Taiko (164 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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¿Y dónde estaba Hideyoshi el día dieciocho del primer mes? ¿Qué estaba haciendo? Acompañado por unos pocos servidores de confianza, había rodeado la parte superior del lago Biwa, atravesando sigilosamente la zona montañosa en la frontera entre Omi y Echizen.

Al pasar por los pueblos de montaña y las elevaciones todavía cubiertas de nieve, señalaba lugares estratégicos con su bastón de bambú y daba órdenes mientras caminaba.

—¿No es ése el monte Tenjin? Levantad también ahí unas murallas. Y construidlas también en aquella montaña.

El día séptimo del segundo mes, Hideyoshi envió una carta desde Kyoto, dirigida a los Uesugi, proponiéndoles una alianza.

La razón no era complicada. Los Shibata y los Uesugi habían librado continuas y sangrientas batallas durante años. En ocasiones uno le arrebataba tierras al otro, otras veces las perdía. Era probable que ahora Katsuie pensara en reparar esos viejos agravios de modo que pudiera concentrar toda su fuerza en el enfrentamiento con Hideyoshi, pero su testarudez y su orgullo hacían improbable que lograra llevar a cabo una estrategia tan sutil.

Dos días después de que hubiera enviado la carta a los Uesugi del norte, Hideyoshi anunció la partida de su ejército hacia Ise. Dividió a sus fuerzas en tres cuerpos, los cuales avanzaron por tres rutas diferentes.

Con gritos de guerra, bajo nubes de estandartes y tambores, su marcha resonaba en montañas y lomas. Los tres ejércitos cruzaron la cadena montañosa central de Omi e Ise y se reagruparon en las zonas de Kuwana y Nagashima. Era allí donde encontrarían a Takigawa Kazumasu.

—Veamos primero qué formación de batalla elige Hideyoshi —dijo Kazumasu cuando supo que el enemigo se aproximaba. Tenía plena confianza en su habilidad.

Todo dependía de la elección del momento oportuno, y había juzgado mal el momento de iniciar las hostilidades. El tratado entre Katsuie, Nobutaka y Kazumasu era un secreto que desconocían incluso sus propios consejeros, pero ahora la mecha había sido encendida a ciegas debido a lo ansioso que estaba Kazumasu de tener una oportunidad. Envió despachos a Gifu y Echizen. Dejó dos mil soldados en el castillo de Nagashima y se dirigió al castillo de Kuwana.

El castillo estaba protegido en un lado por el mar y en el otro por las colinas que rodeaban el pueblo fortificado, y era más fácil de defender que Nagashima. Aun así, la estrategia de Kazumasu no consistía simplemente en retirarse a aquella estrecha franja de tierra. Hideyoshi tendría que dividir su ejército de sesenta mil hombres para atacar Gifu, Nagashima y Kuwana, así como los diversos castillos de la zona, por lo que aunque atacara su ejército principal, no lo haría con una fuerza abrumadora.

Por un lado, tenía noticia de que el número del ejército enemigo era impresionante, pero por otro sabía que sus soldados seguirían los caminos por las montañas de la cordillera de Owari y Kai. Era evidente que la columna transportadora de las municiones y provisiones sería muy larga.

Pensando de esa manera, Kazumasu creía que destruir a Hideyoshi no sería nada difícil. Tenía que atraerle, atacarle sin piedad y esperar la oportunidad de que Nobutaka se levantara de nuevo, se uniera a los soldados en Gifu y destruyera Nagahama.

Contrariamente a las expectativas de Kazumasu, Hideyoshi no se había molestado en tomar los castillos pequeños, sino que había decidido atacar la fortaleza principal del enemigo. En aquel momento, Hideyoshi empezó a recibir mensajes urgentes desde Nagahama, Sawayama y Azuchi. La situación no era fácil. Las nubes y las mareas que cubrían el mundo cambiaban de un día a otro.

El primer despacho decía: «La vanguardia de Echizen ha pasado por Yanagase, y una parte de la misma pronto invadirá el norte de Omi».

