—¿Cómo de grande es este sitio? —preguntó Glokta mientras avanzaba penosamente por el salón.
—Treinta y cinco habitaciones sin contar los aposentos del servicio.
—Un verdadero palacio. ¿Cómo demonios diste con él?
—Solía dormir aquí algunas noches. Fue después de que muriera mi madre. Encontré la forma de colarme dentro. Por entonces el techo estaba casi intacto y era un lugar donde se podía dormir seco. Seco y seguro. Bueno, más o menos. —
Ah, qué mal te ha tratado la vida. Tu nueva profesión de torturador y matón supone todo un ascenso, ¿verdad? Todo hombre tiene su excusa, y cuanto más vil se ha vuelto, más conmovedora tiene que ser la historia. Me pregunto cuál será la mía
.
—Eres una persona llena de recursos, ¿eh, Severard?
—Para eso me paga, Inquisidor.
Accedieron a un amplio espacio vacío: otro salón tal vez, quizás un despacho, puede incluso que una sala de baile, a juzgar por su tamaño. De las paredes colgaban medio sueltos unos paneles de madera que en tiempos debieron de ser bastante aparentes, pero cuyo revestimiento de pintura dorada estaba descascarillado y recubierto de moho. Severard se acercó a uno que seguía en su sitio y, posando la mano, empujó con firmeza uno de sus lados. Se oyó un leve clic y el panel cedió, dejando al descubierto un oscuro pasadizo.
¿Una puerta secreta? Qué maravilla. Qué siniestro. Qué apropiado
.
—Este lugar es una auténtica fuente de sorpresas, igual que tú —dijo Glokta, renqueando dolorosamente hacia la abertura.
—No me creería si le dijera lo que ha costado.
—¿Lo hemos comprado?
—Oh, no. Lo he comprado yo. Con el dinero de Rews. Y ahora se lo alquilo a usted —los ojos de Severard chispearon iluminados por la luz del farol—. ¡Este lugar es una mina de oro!
—¡Ja! —rió Glokta mientras bajaba despacio los escalones.
Y ahora resulta que además tiene buena cabeza para los negocios. Cualquier día de estos me veré trabajando a las órdenes del Archilector Severard. Cosas más raras se han visto
. Caminando como un cangrejo y palpando los rugosos sillares de piedra con la mano derecha en busca de huecos que le sirvieran de apoyo, Glokta descendía hacia la oscuridad precedido por su sombra.
—Hay varios kilómetros de sótanos —dijo Severard a sus espaldas—. Disponemos de una salida privada a los canales, y también a las cloacas, por si acaso le interesan las cloacas —dejaron atrás un oscuro hueco que se abría a su izquierda y luego otro a la derecha, avanzando siempre en sentido descendente—. Frost me ha dicho que se puede ir desde aquí hasta Agriont sin tener que salir ni una sola vez al aire libre.
—Eso puede sernos útil.
—Seguramente, si el olor resulta soportable.
La lámpara de Severard iluminó una pesada puerta provista de una mirilla con pequeños barrotes.
—Ya estamos en casa —dijo y, acto seguido, descargó cuatro golpes rápidos en la puerta. Al cabo de un momento, el rostro enmascarado de Frost apareció en la mirilla—. Somos nosotros —los ojos del albino no dieron ni la más mínima muestra de reconocimiento o de cordialidad.
Nada nuevo, en realidad
. Desde el otro lado les llegó el ruido de unos pesados cerrojos que se descorrían y, al instante, la puerta se abrió suavemente.
Dentro había una mesa, una silla y varias antorchas nuevas en los muros, si bien, ninguna de ellas estaba encendida.
Antes de que llegáramos nosotros con el farol esto debía de estar oscuro como boca de lobo
. Glokta miró al albino.
—¿Has estado todo este tiempo sentado en la oscuridad? —el gigantesco Practicante se encogió de hombros, y Glokta sacudió la cabeza—. A veces me preocupa usted, Practicante Frost, se lo digo sinceramente.
