La voz de las espadas (30 page)

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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantasía

BOOK: La voz de las espadas
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Aminoró la marcha hasta reducirla a un andar cansino y, al llegar junto a la mesa, se detuvo.

—Sin duda le alegrará mucho saber que hoy no va a haber carreras ni natación ni barra de equilibrios ni mazo —dijo el tullido—. Ni siquiera va a necesitar eso que trae usted ahí —añadió señalando los aceros con el bastón—. Vamos a charlar un rato. Nada más.

De pronto, la idea de pasarse cinco martirizantes horas con Varuz cobró un singular atractivo, pero Jezal no quería que se le notara su incomodidad. Soltó los aceros, que cayeron en la mesa con un ruido metálico, y se sentó despreocupadamente en la otra silla bajo la atenta mirada de Glokta, que le observaba desde la penumbra. Jezal tenía pensado imponerse a él mirándole fijamente a los ojos, pero fue un intento vano. Tras pasarse unos segundos contemplando aquel rostro atrofiado, aquella sonrisa vacía, aquellos ojos rehundidos en los que anidaba un brillo febril, la superficie de la mesa adquirió para él un interés inusitado.

—Dígame, capitán, ¿por qué decidió dedicarse a la esgrima?

Ah, se trataba de un juego. Una partida de cartas con sólo dos jugadores. Y, por supuesto, todo lo que dijera acabaría por llegar a oídos de Varuz. Tenía que jugar sus cartas con suma cautela, cuidarse de no descubrirlas y andar muy atento.

—Por mi honor, por el de mi familia, por el de mi Rey —dijo fríamente. Pocas pegas iba a poder ponerle a eso aquel maldito tullido.

—Ah, de modo que lo hace usted por el bien de su nación. Debe de ser usted el perfecto patriota. Qué desinterés. Qué ejemplo para todos nosotros —Glokta lanzó un resoplido—. ¡Por favor! Si va a mentir, escoja al menos una mentira que usted mismo pueda creerse. Esa respuesta es un insulto para los dos.

¿Cómo se atrevía esa desdentada gloria del pasado a dirigirse a él con ese tono? Las piernas de Jezal dieron una sacudida: estaba a punto de ponerse de pie y largarse. A la mierda con Varuz y con su deforme marioneta. Pero mientras apoyaba las manos en los brazos de la silla y hacía ademán de levantarse, sus ojos se cruzaron con los del tullido. Glokta le contemplaba con una sonrisa burlona. Irse ahora equivaldría a admitir su derrota. Veamos, ¿por qué había decidido dedicarse a la esgrima?

—Porque era lo que quería mi padre.

—Ya, ya. Me parte usted el corazón. El hijo leal cuyo sentido del deber le fuerza a satisfacer las ambiciones de su padre. Un cuento tan gastado como una de esas viejas poltronas en las que a todo el mundo le gusta sentarse. Diles siempre lo que esperan oír, ¿eh? Como respuesta, es algo mejor que la anterior, pero sigue estando muy alejada de la verdad.

—¡Dígamelo usted, ya que parece saber tanto sobre el tema! —le espetó enfurruñado Jezal.

—Muy bien, eso haré. Nadie se dedica a la esgrima por su Rey, ni por su familia, ni para hacer un poco de ejercicio, añado, por si acaso pretendía soltármelo a ver si colaba. Lo que se busca es el prestigio, la gloria. La promoción personal. Se lucha por uno mismo, si lo sabré yo.

—¿Lo sabe? —repuso Jezal—. Pues no parece que en su caso haya funcionado —nada más decirlo, se arrepintió. Maldita lengua, siempre le estaba metiendo en líos.

Pero la única reacción de Glokta fue volver a poner la misma sonrisa repulsiva de antes.

—Funcionó a la perfección hasta que di con mis huesos en las prisiones del Emperador. ¿Qué excusa tiene usted, señor mentiroso?