El siguiente correo trajo un mensaje similar: «La paciencia de Katsuie finalmente se ha agotado. En vez de esperar el deshielo, ha reunido veinte o treinta mil peones para limpiar de nieve la carretera».

Un tercer mensaje informaba de lo crítica que era la situación: «Es probable que las fuerzas de Shibata abandonaran Kitanosho alrededor del segundo día del tercer mes. El día cinco la vanguardia llegó a Yanagase, en Omi. El siete una división amenazaba nuestras posiciones en el monte Tenjin, mientras que otras divisiones incendiaban los pueblos de Imaichi, Yogo y Sakaguchi. El ejército principal de veinte mil hombres al mando de Shibata Katsuie y Maeda Inuchiyo avanza resueltamente hacia el sur».

—Levantad el campamento de inmediato —ordenó Hideyoshi, y añadió—: En marcha hacia el norte de Omi.

Dejando la campaña de Ise a cargo de Nobuo y Ujisato, Hideyoshi dirigió su ejército hacia Omi. El día dieciséis llegó a Nagahama y el diecisiete sus tropas avanzaban por la serpenteante carretera junto a la orilla del lago que conducía al norte de Omi. La brisa primaveral acariciaba el rostro de Hideyoshi, que cabalgaba bajo el estandarte de mando de las calabazas doradas.

La nieve fresca cubría el escarpado terreno en la frontera de Omi, en la zona montañosa de Yanagase. El viento del norte que soplaba allí y se abatía sobre el lago era aún lo bastante frío para enrojecer las narices de los guerreros. Al oscurecer el ejército se dividió para tomar posiciones. Los soldados casi podían oler al enemigo, y sin embargo no se veía una sola columna de humo procedente de una hoguera o un solo soldado enemigo.

Pero los oficiales señalaron las posiciones enemigas a sus hombres.

—Hay unidades de Shibata a lo largo de la falda del monte Tenjin y en la zona de Tsubakizaka. También hay una gran división enemiga estacionada en las zonas de Kinomoto, Imaichi y Sakaguchi, de modo que manteneos alerta incluso cuando durmáis.

Pero la blanca niebla se esparció por el campamento, anunciando una noche tan apacible que uno apenas podía imaginar que el mundo estaba en guerra.

De repente se oyeron a lo lejos disparos esporádicos..., todos ellos desde el lado de Hideyoshi. No respondió un solo disparo en toda la noche. ¿Acaso dormía el enemigo?

Al amanecer, los mosqueteros que habían sido enviados para poner a prueba la línea del frente enemiga se retiraron. Hideyoshi ordenó a los jefes del cuerpo de mosquetes que acudieran a su cuartel general, y allí escuchó los informes sobre las posiciones enemigas.

—¿Habéis visto algún rastro de las tropas de Sassa Narimasa? —preguntó Hideyoshi.

Hideyoshi quería estar seguro, pero los tres jefes respondieron de la misma manera.

—Los estandartes de Sassa Narimasa no se ven por ninguna parte.

Hideyoshi asintió, reconociendo que podría ser cierto. Aunque Katsuie hubiera acudido, no podría haberlo hecho sin inquietud porque tenía detrás a los Uesugi. Hideyoshi imaginaba que Sassa se había quedado atrás precisamente por ese motivo.

Se dio la orden de desayunar. Las raciones de campaña eran toscas bolas de arroz mezclado con pasta de judías y envueltas en hojas de roble. Hideyoshi hablaba con sus pajes mientras masticaba ruidosamente el arroz. Antes de que hubiera comido la mitad de su ración, los demás ya habían terminado.

—¿Es que no masticáis la comida? —les preguntó.

—¿No sois muy lento comiendo, mi señor? —respondieron los pajes—. Tenemos la costumbre de comer y cagar rápidamente.

—Eso está muy bien —replicó Hideyoshi—. Supongo que cagar con rapidez es bueno, pero todos deberíais tratar de comer como lo hace Sakichi.

