La voz de las espadas (87 page)

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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantasía

BOOK: La voz de las espadas
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—¿En el Sur, Archilector?

—La situación en Dagoska es muy delicada. Los ejércitos gurkos se dirigen en masa hacia la península. Ya superan a nuestra guarnición en una proporción de diez a uno y tenemos el grueso de nuestras fuerzas destinado en el Norte. Tres regimientos de la Guardia Real permanecen en Adua, pero con los campesinos revueltos en medio Midderland no podemos permitirnos disponer de ellos. El Superior Davoust me mantenía informado semanalmente por carta. Ese hombre eran mis ojos, ¿entiende Glokta? Al parecer, sospechaba que había una conspiración en marcha dentro de la ciudad. Una conspiración para entregar la ciudad. Hace tres semanas el correo se interrumpió y ayer mismo me entero de que Davoust ha desaparecido. ¡Desaparecido! ¡Un Superior de la Inquisición! ¡Sin dejar ni rastro! ¡Estoy ciego, Glokta, en estos momentos cruciales avanzo a tientas en la oscuridad! Necesito tener allí a alguien en quien pueda confiar, ¿me entiende?

El corazón de Glokta latía acelerado:

—¿A mí?

—Ah, veo que ya empieza a aprender —dijo con displicencia Sult—. En efecto, es usted el nuevo Superior de Dagoska.

—¿Yo?

—¡Sí, enhorabuena, pero confío que no le moleste que dejemos las celebraciones para alguna otra ocasión! ¡Sí, Glokta, usted, usted! —el Archilector se inclinó hacia él—. Vaya a Dagoska y póngase a escarbar. Averigüe qué le ha pasado a Davoust. Limpie el jardín de malas hierbas. Erradique cualquier atisbo de deslealtad. Cualquier cosa, cualquier persona. ¡Y luego haga una pira y quémelo todo! ¡Necesito saber qué está pasando allí; si es necesario, ase al Lord Gobernador hasta que suelte todo su jugo!

Glokta tragó saliva.

—¿Asar al Lord Gobernador?

—¿Hay eco en esta habitación? —le espetó Sult inclinándose aún más—. ¡Husmee la podredumbre y elimínela! ¡Córtela de raíz! ¡Quémela! ¡Toda, esté donde esté! Hágase usted mismo cargo de la defensa de la ciudad si es necesario. Usted fue soldado, ¿no? —alargó una mano y cogió un pergamino que había sobre la mesa—. Esto es un edicto real, firmado por los doce miembros del Consejo Cerrado. Por los doce sin excepción. Tuve que sudar sangre para conseguirlo. Dentro de la ciudad de Dagoska dispondrá usted de plenos poderes.

Glokta bajó la vista y miró el documento. Una simple hoja de papel color crema con un texto escrito en negro y un gran sello rojo en la parte de abajo.
Nosotros, los abajo firmantes, concedemos al fiel servidor de Su Majestad, Superior Sand dan Glokta, plenos poderes y autoridad
... Luego venían varios párrafos más, escritos con esmerada caligrafía, y abajo del todo dos columnas de nombres. Enmarañados manchones, historiadas volutas, garabatos casi ininteligibles.
Hoff, Sult, Marovia, Varuz, Halleck, Burr, Torlichormy todos los demás. Poderosos nombres
. Glokta sintió un leve mareo mientras sostenía el documento con mano temblorosa. Parecía como si pesara una enormidad.

—¡Que no se le suba a la cabeza! Aún tiene que andarse con pies de plomo. No estamos en condiciones de soportar un nuevo bochorno, pero hay que impedir a toda costa que los gurkos conquisten la ciudad, al menos hasta que se haya resuelto el asunto de Angland. A toda costa, ¿me entiende?

Entiendo. Me destina a una ciudad rodeada de enemigos y llena de traidores, donde ya ha desaparecido misteriosamente un Superior. Más que un ascenso parece una puñalada por la espalda, pero, claro, hay que arreglárselas con los instrumentos de que disponemos.

—Entiendo, Archilector.

—Bien. Manténgame informado, quiero ver cómo me inunda de cartas.

—Por supuesto.

—Tiene usted dos Practicantes, ¿no es así?

—Sí, Eminencia, Frost y Severard, ambos muy...

—¡No es suficiente! Cuando esté allí no debe fiarse de nadie, ni siquiera de las gentes de la Inquisición —Sult pareció pensárselo un momento—. De las gentes de la Inquisición de quien menos. Le he elegido media docena de Practicantes, personas de probada capacidad, entre ellos la Practicante Vitari.

¿La mujer que me estaba espiando?

—Pero Archilector...

—¡No me ponga peros, Glokta! —bufó Sult—. ¡No se atreva a ponerme peros, hoy no! ¡No está usted ni la mitad de lisiado de lo que podría llegar a estar! ¡Ni la mitad de lisiado, me entiende!

Glokta inclinó la cabeza.

—Le pido disculpas.

—Está pensando, ¿verdad? Sí, siento como se mueven sus engranajes. Está pensando que no quiere que se meta de por medio la gente de Goyle. Pues déjeme que le diga una cosa, antes de trabajar para él esa mujer trabajó para mí. Es una estiria de Sipano. Esa gente son más fríos que el hielo, y ella es la más fría de todos, se lo puedo asegurar. Ya ve que no tiene de qué preocuparse. De Goyle no, al menos.
No, sólo de usted, lo cual es aún peor
.

