Taiko (158 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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—¿Error mío? ¿Por qué?

—Tu primer error fue creer que el Mono se pondría en nuestras manos asistiendo a la ceremonia de hoy. Luego, aunque me diste instrucciones para que fuese con algunos hombres a tenderle una emboscada, tu segundo error fue olvidar la precaución de ordenar que los hombres vigilaran las carreteras secundarias.

—¡Necio! Te di las órdenes e hice que los demás generales siguieran tus instrucciones tan sólo porque confiaba en que no pasarías por alto esa clase de cosas. ¡Y tienes la desfachatez de decir que ocultar soldados sólo en la carretera principal y permitir que Hideyoshi se escabulla es culpa mía! ¡Deberías reflexionar un poco en tu propia inexperiencia!

—Está bien, tío, esta vez pido disculpas por mi error, pero te ruego que en lo sucesivo te abstengas de ese artificio excesivo. Una persona que se entusiasma tanto con sus propios planes inteligentes algún día se ahogará en ellos.

—¿Qué estás diciendo? ¿Crees que empleo demasiada astucia?

—Ése es tu hábito constante.

—¡Eres..., eres un idiota!

—No soy sólo yo, tío. Todo el mundo lo dice: «El señor Katsuie vuelve cauta a la gente, porque nadie puede decir jamás lo que está maquinando».

Katsuie guardó silencio, juntas sus cejas negras y pobladas.

Durante largo tiempo, la relación de tío y sobrino había sido mucho más afectuosa que entre señor y vasallo. Pero el exceso de familiaridad había erosionado la autoridad y el respeto en la relación, y ahora faltaban esas cualidades. Aquella mañana Katsuie apenas podía contener la expresión hosca de su semblante.

Las causas de su malestar eran complejas. No había pegado ojo en toda la noche. Tras haber ordenado a Genba que atacara al huido Hideyoshi, Katsuie había esperado hasta el alba el informe que eliminaría el abatimiento de su corazón.

Pero cuando Genba regresó, no dio a Katsuie el informe que había esperado con tanta tensión.

—Los únicos que pasaron eran servidores de Hideyoshi, al cual no se veía por ninguna parte. Pensé que sería desventajoso atacarlos, así que vuelvo sin nada que mostrar por mis esfuerzos.

Ese informe, unido a la fatiga que Katsuie arrastraba desde la noche anterior, le puso en un estado de profundo desánimo. Por ello, cuando incluso Genba le culpó de lo ocurrido, no era de extrañar que aquella mañana se sintiera deprimido.

Sin embargo, no podía seguir con semejante estado anímico, pues aquel día iba a tener lugar el anuncio de la sucesión de Samboshi. Después del desayuno, Katsuie hizo una siesta, se bañó y una vez más se vistió con sus espléndidas ropas y tocado ceremoniales.

Katsuie no era hombre que, cuando estaba deprimido, lo evidenciara. Aquel día el cielo estaba cubierto de nubes y era incluso más húmedo que el día anterior, pero el porte de Katsuie en la carretera que conducía al castillo de Kiyosu era más majestuoso que el de cualquier otra persona de la ciudad fortificada, y el sudor brillaba en su rostro.

Los fieros hombres que sólo la noche anterior se habían atado los cordones de sus cascos, arrastrándose por la hierba y entre los arbustos con sus lanzas y armas de fuego, dispuestos a arrebatar la vida de Hideyoshi cuando pasara por la carretera, estaban ahora ataviados con sombreros cortesanos y kimonos de ceremonia. Sus arcos estaban guardados en los estuches y sus espadas y alabardas enfundadas, y ahora, con ese aspecto inocente, se encaminaban al castillo.

Los hombres que subían al castillo no eran sólo del clan Shibata, desde luego, sino que también pertenecían a los Niwa, Takigawa y otros clanes. Los únicos hombres que habían estado allí el día anterior pero ya no estaban presentes eran los de Hideyoshi.

Takigawa Kazumasu informó a Katsuie que Kumohachi, el representante de Hideyoshi, le esperaba en el castillo desde la mañana.

—Ha dicho que Hideyoshi no podrá asistir hoy porque está enfermo y envía sus disculpas al señor Samboshi. También espera que le concedáis audiencia, mi señor. Lleva algún tiempo esperando.

Katsuie asintió sin ocultar su expresión adusta. Le enojaba que Hideyoshi pusiera tanto escrúpulo en fingirse desconocedor del asunto, pero también había fingido no saber nada, y concedió una audiencia a Kumohachi. Cuando el anciano estuvo en su presencia, le sometió en actitud desabrida a una pregunta tras otra. ¿Qué clase de enfermedad tenía Hideyoshi? Si había decidido regresar a casa de modo tan repentino la noche anterior, ¿por qué no había informado a Katsuie? De haberlo hecho, él personalmente habría ido a visitarle y tomado todas las disposiciones. Pero el viejo Kumohachi parecía estar muy sordo y sólo oía la mitad de lo que Katsuie estaba diciendo.

