Authors: Eiji Yoshikawa
Una trinchera y una empalizada conectaban la zona entre el monte Higashino y el monte Dangi, que era la zona que con más probabilidad sería utilizada como campo de batalla. La excavación necesaria para esta obra era amedrentadora, pero los trabajos necesarios se completaron en sólo veinte días. Las mujeres y los niños participaron en el esfuerzo.
Los Shibata lanzaron ataques nocturnos, hicieron jugarretas mezquinas y fueron incapaces de impedir el avance de las obras. Finalmente, tal vez al darse cuenta de que no tenían ningún éxito contra unos hombres que estaban constantemente preparados, se quedaron tan quietos como la misma montaña.
El efecto era casi misterioso. ¿Por qué no se movían? Pero Hideyoshi lo comprendía. Su constante pensamiento, el de que su adversario era un fuerte y viejo veterano y no un blanco fácil, se reflejaba también en la mente de Katsuie. Pero había otras razones importantes.
Los preparativos militares de Katsuie ya estaban casi completados, pero le parecía que aún no era el momento de movilizar a los aliados que tenía en reserva.
Esos aliados eran, por supuesto, las fuerzas de Nobutaka en Gifu. Una vez Nobutaka pudiera moverse, Takigawa Kazumasu también podría atacar desde el castillo de Kuwana. Entonces, por primera vez, los planes de Katsuie podrían transformarse en una estrategia eficaz.
Katsuie sabía que, si no hacía las cosas de esa manera, la victoria no se conseguiría fácilmente. Desde el mismo comienzo había calculado la situación en secreto y con mucha inquietud desde el comienzo. El cálculo se basaba en la fortaleza comparativa de las provincias de Hideyoshi y la suya propia.
En aquel entonces, dada la repentina popularidad de Hideyoshi tras la batalla de Yamazaki, las provincias con las que podía contar como aliadas eran las de Harima, Tajima, Settsu, Tango, Yamato y pocas más, para una fuerza militar total de sesenta y siete mil soldados. Si se les añadían los soldados de Owari, Ise, Iga y Bizen, el número total sería de unos cien mil.
Katsuie podía reunir la fuerza principal de Echizen, Noto, Oyama, Ono, Matsuto y Toyama. Eso significaría una fuerza que quizá no pasaría de cuarenta y cinco mil hombres. Sin embargo, si añadía la Mino de Nobutaka, Ise y la fuerza provincial de Kazumasu, contaría con una fuerza militar cercana a los sesenta y dos mil hombres, un número con el que casi podría competir con el enemigo.
El hombre parecía ser un monje itinerante, pero caminaba con el paso de un luchador. En aquellos momentos estaba subiendo por la carretera de Shufukuji.
—¿Adonde vas? —le desafió el guardián de Shibata.
—Soy yo —replicó el religioso, echando atrás su capucha de monje.
Los centinelas señalaron la empalizada a sus espaldas. En el portal de madera había un grupo de hombres. El monje se acercó al oficial y dijo unas pocas palabras. Por un momento parecieron confusos, pero entonces el mismo oficial cogió un caballo y entregó las riendas al religioso.
El monte Yukiichi era el campamento de Sakuma Genba y su hermano menor, Yasumasa. El hombre con hábito religioso era Mizuno Shinroku, un servidor de Yasumasa. Le había sido confiado un mensaje secreto y ahora estaba arrodillado ante su señor, en el cuartel general.
—¿Qué tal ha ido? ¿Buenas o malas noticias? —le preguntó Yasumasa con impaciencia.
—Todo está arreglado —replicó Shinroku.
—¿Has podido reunirte con él? ¿Ha ido todo bien?
—El enemigo ha establecido ya una vigilancia estricta, pero he podido reunirme con el señor Shogen.
—¿Cuáles son sus intenciones?
—Las traigo escritas en una carta.
Miró en el interior de su sombrero de mimbre y arrancó la juntura del cordón. Una carta que había estado colocada en la superficie interior del sombrero cayó sobre su regazo. Shinroku alisó las arrugas y depositó la carta en la mano de su señor.
Yasumasa examinó la cubierta durante cierto tiempo.
—Sí, no hay duda de que ésta es la caligrafía de Shogen, pero la carta está dirigida a mi hermano. Acompáñame. Iremos a ver a mi hermano e informaremos al campamento principal en el monte Nakao.
Señor y servidor cruzaron la empalizada y subieron a la cima del monte Yukiichi. La disposición de hombres y caballos, las entradas de la empalizada y los barracones de la tropa estaban cada vez más apretados y sometidos a un mayor control a medida que se acercaban a la cima. Finalmente apareció ante ellos la ciudadela principal, que parecía un castillo, y vieron innumerables recintos con cortinas extendidos en la cima.
—Dile a mi hermano que estoy aquí.
Mientras Yasumasa hablaba al guardián, llegó corriendo uno de los servidores de Genba.
—Me temo que el señor Genba no está en su aposento, mi señor.
—¿Ha ido al monte Nakao?
—No, está allí.
