Read Los ojos del sobremundo Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Los ojos del sobremundo (18 page)

BOOK: Los ojos del sobremundo
2.15Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Pasada la medianoche despertó para descubrir que Zhiaml Vraz se marchaba de la habitación, un hecho que en su somnolencia no le causó demasiada preocupación ni le impidió sumirse de nuevo inmediatamente en el sueño.

El sonido de la puerta abriéndose violentamente de par en par volvió a despertarle; se sentó en la cama para descubrir que el sol aún no había salido, y que ante él tenía una delegación de ciudadanos encabezada por el viejo, que le miraba con horror y desagrado.

El viejo le apuntó con un largo tembloroso dedo.

—Creí detectar opiniones heréticas; ¡ahora el hecho ha quedado demostrado! Observadle: duerme sin cubrirse la cabeza ni haberse untado el bálsamo devocional en la barbilla. ¡Y la muchacha Zhiaml Vraz ha informado que en ningún momento de sus relaciones íntimas este villano ha solicitado la aprobación de Yelisea!

—¡Una herejía, sin la menor duda! —declararon los otros miembros de la delegación.

—¿Qué otra cosa podía esperarse de un extranjero? —dijo despectivamente el viejo—. ¡Mirad! Incluso ahora se niega a hacer el signo sagrado.

—¡No sé cuál es el signo sagrado! —bufó Cugel—. ¡No conozco nada de vuestros ritos! ¡Esto no es herejía, es simple ignorancia!

—No puedo creerlo —dijo el viejo—. Esta noche pasada te tracé las líneas generales en que se fundamenta nuestra ortodoxia.

—La situación es grave. —dijo otro, con una voz portentosamente melancólica—. La herejía existe solamente como resultado de la putrefacción del Lóbulo de la Rectitud.

—Es una dolencia incurable y fatal —afirmó otro, no menos preocupadamente.

—¡Cierto! ¡Oh, si, demasiado cierto! —suspiró uno que estaba apoyado junto a la puerta—. ¡Qué hombre más desafortunado.

—¡Vamos! —dijo el viejo—. Debemos terminar inmediatamente con el asunto.

—No es necesario que os molestéis —dijo Cugel—. Permitidme que me vista, y abandonaré ahora mismo el poblado para no regresar jamás.

—¿Para difundir tu detestable doctrina por otros lugares? ¡En absoluto!

Y entonces Cugel fue agarrado y arrastrado desnudo fuera de la habitación. Fue llevado en volandas cruzando el parque, hasta el pabellón en su centro. Varios del grupo erigieron una especie de recinto formado por postes de madera sobre la plataforma del pabellón, y allí fue arrojado Cugel.

—¿Qué vais a hacer? —exclamó éste—. ¡No quiero tomar parte en vuestros ritos!

Fue ignorado, y se quedó allí, mirando entre los intersticios mientras algunos de los ciudadanos hacían ascender un gran globo de papel verde lleno con aire caliente y que llevaba tres linternas de papel debajo.

El alba apuntó al este. Los ciudadanos, con todo arreglado a su satisfacción, se retiraron al borde del parque. Cugel intentó trepar la pared de su prisión de maderos, pero los tablones de madera eran demasiado grandes y estaban demasiado juntos como para permitirle apoyar los pies en ningún lado.

El cielo se aclaró; muy arriba ardían las linternas de papel. Cugel, encorvado y con la piel de gallina a causa del frío matutino, caminó de un lado para otro de su angosta prisión. Se detuvo en seco cuando la encerebradora música le llegó desde lejos. Aumentó de volumen, y por un momento pareció alcanzar el nivel de audibilidad. Muy arriba en el cielo apareció un Ser Alado, con sus blancas ropas ondeando detrás. Descendió, y Cugel sintió que todas sus articulaciones se aflojaban.

