mapa de la capital galesa—. Ahí es donde le encontraremos.
—¿Y cómo crees que vamos a entrar en Gales sin ser detectados, llegar hasta una zona muy protegida, recuperar a Mycroft y el manuscrito y volver a salir de una pieza? —preguntó Bowden—. ¡Hace falta un mes para obtener el visado!
—Encontraremos una forma de entrar —dije lentamente.
—¡Estás loca! —dijo Victor—. ¡Braxton jamás lo permitiría!
—Ahí es donde intervienes tú.
—¿Yo? Braxton no me hará caso a
mí.
—Creo que está a punto de empezar a prestarte atención.
Jane Eyre
«
Jane Eyre
se publicó en 1847, bajo el seudónimo de Currer Bell, un nombre adecuadamente neutro que ocultaba el sexo de Charlotte Brontë. Fue un gran éxito. William Thackeray describió la novela como “La obra maestra de un gran genio”. No es que el libro careciese de críticos: G. H. Lewes propuso que Charlotte debería estudiar la obra de Austen y “corregir sus limitaciones a la luz de la práctica de la gran artista”. Charlotte respondió que la obra de la señorita Austen era apenas —bajo la luz de lo que ella deseaba hacer— una novela. La definió como “un jardín muy cultivado sin campo abierto”. El jurado todavía no ha alcanzado un veredicto.»
W. H. H. F. R
ENOUF
Las Brontë
Hobbes agitó la cabeza al enfrentarse al relativo desconocimiento de los pasillos del hogar de Rochester, Thornfield Hall. Era de noche, y un silencio mortal había descendido sobre la casa. El pasillo estaba oscuro y trasteó con la linterna. Un resplandor de luz naranja apuñaló la oscuridad mientras recorría lentamente el pasillo superior. Frente a él, podía ver una puerta un poco entreabierta, a través de la cual salía un resplandor de luz de vela. Se detuvo junto a la puerta y miró. En el interior pudo ver a una mujer vestida con andrajos y con el pelo revuelto que vertía el aceite de una lámpara sobre las colchas bajo las que dormía Rochester. Hobbes supo orientarse; sabía que Jane extinguiría pronto el fuego, pero no tenía forma de saber de qué puerta saldría. Se volvió al pasillo y el alma casi se le escapa del cuerpo cuando se encontró cara a cara con una enorme mujer colorada. Olía fuertemente a bebida, poseía un rostro agresivo y le miraba con un desprecio apenas controlado. Se quedaron mirándose durante unos momentos. Hobbes preguntándose qué hacer y la mujer temblando ligeramente, sin que sus ojos abandonasen jamás los de él. Hobbes se asustó y fue a coger su pistola, pero con una velocidad totalmente improbable la mujer le atrapó el brazo y se lo sostuvo pegado a la pared con tal fuerza que él sólo pudo evitar aullar de dolor.
—¿Qué hace aquí? —susurró ella, mientras la temblaba una ceja.
—En nombre de Dios, ¿quién es usted? —preguntó Hobbes.
Ella le dio una bofetada en plena cara; él se tambaleó antes de recuperarse.
—Me llamo Grace Poole —dijo Grace Poole—. Puede que pertenezca al servicio, pero usted no tiene derecho a usar el nombre del Señor en vano. Veo por su indumentaria que no es de por aquí. ¿Qué quiere?
—Estoy, eh, con el señor Mason —dijo entrecortado.
—Tonterías —respondió ella, mirándole de forma peligrosa.
—Quiero a Jane Eyre —dijo entrecortado.
—También el señor Rochester —respondió con tono prosaico—. Pero ni siquiera la besa hasta la página ciento ochenta y uno.
Hobbes miró al interior de la habitación. Ahora la loca bailaba, sonriendo y riendo mientras las llamas crecían sobre la cama de Rochester.
—Si no llega pronto, no habrá página ciento ochenta y uno.
Grace Poole le volvió a mirar a los ojos y lo inmovilizó con una mirada hosca.
—Ella le salvará, como ha hecho miles de veces, como lo volverá a hacer miles de veces. Así son las cosas por aquí.
—¿Sí? —respondió Hobbes—. Bien, puede que las cosas cambien.
En ese momento la loca surgió de la habitación y atacó a Hobbes con las uñas extendidas. Con una risa maníaca que hizo estallar los oídos de Hobbes, la loca se lanzó contra él y apretó sus uñas sin cortar y desiguales contra sus mejillas. Hobbes aulló de dolor mientras Grace Poole le hacía una llave a la señora Rochester y la obligaba a ir de vuelta al ático. Al llegar a la puerta, Grace se volvió hacia Hobbes y habló de nuevo:
—Recuerde: así son las cosas por aquí.
