Taiko (163 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Cuando Hideyoshi entregó el castillo, la gente comentó la rapidez con que se había resignado a la pérdida de una posesión tan estratégica. Recuperar el castillo había sido tan fácil como pasar algo de la mano izquierda a la derecha.

Pero aunque Katsutoyo hubiera pedido refuerzos a Echizen, no habrían podido acudir debido a las densas nevadas. Además, Katsuie le habría tratado con dureza, lo mismo que antes. Cuando Katsutoyo enfermó durante su misión ante Hideyoshi, Katsuie expresó su enojo a todo el clan.

—Beneficiarse de la hospitalidad de Hideyoshi fingiendo enfermedad, y entonces regresar tras haber pasado varios días como su invitado... La necedad de ese hombre no tiene límites.

Finalmente llegaron a oídos de Katsutoyo informes sobre las ásperas palabras de Katsuie.

Ahora, rodeado por el ejército de Hideyoshi, el castillo de Nagahama estaba aislado, y Katsutoyo no tenía ningún lugar al que dirigirse.

Sus servidores veteranos, los cuales ya habían adivinado sus intenciones, anunciaron:

—Los servidores que tienen familia en Echizen deben volver. Los que deseen seguir aquí con el señor Katsutoyo y alinearse con el señor Hideyoshi pueden quedarse. Sin embargo, Su Señoría comprende que a muchos os será difícil manteneros fieles al Camino del Samurai si abandonáis el clan Shibata y dais la espalda al señor Katsuie. Quienes se sientan así, pueden retirarse sin vacilación.

Por un momento la atmósfera se llenó de tensión. Los hombres inclinaron la cabeza con amargura, y hubo pocas objeciones. Aquella noche se alzaron tazas de sake en una honorable separación entre señor y servidores, pero menos de uno entre cada diez regresaron a Echizen.

De esta manera Katsutoyo cortó sus vínculos con su padre adoptivo y se alió con Hideyoshi. A partir de entonces estaba oficialmente bajo las órdenes de Hideyoshi, pero había sido un mero formulismo. Mucho antes de esos acontecimientos, el corazón de Katsutoyo ya había sido como un pajarillo alimentado en la jaula de Hideyoshi.

Sea como fuere, la toma de Nagahama se había completado. Sin embargo, para Hideyoshi sólo había sido un hecho pasajero camino de Gifu, hacia el castillo principal de Nobutaka.

El puerto de montaña de Fuwa era famoso por su dificultad de cruzarlo en invierno, y las condiciones en la llanura de Sekigahara eran especialmente rigurosas.

Desde el día dieciocho al veintiocho del duodécimo mes, el ejército de Hideyoshi marchó a través de Sekigahara. El ejército estaba dividido en cuerpos, cada uno de los cuales estaba formado por divisiones: caballos de carga, hombres con armas de fuego, lanceros, guerreros montados y soldados de a pie. Avanzaban desafiando la nieve y el barro. Los aproximadamente treinta mil soldados de Hideyoshi tardaron dos días en cruzar a Mino.

El campamento principal se estableció en Ogaki. Desde allí, Hideyoshi atacó y tomó todos los castillos más pequeños de la zona. Al ser informado de lo ocurrido, Nobutaka pasó varios días sumido en una confusión absoluta. No sabía qué estrategia seguir, y mucho menos cómo librar una batalla defensiva.

Nobutaka sólo había pensado en proyectos grandiosos, pero sin tener idea de cómo llevarlos a cabo. Hasta entonces se había aliado con hombres como Katsuie y Takigawa y había presentado planes para atacar a Hideyoshi, pero nunca había esperado que éste le atacara.

Desesperado, Nobutaka confió su destino a la discreción de sus servidores veteranos. Pero después de llegar a aquella situación, no les quedaba nada que pudiera llamarse «discreción».