El Ser Alado planeó sobre el recinto donde estaba encerrado Cugel, se dejó caer, englobó a Cugel en sus blancas ropas y empezó a izarlo. Pero Cugel se había agarrado a uno de los tablones de su prisión, y el Ser Alado aleteó en vano. El tablón crujió, chirrió, crujió de nuevo. Cugel consiguió liberarse de la asfixiante tela y tiró del tablón con la fuerza de la histeria; se astilló y se partió. Cugel aferró un fragmento y lo usó a modo de espada contra el Ser Alado. La aguzada punta atravesó la blanca ropa, y el Ser Alado abofeteó a Cugel con un ala. Cugel agarró una de las nervaduras quitinosas y, con un poderoso esfuerzo, la retorció, de modo que la sustancia crujió y se partió y el ala colgó fláccida. El Ser Alado, desconcertado por lo que estaba ocurriendo, dio un gran salto que los llevó a él y a Cugel por encima del pabellón, y se alejó dando saltos por el poblado, arrastrando tras de sí su ala rota.

Cugel corrió tras él, golpeándole con una estaca que había recogido por el camino. Tuvo un atisbo de los ciudadanos contemplándole asombrados; sus bocas estaban abiertas y húmedas, y era probable que estuvieran gritando, aunque no oyó nada. El Ser Alado cojeó más aprisa, tomando el sendero ascendente hacia el risco, con Cugel a sus espaldas agitando la estaca y golpeándole con todas sus fuerzas. El dorado sol se alzó por encima de las lejanas montañas; el Ser Alado se dio de pronto la vuelta, enfrentándose a Cugel, y éste sintió la penetrante mirada de sus ojos, aunque el rostro, si existía tal, seguía oculto tras la capucha de la capa. Desconcertado y jadeante, Cugel retrocedió, y entonces se le ocurrió que mientras estaba allí casi indefenso otros podían caer sobre él desde lo alto. De modo que gritó una imprecación a la criatura y regresó hacia el poblado.

Todos habían huido. El poblado estaba desierto. Cugel se echó a reír estentóreamente. Se dirigió a la posada, se vistió con sus ropas y se colocó la espada. Salió al salón principal, miró en la caja y encontró un cierto número de monedas, que transfirió a su bolsa, junto con la representación en marfil de NULIDAD. Volvió al exterior: era mejor marcharse mientras no había nadie por allí para detenerle.

Un destello de luz atrajo su atención: el anillo en su dedo brilló con docenas de parpadeantes destellos, y todos apuntaban sendero arriba, hacia los riscos.

Cugel agitó desalentado la cabeza, luego comprobó de nuevo las señalantes luces. Dirigían sin ambigüedad posible de vuelta por el camino por donde había venido. Los cálculos de Faresm, después de todo, habían sido exactos. Sería mejor que actuara con decisión, si no quería que TOTALIDAD escapara una vez más fuera de su alcance.

Sólo se entretuvo lo suficiente para encontrar un hacha, y se apresuró sendero arriba, siguiendo los resplandecientes destellos del anillo.

No lejos de donde lo había dejado se encontró con el lisiado Ser Alado, ahora sentado en una roca al lado del camino, la capucha echada sobre su cabeza. Cugel tomó una roca y la lanzó con todas sus fuerzas contra la criatura, que se derrumbó convirtiéndose en un repentino polvo, dejando tan sólo un montón de ropa blanca para señalar el hecho de su existencia.

Cugel prosiguió sendero arriba, buscando todo el refugio que le fue posible, pero sin resultado. Sobre él empezaron a planear Seres Alados, trazando círculos y aleteando. Cugel hizo girar el hacha, golpeando contra las alas, y las criaturas se elevaron un poco, sin dejar de trazar círculos.

Cugel consultó el anillo y siguió sendero arriba, con los Seres Alados planeando sobre su cabeza. El anillo fulguraba con la intensidad de su mensaje: ¡allí estaba TOTALIDAD, descansando blandamente sobre una roca!

Cugel contuvo el grito de triunfo que brotó de su garganta. Aferró el símbolo de marfil de NULIDAD y corrió hacia la roca, y lo aplicó al gelatinoso globo central.

Tal como Faresm había afirmado, la adherencia fue instantánea. Con el contacto Cugel pudo sentir que el conjuro que lo ataba a la antigua época se disolvía.