Los pajes miraron a Sakichi. Al igual que Hideyoshi, sólo había comido la mitad de su arroz y masticaba con tanto cuidado como una anciana.

—Os diré por qué —siguió diciendo Hideyoshi—. Está muy bien comer rápidamente los días en que va a haber una batalla, pero es diferente cuando estás sitiado en un castillo y hay unas provisiones limitadas que has de hacer durar durante toda la jornada. En esa ocasión podréis ver la sabiduría de comer con lentitud, tanto para el bienestar del castillo como para vuestra salud. Por otro lado, cuando estáis en las montañas y pensáis resistir largo tiempo sin alimentos, es posible que debáis mascar cualquier cosa, raíces u hojas, sólo para satisfacer al estómago. Masticar bien es tarea de todos los días, y si no adquirís el hábito, no podréis hacerlo voluntariamente cuando llegue el momento. —De improviso, se levantó de su escabel de campaña y les hizo una seña para que le siguieran—. Vamos. Subiremos al monte Fumuro.

El monte Fumuro es una de las montañas que se concentran en el borde septentrional de dos lagos, el Biwa y otro mucho más pequeño, el Yogo. Su altura es de casi ochocientas varas, y la distancia a pie desde el pueblo de Fumuro rebasa las dos leguas. Para subir la empinada cuesta, el viajero tendría que invertir como mínimo media jornada.

—¡Se marcha!

—¿Adonde va tan de repente?

Los guerreros que protegían a Hideyoshi vieron que los pajes se alejaban y corrieron tras ellos. Veían a Hideyoshi en cabeza, caminando con pasos briosos, su bastón de bambú en la mano. Cualquiera habría dicho que intervenía en una expedición de cetrería.

—¿Vais a subir la montaña, mi señor?

—Exacto. Más o menos hasta ahí.

Cuando habían subido alrededor de un tercio de la montaña, llegaron a una pequeña zona de terreno llano. Desde allí Hideyoshi miró a su alrededor, mientras el viento enfriaba el sudor de su frente. Desde su posición, la zona desde Yanagase a la parte inferior del Yogo se extendía a vista de pájaro. La carretera hacia las provincias del norte, que serpenteaba a través de las montañas y conectaba varios pueblos, parecía una sola cinta.

—¿Cuál es el monte Nakao?

—Aquel de allí.

Hideyoshi miró en la dirección que señalaba el guerrero. Era el principal campamento enemigo. Gran número de estandartes seguían las líneas de la montaña y continuaban hasta su base, donde era reconocible un solo cuerpo de ejército. Pero si uno miraba más allá, veía que los estandartes pertenecientes a las fuerzas del norte llenaban las montañas a lo lejos y ocupaban las zonas estratégicas en las cimas más próximas y a lo largo de la carretera. Era como si algún experto militar hubiera convertido en su base aquel trozo de cielo y tierra y tratara de llevar a cabo una expansión enorme de su formación. No había ninguna brecha o espacio en la sutil disposición ni en la estrategia de colocación de las tropas. La grandiosidad con que se mostraban dispuestos a engullir al enemigo era indecible.

Hideyoshi examinó en silencio la escena. Luego volvió a contemplar el campamento principal de Katsuie en el monte Nakao y se quedó mirándolo fijamente largo tiempo. Distinguía un grupo de hombres que trabajaban como hormigas en la cara sur de la zona del campamento principal en el monte Nakao, y no sólo en uno o dos lugares, sino que había actividad en todos los puntos ligeramente elevados.

—Bueno, parece que Katsuie se propone que la batalla sea larga.

Hideyoshi tenía la respuesta. El enemigo estaba construyendo fortificaciones en el extremo sur del campamento principal. Toda la formación de batalla, que se desplegaba como un abanico desde el ejército central, había sido colocada con gran cuidado. Su avance sería constante y muy controlado. No había señales de preparativos para un ataque por sorpresa.

