Taiko (161 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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—Comprendo, mi señor —dijo Inuchiyo.

Katsuie nunca había sido muy ducho en dar explicaciones, e Inuchiyo aceptó el encargo con pocas palabras, como si fuese innecesario escuchar los detalles tediosos. Al día siguiente Inuchiyo salió de Kitanosho acompañado por dos hombres, Fuwa Hikozo y Kanamori Gorohachi. Ambos eran fieles servidores del clan Shibata y, aunque tenían la misión de enviados, su verdadero papel era el de vigilar a Inuchiyo.

El día veintisiete del décimo mes, los tres hombres llegaron a Nagahama para recoger a Katsutoyo. Lamentablemente, el joven estaba enfermo. Los enviados le aconsejaron que se quedara, pero Katsutoyo insistió en ir con ellos, y el grupo viajó desde Nagahama a Otsu en barco. Pasaron una noche en la capital y llegaron al castillo de Takaradera al día siguiente.

Aquél era el campo de batalla donde Mitsuhide fue derrotado el verano anterior. Donde antes no había más que una pobre aldea con una ruinosa casa de postas, se estaba alzando ahora una próspera ciudad fortificada. Después de que los enviados cruzaran el río Yodo, vieron los andamios que cubrían el castillo. El suelo de la carretera presentaba hondos surcos producidos por el paso de bueyes y caballos, y todo cuanto veían revelaba los enérgicos planes de Hideyoshi.

Incluso Inuchiyo empezaba a cuestionar las intenciones de Hideyoshi. Katsuie, Takigawa y Nobutaka acusaban a éste de descuidar al señor Samboshi y trabajar en su propio beneficio. Estaba construyendo en Kyoto la base de su poder, mientras invertía sumas enormes en la construcción de castillos fuera de la capital. Tales proyectos no tenían nada que ver con los clanes enemigos en el oeste o el norte, por lo que cabía hacerse la inquietante pregunta: ¿contra quién preparaba a su ejército en el mismo corazón de la nación?

¿Qué había dicho Hideyoshi en su defensa? También él tenía varias quejas. La promesa efectuada en la conferencia de Kiyosu de trasladar a Samboshi a Azuchi no se había cumplido, y además Nobunaga y Katsuie no habían asistido al servicio fúnebre en memoria de Nobunaga.

El encuentro entre Hideyoshi y los enviados tuvo lugar en la ciudadela principal parcialmente reconstruida. Les sirvieron comida y té antes de que comenzaran las negociaciones. Era la primera vez que Hideyoshi e Inuchiyo se reunían desde la muerte de Nobunaga.

—¿Qué edad tienes, Inuchiyo? —le preguntó Hideyoshi.

—Pronto cumpliré cuarenta y cuatro.

—Los dos nos estamos haciendo viejos.

—¿Qué quieres decir? Sigo siendo un año más joven que tú, ¿no es cierto?

—Sí, eso es cierto. Como un hermano menor..., un año más joven. Pero tú eres el que parece más maduro de los dos.

—Eres tú quien parece viejo para tu edad.

Hideyoshi se encogió de hombros.

—En mi juventud también parecía viejo, pero hablando francamente, por mucho que envejezca, no me siento precisamente como una persona adulta, y eso me preocupa.

—Alguien dijo que un hombre no debería vacilar después de los cuarenta.

—Eso es mentira.

—¿Tú crees?

—Un caballero no vacila..., eso es lo que dice el proverbio. En nuestro caso sería más cierto decir que los cuarenta es la edad de nuestra primera vacilación. ¿No es eso lo que te ha ocurrido, Inuchiyo?

—Sigues bromeando, señor Mono. ¿No estáis de acuerdo, caballeros?

Inuchiyo sonrió a sus compañeros, los cuales no habían dejado de observar que tenía una relación con Hideyoshi lo bastante íntima para llamarle «señor Mono» a la cara.

—Por alguna razón no puedo estar de acuerdo ni con la opinión del señor Inuchiyo ni con la vuestra, mi señor —dijo Kanamori, que era el mayor del grupo.

