Los ojos del sobremundo (22 page)

Read Los ojos del sobremundo Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Los ojos del sobremundo
11.92Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No temas, yo me hago cargo de ella.

Los cadáveres fueron llevados a la parte de atrás de la posada. Cugel apuró una última jarra de vino, luego se retiró a su habitación, donde esparció las propiedades de Voynod sobre la mesa. El dinero fue a su bolsa; los talismanes, amuletos e instrumentos fueron transferidos a otra bolsa conveniente; la pasta fue arrojada a un lado. Contento con el trabajo del día, Cugel se echó en la cama y pronto estaba dormido.

A la mañana siguiente Cugel vagabundeó por la ciudad, subiendo a la más alta de las ocho colinas. La vista que se abrió ante él era la vez melancólica y magnífica. A derecha e izquierda fluía el gran Scamander. Las avenidas de la ciudad marcaban bloques cuadrados de ruinas, terrenos vacíos, las chozas de estuco de los pobres y los palacios de los ricos. Erze Damath era la ciudad más grande que Cugel hubiera visto nunca, mucho más grande que cualquiera de Almery o Ascolais, aunque ahora la mayor parte de ella yaciera en mohosas ruinas.

Cugel regresó a la sección central y buscó el tenderete de un geógrafo profesional, y tras pagar la tasa correspondiente preguntó por el camino más seguro y rápido a Almery.

El sabio no se apresuró a contestar, sino que fue en busca de varios mapas y almanaques. Tras profunda deliberación, se volvió a Cugel.

—Este es mi consejo. Sigue el Scamander hacia el norte hasta el Asc, sigue el curso del Asc hasta que encuentres un puente de seis pilares. Allí vuelve tu rostro hacia el norte, atraviesa las montañas de Magnatz, tras lo cual te hallarás frente al bosque conocido como el Gran Erm. Dirígete entonces hacia el oeste cruzando este bosque y alcanza la orilla del Mar Septentrional. Allí deberás construir un pequeño bote de cuero y confiarte a la fuerza del viento y de las corrientes. Si por suerte alcanzas la región del Muro Desmoronante, a partir de ahí el viaje hacia el sur, hasta Almery, es comparativamente fácil.

Cugel hizo un gesto de impaciencia.

—En esencia, éste es el camino por donde he venido. ¿No hay otra ruta?

—Por supuesto que la hay. Un hombre temerario puede elegir el Desierto de Plata, tras el cual llegará al mar Songano, a cuyo otro lado se extienden las incruzables extensiones de una región contigua a Almery oriental.

—Bien, esto parece realizable. ¿Cómo debo cruzar el Desierto de Plata? ¿Hay caravanas?

—¿Con qué finalidad? No hay nadie al otro lado para comprar las mercancías así transportadas…, tan sólo bandidos que prefieren apoderarse de ellas. Es necesaria una fuerza mínima de cuarenta hombres para intimidar a los bandidos.

Cugel se alejó del tenderete. En una taberna cercana bebió una botella de vino y estudió la mejor forma de organizar una fuerza de cuarenta hombres. Los peregrinos, por supuesto, eran cincuenta y seis…, no, cincuenta y cinco, contando la muerte de Voynod. En consecuencia, aquel grupo le serviría…

Cugel bebió más vino y estudió más a fondo la situación.

Finalmente pagó su cuenta y dirigió sus pasos al Obelisco Negro. «Obelisco» quizá fuera un calificativo engañoso, puesto que en realidad el objeto era un gran colmillo de sólida piedra negra que se alzaba hasta unos treinta metros por encima de la ciudad. En su base habían sido talladas cinco estatuas, cada una de ellas mirando en una dirección distinta, cada una el Primer Adepto de algún credo en particular. Gilfig miraba al sur, con sus cuatro manos presentando símbolos, con sus pies descansando sobre los cuellos de extáticos suplicantes, con los dedos de sus pies alargados y curvados hacia arriba, para indicar elegancia y delicadeza.