—Me sentiré muy honrado de tenerla conmigo.
No la quitaré ojo
.

—¡Siéntase todo lo honrado que le venga en gana, pero cuídese de fallarme! Como este asunto acabe mal, necesitará algo más que un pedazo de papel para salir bien parado. Su barco le aguarda en los muelles. Ya puede irse.

—Por supuesto, Eminencia.

Sult se dio la vuelta y se acercó a la ventana. Glokta se levantó en silencio, deslizó su silla debajo de la mesa y cruzó la habitación renqueando sigilosamente. El Archilector seguía de pie, con las manos agarradas a la espalda, mientras Glokta cerraba cuidadosamente las puertas. Hasta que no se cerraron con un clic no se dio cuenta de que durante todo ese tiempo había estado conteniendo la respiración.

—¿Cómo ha ido?

Glokta se volvió bruscamente y sintió una dolorosa punzada en el cuello.
Es increíble, siempre se me olvida que no debo hacer ese gesto
. La Practicante Vitari, que seguía derrumbada en la silla, le miraba con ojos cansinos. No parecía haberse movido ni un ápice durante todo el tiempo que él había permanecido dentro.
¿Cómo ha ido?
Mientras se lo pensaba, se pasó la lengua por la boca y se chupó las encías.
Eso está aún por ver
.

—Ha sido interesante —dijo por fin—. Voy destinado a Dagoska.

—Eso he oído —ahora que se fijaba, la mujer tenía un acento muy marcado.
El típico deje de las Ciudades Libres
.

—Tengo entendido que usted se viene conmigo.

—Eso tengo entendido yo también —pero la mujer no hizo ademán de moverse.

—Tenemos un poco de prisa.

—Lo sé —y, dicho aquello, extendió una mano—. ¿Me ayuda a levantarme?

Glokta, sorprendido, alzó las cejas.
Me pregunto cuándo fue la última vez que alguien me pidió que hiciera eso
. Estuvo tentado de decir que no, pero, aunque sólo fuera por la novedad, finalmente le tendió la mano. La mujer se aferró a ella, y se puso a tirar. Mientras se iba separando poco a poco de la silla, apretaba los ojos, y Glokta podía oír perfectamente el fatigado silbido de su aliento. Le estaba haciendo daño al tirar, le dolía en el brazo, en la espalda.
Pero más le duele a ella
. Detrás de su máscara, estaba convencido, apretaba los dientes para poder soportar el dolor. Movía cada uno de sus miembros con suma cautela, como tratando de averiguar cuál de ellos le dolería y cuánto le iba a doler. Glokta no pudo reprimir una sonrisa.
Yo paso por eso todas las mañanas. Es curioso que resulte tan estimulante ver a otra persona haciendo lo mismo
.

Cuando por fin estuvo de pie, se apretó la mano vendada contra las costillas.

—¿Puede caminar? —preguntó Glokta.

—Ya me iré desentumeciendo.

—¿Qué han sido? ¿Perros?

La carcajada que soltó la mujer recordaba bastante a un ladrido.

—No. Un norteño gigantesco me hizo ver las estrellas.

Glokta resopló.
Bueno, al menos es sincera
.

—¿Nos vamos?

La mujer miró el bastón.

—No tendrá por casualidad otro de ésos, ¿verdad?

—Me temo que no. Es el único que tengo y no puedo andar sin él.

—Sé cómo se siente.

No del todo
. Glokta se dio la vuelta y comenzó a alejarse con paso renqueante del despacho del Archilector.
No del todo
. Oía a la mujer cojear detrás de él.
Es curioso que me resulte tan estimulante tener detrás a alguien que trata de seguir mi paso
. Intentó forzar un poco la marcha, y le dolió.
Pero más le duele a ella
.

En fin, de vuelta al Sur. Glokta se chupó las encías. No puede decirse que el lugar me traiga muy buenos recuerdos. He de luchar contra los gurkos, después del precio que tuve que pagar la vez anterior. He de erradicar la deslealtad de una ciudad donde no puedo confiar en nadie, y, menos aún, en las personas que se supone que han sido enviadas para ayudarme en mi labor. He de bregar en medio del calor y del polvo con una tarea desagradecida que, con toda probabilidad, se saldará con un fracaso. Un fracaso que seguramente me costará la vida.

Sintió un pálpito en la mejilla, y sus ojos pestañearon.
¿A manos de los gurkos? ¿A manos de los conspiradores contra la Corona? ¿O simplemente desapareceré como mi predecesor? ¿Ha existido alguna vez un hombre que pudiera elegir entre tantos tipos de muerte?
Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba.
Estoy deseando ponerme manos a la obra
.

Y entonces volvió a pasársele por la cabeza aquella vieja pregunta para la que aún no tenía respuesta.

¿Por qué lo hago?

¿Por qué?

Agradecimientos

A cuatro personas sin las cuales...

A Bren Abercrombie, que se fatigó los ojos leyéndola.

A Nick Abercrombie, que se fatigó los oídos oyendo hablar de ella.

A Rob Abercrombie, que se fatigó los dedos pasando sus páginas.

A Lou Abercrombie, que se fatigó los brazos sosteniéndome.

Y también...

A Matthew Amos, por sus buenos consejos en los momentos difíciles.

A Gillian Bedfearn, que leyó más allá del principio y me hizo cambiarlo.

A Simon Spanton, que la compró sin haber llegado al final.

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