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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Los ojos del sobremundo (19 page)

BOOK: Los ojos del sobremundo
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Cugel examinó los acusados rasgos de Lodermulch, sus musculosos brazos y la en cierto modo desdeñosa actitud con que escuchaba la charla de los peregrinos, se sintió inclinado a compartir la afirmación del posadero respecto al carácter de Lodermulch, y no hizo ningún intento tampoco por suscitar la cuestión.

—Parece que voy a tener que ocupar el camastro. Ahora, en cuanto a mi cena: me gustaría un ave, convenientemente rellena, espetada, asada y aderezada, acompañada de todos los platos complementarios que tu cocina pueda aportar.

—Mi cocina está tan abrumada como mis habitaciones, y tendrás que comer lentejas con los peregrinos —dijo el posadero—. Sólo hay un ave a mano, y también ha sido reservada a Lodermulch, para su cena.

Cugel se alzó de hombros, irritado.

—No importa. Voy a lavarme el polvo del camino de mi rostro, y luego tomaré un vaso de vino.

—En la parte de atrás hay agua corriente y un abrevadero utilizado ocasionalmente para este propósito. Puedo proporcionarte ungüentos, aceites aromáticos y ropa limpia por un suplemento.

—El agua bastará. Cugel caminó hacia la parte de atrás de la posada, donde encontró el abrevadero. Tras lavarse miró a su alrededor, y observó a no mucha distancia un cobertizo, reciamente construido de madera. Echó a andar de vuelta a la posada, luego se detuvo y examinó otra vez el cobertizo. Cruzó la zona intermedia, abrió la puerta y miró dentro; luego, sumido en sus pensamientos, regresó a la sala principal de la posada. El posadero le sirvió un vaso de vino caliente con especias, que tomó en un banco de un rincón.

A Lodermulch le habían preguntado su opinión sobre los denominados Evangelios Funambulescos, cuyos partidarios, negándose a apoyar los pies en el suelo, iban a sus trabajos en la cuerda floja. Lodermulch, con voz seca, expuso las falacias de aquella doctrina en particular.

—Hacen retroceder la edad de la Tierra a veintinueve eones, en vez de los habituales veintitrés. Estipulan que por cada ana cuadrada de suelo han muerto y han depositado su polvo dos millones y cuarto de hombres, creando así un húmedo e ubicuo mantillo sobre el cual es sacrílego caminar. El argumento posee una plausibilidad superficial, pero considerad: el polvo de un cuerpo desecado, esparcido sobre una ana cuadrada, crea una capa de siete décimas y media de milímetro de espesor. En consecuencia, el total representa casi kilómetro y medio de polvo de cadáveres compactado extendido por toda la superficie de la Tierra, lo cual es manifiestamente falso.

Un miembro de la secta que, sin acceso a sus habituales cuerdas, caminaba en unos engorrosos zapatos ceremoniales, lanzó una excitada protesta.

—¡Hablas sin lógica ni comprensión! ¿Cómo puedes ser tan absoluto?

Lodermulch alzó sus pobladas cejas en hosco descontento.

—¿Debo realmente explicarme mejor? En la orilla de los océanos, ¿hay acaso un acantilado de kilómetro y medio de altitud señalando la demarcación entre tierra y mar? No. Por todas partes hay desigualdad. Hay promontorios que se extienden dentro del mar; a menudo hallamos playas de blanquisima arena. En ninguna parte están las enormes fortalezas de turba blancogrisácea sobre las que se apoyan las doctrinas de tu secta.

—¡Habladurías inconsecuentes! —escupió el funambulista.

—¿Qué significa esto? —preguntó Lodermulch, hinchando su enorme pecho—. ¡No estoy acostumbrado a que se burlen de mí!