—Lo tenemos aquí mismo —dijo Severard mientras avanzaba por el enlosado con paso desenvuelto, produciendo un leve eco con los tacones de sus botas. En tiempos, el lugar debía de haber sido una bodega: dispuestas a ambos lados había varias cámaras abovedadas cerradas con robustas rejas.
—¡Glokta! —los dedos de Salem Rews se aferraban a los barrotes y su rostro asomaba entre ellos.
Glokta se detuvo delante de la celda y dejó en reposo su dolorida pierna.
—Hombre, Rews, ¿cómo te van las cosas? La verdad, no esperaba volver a verte tan pronto —había perdido peso, y en su piel, flácida y pálida, aún se distinguían las señales de algunas heridas.
No tiene buen aspecto, no tiene buen aspecto en absoluto
.
—¿Qué es lo que ocurre, Glokta? Dime por favor por qué estoy aquí.
Pero, bueno, de qué se queja éste.
—Al parecer el Archilector cree que todavía puedes serle de alguna utilidad. Quiere que declares... —Glokta se inclinó sobre los barrotes— ante el Consejo Abierto —susurró.
El rostro de Rews se puso todavía más pálido.
—¿Y luego qué?
—Ya veremos —
Angland, Rews, Angland
.
—¿Y si me niego?
—¿Si te niegas a obedecer al Archilector? —Glokta soltó una risa—. No, no, Rews. Tú no quieres hacer algo así —se dio la vuelta y siguió a Severard.
—¡Ten piedad! ¡Esto está muy oscuro!
—¡Ya te acostumbrarás! —gritó Glokta girando la cabeza por encima del hombro.
Es sorprendente, pero a todo se acostumbra uno
.
En la última cámara se encontraba su más reciente captura. Encadenado a un saliente del muro, desnudo y, como no podía ser menos, con la cabeza enfundada en una bolsa. Era un tipo bajo y fornido, tirando a gordo, y en sus rodillas se advertían unas heridas frescas que debía de haberse hecho cuando le arrojaron contra las duras piedras de la celda.
—Así que éste es nuestro asesino, ¿eh? —al oír la voz de Glokta, el hombre rodó por el suelo, se puso de rodillas y se adelantó, tensando las cadenas. Un poco de sangre había rezumado por la parte delantera de la bolsa y, al secarse, había dejado una mancha marrón en la lona.
—Tiene malas pulgas —dijo Severard—. Pero ahora no parece demasiado terrible, ¿verdad?
—Nunca lo parecen cuando se les tiene cogidos. ¿Dónde vamos a trabajar?
La sonrisa de los ojos de Severard se acentuó.
—Ah, le va a encantar el sitio, Inquisidor.
—Un poco teatral —dijo Glokta—, pero eso tampoco supone ningún inconveniente.
Era una gran sala circular abovedada, cuyas paredes curvas estaban completamente cubiertas por un extraño mural. El cuerpo de un hombre que sangraba por varias heridas yacía sobre la hierba con un bosque a sus espaldas. Alejándose de él había once figuras de perfil vestidas de blanco, seis a un lado y cinco al otro, representadas en extrañas poses pero con los rasgos poco definidos. Todas ellas se volvían hacia un hombre de negro que tenía las manos extendidas y cuya figura se destacaba sobre una colorida mancha que debía de representar un fuego. La cruda luz de siete brillantes faroles no lograba hacer que la obra pareciera mejor.
No es nada del otro mundo, desde luego, una obra más decorativa que artística, aunque no exenta de cierto atractivo
.
—No tengo ni idea de lo que representa —dijo Severard.
—Al Maeztro Creador —masculló el Practicante Frost.