Lo único que podían hacer sus vasallos era ir al campamento de Hideyoshi, arrodillarse y tocar el suelo con la frente, como lo habían hecho los vasallos de Katsutoyo. La madre de Nobutaka fue enviada como rehén, y los servidores de alto rango también tuvieron que enviar a sus madres.

Niwa rogó a Hideyoshi que perdonara la vida a Nobutaka, y Hideyoshi, como era de esperar, así lo hizo. Garantizó la paz por el momento a los servidores de Nobutaka.

—¿Ha recuperado su buen juicio el señor Nobutaka? —les preguntó sonriente—. Será una bendición que así fuera.

Los rehenes fueron enviados a Azuchi de inmediato, y a continuación Samboshi, que había sido retenido en Gifu, fue devuelto a Hideyoshi y también trasladado a Azuchi.

Nobuo se encargó de la tutela del joven señor. Tras haber depositado en él su confianza, Hideyoshi regresó triunfalmente al castillo de Takaradera. Dos días después de su regreso se celebró la vigilia de Año Nuevo. Entonces llegó el primer día del undécimo año de Tensho. Desde la mañana, el sol brillaba en la nieve que había caído recientemente sobre los árboles recién plantados en los terrenos del castillo renovado.

La fragancia de los pastelillos de arroz de Año Nuevo se extendía por el ámbito del castillo, y el sonido del tambor reverberó a través de los corredores durante más de media jornada. Pero a mediodía se oyó un anuncio desde la ciudadela principal: «¡El señor Hideyoshi se marcha a Himeji!».

***

Hideyoshi llegó a Himeji alrededor de medianoche del día de Año Nuevo. Saludado por las llamas de las hogueras, se apresuró a entrar en el castillo. Sin embargo, la mayor alegría no fue la de Hideyoshi, sino la de su gente que contemplaba el magnífico espectáculo: todos los servidores y sus familiares se habían reunido en el portal principal del castillo para darle la bienvenida.

Desmontó, dio las riendas a un ayudante y contempló un momento el torreón. El sexto mes del verano anterior, poco antes de su marcha forzada a Yamazaki y su gran victoria para vengar a Nobunaga, estuvo en el mismo portal preguntándose si regresaría con vida.

Las últimas órdenes que dio a sus servidores habían sido claras: «Si oís que he sido derrotado, matad a toda mi familia e incendiad el castillo».

Ahora, a medianoche del día de Año Nuevo, volvía a estar en el castillo de Himeji. Si hubiera titubeado un solo momento y perdido tiempo pensando en su esposa y su madre en Nagahama, habría sido incapaz de luchar con la desesperación de un hombre que espera morir en combate. Se habría visto presionado por el poder de los Mori en el oeste y contemplado cómo crecía el poder de los Akechi en el este.

Tanto en el caso del individuo como en el de todo el país, la frontera entre el ascenso y la caída es siempre una apuesta basada en la vida o la muerte..., vida en medio de la muerte, muerte en medio de la vida.

Pero Hideyoshi no había regresado para descansar. En cuanto entró en la ciudadela principal, e incluso antes de que se cambiara el atuendo de viaje, se reunió con los oficiales del castillo y escuchó atentamente el informe sobre los acontecimientos posteriores en el oeste y la situación en sus diversos dominios.

Era la segunda mitad de la hora de la rata, la medianoche. Aunque los servidores de Hideyoshi hacían caso omiso de su propia fatiga; les preocupaba la posibilidad de que la tensión empezara a afectar la salud de su señor.

—Vuestra honorable madre y la señora Nene os han estado esperando desde que anocheció. ¿Por qué no entráis y les hacéis ver que estáis bien? —le sugirió Miyoshi, el cuñado de Hideyoshi.

Al entrar encontró a su madre, esposa, sobrinas y cuñada esperándole. Aunque no habían dormido un solo momento, le saludaron en hilera, arrodillándose y aplicando las manos al suelo. Hideyoshi pasó ante cada una de sus cabezas inclinadas con los ojos brillantes y sonriente. Finalmente se detuvo ante su anciana madre.