—¿Cómo es eso? —le preguntó Hideyoshi, el cual estaba disfrutando claramente de la conversación.

—Según mi experiencia, yo diría que un hombre no vacila a partir de los quince años.

—Es una edad bastante temprana, ¿no?

—No tenéis más que mirar a los hombres en su primera campaña.

—En eso tienes razón. Firme y constante a los quince, y todavía más a los diecinueve o a los veinte, pero a los cuarenta empiezas a perder lentamente esa firmeza. ¿Qué ocurre entonces cuando uno llega a una edad respetable?

—A los cincuenta o sesenta estás realmente confuso.

—¿Y a los setenta u ochenta?

—Entonces empiezas a olvidar que estás confuso.

Todos se echaron a reír.

Parecía que el jolgorio duraría hasta la noche, pero el estado de Katsutoyo se estaba deteriorando. Cambió el contenido de la conversación y Hideyoshi sugirió que pasaran a otra sala. Llamaron a un médico, el cual dio unas medicinas a Katsutoyo, y se hizo lo posible para calentar la sala en la que tendrían lugar las conversaciones.

Una vez acomodados los cuatro hombres, Inuchiyo abordó el tema.

—Creo que has recibido una carta del señor Nobutaka, el cual también te aconseja la paz con el señor Katsuie.

Hideyoshi asintió, al parecer muy deseoso de escucharle. Inuchiyo le recordó su deber común como servidores de Nobunaga, y entonces admitió francamente que era Hideyoshi quien había cumplido por completo ese deber. Pero tras haberlo hecho así, parecía no armonizar con los servidores veteranos, descuidaba al señor Samboshi y trabajaba en su propio beneficio. Aunque esto no fuese cierto, Inuchiyo consideraba lamentable que las acciones de Hideyoshi se prestaran a semejante interpretación.

Le sugirió que contemplara la situación desde los puntos de vista de Nobutaka y Katsuie. Uno de ellos estaba decepcionado mientras que el otro ahora se sentía incómodo. Katsuie, a quien habían llamado «Rompejarros» y «el Demonio», había avanzado con lentitud y estaba un paso por detrás de Hideyoshi. Incluso en la conferencia de Kiyosu le había dejado a él la iniciativa.

—Así pues, ¿no pondréis fin a esta querella? —le preguntó Inuchiyo finalmente—. En realidad no se trata de un problema para una persona como yo, pero sigue afectando gravemente a la familia del señor Nobunaga. Es indecoroso que los servidores supervivientes compartan la misma cama y tengan sueños diferentes.

La expresión de los ojos de Hideyoshi pareció cambiar con las palabras de Inuchiyo. Éste había puesto la culpa de la pelea en la puerta de Hideyoshi, y se preparó para encajar una refutación violenta.

Hideyoshi asintió de una manera vigorosa e inesperada.

—Tienes toda la razón —dijo con un suspiro—. En realidad no soy culpable, y si relacionara mis excusas formarían una montaña, pero cuando contemplo la situación tal como la has explicado, parece que he ido demasiado lejos. Y en ese sentido me he equivocado. Lo dejo en tus manos, Inuchiyo.

Las negociaciones concluyeron en seguida. Hideyoshi había hablado con tanta franqueza que los enviados se sentían un tanto perplejos, pero Inuchiyo conocía bien a Hideyoshi.

—Te estoy muy agradecido —le dijo muy satisfecho—. Tan sólo oír esas palabras hace que haya valido la pena mi viaje desde el norte.

Sin embargo, Fuwa y Kanamori no mostraban una alegría sin reservas. Inuchiyo comprendió la razón de su reticencia y fue un paso más allá.

—Pero si tienes algún motivo de descontento que quisieras expresar acerca del señor Katsuie, exprésalo con franqueza. Me temo que estos acuerdos de paz no serán duraderos si ocultas algo. No ahorraré esfuerzos para solucionar cualquier problema, sea cual fuere.