—Claro —dijo Glokta levantando la cabeza para contemplar la oscura figura del muro y las llamas que tenía detrás—. Practicante Severard, hay que poner al día esos conocimientos de historia. Ese es Kanedias, el Maestro Creador —se volvió y señaló al moribundo que había en la pared opuesta—. Y ése es el gran Juvens, su víctima —luego señaló con la mano a las figuras de blanco—. Y esos son los aprendices de Juvens, los Magos, que se aprestan a vengarle. —
Cuentos de miedo para asustar a los niños
.
—¿A quién se le puede ocurrir gastarse los cuartos en decorar los muros de su sótano con una porquería como ésta? —se preguntó Severard sacudiendo la cabeza.
—Bueno, se trata de un motivo que en tiempos gozó de bastante popularidad. En el palacio real hay una sala decorada así. Esto no es más que una copia, y bastante mala, por cierto —la mirada de Glokta se posó en el sombrío rostro de Kanedias, que contemplaba la sala con expresión severa, y luego en el sangriento cadáver que había al otro lado del muro—. Aun así, no deja de resultar un tanto inquietante, ¿no crees? —
O lo resultaría, si no me trajeran al fresco todas estas historias
—. Sangre, fuego, muerte, venganza. No logro imaginarme por qué razón querría alguien tener una cosa así en su sótano. En fin, puede que nuestro amigo el mercader tuviera un lado oscuro.
—Todos los ricos tienen un lado oscuro —sentenció Severard— ¿Y esos dos, quiénes son?
Glokta frunció el ceño y echó un vistazo a la imagen que tenía delante. Bajo los brazos del Creador, una a cada lado, había dos figuras pequeñas bastante borrosas.
—¡Vete a saber! Tal vez sean sus Practicantes.
Severard soltó una carcajada. Incluso Frost, desde detrás de su máscara, dejó escapar una leve bocanada de aire, aunque sus ojos no reflejaban la más mínima alegría.
Por favor, este hombre necesita unas buenas cosquillas
.
Glokta se acercó renqueando a la mesa que había en el centro de la sala. A ambos lados de la pulida superficie de madera había dos sillas frente a frente. Una era un trasto duro y austero, similar a los que había en el Pabellón de los Interrogatorios, pero la otra era mucho más imponente, un trono casi, con amplios reposabrazos y un respaldo alto tapizado en cuero.
Apoyó el bastón en la mesa y, con la espalda atenazada de dolor, dejó que su cuerpo fuera descendiendo lentamente.
—Oh, esta silla es magnífica —musitó, y, tras recostarse en el mullido cuero, estiró la pierna, bastante dolorida tras la caminata. Pero, al hacerlo, se chocó con algo. Miró debajo de la mesa y vio una banqueta que hacía juego con la silla. Glokta echó atrás la cabeza y soltó una carcajada.
—¡Oh, qué maravilla! ¡No teníais que haberos molestado! —posó la pierna en la banqueta y exhaló un suspiro de satisfacción.
—Era lo menos que podíamos hacer —dijo Severard cruzando los brazos y apoyándose en la pared junto a la figura ensangrentada de Juvens—. No nos ha ido mal con el amigo Rews, nada mal. Usted siempre nos ha tratado bien y eso es algo que no olvidamos.
—Ajá —dijo Frost asintiendo con la cabeza.
—Me malcriáis —Glokta acarició la tersa madera del reposabrazos.
Mis queridos muchachos. ¿Dónde estaría si no fuera por vosotros? En casa, metido en la cama, recibiendo los mimos de mi madre, que no pararía de preguntarse cómo se las iba a arreglar ahora para encontrar una buena chica que quisiera casarse conmigo
. Echó un vistazo a los instrumentos que había en la mesa. Su caja, por supuesto, estaba ahí, pero también algunas otras herramientas, bastante usadas, aunque todavía útiles. Se fijó especialmente en un par de tenacillas con un mango bastante largo. Alzó la cabeza y miró a Severard—. ¿Para los dientes?
—Me pareció que no estaría mal empezar por ahí.