—¿No va a intentar detenerme? —preguntó Hobbes con tono de confusión.
—Ahora me llevaré a la pobre señora Rochester al piso superior —respondió—. Está escrito.
La puerta se cerró tras Grace Poole mientras una voz que gritaba « ¡Despierte! ¡Despierte!» hizo que Hobbes volviese a prestar atención al interior de la habitación en llamas. En su interior podía ver a Jane vestida para dormir lanzando un jarro de agua sobre la forma yaciente de Rochester. Hobbes esperó hasta que el fuego se hubiese apagado antes de entrar en la habitación, sacando la pistola mientras lo hacía. Los dos alzaron la vista, la frase «elfos de la Cristiandad» moría en los labios de Rochester.
—¿Quién es usted? —preguntaron al unísono.
—Créanme, no podrían siquiera empezar a entenderlo.
Hobbes agarró a Jane por el brazo y la arrastró de vuelta al pasillo.
—¡Edward! ¡Mi Edward! —imploró Jane, alargando los brazos hacia Rochester—. ¡No te abandonaré, mi amor!
—Un momento —dijo Hobbes que seguía retrocediendo—, ¡todavía no os habéis enamorado!
—En pensar eso se equivocaría usted —murmuró Rochester, sacando una pistola de percusión de debajo de la almohada—. Hace tiempo que sospecho que algo así podría pasar. —Apuntó a Hobbes y disparó con un único movimiento rápido.
Falló, la enorme bola de plomo se hundió en la madera de la puerta. Hobbes hizo un disparo de advertencia; Hades había prohibido expresamente herir a nadie en la novela. Rochester sacó una segunda pistola tras la primera y la amartilló.
—Suéltela —anunció, con la mandíbula cuadrada, su pelo negro caía sobre sus ojos.
Hobbes colocó a Jane delante de él.
—¡No sea estúpido, Rochester! Si todo va bien, Jane regresará de inmediato; ¡ni siquiera se dará cuenta de que se ha ido!
Mientras hablaba, Hobbes retrocedió por el pasillo hacia donde debía abrirse el portal. Rochester le siguió, apuntando con el arma, con un peso en el corazón al ver que a su único y verdadero amor se lo llevaban sin ceremonia a rastras de la novela para ir a ese lugar, ese
otro
lugar, donde él y Jane jamás podrían disfrutar de la vida que llevaban en Thornfield. Hobbes y Jane se perdieron en el portal, que se cerró abruptamente después de que pasasen. Rochester bajó el arma y frunció el ceño.
Un momento más tarde, Hobbes y una muy desorientada Jane Eyre habían atravesado el Portal de Prosa y habían llegado al desvencijado salón de fumadores del viejo hotel Penderyn.
Acheron avanzó y ayudó a Jane a sostenerse. Le ofreció su abrigo para que entrase en calor. Después de Thornfield Hall, el hotel era decididamente ventoso.
—¡Señorita Eyre…! —anunció Hades con amabilidad—. Me llamo Hades, Acheron Hades. Es usted mi respetada invitada; por favor, tome asiento y serénese.
—¿Edward…?
—Está muy bien, mi joven amiga. Vamos, deje que la lleve a una zona más cálida del hotel.
—¿Volveré a ver a mi Edward?
Hades sonrió.
—Eso depende de lo valiosa que sea usted para la gente.
Una marejada de sentimiento popular
«Hasta el secuestro de Jane Eyre no creo que nadie —y menos que nadie el propio Hades— comprendiese por completo lo popular que era. Era como si a las masas le hubiesen arrancado una manifestación nacional y viva de la herencia literaria de Inglaterra. Era la mejor noticia que podríamos haber recibido.»
B
OWDEN
C
ABLE
Diario de un detective literario
Veinte segundos después del secuestro de Jane, los primeros miembros preocupados del público apreciaron acontecimientos extraños alrededor de la página ciento siete de sus ediciones de lujo encuadernadas en piel de
Jane Eyre
. En treinta minutos, todas las líneas telefónicas de la biblioteca del Museo Inglés estaban ocupadas. En dos horas, todos los departamentos de detectives literarios estaban inundados por llamadas de preocupados lectores de Brontë. En cuatro horas, el presidente de la Federación Brontë se había entrevistado con el primer ministro. Para la hora de la cena, el secretario personal del primer ministro había llamado al jefe de OpEspec. A las nueve de la noche, el jefe de OpEspec había descendido el escalafón hasta un apesadumbrado Braxton Hicks. A eso de las diez, había recibido una llamada personal del primer ministro, quien le preguntó cómo demonios pensaba resolver la situación. Tartamudeó durante toda la conversación y dijo algo que no fue de mucha ayuda. Mientras tanto, a la prensa se le había filtrado la noticia de que Swindon era el centro de la investigación
Jane Eyre
, y a la altura de la medianoche, el edificio de OpEspec estaba rodeado por lectores preocupados, periodistas y furgones de agencias informativas.