A Jezal no le gustaba el cariz que estaba tomando la conversación. Estaba demasiado acostumbrado a las partidas de carta fáciles y a los malos jugadores. Parecía como si todo su talento estuviera embotado. Lo mejor sería capear el temporal hasta que le tuviera tomada la medida a su contrincante. Encajó la mandíbula y permaneció en silencio.

—Para ganar un Certamen hay que esforzarse, desde luego. Debería haber visto cómo se entrenaba nuestro común amigo, Collem West. Se pasó meses y meses sudando la gota gorda, trabajando como una bestia mientras los demás nos reíamos de él. Qué hacía ese plebeyo, ese idiota advenedizo, tratando de competir con sus superiores, eso era lo que pensábamos. Pero ahí seguía él, bregando con las formas, dando tumbos sobre la barra de equilibrios a pesar de nuestras constantes burlas. Y ahora mírele a él —Glokta dio unos golpecitos al bastón con un dedo—. Y míreme a mí. ¿Quién ha reído el último, eh, capitán? Ya ve hasta dónde se puede llegar con un poco de esfuerzo. Usted tiene el doble de talento que él y la sangre idónea. No tendría que esforzarse ni la décima parte y, sin embargo, se niega a hacer el más mínimo esfuerzo.

Jezal no estaba dispuesto a dejar pasar por alto aquello.

—¿Ni el más mínimo esfuerzo? Es que acaso no me someto a diario a la tortura que...

Cuando Jezal se dio cuenta de la desafortunada elección de palabras ya era demasiado tarde.

—Estoy bastante puesto en materia de esgrima y de tortura. Y puede creerme si le digo —la siniestra sonrisa del Inquisidor se acentuó— que son dos cosas bien distintas.

—Mmm —murmuró Jezal todavía desconcertado.

—Tiene ambición y los medios necesarios para satisfacerla. Con un poco de esfuerzo sería suficiente. Unos cuantos meses de trabajo duro y lo más probable es que no tenga que volver a dar un palo al agua durante el resto de su vida, si es eso lo que desea. Unos pocos meses y asunto resuelto —Glokta se lamió las encías—. Excluyendo accidentes, claro está. Tiene delante una gran oportunidad. Yo que usted, no la dejaría escapar; claro que, tal vez, además de ser un mentiroso, sea usted tonto.

—No soy ningún tonto —terció secamente Jezal. No se le ocurrió nada mejor que decir.

Glokta levantó una ceja y, retorciendo la cara en un gesto de dolor, descargó todo su peso en el bastón y se puso lentamente de pie.

—Mire, mándelo todo a paseo si quiere. Puede pasarse el resto de sus días cómodamente sentado jugando a las cartas, bebiendo y charlando de sandeces con otros jóvenes oficiales. Hay un montón de gente que se sentiría feliz con una vida como ésa. Un montón de gente que nunca ha tenido las oportunidades que a usted se le han brindado. Mándelo todo a paseo, sí. El Mariscal Varuz se sentirá defraudado, y el comandante West, también su padre de usted y alguna gente más, pero puede creerme si le digo que a mí, particularmente —y se inclinó hacia él luciendo aún su repelente sonrisa—, me trae absolutamente al fresco. Que tenga un buen día, capitán Luthar —y, dicho aquello, comenzó a renquear en dirección al pasadizo.

Tras aquella entrevista tan poco grata, Jezal se encontró inopinadamente con dos horas libres; el problema era que su estado de ánimo no era el más adecuado para disfrutar de ellas. Vagó sin rumbo por Agriont, recorriendo calles, plazas y jardines vacíos, sumido en sombrías cavilaciones sobre las palabras del tullido y maldiciendo el nombre de Glokta, pero sin poder quitarse de la cabeza la conversación que acababa de mantener. Repasaba cada frase una y otra vez y siempre se le ocurría algo nuevo que podría haber dicho. Si se le hubiera ocurrido en su momento.