Cugel recabó información de un asistente próximo a él.

—¿Quién es, con relación al Obelisco Negro, el Jefe Jerárquico, y dónde puede ser hallado?

—El Precursor Hulm es el individuo al que buscas —dijo el asistente, y señaló hacia una espléndida estructura cercana—. Puedes encontrar su retiro dentro de esta estructura incrustada con gemas.

Cugel se dirigió al edificio indicado y, tras varias vehementes declaraciones, fue llevado a presencia del Precursor Hulm: un hombre de mediana edad, algo rechoncho y de cara redonda. Cugel hizo un gesto al subhierofante que tan reluctantemente lo había traído hasta allí.

—Vete; mi mensaje es sólo para el Precursor.

El Precursor hizo una seña; el hierofante se retiró. Cugel se inclinó hacia delante.

—¿Puedo hablar sin miedo a ser escuchado por alguien más que por ti?

—Puedes.

—Entonces, en primer lugar, quiero que sepas que soy un poderoso mago —dijo Cugel—. Observa: ¡un tubo que proyecta concentrado azul! ¡Y aquí, un pergamino que lista dieciocho fases del Ciclo Laganético! Y este instrumento: ¡un cuerno que permite a los muertos hablar y, usado de otra forma, permite transmitir información al cerebro muerto! ¡Y poseo otras muchas maravillas!

—Realmente interesante —murmuró el Precursor.

—Mi segunda revelación es ésta: durante un tiempo serví como preparador de inciensos en el templo de los Teólogos de una lejana región, donde aprendí que cada una de las sagradas imágenes estaba construida de tal forma que los sacerdotes, en caso de urgencia, podían realizar actos que podían atribuirse a la propia divinidad.

—¿Por qué no debería ser así? —inquirió benignamente el Precursor—. La divinidad, puesto que controla todos los aspectos de la existencia, persuade a los sacerdotes para que realicen por ella tales actos.

Cugel asintió con la cabeza.

—En consecuencia, supongo que las imágenes talladas en el Obelisco Negro son de este tipo.

El Precursor sonrió.

—¿A cuál de las cinco te refieres específicamente?

—Específicamente a la representación de Gilfig.

Los ojos del Precursor se volvieron vagos; pareció reflexionar.

Cugel señaló los distintos talismanes e instrumentos.

—A cambio de un servicio donaré algunos de estos artículos a quien lo realice.

—¿Cuál es el servicio?

Cugel se explicó con detalle, y el Precursor asintió pensativamente.

—¿Te importaría mostrar una vez más tus artículos mágicos?

Cugel lo hizo.

—¿Ésos son todos tus instrumentos?

Reluctante, Cugel mostró el estimulador erótico y explicó la función del talismán complementario. El Precursor asintió con la cabeza, vivamente esta vez.

—Creo que podemos llegar a un acuerdo; todo es como desea el omnipotente Gilfig.

—¿Estamos de acuerdo, entonces?

—Estamos de acuerdo.

A la mañana siguiente, el grupo de cincuenta y cinco peregrinos se reunió ante el Obelisco Negro. Se postraron ante la imagen de Gilfig, y se prepararon para realizar sus devociones. De pronto, los ojos de la imagen llamearon fuego y su boca se abrió.

—¡Peregrinos! —llegó una resonante voz—. ¡Id a cumplir mi deseo! A través del Desierto de Plata viajaréis, hasta la orilla del mar Songano. Allí hallaréis un templo, ante el cual deberéis rendir humildad. ¡Id! ¡A través del Desierto de Plata, con toda diligencia!

La voz calló. Garstang dijo con voz temblorosa:

—Hemos oído, oh Gilfig. ¡Obedecemos!

En aquel momento Cugel dio un paso adelante.

—¡Yo también he oído esta maravilla! ¡Yo también realizaré el viaje! ¡Vamos, preparémonos!