Miró en la dirección que señalaba el servidor y vio a su hermano, Genba, sentado con cinco o seis guerreros y pajes en la hierba más allá de la ciudadela principal. Era difícil ver lo que estaban haciendo. Al aproximarse, vio que uno de los pajes sujetaba un espejo mientras otro tenía una jofaina entre las manos. Allí, bajo el cielo azul, Genba se estaba afeitando como si no tuviera ninguna otra preocupación en el mundo. Era el día doce del cuarto mes.
Ya había llegado el verano, y en las poblaciones fortificadas de las llanuras se notaba el calor. Pero en las montañas la primavera estaba en su apogeo.
Yasumasa se acercó al grupo y se arrodilló en la hierba.
—¿Y bien, hermano?
Genba le miró por el rabillo del ojo, pero siguió extendiendo el mentón ante el espejo hasta que terminó de afeitarse. Sólo después de dejar la navaja y de eliminar de su cara el pelo cortado con el agua de la jofaina, se volvió del todo para mirar a su hermano menor.
—¿De qué se trata, Yasumasa?
—¿Quieres ordenar a los pajes que se retiren, por favor?
—¿Por qué no vamos a mi aposento?
—No, no. Éste es el mejor lugar para una conversación secreta.
—¿Lo crees así? De acuerdo.
Volviéndose hacia sus pajes, Genba les ordenó que se retirasen a cierta distancia.
Los pajes cogieron el espejo y la jofaina y se marcharon. Los samurais también se retiraron. Los hermanos Sakuma se quedaron uno frente al otro en la cima de la montaña. Había otro hombre presente, Mizuno Shinroku, que había acompañado a Yasumasa.
De acuerdo con su posición, Shinroku estaba todavía un tanto apartado, postrado ante sus dos superiores. Entonces Genba reparó en él.
—Veo que Shinroku ha regresado.
—Así es, e informa de que todo ha ido muy bien. Su misión parece haber tenido éxito.
—Estoy seguro de que no era fácil. Bien, ¿cuál es la respuesta de Shogen?
—Aquí está su carta.
Genba se apresuró a abrir la carta. La satisfacción brilló en sus ojos y sus labios trazaron una sonrisa. ¿Qué clase de éxito secreto podía alegrarle tanto? Sus hombros se agitaban de una manera casi incontenible.
—Acércate un poco más, Shinroku. Estás demasiado lejos.
—Sí, mi señor.
—Según la carta de Shogen, parece ser que te ha confiado los auténticos detalles. Dime todo lo que Shogen tenía que decir.
—El señor Shogen ha dicho que tanto él como el señor Ogane han tenido diferencias de opinión con su señor, Katsutoyo, antes incluso de que Nagahama cambiara de bando. Hideyoshi lo sabía, y aunque les han puesto al frente de las fortalezas en los montes Dangi y Shinmei, están vigilados por Kimura Hayato, fiel servidor de Hideyoshi, y apenas pueden moverse.
—Pero los dos se proponen escapar y venir aquí.
—Planean matar a Kimura Hayato mañana por la mañana y entonces traer a sus hombres a nuestro lado.
—Si va a suceder tal cosa mañana por la mañana, no hay tiempo que perder. Envíales una fuerza. —Tras dar esta orden a Yasumasa, interrogó de nuevo a Shinroku—. Según ciertos informes, Hideyoshi se encuentra en su campamento principal, mientras otros afirman que está en Nagahama. ¿Sabes dónde está?
Shinroku admitió que no lo sabía.
Para los Shibata, la cuestión de si Hideyoshi estaba en el frente o en Nagahama tenía una importancia extrema. Sin conocer su paradero, no sabían cómo proceder exactamente. La estrategia de Katsuie no era la de un solo ataque frontal. Había esperado largo tiempo la oportunidad de que el ejército que Nobutaka tenía en Gifu entrara en acción. Entonces las fuerzas de Takigawa Kazumasu podrían iniciar su ataque, y los dos ejércitos de Mino e Ise amenazarían juntos la retaguardia de Hideyoshi. En ese momento, la fuerza principal de Katsuie, formada por veinte mil hombres, podría precipitarse sobre Hideyoshi y acorralarlo en Nagahama.
Katsuie ya había recibido una carta de Nobutaka a tal efecto. Si Hideyoshi estaba en Nagahama, se enteraría en seguida de tales operaciones y procuraría que tanto Gifu como Yanagase estuvieran preparados. Si Hideyoshi se hallaba ahora en el frente, Katsuie tendría que estar totalmente preparado, pues ya había llegado el momento de la sublevación de Nobutaka.
Pero antes de poder llevar a cabo esos planes, los Shibata tenían que inmovilizar a Hideyoshi a fin de crear las circunstancias apropiadas para la intervención de Nobutaka.
—Ese único extremo sigue sin estar claro —repitió Genba. No había duda de que durante el largo período de espera, que había durado más de un mes, se había deprimido cada vez más—. En fin, hemos logrado atraer a Shogen, y eso tan sólo debería alegrarnos. Hay que informar de inmediato al señor Katsuie. Mañana aguardaremos la señal de Shogen.
