Los ojos del sobremundo (15 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Los ojos del sobremundo
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Cugel observó durante algunos minutos, luego se acercó al vigilante, un hombre de un metro de altura que permanecía de pie ante un pupitre consultando los planos extendidos ante él, comparándolos con el trabajo en progreso mediante un ingenioso utensilio óptico. Parecía darse cuenta de todo al primer momento, y daba instrucciones, regañaba, hacía rectificar los errores, aconsejaba a los menos hábiles en el uso de sus herramientas. Para subrayar sus observaciones utilizaba un dedo índice maravillosamente extensible, que alcanzaba muy bien los nueve metros para golpear delicadamente una sección de roca, rascar un rápido diagrama, luego retraerse con la misma rapidez.

El contramaestre se apartó de su pupitre uno o dos pasos, satisfecho temporalmente con el trabajo en curso, y Cugel avanzó.

—¿Qué intrincado esfuerzo es éste, y cuál es su objeto?

—El trabajo es el que ves —respondió el contramaestre con una acompasada y penetrante voz—. De la roca natural producimos formas específicas, según las órdenes del mago Faresm… ¡Cuidado, ahí! ¡Cuidado! —El grito iba dirigido a un hombre un metro más alto que Cugel, que golpeaba la piedra con un puntiagudo cincel—. ¡Detecto exceso de confianza! —El índice partió hacia delante—. Ve con mucho cuidado en esta unión; ¿notas como la roca tiende a resquebrajarse? Da un golpe aquí de intensidad seis en vertical, utilizando una garra semicurva; en ese otro punto un golpe de intensidad cuatro en arista de encuentro; luego emplea una galga de cuatro para retirar las esquirlas.

Cuando el trabajo volvió a funcionar correctamente, se dedicó de nuevo al estudio de sus planos, agitando la cabeza con el ceño insatisfechamente fruncido.

—¡Demasiado lentos! Los operarios trabajan como si estuvieran medio drogados, o demuestran una estupidez más allá de lo esperado. Ayer mismo, Dadio Fessadil, aquel tres anas que lleva pañuelo verde de allá —señaló—, usó una barra refrigeradora de galga diecinueve para acanalar la moldura de una pequeña cuadrifolia invertida.

Cugel agitó sorprendido la cabeza, como si nunca hubiera oído un error tan craso. Preguntó:

—¿Qué es lo que impulsa esta sorprendente talla de rocas?

—No sabría decirlo —respondió el capataz—. El trabajo viene realizándose desde hace trescientos dieciocho años, pero durante todo este tiempo Faresm nunca ha aclarado sus motivos. Deben ser claros y precisos, porque realiza una inspección diaria y es rápido en indicar los errores. —Aquí se volvió a un lado para consultar con un hombre que le llegaba a Cugel a la rodilla y que tenía dudas sobre la altura de una cierta voluta. El capataz consultó un índice, resolvió el asunto; luego se volvió de nuevo a Cugel, esta vez con un aire de franca simpatía.

—Pareces a la vez astuto y hábil; ¿te gustaría hallar empleo? Nos faltan varios artesanos de ana intermedia, o si prefieres un trabajo más fuerte podemos usarte sin problemas como aprendiz de pedrero de dieciocho anas. Tu estatura es la apropiada para cualquiera de las dos cosas, y hay las mismas posibilidades de promoción. Como puedes ver, yo soy hombre de cuatro anas. Alcancé la posición de Golpeador en un año, de Moldeador de Formas en tres, de Ayudante de Obra en diez, y llevo sirviendo como Jefe de Obra desde hace diecinueve años. Mi predecesor era un dos anas, y el Jefe de Obra anterior a él fue un diez anas. —Se puso a enumerar las ventajas del trabajo, que incluía comida, cama, narcóticos a elegir, privilegios en el ninfario, un sueldo que empezaba con diez terces diarios, y varios otros beneficios, incluidos los servicios de Faresm como adivinador y exorcisador—. Además, Faresm mantiene un conservatorio donde todos pueden enriquecer sus intelectos. Yo mismo estoy estudiando Identificación de Insectos, Heráldica de los Reyes del Viejo Gomaz, Canto Polifónico, Catalepsia Práctica y Doctrina Ortodoxa. ¡Nunca hallarás un patrón más generoso que Faresm el Mago!