Hideyoshi podía leer el plan del enemigo. En una palabra, Katsuie se proponía tenerle inmovilizado allí a fin de dar a sus aliados de Ise y Mino el tiempo suficiente para preparar una ofensiva combinada desde el frente y la retaguardia.

—Regresemos —dijo Hideyoshi, echando a andar—. ¿No hay otro camino para bajar?

—Sí, mi señor —respondió orgullosamente un paje.

Llegaron a un campamento aliado entre el monte Tenjin e Ikenohara. Por los estandartes supieron que era el puesto de Hosokawa Tadaoki.

—Tengo sed —dijo Hideyoshi tras presentarse en la entrada.

Tadaoki y sus servidores pensaron que Hideyoshi estaba realizando una inspección por sorpresa.

—No —les explicó Hideyoshi—. Tan sólo regreso del monte Fumuro, pero ya que estoy aquí... —Tomó un poco de agua e impartió órdenes—: Levantad el campamento de inmediato y volved a casa. Entonces, con todos los barcos de guerra atracados en Miyazu de Tango, atacad la costa enemiga.

Hideyoshi había concebido la idea de una armada cuando subía la montaña. El plan no tenía nada que ver con lo que estaba haciendo en aquellos momentos, pero quizá esa clase de discrepancia era característica de su manera de pensar. Sus procesos de pensamiento no se limitaban a lo que veía delante de él.

Tras media jornada de observaciones militares, Hideyoshi había determinado su estrategia casi por completo. Aquella noche convocó a todos los generales en su cuartel general y les dijo lo que iba a hacer: como el enemigo se preparaba para unas hostilidades prolongadas, las fuerzas de Hideyoshi también construirían una serie de murallas y se prepararían para largas hostilidades.

Se inició la construcción de una cadena de fortalezas, una obra de ingeniería en gran escala que reforzaría la moral de las tropas. La decisión de Hideyoshi de construirla ante el enemigo, en un momento en que parecía inminente una batalla decisiva, podría considerarse tanto temeraria como valiente. Fácilmente podría haberle hecho perder la guerra. Pero estaba decidido a correr el riesgo a fin de asociarse con las gentes de la provincia.

El estilo de lucha de Nobunaga se había caracterizado por una fuerza irresistible. Se decía que «cuando Nobunaga avanza, la hierba y los árboles se agostan». Pero el estilo de lucha de Hideyoshi era diferente. Allá por donde avanzaba, donde levantaba su campamento, atraía naturalmente a la gente. Ganar para su causa a los habitantes de la región era importante antes del intento de derrotar al enemigo.

La disciplina militar estricta es vital, pero incluso en los días más rigurosos parecía soplar una brisa primaveral dondequiera que Hideyoshi instalara su escabel de campaña. Alguien llegó a escribir: «Donde vive Hideyoshi, soplan los vientos de primavera».

Las líneas de las fortalezas se extenderían por dos zonas. La primera iba desde Kitayama, en Nakanogo, a lo largo de la ruta hacia las provincias del norte, a través de los montes Higashino, Dangi y Shinmei. La segunda iba a lo largo de los montes Iwasaki y Okami, y luego Shizugatake, el monte Tagami y Kinomoto. Una empresa tan enorme requeriría decenas de millares de trabajadores.

Hideyoshi reclutó a los hombres de la provincia de Nagahama. Fijó carteles anunciando el trabajo que había en las zonas especialmente devastadas por la guerra. Las montañas estaban llenas de refugiados. Talaron árboles, abrieron caminos y construyeron fortificaciones por todas partes, y resultaba fácil creer que una línea de fortalezas surgiría de la noche a la mañana. Pero el trabajo de construcción no era tan fácil. Un solo fuerte requería una torre de vigilancia y cuarteles, así como fosos y murallas. Se alzaron tres empalizadas de madera, al tiempo que se almacenaban rocas enormes y árboles directamente encima del camino que con más probabilidad tomaría el enemigo para atacar.

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