Y al margen de lo que dijera, el viejo parecía no comprenderle y repetía la misma respuesta una y otra vez. Con la sensación de que la entrevista era tan inútil como golpear el aire, Katsuie no podía evitar sentirse irritado por los motivos ocultos de Hideyoshi al enviarle a un viejo guerrero tan senil como representante formal. Por mucho que increpara al anciano, no conseguía nada. Su irritación se transformó en cólera e hizo a Kumohachi una pregunta más para poner fin a la entrevista.

—Dime, enviado, ¿qué edad tienes?

—Exactamente..., sí, eso es.

—Te estoy preguntando por tu edad... ¿Cuántos años tienes?

—Sí, es precisamente como vos decís.

—¿Qué?

Con la sensación de que su interlocutor le estaba tomando el pelo, Katsuie acercó su encolerizado rostro a la oreja de Kumohachi y gritó tan fuerte que habría podido resquebrajar un espejo.

—¿Qué edad tienes este año?

Entonces Kumohachi asintió vigorosamente y respondió con una calma perfecta.

—Ah, ya veo. Me preguntáis por mi edad. Me avergüenza decir que no he hecho nada meritorio de lo que el mundo tenga noticia, pero este año cumpliré setenta y cinco.

Katsuie se quedó pasmado.

Pensó en lo ridículo que era perder los estribos con aquel viejo, cuando le esperaba el apremiante trabajo y era probable que no pudiera relajarse en todo el día. Junto con una sensación de desdén hacia sí mismo, su hostilidad hacia Hideyoshi le impulsaba a prometer que pronto los dos no existirían bajo el mismo cielo.

—Vete a casa. Es suficiente.

Haciendo un gesto con el mentón, ordenó al anciano que se marchara, pero las nalgas de Kumohachi parecían pegadas en el suelo con pasta de arroz.

—¿Qué? ¿Y no hay una respuesta? —preguntó, mirando serenamente a Katsuie.

—¡No hay ninguna! ¡Ninguna respuesta! Dile tan sólo a Hideyoshi que nos encontraremos dondequiera que tengamos ocasión de encontrarnos.

Tras esta última observación, Katsuie se volvió y se alejó por el estrecho corredor hacia la ciudadela interior. Kumohachi también se alejó despacio por el corredor. Con una mano en la cadera, se volvió para contemplar la figura de Katsuie que se retiraba. Riéndose para sus adentros, finalmente se encaminó al portal del castillo.

La celebración por la investidura de Samboshi se completó aquel día, y siguió una fiesta que superó incluso a la de la noche anterior. Se abrieron tres salones del castillo para el anuncio de la instalación del nuevo señor, y la gente asistió en número muy superior al del día anterior. El principal tema de conversación entre los invitados era el comportamiento insultante de Hideyoshi. Fingir una enfermedad y ausentarse el día de tan importante acontecimiento era escandaloso, y algunos decían que la insinceridad y deslealtad de Hideyoshi eran patentes.

Katsuie sabía muy bien que las críticas contra Hideyoshi eran generadas artificialmente por los seguidores de Takigawa Kazumasu y Sakuma Genba, pero en su fuero interno se regocijaba al pensar que la ventaja estaba de su parte.

Después de la conferencia, la observación del aniversario de la muerte de Nobunaga y el día de la celebración, Kiyosu se vio inundado por lluvias intensas que caían a diario.

Algunos de los señores regresaron a sus provincias al día siguiente de la celebración. En cambio hubo otros que se vieron retenidos por la crecida del río Kiso. Estos últimos esperaron a que el tiempo aclarase, creyendo que podría suceder al día siguiente o al otro, pero se vieron reducidos a pasar un día tras otro confinados en sus alojamientos sin hacer nada.

Para Katsuie, sin embargo, no fue un tiempo necesariamente desperdiciado.

Las idas y venidas de Katsuie y Nobutaka entre sus alojamientos respectivos eran muy evidentes. Debe recordarse que Oichi, la esposa de Katsuie, era hermana menor de Nobunaga y, por lo tanto, tía de Nobutaka. Además, era éste quien había persuadido a Oichi para que volviera a casarse y se convirtiera en esposa de Katsuie. Precisamente desde la época de la boda la relación entre Nobutaka y Katsuie se había vuelto íntima. Desde luego, eran algo más que simples parientes.

Takigawa Kazumasu asistía también a aquellas reuniones, y su presencia parecía tener alguna importancia.

El décimo día del mes Takigawa envió una invitación para asistir a una ceremonia del té matinal a todos los señores que quedaban. El meollo de la invitación era como sigue:

Las lluvias recientes están terminando y cada uno de vosotros piensa en regresar a su provincia. Sin embargo, es una máxima entre los guerreros que la incertidumbre rige la época de su próxima reunión. Mientras recordamos a nuestro antiguo señor, quisiera ofreceros un cuenco de té sencillo cuando el rocío refresque la mañana. Sé que estáis ansiosos por regresar a casa tras esta larga estancia, pero cuento con vuestra presencia.

Eso era todo lo que decía, ni más ni menos lo que podría haberse esperado, pero los habitantes de Kiyosu miraban boquiabiertos a los hombres que iban y venían aquella mañana.