Braxton no estaba de buen humor. Había empezado a fumar como un carretero y se había encerrado durante horas en su despacho. Ni siquiera practicar golf había conseguido tranquilizar sus nervios soliviantados y, poco después de la llamada del primer ministro, nos convocó a Victor y a mí a una reunión en el tejado, lejos de los ojos inquisitivos de la prensa, los representantes de Goliath y especialmente lejos de Jack Schitt.
—¿Señor? —dijo Victor al aproximarnos a Braxton, quien se apoyaba en una chimenea que gimió cuando se volvió.
Hicks miraba las luces de Swindon con un distanciamiento que me preocupó. El parapeto estaba a apenas dos metros, y durante un terrible momento pensé que quizá quisiese acabar con todo.
—Mírenlos —murmuró.
Los dos nos relajamos al comprender que Braxton estaba en el tejado para poder ver al público que su departamento había jurado ayudar. Había miles de personas, dando vueltas a la comisaría tras las barreras de control, sosteniendo velas en silencio y agarrando sus ejemplares de
Jane Eyre
, ahora terriblemente afectados, con la narración deteniéndose abruptamente en medio de la página ciento siete después de que un misterioso «Agente de negro» entrase en el dormitorio de Rochester tras el incendio.
Braxton nos apuntó con su propio ejemplar de
Jane Eyre
.
—Lo han leído, ¿no?
—No hay mucho que leer —respondió Victor—.
Eyre
se escribió en primera persona; tan pronto como desapareció la protagonista, nadie sabe lo que pudo suceder a continuación. Mi teoría es que Rochester se vuelve todavía mucho más melancólico, manda a Adèle a un internado y cierra la casa.
Braxton le miró con mordacidad.
—Eso son conjeturas, Analogy.
—Es lo que se nos da mejor.
Braxton suspiró.
—¡Quieren que la traiga de vuelta, y ni siquiera sé dónde está! Antes de que pasase todo esto, ¿tenían idea de que
Jane Eyre
fuese tan popular?
Miramos a la multitud allá abajo.
—Para ser sinceros, no.
Braxton había perdido la compostura. Se limpió la frente; la mano le temblaba visiblemente.
—¿Qué voy a hacer? Esto es confidencial, y no lo he dicho, pero Jack Schitt tomará el mando dentro de una semana si todo este apestoso asunto no ha avanzado favorablemente.
—Schitt no está interesado en Jane —dije, siguiendo la mirada de Braxton hacia la masa de fans de Brontë—. Sólo quiere el Portal de Prosa.
—Dígamelo a mí, Next. Me quedan siete días para la oscuridad y la maldición histórica y literaria. Sé que en el pasado hemos tenido nuestras diferencias, pero deseo darles la libertad para hacer lo que sea necesario. Y —añadió magnánimo— independientemente del coste.
—Se controló y añadió—: Pero habiendo dicho eso, por supuesto, no derramen el dinero como si fuese agua, ¿vale?
Volvió a mirar las luces de Swindon.
—Me gustan tanto las Brontë como a cualquiera, Victor. ¿Qué quieres que haga?
—Acepte sus condiciones, las que sean; que nuestras acciones sean totalmente secretas, incluso para Goliath; y necesito un manuscrito.
Braxton entrecerró los ojos.
—¿Qué tipo de manuscrito?
Victor le entregó un trozo de papel. Braxton lo leyó y alzó las cejas.
—Lo conseguiré —dijo lentamente—, ¡incluso si tengo que robarlo personalmente!
La República Popular de Gales
«Irónicamente, de no haber sido por el aplastamiento eficiente y violento de los alzamientos simultáneos en Pontypool, Cardiff y Newport en 1839, Gales podría no haberse convertido jamás en república. Bajo la presión de los terratenientes y la protesta pública por la muerte de 236 mujeres y hombres galeses desarmados, los cartistas lograron que el gobierno realizase una reforma temprana del sistema parlamentario. Alentados por el éxito y bien representados en la cámara, lograron garantizar la autonomía galesa tras los ocho meses de " Huelga General" de 1847. En 1854, bajo el liderazgo de John Frost, Gales declaró su independencia. Inglaterra, lastrada por los problemas en Crimea e Irlanda, no encontró ninguna buena razón para discutir contra la decidida y beligerante asamblea galesa. Las relaciones comerciales eran buenas y el traspaso de competencias, junto con un tratado de no agresión anglo-galés, se aprobó al año siguiente.»
Z
EPHANIA
J
ONES
Tomado de
Gales. El nacimiento de una república