—¡No es ninguna burla, sino una dura y fría refutación de tu dogmatismo! Afirmamos que una porción de este polvo ha sido arrojado al océano, una porción flota suspendida en el aire, una porción se infiltra por los intersticios del suelo a cavernas subterráneas, y otra porción es absorbida por árboles, hierbas y algunos insectos, de tal modo que poco más de medio kilómetro de sedimento ancestral cubre el suelo que es sacrílego hollar. ¿Por qué no son visibles por todas partes los acantilados que tú mencionas? ¡Debido a la humedad exhalada y expelida por innumerables hombres en el pasado! Esto ha alzado el nivel de los océanos en un exacto equivalente, de modo que no pueden notarse acantilados ni precipicios; y ahí reside tu falacia.

—Bah —murmuró Lodermulch, dándose la vuelta—. En algún lugar de tus concepciones hay un punto débil.

—¡En absoluto! —afirmó el evangelista, con ese fervor que distinguía a los de su clase—. De todos modos, por respeto a los muertos, caminamos por los aires, en cuerdas y cornisas, y cuando debemos viajar, utilizamos un calzado especial santificado.

Durante la conversación, Cugel había salido de la sala. Ahora un adolescente de redonda cara con el atuendo de portero se acercó al grupo.

—¿Eres tú el ilustre Lodermulch? —preguntó a la persona así llamada.

Lodermulch se cuadró en su silla.

—Lo soy.

—Traigo un mensaje de alguien que te ha traído ciertas sumas de dinero. Te espera en el pequeño cobertizo que hay detrás de la posada.

Lodermulch frunció el ceño, incrédulo.

—¿Estás seguro de que esta persona indicó a Lodermulch, preboste de la comunidad de Barlig?

—Exacto, señor; el nombre fue específicamente este.

—¿Y qué hombre trajo el mensaje?

—Era un hombre alto que llevaba una voluminosa capucha, y se describió a sí mismo como uno de tus íntimos.

—Sí, claro —rumió Lodermulch—. ¿Tyzog, quizá? O posiblemente Krednip… ¿Pero por qué no vienen directamente a mí? Sin duda existe alguna buena razón. —Se puso en pie—. Supongo que voy a tener que investigar.

Salió del salón, rodeó la posada y miró, a la desvaneciente luz, hacia el cobertizo.

—¡Hey, ahí! —llamó—. ¿Tyzog? ¿Krednip? ¡Quien seas, sal!

No hubo respuesta. Lodermulch fue a mirar al interior del cobertizo. Tan pronto como hubo cruzado la puerta, Cugel salió de la parte de atrás de la edificación, cerró la puerta de golpe y echó barra y cerrojos.

Ignorando los ahogados puñetazos contra la puerta y las furiosas llamadas, Cugel regresó a la posada. Buscó al posadero.

—Un cambio en los arreglos: Lodermulch ha sido llamado con urgencia y ha tenido que irse. No necesitará ni su habitación ni su ave asada, de modo que me ha cedido muy amablemente ambas cosas.

El posadero tiró de su barba, fue a la puerta y miró al camino, arriba y abajo. Regresó lentamente.

—¡Extraordinario! Ya había pagado por la habitación y la comida, y no ha acudido a reclamar que se le devuelva nada.

—Arreglamos entre nosotros un compromiso a satisfacción mutua. Para recompensarte por el esfuerzo extra, te pagaré personalmente tres terces adicionales.

El posadero se alzó de hombros y aceptó las monedas.

—Al fin y al cabo, para mí es lo mismo. Ven, te conduciré a la habitación.

Cugel inspeccionó la habitación y se sintió satisfecho. Por aquel entonces se estaba sirviendo la cena. El asado de ave estaba más allá de todo reproche, como lo estaban también los platos adicionales que Lodermulch había encargado y que el posadero había incluido con la comida.

Antes de retirarse, Cugel fue a la parte de atrás de la posada y comprobó a satisfacción que la barra, los cerrojos y la puerta del cobertizo estaban en perfecto orden, y que las roncas llamadas de Lodermulch era muy improbable que atrajeran la atención. Dio unos golpes a la puerta.