¡Un azotar del aire, un enorme aleteo! Cugel fue derribado al suelo. Una blanca tela lo envolvió, y con una mano sujetando NULIDAD le era imposible hacer girar su hacha. Sintió que le era arrebatada. Soltó NULIDAD, se aferró a una roca, pateó, consiguió liberarse de algún modo y saltó hacia su hacha. El Ser Alado aferró NULIDAD, a la que estaba unida TOTALIDAD, y se alzó con ellas hacia una cueva muy arriba en los riscos.

Grandes fuerzas estaban tirando de Cugel, girando en todas direcciones a la vez. Hubo un rugir en sus oídos, un parpadear de luces violetas, y Cugel cayó un millón de años hacia el futuro.

Recobró la consciencia en la habitación de baldosas azules, con el sabor de un licor aromático en los labios. Faresm, inclinado sobre él, palmeó su rostro y vertió más licor en su boca.

—¡Despierta! ¿Dónde está TOTALIDAD? ¿Cómo has regresado?

Cugel lo empujó a un lado y se sentó en el camastro.

—¡TOTALIDAD! —rugió Faresm—. ¿Dónde está? ¿Dónde está mi talismán?

—Te explicaré —dijo Cugel con voz espesa—. Estaban en mi mano, y entonces me fueron arrancados por criaturas aladas a servicio del Gran Dios Yelisea.

—¡Cuéntame, cuéntame!

Cugel le contó las circunstancias que lo habían conducido primero a conseguir y luego a perder lo que Faresm deseaba. Mientras hablaba, el rostro de Faresm se crispó por el dolor y sus hombros se abatieron. Finalmente condujo a Cugel fuera, a la débil luz rojiza de última hora de la tarde. Juntos escrutaron los riscos, que ahora se alzaban desolados y sin vida sobre ellos.

—¿A qué cueva voló la criatura? —preguntó Faresm—. ¡Señálala, si eres capaz!

Cugel señaló.

—Esa, o así juraría. Todo era confusión, con todo aquel aletear y flotar de ropas blancas…

—Quédate aquí. —Faresm se metió en su cuarto de trabajo y regresó al cabo de poco—. Te daré una luz —y le tendió a Cugel una fría llama blanca atada a una cadena de plata—. Prepárate.

Arrojó a los pies de Cugel una redoma que estalló convirtiéndose en un torbellino, y Cugel se vio arrastrado mareantemente por el aire hasta aquel desmoronante reborde que había señalado a Faresm. Cerca había la oscura abertura de una cueva. Cugel dirigió la llama hacia dentro. Vio un polvoriento pasadizo, de tres pasos de anchura y más alto de lo que podía alcanzar con las manos extendidas. Penetraba en el risco, girando ligeramente hacia un lado. Parecía desprovisto de toda vida.

Manteniendo la luz ante él, Cugel avanzó lentamente a lo largo del pasadizo, sintiendo que su corazón latía ante el temor de algo que no podía definir. Se detuvo en seco: ¿música? ¿El recuerdo de la música? Escuchó y no pudo oír nada; pero cuando intentó avanzar de nuevo el miedo se aferró a sus piernas. Alzó mucho la linterna y miró hacia las profundidades del polvoriento pasadizo. ¿Adónde conducía? ¿Qué había más allá? ¿Una cueva llena de polvo? ¿Demonolandia? ¿La tierra bendita de Byssom? Cugel avanzó lentamente, con todos sus sentidos alerta. Sobre una especie de repisa descubrió un consumido esferoide amarronado: el talismán que había llevado al pasado. TOTALIDAD se había desprendido hacia mucho de él y había partido.

Cugel alzó cuidadosamente el objeto, quebradizo por la edad de un millón de años, y regresó al reborde exterior. El torbellino, a una orden de Faresm, devolvió a Cugel al suelo.

Temiendo la ira de Faresm, Cugel le tendió el marchito talismán.

Faresm lo tomó y lo sostuvo entre el índice y el pulgar.

—¿Eso es todo?

—No había nada más.

