Cugel rió amargamente.
—Soy un hombre de férreos principios, y no me quejaré, pese a que, a falta de nada mejor, me he visto obligado a devorar un gran insecto transparente que hallé en medio de tus excavaciones de rocas.
Faresm se sobresaltó, y su expresión adoptó una intensidad desconocida hasta entonces.
—¿Un gran insecto transparente, dices?
—Insecto, epífita, molusco…, ¿quién sabe? No se parecía a ninguna criatura que hubiera visto antes, y su sabor, incluso después de haberlo asado cuidadosamente en el brasero, no tenía nada de particular.
Faresm flotó dos metros en el aire para arrojar todo el poder de su mirada sobre Cugel. Habló con voz baja y dura.
—¡Describe a esa criatura con detalle!
Interrogándose acerca de la severidad de Faresm, Cugel obedeció.
—Era así y así respecto a sus dimensiones —señaló con sus manos—. En cuanto al color, era de una transparencia gelatinosa salpicada con innumerables manchas doradas. Ésas parecían parpadear y pulsar cuando la criatura era molestada. Los tentáculos parecían hacerse más finos cada vez y finalmente desaparecían en vez de terminar. La criatura manifestó una obstinada determinación, y su ingestión resultó difícil.
Faresm se sujetó la cabeza con las manos, clavando sus dedos en el amarillo vello de su pelo. Alzó los ojos al cielo y lanzó un trágico grito.
—¡Ah! Llevo quinientos años intentando atraer a esa criatura, desesperando, dudando, meditando por las noches, pero sin abandonar nunca las esperanzas de que mis cálculos fueran exactos y mi gran talismán adecuado. ¡Y entonces, cuando finalmente aparece, tú caes sobre ella sin ninguna otra razón que saciar tu repulsiva glotonería!
Cugel, algo asustado ante la ira de Faresm, se apresuró a afirmar su ausencia de malicia. Faresm, sin embargo, no se ablandó. Señaló que Cugel había cometido abuso de confianza y, en consecuencia, no tenía derecho a apelar inocencia.
—Tu existencia misma es un agravio, al que hay que añadir el hecho de haber tenido la osadía de comunicarme el desagradable hecho. La benevolencia me impulsó a ser tolerante, lo cual ahora me doy cuenta que fue un grave error.
—En este caso —afirmó Cugel con dignidad—, me alejaré inmediatamente de tu presencia. Te deseo buena suerte en el balance del día, y ahora adiós.
—No tan aprisa —dijo Faresm con la más fría de las voces—. La exactitud ha sido alterada; el daño que se ha cometido exige un contraacto para validar la Ley del Equilibrio. Puedo definir la gravedad de tu acto de esta manera: si te hiciera estallar en este mismo instante en las más diminutas de tus partes, la expiación no representaría más que una diezmillonésima de tu agravio. Es necesario un castigo más severo.
Cugel se agitó presa de una gran inquietud.
—Comprendo que se ha cometido un acto lamentable, ¡pero recuerda!, mi participación en él fue básicamente casual. Afirmo categóricamente primero mi absoluta inocencia, segundo mi falta de intención criminal, y tercero mis más efusivas disculpas. Y ahora, puesto que me quedan aún muchas leguas que viajar, emprenderé…
Faresm hizo un gesto perentorio. Cugel guardó silencio. Faresm inspiró profundamente.
—No comprendes la calamidad que has arrojado sobre mí. Te lo explicaré, a fin de que no te sorprendas por los rigores que te aguardan. Como ya te he insinuado, la llegada de la criatura era la culminación de mi mayor esfuerzo. Determiné su naturaleza tras el atento examen de cuarenta y dos mil grimorios, todos ellos escritos en lenguaje críptico: una tarea que requirió cien años. Durante un segundo centenar de años desarrollé un esquema susceptible de atraparla y preparé especificaciones exactas. Luego reuní a cortadores de piedra, y durante un período de trescientos años di forma sólida a ese esquema. Puesto que lo igual atrae a lo igual, las variables e interconexiones crean una suprapululación en todas las áreas, cualidades e intervalos que se convierten en una espiral cristorroide excitando finalmente la ponenciación de una calda proubietal. Hoy se produjo la concatenación; la «criatura», como tú la llamas, pervolucionó por sí misma; y tú, en tu idiota malicia, la devoraste.
