—¿Harod el Grande? —preguntó.
—Hummm, sí. En las Edades Oscuras, antes de que existiera La Unión, luchó para unir los Tres Reinos. Fue el primero de los Grandes Reyes —no seas imbécil, pensó Jezal, eso ya lo sabe ella, todo el mundo lo sabe—. Esto, Ardee, creo que a su hermano no le...
—Y éste es Bayaz, el Primero de los Magos, ¿no?
—Sí, era el más leal consejero de Harod. Escuche Ardee...
—¿Es cierto que todavía guardan un asiento vacío para él en el Consejo Cerrado?
Jezal se quedó desconcertado.
—Había oído decir que tenían allí una silla sin ocupar, pero no sabía que...
—Qué pinta más grave tienen todos, ¿verdad?
—Hummm... supongo que eran tiempos muy graves —dijo sonriendo sin mucha convicción.
De pronto, se oyó un gran estruendo y, a lomos de un robusto y sudoroso caballo, apareció por la avenida un Correo del Rey con las alas doradas de su casco destellando al sol. Los secretarios que pululaban por la calle se hicieron a un lado para dejarle paso y Jezal intentó apartar suavemente a Ardee de su trayectoria. Pero, para su consternación, no se dejó mover. El caballo pasó como una centella a escasos centímetros de ella; tan cerca, que los cabellos de la muchacha golpearon a Jezal en la cara. Cuando se volvió hacia él, tenía las mejillas coloradas de la emoción, pero no daba ninguna muestra de que le hubiera afectado haber estado a punto de sufrir un serio percance.
—¿Un Correo del Rey? —preguntó, cogiendo a Jezal del brazo y volviendo a tirar de él por la Vía Regia.
—Sí —dijo en tono chirriante Jezal mientras trataba desesperadamente de mantener su voz bajo control—, los Correos del Rey tienen encomendada una tarea de gran responsabilidad. Son los que se encargan de hacer llegar los mensajes del Rey a todos los territorios de la Unión —al menos, parecía que el corazón ya había dejado de martillearle el pecho—. Incluso van más allá del Mar Circular, hasta Angland, Dagoska y Westport. Su voz vale tanto como la voz del propio Rey, y por eso tienen prohibido abrir la boca si no es para tratar de los asuntos del Rey.
—En el barco que me trajo hasta aquí coincidí con Fedor dan Haden. Es un Correo del Rey. Nos pasamos horas y horas hablando —Jezal, sin mucho éxito, intentó disimular su sorpresa—. Hablamos de Adua, de la Unión, de su familia. Ahora que recuerdo, también mencionó su nombre —Jezal volvió a fracasar en su intento de aparentar despreocupación—. Fue a propósito del próximo Certamen —Ardee se le pegó aún más—. Fedor cree que Bremer dan Gorst le va a hacer a usted picadillo.
A Jezal se le escapó una tos atragantada, pero rápidamente se repuso.
—Me temo que mucha gente comparte esa misma opinión.
—Pero usted no, confío.
—Hummm...
La muchacha se detuvo, le cogió de la mano y le miró a los ojos con una expresión muy seria.
—Estoy convencida de que le ganará, da igual lo que diga la gente. Mi hermano habla maravillas de usted, y no suele ser muy pródigo en halagos.
—Hummm... —volvió a musitar Jezal. Sentía un agradable cosquilleo en los dedos. Los grandes ojos oscuros de Ardee le miraban fijamente, y Jezal se sentía incapaz de decir nada. Aquella chica tenía una forma de morderse el labio inferior que hacía que su mente se pusiera a divagar. Unos labios deliciosamente carnosos. De hecho, no le hubiera importado darles él también un mordisquito—. En fin, gracias —dijo con una sonrisa embobada.
—Así que éste es el parque —dijo Ardee dándole la espalda para admirar aquella masa de verdor—. Es aún más hermoso de lo que había imaginado.
—Hummm... sí.