Faresm dejó caer el objeto. Golpeó el suelo e instantáneamente se convirtió en polvo. Faresm miró a Cugel, inspiró profundamente, luego se volvió con un gesto de inexpresable frustración y regresó a su adivinatorio.

Cugel se dirigió agradecido sendero abajo, pasó junto a los trabajadores que permanecían aguardando órdenes, en un ansioso grupo. Miraron hoscamente a Cugel, y un dos anas le arrojó una piedra. Cugel se alzó de hombros y prosiguió hacia el sur, siguiendo el sendero. Pasó por el lugar que había ocupado el poblado, ahora una gran extensión cubierta de maleza y viejos y retorcidos árboles. El estanque había desaparecido y el suelo era duro y reseco. En el valle de abajo había ruinas, pero ninguna de ellas señalaba los lugares de las antiguas ciudades, Impergos, Tharuwe y Rhaverjand, ahora desaparecidas más allá de todo recuerdo.

Cugel caminó hacia el sur. Tras él los riscos se mezclaron con la bruma y no tardaron en desaparecer de su vista.

V
Los peregrinos
1: En la posada

Durante la mayor parte de un día Cugel había estado atravesando una lúgubre extensión donde no crecía nada excepto la hierba de la sal; luego, tan sólo unos pocos minutos antes del anochecer, llegó a la orilla de un amplio y lento río junto al que había un camino. A setecientos cincuenta metros a su derecha se alzaba una alta estructura de madera y oscuro estuco marrón, evidentemente una posada. Aquella visión proporcionó una gran satisfacción a Cugel, porque no había comido nada en todo el día, y había pasado la noche anterior subido a un árbol. Diez minutos más tarde empujaba la pesada puerta reforzada con hierro de la posada.

Se detuvo en el vestíbulo. A ambos lados había ventanas con los cristales en forma de diamantes de color lavanda patinado por el tiempo, a través de los cuales el sol poniente arrojaba un millar de refracciones. De la sala común llegaba el alegre zumbido de voces, el resonar de loza y cristal, el olor de la antigua madera, el encerado suelo, el cuero y los humeantes calderos. Cugel entró y se encontró con una veintena de hombres reunidos en torno al fuego, bebiendo vino e intercambiando las largas charlas de los viajeros.

El posadero estaba detrás de la barra: un hombre robusto, alto casi hasta los hombros de Cugel, con una cabeza calva en forma de domo y un barba negra que colgaba treinta centímetros por debajo de su barbilla. Sus ojos eran protuberantes y de gruesos párpados; su expresión era tan plácida y tranquila como el fluir del río. Ante la petición de acomodo de Cugel se dio un fuerte tirón en la nariz.

—Ya estoy más que repleto, con tantos peregrinos por el camino de Erze Damath. Aquellos que ves en los bancos no son ni siquiera la mitad de todos los que debo alojar esta noche. Pondré un camastro en el salón, si te conformas con esto; no puedo hacer más.

Cugel suspiró insatisfecho.

—Esto no es lo que esperaba. Deseo intensamente una habitación privada con una cama de buena calidad, una ventana dominando el río, una gruesa alfombra para ahogar las canciones y gritos de esta sala.

—Me temo que te sentirás decepcionado —dijo el posadero sin emoción—. La única habitación que se acomoda a esta descripción se halla ya ocupada por ese hombre de la barba amarilla que se sienta allá: un tal Lodermulch, que también viaja a Erze Damath.

—Quizá, ante la súplica de una emergencia, puedas persuadirle de que abandone la habitación y ocupe el camastro en mi lugar —sugirió Cugel.

—Dudo que sea capaz de tanta abnegación —respondió el posadero—. ¿Pero por qué no se lo preguntas tú mismo? Yo, francamente, no deseo suscitar la cuestión.

BOOK: Los ojos del sobremundo
2.15Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Fantasmas by Chuck Palahniuk
Never Say Genius by Dan Gutman
Spider-Touched by Jory Strong
A Family Affair by Mary Campisi
Dearest Cinderella by Sandra M. Said
To Love Anew by Bonnie Leon
Biker by Ashley Harma
Swords of Arabia: Betrayal by Anthony Litton
Out of Bounds by Kris Pearson