Cugel, con un asomo de altivez, señaló que la «idiota malicia» a la que el alterado mago se refería era en realidad simple hambre.
—En cualquier caso, ¿qué hay de tan extraordinario en la «criatura»? Otras igual de feas pueden hallarse cada día en la red de cualquier pescador.
Faresm se irguió en toda su altura, miró a Cugel con ojos llameantes.
—La «criatura» —dijo con voz rasposa— es TOTALIDAD. El globo central es todo el espacio, visto desde la inversa. Los tubos son vórtices a varias eras, ¡y los temibles actos que has cometido pinchando y aguijoneando, cociendo y masticando, son imposibles incluso de imaginar!
—¿Y qué hay de los efectos de la digestión? —inquirió Cugel delicadamente—. ¿Retendrán su identidad los varios componentes del espacio, el tiempo y la existencia tras pasar a todo lo largo de mi tracto digestivo?
—Bah. El concepto carece de interés. Basta decir que has causado importantes daños y creado una seria tensión en el tejido ontológico. Se te requiere inexorablemente que restablezcas el equilibrio.
Cugel alzó las manos.
—¿No es posible que se haya cometido algún error? ¿Que la «criatura» no fuera más que una pseudo—TOTALIDAD? ¿O no es concebible que la «criatura» pueda ser traída de nuevo por algún medio?
—Las dos primeras teorías son insostenibles. En cuanto a la última, debo confesar que algunas ideas frenéticas han estado formándose en mi mente. —Faresm hizo un signo, y los pies de Cugel se vieron pegados al suelo—. Debo ir a mi adivinatorio y estudiar el completo significado de estos inquietantes acontecimientos. Volveré a su debido tiempo.
—En cuyo momento estaré demasiado débil por el hambre —dijo estremecidamente Cugel—. De hecho, un mendrugo de pan y un mordisco de queso hubieran evitado todos los acontecimientos que ahora se me reprochan.
—¡Silencio! —tronó Faresm—. No olvides que tu castigo aún ha de ser fijado; ¡es el colmo del atrevimiento fanfarronear ante una persona que ya está haciendo esfuerzos sobrehumanos para mantener la calma!
—Permíteme que te diga esto —respondió Cugel—. Si regresas de tu adivinatorio para encontrarme muerto y desecado aquí en el sendero, habrás perdido mucho tiempo fijando un castigo.
—El restablecimiento de la vitalidad es una tarea menor —dijo Faresm—. Una variedad de muertes por procesos contrastados puede que entren en tu juicio. —Echó a andar hacia su adivinatorio, luego volvió sobre sus pasos e hizo un gesto impaciente—. Ven, es más fácil alimentarte que volver al camino.
Los pies de Cugel se vieron nuevamente libres, y siguió a Faresm, cruzando una amplia arcada, al adivinatorio. En una amplia habitación de paredes grises, iluminada por poliedros tricolores, Cugel devoró la comida que Faresm hizo aparecer. Mientras tanto, Faresm se encerró en su habitación de trabajo, donde se ocupó de sus adivinaciones. A medida que pasaba el tiempo Cugel empezó a sentirse intranquilo, y en tres ocasiones se acercó a la arcada de acceso. En cada ocasión acudió a detenerle un Presentimiento, primero en la forma de un acechante devoracadáveres, luego como un zigzagueante rayo de energía, y finalmente como una veintena de resplandecientes avispas púrpura.