Yasumasa y Shinroku se marcharon primero y regresaron a su campamento. Genba pidió a un paje que le trajera su caballo favorito y, acompañado por diez guerreros, partió en seguida hacia el campamento principal en el monte Nakao.
El camino recién abierto entre el monte Yukiichi y el campamento principal en Nakao tenía unas cuatro varas de anchura y serpenteaba unas dos leguas a lo largo de las montañas. La vegetación primaveral se ofrecía a los ojos de los guerreros, e incluso Genba, mientras fustigaba a su caballo, se sentía embargado por un sentimiento poético.
El campamento principal en el monte Nakao estaba rodeado por varias empalizadas. Cada vez que Genba se acercaba a una entrada, se limitaba a dar su nombre y seguía adelante, mirando a los guardianes altivamente desde su silla de montar.
Pero cuando se disponía a cruzar el portal de la ciudadela principal, el jefe de los guardianes le llamó bruscamente.
—¡Espera! ¿Adonde vas?
Genba se volvió y miró fijamente al hombre.
—Ah, ¿eres tú, Menju? He venido a ver a mi tío. ¿Está en su aposento o con el estado mayor?
Menju frunció el ceño, dio unos pasos hasta quedar frente a Genba y le dijo, irritado:
—Primero desmontad, por favor.
—¿Qué?
—Este portal está muy cerca del cuartel general del señor Katsuie. No importa quién seáis ni la prisa que tengáis, no está permitido entrar a caballo.
—¿Te atreves a decirme eso, Menju? —replicó Genba encolerizado, pero de acuerdo con la disciplina militar no podía negarse. Desmontó como Menju le había pedido y gruñó—: ¿Dónde está mi tío?
—Está en medio de una conferencia militar.
—¿Quiénes asisten?
—Los señores Haigo, Osa, Hará, Asami y Katsutoshi.
—En ese caso, puedo reunirme perfectamente con ellos.
—No, yo os anunciaré.
—Eso no será necesario.
Genba se abrió paso y Menju le observó mientras se alejaba, su semblante nublado por la tristeza. El reto que acababa de lanzar, a riesgo de su reputación, no era solamente en nombre de la ley militar. Desde hacía algún tiempo, intentaba en secreto que Genba reflexionara en su actitud.
La actitud mostrada por los modales orgullosos que Genba solía exhibir se relacionaba con el favoritismo de su tío. Cuando observaba cómo el señor de Kitanosho actuaba con parcial amor ciego hacia su sobrino, Menju no podía evitar sentirse inquieto por el futuro. Como mínimo, le parecía que no era correcto que Genba llamara «tío» al comandante en jefe.
Pero Genba no prestaba atención a cosas como los sombríos pensamientos de Menju. Se dirigió en línea recta al lugar donde estaba el cuartel general de su tío, hizo caso omiso de los demás servidores y susurró al oído de Katsuie: «Cuando hayas terminado, tengo que hablar contigo de un asunto privado».
Katsuie se apresuró a poner fin a la conferencia. Después de que los generales se hubieran retirado, se inclinó en su escabel de campaña y charló animadamente con su sobrino. Tras soltar una risa de complacencia, Genba le mostró en silencio la respuesta de Shogen como si supiera que iba a causarle un gran placer.
Katsuie se sintió inmensamente satisfecho. La intriga que había concebido y que, a instancias suyas, Genba había puesto en vigor, surtía efecto. Tan sólo por eso la satisfacción de ver que todo salía de acuerdo con el plan era mayor para él que para los demás. Él, en particular, tenía la reputación de amar la intriga, y mientras leía la respuesta de Shogen se sentía tan feliz que casi le caía la baba.
El objetivo del plan era debilitar al enemigo desde el interior. Desde el punto de vista de Katsuie, la presencia de hombres como Shogen y Ogane en el ejército de Hideyoshi ofrecía oportunidades para incubar una maquinación tras otra.
En cuanto a Shogen, creía que la victoria sería para los Shibata, una convicción sorprendentemente insensata. Es cierto que más adelante también él se sentiría angustiado y sin duda le interrogaría su propia conciencia, pero la carta de consentimiento había sido enviada y ya no había nada que deliberar. Para bien o para mal, la traición de Shogen tendría definitivamente lugar a la mañana siguiente, y aguardaba para invitar al ejército de Shibata a su fortaleza.
***
Era la medianoche del día doce. Las hogueras ardían en rescoldo y el único sonido que se oía en el campamento de la montaña envuelto en la niebla era el susurro del ramaje de los pinos.
—¡Abrid! —pidió alguien en voz baja, al tiempo que golpeaba repetidas veces la puerta de la empalizada.
El pequeño fuerte de Motoyama había sido anteriormente el cuartel general de Shogen, pero Hideyoshi le había sustituido por Kimura Hayato.
—¿Quién es? —preguntó el centinela, mirando entre las rendijas de la empalizada.
Al otro lado había una figura solitaria envuelta en la oscuridad.