—Es maravilloso estar en el lugar donde se cuece todo. Me he pasado demasiado tiempo viviendo en la periferia. Son tantas las decisiones importantes que se toman aquí, tanta la gente importante... —Ardee pasó la mano por la fronda de un sauce que crecía junto al camino—. A Collem le preocupa que pueda estallar una guerra en el Norte. Teme por mi seguridad. Creo que por eso quería que viniera. Pero a mí me parece que exagera. ¿Qué opina usted, capitán Luthar?
Hasta hacía un par de horas había permanecido en la más supina ignorancia de la situación política, pero, obviamente, aquello no valía como respuesta.
—Bueno —dijo, esforzándose por recordar el nombre, y al instante añadió muy aliviado—: creo que el tal Bethod se ha ganado un buen rapapolvo.
—Según dicen, tiene a sus órdenes veinte mil hombres del Norte —Ardee se inclinó hacia él—. Bárbaros —murmuró—. Salvajes —añadió en un susurro—. He oído que despellejan vivos a los prisioneros.
Jezal tenía la impresión de que aquel no era un tema de conversación apropiado para una señorita.
—Escuche, Ardee... —empezó a decir.
—Pero estoy segura de que, contando con la protección de hombres como mi hermano y usted, las mujeres no tenemos nada que temer. —Y, dicho aquello, se dio la vuelta y siguió andando por el sendero. Una vez más Jezal tuvo que apretar el paso para cogerla.
—¿Es esa la Casa del Creador? —Ardee señaló con la cabeza la adusta silueta de una inmensa torre.
—Ah, sí, claro.
—¿Nunca entra nadie?
—Nunca. O al menos yo en mi vida he visto entrar a nadie. El puente está siempre cerrado a cal y canto —Jezal frunció el ceño. Ahora que lo pensaba, era raro que aquello no le hubiera chocado antes. Para los residentes de Agriont, el edificio era una presencia familiar. Estaba ahí y punto—. Según tengo entendido, el edificio está sellado.
—¿Sellado? —Ardee se pegó a él. Jezal miró nervioso a su alrededor, pero no había nadie mirando—. ¿No le parece un poco raro que nunca entre nadie? ¿No es un poco misterioso? —Jezal casi podía sentir su aliento en el cuello—. Quiero decir, ¿cómo es que a nadie se le ha ocurrido derribar la puerta?
A Jezal le resultaba terriblemente difícil concentrarse teniéndola tan cerca. Durante un instante, atemorizado y excitado a partes iguales, se preguntó si no estaría flirteando con él. No, no, eso era imposible. Lo que pasaba es que desconocía las costumbres de la corte. Era la típica ingenuidad de una chica de campo... pero, qué demonios, estaba
demasiado
cerca. Si por lo menos no fuera tan atractiva o no tuviera tanta seguridad en sí misma. Si no fuera tan... hermana de West.
Carraspeó y echó un vistazo al sendero con la vana esperanza de ver algo que distrajera su atención. Había unas cuantas personas paseando, pero ningún conocido, a menos que… El hechizo de Ardee se desvaneció como por ensalmo y Jezal sintió que se le helaba la piel. Una figura encorvada, excesivamente abrigada para un día soleado como aquél, se les acercaba cojeando apoyado en un grueso bastón. Estaba casi doblado, y cada paso que daba venía acompañado de un gesto de dolor. Los paseantes que caminaban por el sendero con un paso más vivo daban un rodeo para evitar cruzarse con él. Jezal trató de desviar a Ardee antes de que los viera, pero ella se resistió muy garbosamente y avanzó en línea recta hacia el Inquisidor.
Al verlos acercarse, levantó de golpe la cabeza y sus ojos lanzaron un destello de reconocimiento. A Jezal se le cayó el alma a los pies. Ya no había forma de evitarle.