Cugel contuvo una sonrisa ante el entusiasmo del Jefe de Obra; pero su estómago gruñía de hambre y no era cuestión de rechazar de plano una oferta tan tentadora.

—Nunca antes había pensado en una carrera así —dijo—. Citas unas ventajas de las que no era consciente.

—Cierto; generalmente no son conocidas.

—No puedo decir inmediatamente ni sí ni no. Es una decisión importante que tengo la impresión que debería considerar en todos sus aspectos.

El Jefe de Obra asintió con profunda comprensión.

—Animamos la deliberación en nuestros artesanos, puesto que cada golpe que den debe conseguir el efecto deseado. Para reparar una inexactitud del tamaño de una uña hay que retirar todo el bloque, colocar un nuevo bloque en lugar del viejo, y empezarlo todo de nuevo. Hasta que el trabajo ha alcanzado su estadio anterior los privilegios del ninfario son retirados a todos. En consecuencia, no deseamos recién llegados oportunistas o impulsivos en el grupo.

Firx, con el repentino temor de que Cugel propusiera un retraso, indicó su opinión de una forma tremendamente dolorosa. Aferrándose el abdomen, Cugel se retiró a un lado y, mientras el Jefe de Obra observaba perplejo, argumentó acaloradamente con Firx.

—¿Cómo puedo seguir sin alimentos? —La respuesta de Firx fue un incisivo movimiento de sus púas—. ¡Imposible! —exclamó Cugel—. El amuleto de Iucounu basta teóricamente, pero mi estómago ya no puede soportar más tártago; recuerda, si caigo muerto por el camino, ¡nunca te reunirás con tu camarada en los tanques de Iucounu!

Firx vio la justicia del argumento y se tranquilizó, reluctante. Cugel regresó junto al pupitre, donde el Jefe de Obra había sido distraído por el descubrimiento de una gran turmalina que impedía el progreso de una espiral muy complicada. Finalmente Cugel consiguió atraer de nuevo su atención.

—Mientras sopeso la oferta de empleo y las ventajas contradictorias de la disminución y la elongación, necesitaré una cama donde poder recostarme. También desearía probar las pequeñas ventajas que has descrito, digamos por un período de un día o más.

—Tu prudencia es de admirar —declaró el Jefe de Obra—. La gente de hoy tiende a comprometerse alegremente a cosas que luego lamentarán. No era así en mi juventud, donde prevalecían la sobriedad y la discreción. Arreglaré las cosas para que seas admitido en el complejo, donde podrás verificar cada una de mis afirmaciones. Hallarás a Faresm severo pero justo, y solamente el hombre que golpea descuidadamente la roca tiene motivos de queja. ¡Pero observa! ¡Aquí está Faresm el Mago en su inspección diaria!

Subiendo por el sendero venía un hombre de imponente estatura que llevaba un voluminoso atuendo blanco. Su actitud era afable; su pelo era como vello amarillo; sus ojos estaban vueltos hacia arriba como embelesados en la contemplación de una inefable sublimidad. Llevaba los brazos relajadamente cruzados, y avanzaba sin mover las piernas. Los trabajadores, quitándose los gorros e inclinando al unísono las cabezas, cantaron un respetuoso saludo, al que contestó Faresm con una inclinación de cabeza. Vio a Cugel, hizo una pausa, inspeccionó rápidamente el trabajo realizado hasta entonces, luego se deslizó sin prisas hacia el pupitre.