—Estupendo —Glokta se pasó la lengua por las encías y luego se estiró los dedos uno a uno—. Pues empezaremos por los dientes.
Nada más quitarle la mordaza, el prisionero se puso a gritarles en lengua estiria, mientras escupía, maldecía y trataba de zafarse inútilmente de las cadenas. Glokta no entendía ni una sola palabra de lo que decía.
Pero más o menos pillo el significado. Algo bastante insultante, desde luego. Algo relacionado con nuestras madres y otras lindezas por el estilo. Da igual, yo no soy una persona que se ofenda fácilmente
. Era un tipo de aspecto rudo, con la cara picada de viruelas y la nariz rota en varios lugares y completamente deformada.
Qué decepción. Tenía la esperanza de que al menos en esta ocasión los Sederos hubieran tirado de la gama alta, pero con los mercaderes ya se sabe, siempre andan buscanco de una ganga
.
El Practicante Frost puso fin a aquel torrente de insultos ininteligibles con un certero puñetazo en el estómago.
Eso le dejará sin aliento durante unos instantes. Justo el tiempo necesario para que nosotros podamos meter baza
.
—Ojo, amigo —dijo Glokta—, aquí no nos gustan esas tonterías. Sabemos que eres un profesional y, por lo tanto, alguien de quien se espera que sea capaz de pasar desapercibido a la hora de hacer su trabajo. Y difícilmente podría pasar desapercibido alguien que no hablara la lengua del país, ¿no crees?
El prisionero ya había recobrado el aliento.
—¡Mal rayo os parta, hijos de puta!— dijo con un resuello.
—¡Perfecto! La lengua común nos vendrá de perlas para la pequeña charla que queremos tener contigo. Aunque tengo la impresión de que al final tendremos más de una. ¿Hay algo que quieras saber sobre nosotros antes de que empecemos? ¿O te parece que vayamos directamente al grano?
El prisionero alzó la vista y miró con desconfianza la imagen del Maestro Creador, que se cernía sobre la cabeza de Glokta.
—¿Dónde estoy?
—Estamos cerca de la Vía Media, junto al mar —Glokta torció el gesto al sentir una súbita punzada en los músculos de la pierna. La estiró cuidadosamente hasta que oyó el chasquido de su rodilla y luego prosiguió—. La Vía Media, ya sabes, una de las principales arterias de la ciudad; la atraviesa por el centro, de lado a lado, desde Agriont hasta el mar. Cruza numerosos barrios y contiene gran cantidad de edificios notables. Algunas de las mejores zonas residenciales de la ciudad se encuentran bastante cerca de aquí. Aunque, para mí, no es más que una calle entre dos dentistas.
El prisionero entrecerró los ojos y lanzó una mirada a los instrumentos que había en la mesa.
Se acabaron los insultos. Parece que la alusión dental le ha llamado la atención
.
—Un poco más arriba, al otro extremo de la avenida —Glokta señaló vagamente hacia el norte—, se encuentra una de las zonas más caras de la ciudad; allí, frente a los jardines públicos, en una hermosa mansión blanca, a la sombra del mismísimo Agriont, tiene su consulta el Maestro Farrad. Seguro que has oído hablar de él.
—Que te jodan.
Glokta alzó las cejas.
Más quisiera
.
—Según dicen, el Maestro Farrad es el mejor dentista del mundo. Es natural de Gurkhul, creo, pero huyó de la tiranía del Emperador y se vino a La Unión en busca de una vida mejor, librando así a nuestros conciudadanos más pudientes de los terribles padecimientos de una mala dentadura. Yo mismo, cuando regresé de mi única y breve visita al Sur, fui enviado a verle por mi familia para ver si podía hacer algo por mí —Glokta sonrió ampliamente mostrando al asesino la naturaleza del problema—. La cosa, por supuesto, no tenía arreglo. Los torturadores del Emperador se cuidaron muy bien de que fuera así. Pero eso no quita para que sea un excelente dentista. Todo el mundo lo dice.