—Tengo algún tiempo libre este Año Nuevo y he venido para compartirlo con vosotros —le dijo.

Mientras presentaba sus respetos a su madre, Hideyoshi era la viva imagen de lo que ella solía llamarle, «ese chico».

Desde el interior de una gran capucha de seda blanca, el rostro de su madre brillaba con una alegría indescriptible.

—El camino que has elegido está lleno de penalidades extraordinarias —le dijo—. Y el año pasado en particular no ha sido fácil, pero lo has soportado todo.

—Este invierno ha sido más frío que cualquier otro que pueda recordar, pero tienes muy buen aspecto, madre.

—Dicen que la edad es algo que se desliza por ti, y yo ya he cumplido los setenta. He vivido una larga vida..., mucho más larga de lo que esperaba. Nunca creí que llegara a vivir tanto.

—No, no. Tienes que seguir viviendo hasta los cien años. Como puedes ver, todavía soy un muchacho.

—Vas a cumplir cuarenta y seis este nuevo año —replicó la anciana, riendo—. ¿Cómo puedes decir que eres todavía un muchacho?

—Pero ¿no eres tú, madre, quien me llama «ese chico» desde la mañana a la noche?

—Es sólo una costumbre, ya lo sabes.

—Pues espero que siempre me llames así. A decir verdad, aunque me voy haciendo mayor, el desarrollo de mi mente no corre parejo con los años. Más aún, madre, si no estuvieras aquí, perdería mi mayor motivación y quizá dejaría de madurar.

Miyoshi, que había aparecido detrás de él, vio que Hideyoshi estaba todavía allí, conversando con su madre.

—Todavía no os habéis quitado las prendas de viaje, mi señor —le dijo sorprendido.

—Ah, Miyoshi. ¿Por qué no te sientas?

—Me gustaría hacerlo, pero ¿no tomaríais primero un baño?

—Sí, tienes razón. Condúcenos, Nene.

***

El canto del gallo sorprendió a Hideyoshi. Se había pasado la mayor parte de la noche hablando y sólo había dormido unos breves momentos. Al amanecer, se puso un sombrero y un kimono de ceremonia y fue a rezar al santuario del castillo. Luego comió pastelillos de arroz y sopa en la habitación de Nene, antes de ir a la ciudadela principal. Aquel día, el segundo del año, la hilera de personas que habían ido al castillo para saludarle con motivo del Año Nuevo parecía interminable.

Hideyoshi saludó a cada uno de ellos, ofreciéndole una taza de sake. Luego los visitantes pasaban por el lado de los numerosos grupos de visitantes anteriores, sus caras brillantes y alegres. Al cruzar la ciudadela principal y la del oeste, se veía que todas las salas estaban llenas de invitados. Aquí había un grupo que entonaba versículos de teatro Noh, allí otro que recitaba poesías. Incluso después del mediodía se presentaron más visitantes ante Hideyoshi.

Hideyoshi se ocupó de todos los asuntos en Himeji hasta el quinto día, y aquella noche sorprendió a sus servidores al anunciar que al día siguiente partiría hacia Kyoto. Sus ayudantes se apresuraron a hacer los preparativos. Habían creído que su señor se quedaría en Himeji hasta mediados de mes, y realmente hasta mediodía Hideyoshi no había mostrado la menor intención de marcharse.

Sólo mucho más adelante la gente comprendió los motivos de sus acciones. Hideyoshi se movía rápidamente y nunca perdía una oportunidad.

Seki Morinobu estaba al frente del castillo de Kameyama en Ise. Aunque era nominalmente uno de los servidores de Nobutaka, ahora tenía relaciones amistosas con Hideyoshi. Durante las fiestas, Seki acudió en secreto a Himeji para felicitarle con ocasión del Año Nuevo.

Mientras estaba felicitando a Hideyoshi, llegó un mensajero desde Ise. El castillo de Seki había sido tomado por el principal partidario de Nobutaka, Takigawa Kazumasu.