—Eso es innecesario —dijo Hideyoshi, riendo—. ¿Soy la clase de persona que reprime algo en su interior y guarda silencio? He dicho todo lo que quería decir, tanto al señor Nobutaka como al señor Katsuie. Ya les he enviado una larga carta explicándolo todo con detalle.

—Sí, hemos visto esa carta en Kitanosho. Al señor Katsuie le pareció que cuanto decías en ella era razonable y no habría que volver a mencionarlo durante estas conversaciones de paz.

—Entiendo que el señor Nobutaka sugirió la celebración de conversaciones tras leer mi carta. ¿Sabes, Inuchiyo? Puse un cuidado especial en no molestar al señor Katsuie antes de que vinieras aquí.

—Pues mira, sé muy bien que a un viejo hombre de estado hay que respetarle en cualquier situación, pero lo cierto es que he hecho resonar los cuernos del Demonio Shibata de vez en cuando.

—Es difícil hacer nada sin que resuenen esos cuernos. Incluso cuando los dos éramos jóvenes, esos cuernos nos intimidaban de un modo extraño..., sobre todo a mí. La verdad es que los cuernos del Demonio eran incluso más pavorosos que los estados de ánimo de Nobunaga.

—¿Habéis oído eso? —dijo Inuchiyo, riendo—. ¿Habéis oído eso, caballeros?

La risa se contagió a los dos hombres. Decir tales cosas delante de ellos no podía considerarse como hablar mal a espaldas de su señor, sino que más bien se trataba de un sentimiento compartido que no podían negar.

La mente humana es sutil. Después de aquel momento, Kanamori y Fuwa se sintieron más cómodos con Hideyoshi y relajaron su vigilancia de Inuchiyo.

—Éste es realmente un acontecimiento dichoso —dijo Kanamori.

—En verdad no podríamos sentirnos más felices —añadió Fuwa—. Más aún, debo agradeceros vuestra generosidad. Hemos completado la misión y salvado nuestro honor.

Sin embargo, al día siguiente Kanamori seguía recelando y le dijo a Fuwa:

—Si regresamos a Echizen e informamos a nuestro señor sin que el señor Hideyoshi haya firmado un escrito, ¿no parecerá este acuerdo como fiable?

Aquel día, antes de partir, los enviados regresaron al castillo para ver a Hideyoshi y presentarle sus respetos.

Varios ayudantes y caballos aguardaban ante el portal principal, y los enviados pensaron que Hideyoshi debía de tener invitados. Pero en realidad era Hideyoshi quien se marchaba. En aquel momento salió de la ciudadela principal.

—Me alegro de que hayáis venido —les dijo—. Bien, pasemos adentro. —Dio media vuelta y condujo a sus visitantes a una sala—. Anoche lo pasé muy bien. Gracias a vosotros, esta mañana he dormido hasta bastante tarde.

Y, en efecto, parecía como si se acabara de levantar y lavar la cara. Sin embargo, aquella mañana cada uno de los enviados parecía un tanto diferente..., como si se hubiera despertado dentro de una envoltura distinta.

—Habéis sido muy hospitalario a pesar del mucho trabajo que tenéis, pero hoy regresamos —le dijo Kanamori.

Hideyoshi asintió.

—En ese caso, os ruego que deis recuerdos de mi parte al señor Katsuie.

—Estoy seguro de que el señor Katsuie estará muy satisfecho por el resultado de las conversaciones de paz.

—Vuestra visita en calidad de enviados me ha dado muchos ánimos. Ahora todos esos que quisieran vernos luchar se llevarán una decepción.

—Pero ¿no nos haríais el favor de coger el pincel y firmar una promesa solemne, tan sólo para cerrar las bocas de esa gente? —le suplicó Kanamori.

Ésa era la cuestión. Eso era lo que de repente se había convertido en esencial para los enviados aquella mañana. Las conversaciones de paz se habían desarrollado con demasiada suavidad, y los hombres, que sólo habían recibido palabras, se sentían inquietos. Aunque informaran a Katsuie de lo que había acontecido, sin alguna clase de documento no era más que una promesa verbal.