¿Qué ocurría? ¿Un consejo de guerra secreto? Hombres como Hachiya, Tsutsui, Kanamori y Kawajiri asistieron aquella mañana a la ceremonia del té, mientras que Nobutaka y Katsuie eran probablemente los invitados de honor. Pero si la reunión era la ceremonia del té que aparentaba ser o algún asunto secreto, sólo podían saberlo el anfitrión y sus invitados.

Aquella misma tarde los generales regresaron por fin a sus provincias respectivas. La noche del día catorce Katsuie anunció que partía hacia Echizen, y el día quince abandonó Kiyosu.

Pero en cuanto hubo cruzado el río Kiso y entrado en Mino, le llegaron inquietantes rumores de que el ejército de Hideyoshi había cerrado todos los puertos de montaña entre Tarui y Fuwa y le cerraba el camino de regreso a casa.

Katsuie había decidido atacar a Hideyoshi, pero ahora la situación se había invertido, y el camino hacia su provincia era tan peligroso como una delgada capa de hielo. Para ir a Echizen, Katsuie tenía que pasar por Nagahama, donde ya se encontraba su antagonista. ¿Le permitiría pasar Hideyoshi sin desafiarle?

Cuando Katsuie salió de Kiyosu, sus generales le aconsejaron que siguiera una ruta más indirecta, a través de la provincia de Takigawa Kazumasu en Ise. Pero de haber hecho tal cosa, el mundo ciertamente habría creído que temía a Hideyoshi; sería una pérdida de prestigio que Katsuie no habría podido soportar. Sin embargo, al entrar en Mino la cuestión esencial persistía a cada paso.

Los informes de movimientos de tropas en las montañas que se alzaban delante obligaron a detener el avance de su ejército y disponer a sus unidades en formación de combate hasta que fuese posible verificar tales informes.

Le llegó entonces el rumor de que unidades al mando de Hideyoshi habían sido avistadas en la zona de Fuwa, cosa que erizó el cabello de Katsuie y los miembros de su estado mayor montados a caballo. Mientras trataban de imaginar el número y la estrategia del enemigo que aguardaba en su camino, su estado de ánimo era tan negro como la tinta.

Ordenaron el súbito alto de las tropas delante del río Ibi, mientras Katsuie y sus generales discutían rápidamente el asunto en el bosque del santuario de la aldea. ¿Debían seguir adelante o retirarse? Una posible estrategia sería retirarse de momento y tomar posesión de Kiyosu y Samboshi. Entonces podrían denunciar los delitos de Hideyoshi, unir a los demás señores y partir de nuevo con un ejército más imponente. Por otro lado, disponían de una fuerza considerable, y sus tropas tendrían la satisfacción del samurai si se abrían paso luchando y derrotaban al enemigo con una rápida victoria.

Mientras sopesaban los posibles resultados de cada alternativa, comprendieron que el primer plan significaría una guerra prolongada, mientras que el último aportaría una decisión inmediata. Pero en este caso existía la posibilidad de que no pudieran aplastar a Hideyoshi con un golpe rápido y fuesen ellos los derrotados.

Ciertamente, el terreno montañoso al norte de Sekigahara era muy ventajoso para los hombres que tendieran una emboscada. Además, las tropas que Hideyoshi había retirado a Nagahama ya no serían la pequeña fuerza del reciente pasado. Desde el sur de Omi a las zonas de Fuwa y Yoro, un gran número de hombres de pequeños castillos, poderosas familias provinciales y residencias de samurais diseminadas tenían relaciones con Hideyoshi, mientras que eran pocos los relacionados con los Shibata.

Katsuie se hizo eco del consejo de sus generales:

—Por mucho que lo piense, no parece que enfrentarnos aquí a Hideyoshi sea una buena estrategia. Debe de haber planeado su rápido regreso a casa para tener precisamente esta clase de ventaja. Creo que no debemos arriesgarnos a librar la batalla que él quiere bajo estas condiciones.

Sin embargo, Genba se rió desdeñosamente.

—Sin duda eso es lo que debes hacer si deseas convertirte en el hazmerreír de todos por tener tanto miedo de Hideyoshi.

En todo consejo de guerra, la sugerencia de retirarse es la débil, mientras que el consejo de avanzar se considera más vigoroso. La opinión de Genba en particular ejercía una fuerte influencia en los miembros del estado mayor. Su valor sin par, su rango dentro del clan y el afecto que le tenía Katsuie eran factores a tener en cuenta.

—Huir a la vista del enemigo, sin intercambiar una sola flecha, arruinaría la reputación del clan Shibata —dijo un general.

—Sería distinto si hubiéramos tomado tal decisión antes de salir de Kiyosu.

—Es como dice el señor Genba. Si la gente se entera de que hemos llegado hasta aquí y nos hemos retirado, seremos el hazmerreír de las generaciones futuras.

—¿Y si nos retiramos tras haber librado un combate?

—Al fin y al cabo, sólo son soldados del Mono.

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