Desanimado, Cugel volvió al banco y se sentó y aguardó con los codos apoyados en sus largas piernas y las manos bajo la barbilla.
Finalmente reapareció Faresm, con la ropa arrugada, el fino vello que era su pelo desordenado en una multitud de pequeños mechones. Cugel se puso lentamente en pie.
—He averiguado dónde se encuentra TOTALIDAD —dijo Faresm con voz que parecía los sones de un gran gong—. Indignada, se ha extraído de tu estómago y ha retrocedido un millón de años en el pasado.
Cugel asintió solemnemente con la cabeza.
—Permiteme ofrecerte mi simpatía y mi consejo, que es: ¡no desesperes nunca! Quizá la «criatura» decida pasar de nuevo por aquí.
—¡Calla con tu cháchara! TOTALIDAD debe ser recuperada. Ven.
Cugel siguió reluctante a Faresm a una pequeña habitación de paredes de mosaico azul y con una alta cúpula de cristal azul y naranja como techo. Faresm señaló un disco negro en el centro del suelo.
—Ponte aquí.
Cugel obedeció hoscamente.
—En un cierto sentido, tengo la impresión que…
—¡Silencio! —Faresm avanzó hacia él—. ¡Observa este objeto! —Mostró una esfera de marfil del tamaño de dos puños, tallada con excesivo detalle—. Aquí ves el esquema del que se deriva mi gran obra. Expresa el significado simbólido de NULIDAD a la cual debe necesariamente aferrarse TOTALIDAD, según la Segunda Ley de Afinidades Criptorroides de Kratinjae, con la que posiblemente estés familiarizado.
—No en todos sus aspectos —admitió Cugel—. ¿Pero puedo preguntarte tus intenciones?
La boca de Faresm se curvó en una fría sonrisa.
—Estoy a punto de intentar uno de los más potentes conjuros jamás desarrollados: un conjuro tan reacio, duro y coactivo que Phandaal, Mago del Más Alto Rango del Gran Motholam, prohibió su uso. Si soy capaz de controlarlo, serás impulsado a un millón de años en el pasado. Allá residirás hasta que hayas cumplido tu misión, en cuyo momento podrás regresar.
Cugel salió rápidamente del disco negro.
—No soy el hombre adecuado para esta misión, sea la que sea. ¡Te aconsejo fervientemente que busques a algún otro!
Faresm ignoró aquella observación.
—La misión, por supuesto, es poner el símbolo en contacto con TOTALIDAD. —Le tendió un pequeño fajo de enmarañada tela gris—. A fin de facilitar tu búsqueda, te entrego este instrumento que relaciona todos los vocablos posibles a todo sistema de significado concebible.
—Metió el fajo en la oreja de Cugel, donde se encajó por sí mismo y se conectó al nervio de expresión consonante—. Ahora —dijo Faresm— necesitas escuchar cualquier lenguaje desconocido durante tan sólo tres minutos para convertirte en un experto en su uso. Y ahora otro artículo para aumentar tus posibilidades de éxito: este anillo.
Observa la joya: en el momento en que te acerques dentro de un radio de una legua a TOTALIDAD, unas luces destellantes dentro de la gema te guiarán. ¿Está todo claro?
Cugel asintió, reluctante.
—Hay otro asunto a tener en cuenta. Supon que tus cálculos son incorrectos y que TOTALIDAD ha regresado solamente novecientos mil años en el pasado. ¿Qué entonces? ¿Debo permanecer durante toda mi vida en esa posiblemente bárbara era?
Faresm frunció el ceño con disgusto.
—Tal situación implica un error de un diez por ciento. Mi sistema de localización no admite una desviación superior a un uno por ciento.
Cugel empezó a hacer cálculos, pero Faresm señaló el disco negro.
—¡Allá! ¡Y no vuelvas a moverte de nuevo, o será peor para ti!