—Todo parece razonablemente exacto —le dijo al Jefe de Obra—. Creo que el pulido de la parte inferior de la epiproyección 56—16 es desigual, y detecto una pequeña entalladura en la ranura secundaria de la espira diecinueve. Ninguna de esas dos circunstancias parecen de mucha importancia, de modo que no recomiendo acción disciplinaria alguna.

—Las deficiencias serán reparadas y los artesanos negligentes recibirán su reprimenda: ¡eso como mínimo! —exclamó el Jefe de Obra con irritada pasión—. Ahora deseo presentarte a un posible recluta para nuestra fuerza de trabajo. Afirma no tener experiencia en el oficio, y quiere pensárselo antes de decidir unirse a nuestro grupo. Si decide hacerlo, planeo el periodo habitual como recogedor de cascotes antes de confiársele el afilado de herramientas y las excavaciones preliminares.

—Sí; eso está de acuerdo con nuestra práctica habitual. De todos modos… —Faresm se deslizó sin esfuerzo hacia delante, tomó la mano izquierda de Cugel y efectuó una rápida adivinación sobre las uñas de sus dedos. Su benévola actitud se hizo más sobria—. Veo contradicciones de cuatro variedades. Sin embargo, resulta claro que tus inclinaciones óptimas van en otra dirección que en el picar y modelar roca. Te aconsejo que busques otro empleo más compatible.

—¡Bien dicho! —exclamó el Jefe de Obra—. ¡Faresm el Mago demuestra su infalible altruismo! A fin de no perder más el tiempo retiro desde ahora mismo mi oferta de empleo. Puesto que ahora ya no tiene ninguna finalidad el que te reclines en una cama o pruebes las prerrogativas de las que te había hablado, no necesitas seguir perdiendo un tiempo irreemplazable.

Cugel hizo una mueca.

—Una adivinación tan casual puede demostrarse inexacta.

El Jefe de Obra extendió su dedo índice verticalmente diez metros, en un gesto de ultraje, pero Faresm asintió plácidamente.

—Esto es completamente correcto, y realizaré con gusto una adivinación más completa, aunque el proceso requerirá entre seis y ocho horas.

—¿Tanto tiempo? —preguntó Cugel, asombrado.

—Es el mínimo. Primero tienes que ser atado de la cabeza a los pies con intestinos de búhos recién muertos, luego sumergido en un baño caliente conteniendo un cierto número de sustancias orgánicas secretas. Yo, por supuesto, tengo que chamuscar el dedo meñique de tu pie izquierdo y dilatar lo suficiente tu nariz como para que pueda pasar un escarabajo explorador, que deberá estudiar los conductos que conducen a y de tu sensorio. Pero vayamos a mi adivinatorio, para que podamos empezar inmediatamente el proceso.

Cugel tironeó su barbilla, indeciso. Finalmente dijo:

—Soy un hombre cauteloso, y debo meditar incluso en la conveniencia de someterme a tal adivinación; en consecuencia, requiero varios días de calma y somnolencia meditativa. Vuestro complejo y el ninfario adyacente parecen reunir las condiciones necesarias para tal estado; en consecuencia…

Faresm agitó indulgente la cabeza.

—La cautela, como cualquier otra virtud, puede ser llevada a su extremo. La adivinación tiene que realizarse inmediatamente.

Cugel intentó seguir discutiendo, pero Faresm se mostró inflexible y empezó a deslizarse sendero abajo.

Cugel se retiró desconsoladamente a un lado, considerando primero esta estratagema, luego esa otra. El sol se acercó al cenit, y los trabajadores empezaron a especular sobre la naturaleza de las viandas que iban a ser servidas en su comida del mediodía. Finalmente el Jefe de Obra dio una señal; todo el mundo dejó a un lado sus herramientas, y hubo una aglomeración en torno al carro que contenía la comida.

Cugel dijo en voz alta, medio bromeando, que podía ser convencido de compartir la comida de los otros, pero el Jefe de Obra no quiso ni oír hablar de aquello.