—¡Eh, capitán Luthar! —Jezal pegó un respingo y alzó la vista. Sentado en la hierba empapada de rocío, a la sombra de un árbol, había un desconocido que tenía en la mano una manzana mordisqueada y le miraba todo sonriente—. Las primeras horas de la mañana son el mejor momento del día para salir a dar un paseo, o, al menos, a mí me lo parecen. Tranquilas, grises, limpias, solitarias. Nada que ver con esos rojos chillones de las horas del atardecer. Tan abarrotadas, tan llenas de gente pululando de un lado para otro. ¿Quién puede pensar en medio de semejante alboroto? Y ahora resulta que a usted le pasa lo mismo. ¡Qué alegría! —y, acto seguido, le dio un crujiente mordisco a la manzana.

—¿Nos conocemos?

—Oh, no, no —dijo el desconocido poniéndose de pie y limpiándose las manos en la culera de los pantalones—, todavía no. Me llamo Sulfur, Yoru Sulfur.

—¿Ah, sí? ¿Y qué le trae a Agriont?

—Digamos que estoy aquí en misión diplomática.

Jezal le miró de arriba abajo, tratando de identificar su lugar de procedencia.

—¿Una misión en representación de quién?

—De mi señor, desde luego —dijo Sulfur dejándole en ascuas. Jezal se fijó que tenía los ojos de distintos colores. Un rasgo desagradable y un tanto repelente, pensó.

—¿Y su señor es?

—Un hombre muy sabio y poderoso —extrajo con los dientes el corazón de la manzana, lo arrojó entre los arbustos y luego se limpió las manos en los faldones de la camisa—. Ya veo que ha estado usted practicando esgrima.

Jezal bajó la vista y miró sus aceros.

—Sí —dijo, dándose cuenta de que en ese preciso momento acababa de tomar la decisión definitiva—, por última vez. Voy a dejarlo.

—¡Pero, por favor, no haga usted eso! —el desconocido le agarró del hombro—. ¡Por lo que más quiera, no lo haga!

—¿Cómo?

—¡No, no! Si se enterara mi señor, se quedaría horrorizado. ¡Horrorizado! ¡Si renuncia a la esgrima habrá renunciado usted a muchas cosas más! No hay mejor forma de hacerse notar a los ojos de la gente, ¿sabe? Y, en última instancia, es ella la que tiene la última palabra. ¡Sin el pueblo llano no hay nobleza, ningún tipo de nobleza! ¡Ellos tienen la última palabra!

—¿Qué? —Jezal echó un vistazo al parque con la esperanza de ver un guarda al que pudiera informar de que había un loco suelto en Agriont.

—¡No, bajo ningún concepto debe renunciar usted! ¡No quiero ni oír hablar de ello! ¡Ni se le ocurra! ¡Estoy seguro de que al final seguirá usted adelante! ¡Tiene que hacerlo!

Jezal se sacudió del hombro la mano de Sulfur.

—¿Quién es usted?

—Sulfur. Yoru Sulfur, para servirle. ¡Hasta luego, capitán, ya nos veremos en el Certamen, o tal vez antes, quién sabe! —y se despidió de él agitando la mano por encima del hombro mientras se alejaba.

Jezal se le quedó mirando con la boca entreabierta.

—¡Maldita sea! —gritó arrojando los aceros al suelo. Todo el mundo se creía con derecho a meterse en sus asuntos, hasta un chiflado del parque.

Cuando consideró que ya era lo bastante tarde, Jezal fue a visitar al comandante West. Sabía que siempre estaba dispuesto a escuchar con actitud comprensiva y, además, tenía la esperanza de engatusarle para que fuera él quien se encargara de comunicarle la mala noticia al Lord Mariscal Varuz. Si era posible, prefería ahorrarse esa escena. Llamó a la puerta y aguardó unos instantes. Luego volvió a llamar. La puerta se abrió.

—¡Capitán Luthar! ¡Qué gran honor, no sé si seré capaz de soportarlo!

—Ardee —musitó Jezal un tanto sorprendido de encontrarla allí—, me alegro de volver a verte —por una vez, lo decía de verdad. Era una chica interesante, sí, desde luego que lo era. Sentir interés por lo que dijera una mujer era para él una experiencia nueva y estimulante. Y no podía negarse que además era bastante atractiva; de hecho, cada vez que la veía se lo parecía más. Claro, que eso tampoco quería decir que fuera a haber nada entre los dos. West era su amigo y todo eso, pero ¿qué había de malo en mirar?— Hummm.. ¿está tu hermano en casa?