—Muy bien —replicó Hideyoshi, evidenciando con su expresión que estaba totalmente de acuerdo—. Firmaré un documento y esperaré recibir uno del señor Katsuie. Pero esta promesa no se limita a nosotros dos, y si no se añaden también los nombres de los demás generales veteranos, el documento carecerá de sentido. Hablaré con Niwa e Ikeda de inmediato. No hay ningún inconveniente, ¿verdad?

Los ojos de Hideyoshi se encontraron con los de Inuchiyo.

—No, ninguno —respondió Inuchiyo con claridad.

Sus ojos habían leído el corazón de Hideyoshi. Había visto el futuro incluso antes de salir de Kitanosho. Si a Inuchiyo se le podía llamar bribón, era un bribón agradable.

Hideyoshi se levantó.

—También yo estaba a punto de irme. Os acompañaré hasta el pueblo.

Salieron juntos de la ciudadela.

—Hoy no he visto al señor Katsutoyo —dijo Hideyoshi—. ¿Ya se ha ido?

—Todavía no se encuentra bien —respondió Fuwa—. Le hemos dejado en su aposento.

Montaron a caballo y cabalgaron hasta el cruce de caminos en el pueblo fortificado.

—¿Adonde vas hoy, Hideyoshi? —quiso saber Inuchiyo.

—Voy a Kyoto, como de costumbre.

—Bien, entonces nos separaremos aquí. Aún hemos de regresar a nuestro alojamiento y hacer los preparativos para el viaje.

—Me gustaría visitar al señor Katsutoyo para ver si mejora —dijo Hideyoshi.

***

Inuchiyo, Kanamori y Fuwa regresaron a Kitanosho el día diez del mismo mes e informaron de inmediato a Katsuie. Éste se alegró mucho de que su plan para establecer una paz fingida se hubiera desarrollado con más suavidad de lo que él había previsto.

Poco después Katsuie tuvo una reunión secreta con sus servidores de más confianza y les dijo:

—Mantendremos la paz durante el invierno. En cuanto las nieves se fundan, acabaremos con nuestro enemigo de un solo golpe.

En cuanto Katsuie hubo completado la primera etapa de su estrategia haciendo las paces con Hideyoshi, despachó otro enviado, esta vez a Tokugawa Ieyasu. Era a fines del mes undécimo.

Durante el último medio año, desde el sexto mes, Ieyasu había estado ausente del centro de actividad. Tras el incidente en el templo Honno, la atención del país entero se había concentrado en llenar el vacío creado cuando el centro se derrumbó tan de repente. Durante ese tiempo, en el que nadie había tenido un momento para mirar a otra parte. Ieyasu había seguido su propio camino independiente.

Cuando Nobunaga fue asesinado, Ieyasu se encontraba de visita en Sakai y apenas había podido regresar con vida a su provincia. Ordenó de inmediato preparativos militares y llegó hasta Narumi, pero el motivo que subyacía en esa acción era muy diferente del que tuvo Katsuie para cruzar a Yanagase desde Echizen.

Cuando Ieyasu se enteró de que Hideyoshi había llegado a Yamazaki, comentó:

—Nuestra provincia está totalmente en paz.

Entonces retiró su ejército a Hamamatsu.

Ieyasu nunca se había considerado en la misma categoría que los servidores supervivientes de Nobunaga. Era un aliado del clan Oda, mientras que Katsuie y Hideyoshi eran generales de Nobunaga. Se preguntaba por qué debía intervenir en la lucha entre los servidores supervivientes, por qué debía luchar para hurgar en las cenizas. Y ahora había algo mucho más importante para él. Durante cierto tiempo había esperado ansiosamente una oportunidad de expansión territorial por Kai y Shinano, las dos provincias que bordeaban la suya. No había podido actuar en su propio interés mientras Nobunaga vivía, y probablemente no tendría una oportunidad mejor que la de ahora.

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