Hideyoshi salió de Himeji sin tardanza. Aquella noche llegó al castillo de Takaradera y el séptimo día entró en Kyoto. Al día siguiente llegó a Azuchi y el día nueve tuvo una audiencia con Samboshi, el pequeño de tres años.

—Acabo de pedir permiso al señor Samboshi para someter a Takigawa Kazumasu —dijo Hideyoshi a Seki y los demás señores al entrar en el salón, casi como si les lanzara una pelota de un puntapié—. Katsuie está detrás de esto. Por ello lo que debemos hacer es conquistar Ise antes de que los soldados de Katsuie puedan moverse.

Hideyoshi emitió una proclama desde Azuchi, que circuló ampliamente por sus dominios y llegó a los generales en las regiones amigas. Pedía que todos los guerreros justos se reunieran en Azuchi. ¡Cuan lamentable era para el creador de la ciega estrategia que había inspirado aquella proclama! Allí, en Kitanosho, casado con la hermosa señora Oichi y rodeado de profunda nieve, Shibata Katsuie aguardaba en vano que la naturaleza siguiera su curso.

Si saliera el sol primaveral y fundiera la nieve... Pero los muros de nieve que le habían parecido una defensa impenetrable se estaban desmoronando incluso antes de que llegara la primavera.

Katsuie sufría un golpe tras otro: la caída del castillo de Gifu, la revuelta de Nagahama, la rendición de Nobutaka. Y ahora Hideyoshi iba a atacar Ise. Tenía la sensación de que no podía partir ni quedarse quieto. Pero la nieve en sus fronteras era tan profunda como en los puertos de montaña de Szechuan. Ni los soldados ni los suministros militares podrían cruzarlas.

No tenía necesidad de preocuparse por un ataque de Hideyoshi. Se pondría en marcha el día que la nieve se fundiera, pero ¿quién podía saber cuándo sería? La nieve parecía haberse convertido en un muro protector para el enemigo.

Katsuie pensó que Kazumasu también era un veterano, pero tomar los pequeños castillos de Kameyama y Mine era un movimiento de tropas imprudente, efectuado sin tener en cuenta la oportunidad. Era una estupidez y Katsuie estaba furioso.

Aunque su propia estrategia estaba llena de defectos, criticaba las acciones de Takigawa Kazumasu, el cual había atacado demasiado pronto.

Pero aunque Kazumasu se hubiera guiado por los planes de Katsuie, esperando que se fundieran las nieves, Hideyoshi, que ya había comprendido las intenciones del enemigo, no les habría dado tiempo. En una palabra, Hideyoshi había sido más listo que Katsuie. Había visto el interior del corazón de Katsuie desde que éste envió representantes para celebrar conversaciones de paz.

Katsuie no iba a quedarse sentado sin hacer nada. En dos ocasiones envió mensajeros: primero, al ex shogun Yoshiaki, pidiéndole que alentara a los Mori para que atacaran desde las provincias occidentales, y luego a Tokugawa Ieyasu.

Pero el día dieciocho del primer mes, Ieyasu, por razones desconocidas, se reunió en secreto con el hijo mayor de Nobunaga, Nobuo. Ieyasu había manifestado una neutralidad estricta. Así pues, ¿cuál era ahora su plan? ¿Y por qué un hombre tan astuto se reunía con otro que carecía por completo de esa cualidad?

Ieyasu había invitado a Nobuo, que se veía arrastrado por la violenta marea de los tiempos, a sus aposentos privados. Allí agasajó a aquel hombre frágil y sostuvo con él conversaciones secretas. Ieyasu trató a Nobuo exactamente como un adulto trataría a un niño, y las conclusiones a las que llegaron los dos permanecieron en secreto. En cualquier caso, Nobuo regresó encantado a Kiyosu. Su aspecto era el de un plebeyo muy satisfecho de sí mismo, pero tenía también una especie de conciencia de culpa. Apenas podía mirar a Hideyoshi a los ojos.

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