Ardee se tiró en el banco que había arrimado a la pared, estiró una pierna y puso cara de pocos amigos.

—No, no está. Ha salido. Siempre está ocupado. Demasiado ocupado para pasar un rato conmigo —sus mejillas tenían un color rojo inconfundible. Los ojos de Jezal se posaron en un decantador. Tenía el tapón quitado y el vino estaba por la mitad.

—¿Estás bebida?

—Un poco —dijo Ardee bizqueando para mirar un vaso medio lleno que había a la altura de su codo—, pero más que nada estoy aburrida.

—Ni siquiera son las diez.

—¿Es que no puedo aburrirme antes de las diez?

—Ya sabes a lo que me refiero.

—Deja las charlas morales para mi hermano. Le pegan más. Anda, sírvete una copa —señaló la botella con una mano—. Tienes aspecto de necesitarla.

En eso, desde luego, no se equivocaba. Se sirvió una copa y tomó asiento en una silla de cara a Ardee, mientras ella le contemplaba con los ojos entornados. La muchacha cogió su vaso de la mesa. Junto a él, bocabajo, había un libro muy grueso.

—¿Qué tal está ese libro? —preguntó Jezal.


La caída del Maestro Creador
, obra en tres tomos. Uno de los grandes clásicos de la historia, según dicen. Un auténtico coñazo —soltó con sorna—. Repleto de sapientísimos Magos, adustos caballeros provistos de enormes espadas y damas provistas de pechos aún más enormes. Magia, violencia y aventuras en proporciones iguales. Una verdadera porquería —dio un manotazo al libro que, con un batir de páginas, aterrizó en la alfombra.

—¿No puedes hacer algo para mantenerte entretenida?

—¿Ah, sí? ¿Qué me sugieres?

—Mis primas se pasan el día bordando.

—Vete a tomar por culo.

—Hummm —dijo Jezal con una sonrisa. La afición de Ardee a las palabrotas ya no le resultaba tan desagradable como al principio—. ¿Qué hacías cuando estabas en tu casa de Angland?

—Ah, mi casa —recostó la cabeza en el respaldo del banco—. Y yo que pensaba que allí me aburría como una ostra. Estaba deseando venir a este magnífico lugar donde se cuecen todos los asuntos importantes. Y ahora lo único que deseo es volver, casarme con un granjero y tener una docena de crios. Al menos así tendría alguien con quien charlar —cerró los ojos y suspiró—. Pero Collem no me deja. Se siente responsable ahora que nuestro padre ha muerto. Cree que es demasiado peligroso. Preferiría que no me mataran los Hombres del Norte, pero su sentido de la responsabilidad no va más allá. Y desde luego no incluye pasarse diez minutos haciéndome compañía. Conclusión, que estoy aquí atrapada entre un montón de esnobs arrogantes como vosotros.

Jezal rebulló inquieto en el asiento.

—No parece que él se sienta tan a disgusto.

—¡Por supuesto que no! —repuso Ardee— ¡Collem West es un tipo estupendo! ¿Acaso no ganó un Certamen? ¿No fue el primero en entrar en Ulrioch? ¡Nunca será uno de los nuestros, claro, no tiene ningún abolengo, pero es un tipo estupendo... para ser un plebeyo! En cambio, la advenediza de su hermana, se debe de creer muy lista. ¡Pero si hasta dicen que bebe! —susurró— No sabe cuál es su lugar. ¡Qué vergüenza! Lo mejor será hacer como si no existiera —volvió a suspirar—. Todo el mundo se alegrará cuando me vaya.

—Yo no —maldita sea, ¿había dicho eso en voz alta?

Ardee se rió de una forma muy poco agradable.

—Bueno, es muy generoso de tu parte decir eso. Por cierto, ¿cómo es que no estás practicando esgrima?

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