—¡Hombre, si es el capitán Luthar, qué inmenso placer! —exclamó con cordialidad Glokta, y acto seguido se acercó renqueando y le estrechó la mano—. Me sorprende que Varuz le haya dejado libre a estas horas del día. Los años deben de haberle ablandado.
—El Lord Mariscal sigue siendo un hombre extremadamente exigente— le espetó Jezal.
—Espero que mis Practicantes no le molestaran la otra noche —el Inquisidor sacudió la cabeza con un gesto de pesar—. No tienen modales. Ningún tipo de modales. Ahora bien, en lo suyo, ¡son los mejores! Puedo asegurarle que el Rey no tiene dos servidores más valiosos.
—Supongo que cada cual sirve al Rey a su manera —Jezal había conferido a sus palabras un tono más hostil de lo que pretendía.
Pero si Glokta se sintió ofendido, no lo demostró.
—Así es. Por cierto, me parece que no me ha presentado a su amiga.
—No. Ésta es...
—En realidad ya nos conocemos —dijo Ardee tendiéndole la mano al Inquisidor, ante la sorpresa de Jezal—. Soy Ardee West.
Glokta arqueó las cejas.
—¡No puede ser! —exclamó y, luego, se inclinó trabajosamente para besarle la mano. Al levantarse, Jezal le vio torcer el gesto, pero de inmediato recuperó su desdentada sonrisa—. ¡La hermana de Collem West! ¡Vaya un cambio!
—A mejor, espero —dijo, soltando una carcajada. Jezal se sentía horriblemente incómodo.
—¿Cómo? ¡Pues claro que sí! —dijo Glokta.
—Usted también está cambiado, Sand —el semblante de Ardee había cobrado de pronto una expresión de profunda tristeza—. No se imagina lo preocupada que estuvo toda nuestra familia. Nunca perdimos la esperanza de que regresara sano y salvo —Jezal advirtió un súbito temblor en el rostro de Glokta—. Luego nos enteramos de lo que le había pasado… ¿Cómo está?
El Inquisidor miró a Jezal; la expresión de sus ojos era tan fría como una muerte lenta. A Jezal se le hizo un nudo en la garganta y bajó la vista. No había ninguna razón para que temiera a aquel maldito lisiado. Pero lo cierto es que en aquel momento hubiera preferido seguir en las prácticas de esgrima. El ojo izquierdo de Glokta palpitaba mientras miraba fijamente a Ardee, que le sostenía impertérrita la mirada con una expresión de sosegada tristeza.
—Estoy bien. Todo lo bien que cabía esperar dadas las circunstancias —su expresión resultaba francamente extraña. Jezal cada vez se sentía más incómodo—. Gracias por preguntar. De veras. Nadie lo hace.
Se produjo un tenso silencio. El Inquisidor estiró el cuello hacia un lado y se oyó un sonoro chasquido.
—Ajá, así está mejor —dijo—. En fin, ha sido un placer volver a veros a los dos, pero el deber me llama —les obsequió con otra repulsiva sonrisa y siguió adelante arrastrando el pie izquierdo por la gravilla.
Ardee torció el gesto mientras veía cómo su espalda encogida se alejaba cojeando por el sendero.
—Qué pena —musitó.
—¿Cómo? —Jezal pensó en el monstruoso gigante blanco de ojos rosáceos que había visto en la calle. En el prisionero de la bolsa en la cabeza. Cada cual sirve al Rey a su manera. Y qué lo dijera. No pudo reprimir un escalofrío.
—Mi hermano y él estaban muy unidos. Pasó un verano con nosotros. Mi familia estaba tan orgullosa de tenerle de invitado que resultaba un tanto embarazoso. Todos los días hacía prácticas de esgrima con mi hermano, y siempre ganaba. Cómo se movía; era algo digno de verse. Sand dan Glokta, entonces no había una estrella más rutilante en todo el firmamento —volvió a poner aquella medio sonrisa de complicidad suya y añadió—: Ahora, según parece, lo es usted.