—¡Tranquilo, Lodermulch! —dijo con voz severa—. ¡Soy yo, el posadero! No grites tan fuerte; molestarás el sueño de mis huéspedes.

Sin aguardar una respuesta, Cugel regresó a la sala común, donde se puso a conversar con el jefe del grupo de peregrinos. Era un tal Garstang, un hombre flaco y nervioso, de piel cerúlea, cráneo frágil, ojos como encapuchados y una meticulosa nariz tan delgada que era casi translúcida cuando se la miraba con una luz al otro lado. Dirigiéndose a él como un hombre de experiencia y erudición, Cugel le preguntó la ruta a Almery, pero Garstang tendía a creer que la región era puramente imaginaria.

Cugel le afirmó lo contrario.

—Almery es una región real; te garantizo personalmente su existencia.

—Entonces tu conocimiento es más profundo que el mío —afirmó Garstang—. Este río es el Asc; la tierra de este lado es Sudun; la del otro Lelias. Al sur se extiende Erze Damath, hacia donde sería prudente viajar, puesto que desde allí podrías ir quizá hacia el oeste cruzando el Desierto de Plata y el mar Songano, donde podrías preguntar de nuevo.

—Haré como sugieres —dijo Cugel.

—Todos nosotros, devotos gilfigitas, nos dirigimos a Erze Damath y la Rito Lustral en el Obelisco Negro —dijo Garstang—. Puesto que nuestra ruta cruza grandes extensiones desérticas, vamos en grupo para defendernos de los erbs y los gids. Si deseas unirte al grupo, para compartir tanto privilegios como restricciones, eres bienvenido.

—Los privilegios son evidentes por sí mismos —dijo Cugel—. ¿Cuáles son las restricciones?

—Simplemente obedecer las órdenes del jefe, es decir, yo, y contribuir con la parte proporcional de los gastos.

—Acepto sin reservas —dijo Cugel.

—¡Excelente! Partimos mañana al amanecer. —Garstang señaló hacia otros miembros del grupo, que en total eran cincuenta y siete—. Ahí está Vitz, discursor de nuestro pequeño grupo, y el que está sentado allá es Casmyre, el teórico. El hombre con el diente de hierro es Arlo, y el del sombrero azul y la hebilla de plata es Voynod, un mago de no poca reputación. Ausentes de la estancia estan el estimable aunque agnóstico Lodermulch y el inequívocamente devoto Subucule. Quizás estén intentando mutuamente convertir al otro a sus convicciones. Los dos que juegan a los dados son Parso y Sayanave. Allí está Hant, y allí Cray. —Garstang nombró a algunos otros, citando sus atributos. finalmente, Cugel, alegando cansancio, se retiró a su habitación. Se relajó en la cama y se quedó inmediatamente dormido.

Ya de madrugada fue despertado bruscamente. Lodermulch, cavando el suelo del cobertizo, luego haciendo un túnel por debajo de la pared, había conseguido liberarse de su encierro, y se dirigió inmediatamente a la posada. Primero probó la puerta de la habitación de Cugel, pero éste se había cuidado muy bien de cerrarla por dentro.

—¿Quién hay ahí? —preguntó Cugel.

—¡Abre! ¡Soy yo, Lodermulch! ¡Esta es la habitación donde se supone que debo dormir!

—Ni lo sueñes —declaró Cugel—. He pagado una suma principesca para asegurarme una buena cama, e incluso me vi obligado a esperar mientras el posadero echaba al antiguo ocupante. Ahora déjame dormir; sospecho que estás borracho; si quieres un poco más de diversión, despierta al bodeguero.

Lodermulch se marchó pisando fuerte. Cugel volvió a acomodarse en la cama.