—No tan aprisa —dijo Garstang—. No podemos echar a correr saltando y girando como derviches. Se necesitarán provisiones, así como animales de carga. Para ello se necesitan fondos. ¿Quién participa?

—¡Yo ofrezco doscientos terces!

—Yo, que perdí noventa terces jugando con Cugel, dispongo solamente de cuarenta terces, pero contribuyo con ellos.

Así siguieron todos, e incluso Cugel aportó sesenta y cinco terces al fondo común.

—Bien —dijo Garstang—. Entonces mañana haré todos los arreglos, y al día siguiente, si todo va bien, ¡partiremos de Erze Damath por la Vieja Puerta del Oeste!

4: El Desierto de Plata y el mar Songano

Por la mañana, Garstang, con la ayuda de Cugel y Casmyre, fue a procurar el equipo necesario. Fueron encaminados a un lugar donde encontrarían los animales de carga necesarios, situado en una de las ahora desiertas zonas limitadas por los bulevares de la vieja ciudad. Una pared de ladrillos de barro mezclados con fragmentos de piedra tallada delimitaba un recinto del que brotaba una cacofonía de sonidos: gritos, llamadas, profundos alaridos, roncos mugidos, ladridos, chillidos y rugidos, y un intenso y múltiple olor, un combinado de amoniaco, forraje, una docena de tipos de estiércol, un asomo de carne medio descompuesta, una fetidez generalizada.

Los viajeros cruzaron un portal y entraron en una oficina que dominaba el patio central, donde corrales, jaulas y empalizadas contenían animales de una variedad tan grande que Cugel se sintió asombrado.

El encargado se les acercó: un hombre alto de piel amarilla al que le faltaban la nariz y una oreja. Llevaba una bata de piel gris atada a la cintura y un alto sombrero negro, cónico, con aleteantes orejeras.

Garstang le indicó el propósito de su visita.

—Somos peregrinos que debemos cruzar el Desierto de Plata, y deseamos alquilar animales de carga. Somos cincuenta o más, y anticipamos un viaje de veinte días en cada dirección, con quizá cinco días dedicados a nuestras devociones; espero que esta información te guíe sobre lo que necesitamos. Naturalmente, esperamos que pongas a nuestra disposición los animales más seguros, industriosos y dóciles que tengas.

—Todo esto está muy bien —afirmó el encargado—, pero mis precios de alquiler son idénticos a mis precios de venta, así que será mejor que saquéis todo el provecho a vuestro dinero en forma de título de propiedad de los animales implicados en la transacción.

—¿Y el precio? —inquirió Casmyre.

—Esto depende de vuestra elección; cada animal tiene un valor distinto.

Garstang, que había estado observando el recinto, agitó dubitativo la cabeza.

—Confieso mi desconcierto. Cada animal es de un tipo distinto, y ninguno parece encajar en una categoría bien definida.

El encargado admitió que así era.

—Si no os importa escuchar, puedo explicarlo todo. La historia es fascinante, y además os ayudará en el manejo de los animales.

—Entonces el oírte nos supondrá un doble provecho —dijo Garstang amablemente, mientras Cugel hacía gestos de impaciencia.

El encargado se dirigió a un estante y tomó un libro tamaño folio encuadernado en cuero.

—En eones pasados, el Rey Kutt el Loco ordenó un parque zoológico como no había habido ninguno antes, para su diversión privada y estupefacción del mundo. Su mago, Follinense, produjo en consecuencia un grupo de animales y teratoides único, combinando las más alocadas variedades de plasmas; el resultado podéis verlo aquí.

—¿El parque ha persistido tanto tiempo? —preguntó maravillado Garstang.

—Por supuesto que no. Nada del Rey Kutt el Loco sobrevive excepto la leyenda, y un libro del mago Follinense —palmeó el libro encuadernado en cuero—, que describe su extraña sistematología. Por ejemplo —abrió el libro al azar—. Bien…, hum. Aquí hay una explicación, menos explícita que otras, en la cual analiza a los semihombres; poco más que un breve conjunto de notas:

Gid: híbrido de hombre, gárgola, caracol, insecto saltador.