Con el sudor brotando de todas sus glándulas, las rodillas estremeciéndose y doblándose, Cugel regresó al lugar señalado.
Fresm se retiró al extremo más alejado de la habitación, donde se metió en una especie de serpentín de tubos dorados, que se cerraron girando en torno a su cuerpo. Tomó de encima de una mesa cuatro discos negros, con los que empezó a hacer juegos malabares con una destreza tan fantástica que los ojos de Cugel no pudieron seguirlos. Finalmente, Faresm lanzó los discos; flotaron en el aire, girando y zumbando, y derivaron gradualmente hacia Cugel.
Faresm tomó a continuación un tubo blanco, lo apretó fuertemente contra sus labios y pronunció un encantamiento. El tubo se hinchó y creció hasta formar un gran globo. Faresm retorció el extremo, cerrádolo, y, gritando un atronador conjuro, lanzó el globo contra los girantes discos, y todo estalló. Cugel se vio rodeado, alzado, arrastrado en todas direcciones hacia fuera, comprimido con igual vehemencia: el resultado de todo ello fue un empuje en una dirección contraria a todas, con un ímpetu equivalente a la marea de un millón de años. Entre deslumbradoras luces y distorsionadas visiones, Cugel fue transportado más allá de su consciencia.
Cugel despertó en medio de un resplandor de luz dorado-anaranjada, de un fulgor que jamás antes había conocido. Estaba tendido de espaldas, contemplando un cielo de cálido color azul, de tonos más ligeros y textura más suave que el cielo índigo de su tiempo.
Comprobó brazos y piernas y no halló ningún daño, se sentó y luego se puso lentamente en pie, y parpadeó ante la radiación tan poco familiar.
La topografía había cambiado sólo ligeramente. Las montañas al norte eran más altas y de textura más escabrosa, y Cugel no pudo identificar el camino por el que había venido (o, más propiamente, el camino por el que vendría). El emplazamiento del proyecto de Faresm era ahora un bosque de árboles bajos de plumoso follaje verde claro de los que colgaban racimos de rojas bayas. El valle era como antes, aunque los ríos fluían por distintos cursos y tres grandes ciudades eran visibles a diferentes distancias. El aire que ascendía del valle tenía un extraño aroma mezclado con una antigua exhalación de moho, y Cugel tuvo la impresión de que el aire estaba poblado por una peculiar melancolía; de hecho, creyó oír música: una lenta y quejumbrosa melodía, tan triste como para hacer aflorar las lágrimas a sus ojos. Buscó la fuente de la música, pero se desvaneció y desapareció mientras la buscaba, y solamente cuando dejó de buscar volvió.
Por primera vez Cugel miró hacia los riscos que se alzaban al Oeste, y entonces la sensación de «dejá vu» fue más fuerte que nunca. Cugel tiró asombrado de su barbilla. La época era un millón de años antes de aquella otra ocasión en la que había visto los riscos, y en consecuencia, por definición, tenía que ser la primera. Pero era también la segunda vez, porque recordaba muy bien su experiencia inicial de los riscos. Por otra parte, la lógica del tiempo no podía ser contrariada, y según ella esta visión precedía a la otra. Una paradoja, pensó Cugel: un rompecabezas, de hecho. ¿Qué experiencia había proporcionado el entorno a la intensa sensación de familiaridad que había sentido en ambas ocasiones?
…Cugel apartó a un lado el tema como de nula utilidad, y empezaba a volverse cuando un movimiento llamó su atención. Volvió a mirar hacia los riscos, y el aire se llenó de nuevo intensamente con la música que había oído antes, una música de angustia y exaltada desesperación. Cugel miró, maravillado. Una gran criatura alada vestida con blancas ropas voló muy arriba a lo largo de la cara del risco. Las alas eran largas, ribeteadas de quitina negra y recubiertas por una membrana gris. Cugel observó alucinado mientras descendía en picado hacia una cueva en las alturas de la cara del risco.