Finalmente oyó un apagado resonar de golpes y los gritos del posadero cuando Lodermulch lo agarró de la barba. Al cabo de mucho forcejeo Lodermulch fue por fin echado de la posada, gracias a los esfuerzos conjuntos del posadero, su esposa, el portero, el chico de los recados y otros; con lo cual Cugel volvió a dormirse beatíficamente.

Antes del amanecer los peregrinos, junto con Cugel, se levantaron y tomaron su desayuno. El posadero parecía de un humor más bien mustio y mostraba arañazos y hematomas, pero no hizo ninguna pregunta a Cugel, el cual a su vez no inició ninguna conversación.

Después del desayuno los peregrinos se reunieron en el camino, donde se les unió Lodermulch, que había pasado la noche recorriendo arriba y abajo el camino.

Garstang hizo el recuento del grupo, luego dio un gran pitido con su silbato. Los peregrinos echaron a andar, cruzando el puente, y emprendieron la marcha por la orilla sur del Asc, hacia Erze Damath.

2: La balsa en el río

Durante tres días los peregrinos avanzaron siguiendo el Asc, durmiendo por la noche tras una barricada evocada por el mago Voynod utilizando un pequeño círculo de huesecillos de marfil: una precaución necesaria, porque más allá de los barrotes, apenas visibles a la luz del fuego, había criaturas ansiosas de unirse a la comitiva: deodands que suplicaban suavemente, erbs que tan pronto se acercaban a cuatro patas como a dos, sin hallarse cómodos de ninguna de las dos maneras. En una ocasión un gid intentó saltar la barricada; en otra ocasión tres hoons se unieron para lanzarse contra los postes…, retrocediendo, lanzándose otra vez, golpeando con gruñidos de esfuerzo, mientras desde dentro los peregrinos observaban fascinados.

Cugel se acercó y tocó con la ardiente punta de un tizón una de las formas asaltantes, que lanzó un rugido de furia. Un gran brazo gris se agitó con movimientos desgarrantes a través de la abetura; Cugel saltó hacia atrás para no ser alcanzado. La barricada resistió, y finalmente las criaturas se pelearon entre ellas y se marcharon.

Por la tarde del tercer día llegaron a la confluencia del Asc con un gran y lento río que Garstang identificó como el Scamander. Cerca se alzaba un bosque de altos baldamas, pinos y robles spinth. Con la ayuda de los leñadores locales fueron derribados algunos árboles, limpiados de ramas y llevados al borde del agua, donde fue construida una balsa. Con todos los peregrinos a bordo, la balsa fue echada a la corriente, donde derivó río abajo entre la calma y el silencio.

Durante cinco días la balsa descendió por el amplio Scamander, a veces casi sin llegar a ver las orillas, a veces deslizándose al lado de las cañas que delimitaban la línea de tierra. Sin nada mejor que hacer, los peregrinos se enzarzaron en largas discusiones, y la diversidad de opiniones sobre cada tema era notable. Casi siempre las charlas abordaban los arcanos metafísicos o las sutilezas de los principios gilfigitas.

Subucule, el más devoto de los peregrinos, afirmó su credo en detalle. Esencialmente profesaba la teosofía gilfigita ortodoxa, en la cual Zo Zam, la deidad de las ocho cabezas, tras crear el cosmos, se extirpó un dedo del pie, que se convirtió luego en Gilfig, mientras que las gotas de sangre se dispersaban para formar las ocho razas de la humanidad.

Roremaund, un escéptico, atacó la doctrina:

—¿Y quién creó a este hipotético «creador» tuyo? ¿otro «creador»? Es mucho más fácil presuponer simplemente el producto final: ¡en este caso, un Sol parpadeante y una Tierra moribunda!

A lo cual Subucule citó el Texto Gilfigita en aplastante refutación.

Uno llamado Bluner propuso firmemente su propio credo. Creía que el Sol era una célula en el cuerpo de una gran deidad, que había creado el cosmos en un proceso análogo al crecimiento de un liquen sobre una roca.

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