—Como en todas las actividades de Faresm, la exactitud es aquí también reina. Es una discrepancia impensable el que cincuenta y cuatro hombres deban consumir la comida pensada sólo para cincuenta y tres.

Cugel no pudo hallar ninguna respuesta adecuada, y se sentó en silencio mientras los picapiedras comían pastel de carne, queso y pescado salado. Todos lo ignoraron excepto uno, un hombre de un cuarto de ana cuya generosidad excedía con mucho a su estatura, y que reservó para Cugel una parte de su comida. Cugel le respondió que no tenía hambre en absoluto y, poniéndose en pie, vagabundeó por todo el proyecto, esperando descubrir algo de comida olvidada.

Fue de aquí para allá, pero los recogedores de cascotes habían retirado toda huella de sustancia extraña al esquema. Sin poder aplacar su apetito, Cugel llegó al centro de la obra, donde, extendida sobre un disco tallado, descubrió a la más peculiar de las criaturas: esencialmente un globo gelatinoso en el que parecían nadar partículas luminosas de las cuales emergían una serie de tubos o tentáculos transparentes que se hacían más delgados hasta desaparecer en la nada. Cugel se inclinó para examinar la criatura, que pulsaba con un lento ritmo interno. La apretó con el dedo, y pequeños destellos brillantes ondularon a partir del punto de contacto. Interesante: ¡una criatura de capacidades excepcionales!

Extrajo una aguja de entre sus ropas y pinchó un tentáculo, que emitió una irritada pulsación luminosa, mientras las doradas motas del interior de su sustancia se agitaban hacia todos lados. Más intrigado que nunca, Cugel se acercó más y se dedicó a la experimentación, sondeando aquí y allá, observando los irritados destellos y agitaciones con gran diversión.

Un nuevo pensamiento se le ocurrió a Cugel. La criatura desplegaba cualidades que recordaban a la vez a los celentéreos y a los equinodermos. ¿Una medusa terrestre? ¿Un molusco privado de su concha? Más importante aún: ¿era una criatura comestible?

Cugel extrajo su amuleto y lo aplicó al globo central y a cada uno de los tentáculos. No oyó ningún campanilleo ni zumbido: la criatura no era venenosa. Desenfundó su cuchillo e intentó cortar uno de los tentáculos, pero descubrió que la sustancia era demasiado elástica y dura para ser cortada. Cerca había un brasero, que era mantenido encendido para forjar y afilar las herramientas de los trabajadores. Alzó la criatura por dos de sus tentáculos, la llevó hasta el brasero y la puso sobre el fuego. La tostó cuidadosamente y, cuando consideró que ya estaba suficientemente cocida, se dispuso a comerla. Finalmente, tras varios esfuerzos poco dignos, consiguió tragarla en su totalidad, aunque la encontró sin ningún sabor ni valor nutritivo apreciable.

Los talladores de piedra estaban volviendo a su trabajo. Con una mirada significativa al capataz, Cugel descendió por el sendero.

No muy lejos estaba la morada de Faresm el Mago: un edificio largo y bajo de roca fundida rematado por ocho domos de cobre, mica y brillante cristal azul de extraña forma. Faresm en persona estaba sentado ante el edificio, contemplando el valle con una serena magnanimidad que lo abarcaba todo. Alzó una mano en un tranquilo saludo.

—Te deseo agradables viajes y éxitos en todas tus empresas futuras.

—El sentimiento es aceptado en todo su valor —dijo Cugel con una cierta amargura—. De todos modos, podrías haberme hecho un servicio mucho más significativo extendiendo sobre mí persona la posibilidad de compartir vuestra comida del mediodía.

La plácida benevolencia de Faresm no se inmutó.

—Esto hubiera sido un acto de erróneo altruismo. Demasiada generosidad de baja estofa corrompe al receptor y frustra sus recursos.

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