—Hummm… —dijo Jezal, que no estaba del todo seguro de si lo decía para halagarle o para burlarse de él. No conseguía desembarazarse de la sensación de que había sufrido dos derrotas en un mismo día a manos de cada uno de los hermanos.
Y tenía la impresión de que, de los dos, había sido la hermana quien le había propinado una paliza más grande.
Era un luminoso día de verano y el parque estaba lleno hasta los topes de un colorido público con ganas de diversión. El coronel Glokta se dirigía con paso resuelto a una reunión de la máxima importancia entre gentes que inclinaban respetuosamente la cabeza y se hacían a un lado para dejarle pasar. A la mayoría, los ignoraba, y a los más importantes los obsequiaba con una radiante sonrisa. Encantados de que hubiera reparado en ellos, los pocos agraciados respondían sonriendo de oreja a oreja.
—Supongo que cada cual sirve al Rey a su manera —gimoteó el capitán Luthar echando mano de su espada; pero Glokta era demasiado rápido para él. La hoja de su acero centelleó en el aire y se clavó en el cuello del jactancioso patán.
Una rociada de sangre salpicó el rostro de Ardee West. La joven aplaudió entusiasmada mientras contemplaba a Glokta con los ojos brillantes.
Luthar parecía sorprendido de que le hubieran matado.
—Ja. No es para menos —dijo Glokta sonriendo. El capitán se fue de bruces contra su cara, echando sangre a borbotones por el cuello. La muchedumbre rugió enardecida, y Glokta la recompensó con una garbosa y pronunciada reverencia. Los vítores se redoblaron.
—Oh, coronel, no debería hacer eso —susurró Ardee cuando Glokta empezó a lamerle la sangre de la mejilla.
—¿Cómo que no? —gruñó, y, rodeándola con sus brazos, la echó hacia atrás y la besó salvajemente. La multitud estaba arrebatada. Cuando se retiró, la joven exhaló un suspiro y se le quedó mirando embelesada con sus ojazos negros y la boca ligeramente entreabierta.
—El Arziector quiere verle —dijo la muchacha con una sonrisa encantadora.
¿Cómo? Maldita sea, la multitud había enmudecido y a él se le estaba quedando dormido un costado.
Ardee le acarició tiernamente la mejilla.
—¡El Arziector! —gritó.
Un golpe enérgico sonó en la puerta. Glokta pestañeó y abrió los ojos.
¿Dónde estoy? ¿Quién soy?
Oh, no.
Oh, sí
. Al instante se dio cuenta de que había dormido en una mala postura: tenía el cuerpo retorcido bajo las mantas y la cara aplastada contra la almohada. Todo su lado izquierdo estaba como muerto.
Los golpes sonaron con más fuerza que antes.
—¡El Arziector! —chilló Frost desde el otro lado de la puerta.
Una punzada de dolor recorrió el cuello de Glokta al tratar de separar la cabeza de la almohada.
Ah, no hay nada como el primer espasmo del día para poner la mente a trabajar
.
—¡Ya voy! —gruñó— ¡Maldita sea, dame un minuto!
Los pesados pasos del albino se alejaron por el pasillo. Glokta permaneció unos instantes sin moverse; luego, con sumo cuidado, comenzó a mover lentamente el brazo derecho, jadeando por el esfuerzo, y trató de ponerse de espaldas. Al sentir que el pinchazo comenzaba a ascender por la pierna izquierda, apretó el puño.
Si al menos la muy cabrona siguiera dormida
. Pero el dolor venía lanzado. Y, además, empezaba a percibir un olor desagradable.
Maldita sea. He vuelto a cagarme encima
.
—¡Barnam! —aulló Glokta. Con la respiración entrecortada y su lado izquierdo palpitando de dolor, aguardó unos instantes—. ¡Barnam! —volvió a gritar a pleno pulmón.
—¿Se encuentra bien, señor? —llegó la voz del sirviente desde el otro lado de la puerta.