Deodand: glotón, basilisco, hombre.

Erb: oso, hombre, lagarto flaco, demonio.

Grue: hombre, murciélago con vista, el raro hoon.

Leucomorfo: desconocido.

Basil: felinodoro, hombre, (¿avispa?).

Clasmyre dio una sorprendida palmada.

—Entonces, ¿Follinense creó esas criaturas, con la subsiguiente desventaja para la humanidad?

—Seguramente no —dijo Garstang—. Más bien parece un ejercicio de meditación ociosa. En dos ocasiones reconoce sus dudas.

—Esa es también mi opinión, en este caso —afirmó el encargado—, aunque en otros lugares se muestra menos inseguro.

—¿Cómo se hallan relacionados entonces los animales que tenemos delante con el parque zoológico? —preguntó Casmyre.

El encargado se alzó de hombros.

—Otra de las extravagancias del Rey Loco. Dejó a todos sus animales libres por el campo, ante la preocupación general. Los animales, dotados de una ecléctica fecundidad, se convirtieron cada vez en más extraños, y ahora merodean por la llanura de Oparona y el bosque de Blanvalt en gran número.

—Bien, ¿y qué pasa con nosotros? —preguntó Cugel—. Queremos animales de carga, dóciles y de hábitos frugales, no fenómenos y curiosidades, no importa lo edificantes que sean.

—Algunos de los miembros de mi amplio stock son capaces de esta función —dijo el encargado con dignidad—. Esos son los que tienen los precios más altos. Por otra parte por un solo terce puedes ser propietario de un animal de largo cuello y gran barriga de sorprendente voracidad.

—El precio es atractivo —dijo Garstang con pesar—. Desgraciadamente, necesitamos animales que transporten comida y agua cruzando el Desierto de Plata, no que se la coman y beban.

—En este caso debemos ser más selectivos. —El encargado se puso a estudiar con ojo crítico sus animales—. Ese alto con dos patas es quizá menos feroz de lo que parece…

Finalmente se hizo una selección de quince animales, y se convino un precio. El encargado los trajo a la puerta; Garstang, Cugel y Casmyre tomaron posesión de ellos y condujeron a las quince desparejas criaturas, a un paso descansado, por las calles de Erze Damath, hasta la Puerta Oeste. Allí Cugel fue dejado a cargo de ellas, mientras Garstang y Casmyre iban a comprar víveres y otros artículos necesarios.

A la caída de la noche se habían hecho todos los preparativos, y a la mañana siguiente, cuando el primer rayo amarronado de luz solar incidió en el Obelisco Negro, los peregrinos partieron. Los animales cargaban con cestas de comida y pellejos de agua; todos los peregrinos llevaban zapatos nuevos y sombreros de ala ancha. Garstang no había conseguido contratar un guía, pero se había agenciado un mapa del geógrafo, pese a que no indicaba más que un pequeño círculo etiquetado «Erze Damath» y una zona más grande señalada «Mar Songano».

Cugel fue encargado de conducir uno de los animales, una criatura de doce patas de seis metros de largo, con una pequeña cabecita incongruentemente infantil que no dejaba de hacer muecas estúpidas y un pelaje tostado cubriendo todo su cuerpo. Cugel encontró la tarea irritante, ya que el animal no dejaba de echarle al cuello un aliento que apestaba y en varias ocasiones se acercaba tanto a él que le pisó materialmente los talones.

Other books

On the Head of a Pin by Janet Kellough
Tender is the Night by F. Scott Fitzgerald
Angry Black White Boy by Adam Mansbach
False Pretenses by Kathy Herman
A Reason to Believe by Governor Deval Patrick
The Alabaster Staff by Edward Bolme
Marjorie Farrell by Lady Arden's Redemption
Mr and Mischief by Kate Hewitt