—No me malentienda,
professore
. Lo odio por lo que nos hizo pasar a mi madre y a mí. Pero, después de reflexionar, decidí que sería una tontería excluirlo de mi vida.
—¿Y eso por qué, querida?
—¿Que por qué? Porque quiero que vea que mi madre tenía razón, que su niña inútil era capaz de hacer algo importante. Quiero que el cabrón tenga un asiento de primera fila en mi vida, para poder restregarle por las narices todos mis logros.
T
odos los expedientes policiales estaban en italiano, así que Payne no tenía mucho que hacer mientras Jones los traducía y tomaba notas. Al cabo de diez minutos, Payne ya no podía soportarlo más. Necesitaba hacer algo productivo mientras esperaba que Frankie revelara las fotos, o iba a empezar a subirse por las paredes. Jones también lo percibía.
—¿Te has olvidado de tomar tu valium?
—Ya sabes cómo me pongo. No estoy hecho para esta mierda de trabajo de oficina.
Jones se rió y sacó un número de teléfono de su cartera.
—¿Te acuerdas de Randy Raskin? Te lo presenté hace unos años.
—El tipo de los ordenadores del Pentágono, ¿no?
—Sí. Ése mismo. —Le entregó una tarjeta—. Ésta es su línea directa. Dile que necesito cobrarme un favor, él lo entenderá. Y pídele que busque información sobre Boyd en su sistema. Que mire si sale con alguien o si ha estado casado. Tal vez esta mujer sea su hija perdida, o algo así.
—¿Y qué hay de Donald Barnes? Quizá haya algo que no sepamos.
—Sí. Lo mismo con Manzak y Buckner. Puede que encuentre algo turbio acerca de ellos. No tuve tiempo suficiente para revisar sus expedientes.
Por fortuna, Randy Raskin era el informático más eficiente con que Payne se había topado. Al principio pensó que Jones sólo estaba dándole algo en que entretenerse para que lo dejara tranquilo, pero resultó que no era así en absoluto, porque Raskin le proporcionó muy buena información. Payne garabateaba como un poseso mientras Raskin le decía todo lo que necesitaba saber sobre el doctor Boyd y sus amigos de la CIA, Manzak y Buckner. Era capaz de averiguar tantas cosas, que Payne estuvo tentado de preguntarle si el gobierno americano todavía tenía aliens cautivos en el Área 51. Cuando acabaron, le dio las gracias y se apresuró a volver donde estaba Jones para informarle de su conversación.
—Comencemos por Boyd. Ha trabajado en la Universidad de Dover durante más de diez años. En todo ese tiempo, ha solicitado varios permisos para llevar a cabo excavaciones por todo el mundo, incluida la de Orvieto, que tenía financiación privada.
—Hasta aquí nada raro.
—Espera, ahora viene lo bueno. Además de las financiaciones que recibió de particulares, también tenía una especie de beca anual de Transportes Americanos Internacionales. ¿El nombre no te suena de nada?
—La verdad es que no.
—Pues debería sonarte. Hemos trabajado con ellos muchas veces.
Entonces Jones cayó en la cuenta. Transportes Americanos Internacionales no era una empresa. Era una tapadera con nombre de empresa que ayudaba a que grupos como los
MANIAC
llevaran a cabo sus misiones. El dinero para sus operaciones tenía que provenir de alguna parte, y obviamente no podía ser de fuentes públicas, porque sería demasiado difícil de explicar a los contribuyentes. Así que se creaban empresas fantasma para que ayudaran a pagar las cuentas. El
FBI
tenía la Minera Río Rojo, la Armada tenía la Salvamento del Pacífico, y el Pentágono tenía demasiadas empresas como para que Payne las recordara todas.
Pero ése no era el caso de la
TAI
, porque los hombres que la dirigían eran tan engreídos, y estaban tan seguros de que nunca los cogerían, que rara vez se molestaban en ocultar lo que hacían. No era nada difícil saber que su organización madre era la CIA.
—¿Y qué significa eso? —preguntó Jones, que todavía intentaba atar cabos.
—Significa que Boyd estaba tras algo importante, y que la CIA no quería quedarse fuera. Si financiaban su excavación, tenían derecho a reclamar cualquier cosa que él descubriera.
—Entonces por eso Manzak le tiene tantas ganas. Cree que Boyd encontró lo que estaban buscando y que decidió largarse. —Jones soltó una risita ahogada, algo avergonzado—. ¡Tío, me siento tan utilizado! No somos más que los cobradores de Manzak.
—No exactamente… Ahora la cosa se pone peor.
Jones miró a Payne, preocupado.
—¿Qué hemos hecho ahora?
—Nada. Lo que me asusta es lo que Manzak y Buckner han hecho.
—Ay, Dios. ¿Qué han hecho esos imbéciles?
—Al parecer se han hecho matar.
—¿Muertos? ¿Manzak y Buckner están muertos? ¿Y quién coño los mató?
—Por extraño que parezca, un grupo de rebeldes serbios, en las afueras de Kosovo.
—¿Kosovo? ¿Y qué coño estaban haciendo allí? ¿Pero si hablamos con ellos…? —De pronto se iluminó—. ¡Ahhh, qué hijos de puta! ¡No me lo puedo creer! ¿En qué año murieron?
—Según el ordenador del Pentágono, en 1993. Por supuesto, la CIA todavía los tiene en su lista de activos, porque no están dispuestos a reconocer que Manzak y Buckner estuvieran alguna vez en Kosovo. Eso podría provocar un escándalo.
Jones suspiró, ignorando el sarcasmo. Payne sabía que estaba molesto por no haber descubierto la información de Kosovo dos días antes. De haberlo hecho, eso habría alterado radicalmente sus planes. En lugar de buscar al doctor Boyd, habrían ocupado todo su tiempo en intentar descubrir la verdadera identidad de Manzak y qué era lo que quería de ellos.
—Por eso no había nada raro en sus expedientes —explicó Jones—. Tengo sólo acceso parcial a la base de datos, pero allí aparecían como agentes activos con buena reputación.
—Claro que tienen buena reputación. Es difícil quebrantar la ley si estás muerto.
—Buena observación.
—Hablando de eso, ¿por qué tengo la sensación de que nosotros vamos a terminar muertos si no descubrimos en qué nos hemos metido?
Jones asintió, sentía lo mismo. No se estaban enfrentando a unos rateros que los iban a dejar marcharse sin terminar su parte del trato. Esos hombres tenían suficiente poder para hacer un trato con el gobierno español, falsificar credenciales de la CIA impecables, y destapar sus secretos mejor guardados sin ningún problema. No había manera de que dejaran que Payne y Jones les volvieran la espalda sin haber encontrado a Boyd.
Se habían convertido en cabos sueltos de los que aquellos tipos iban a tener que ocuparse tanto si cumplían con su tarea, como si no.
Por eso, Payne y Jones decidieron continuar. Pensaron que, cuantas más cartas tuvieran en la mano, más seguros estarían.
Manzak y Buckner habían muerto en 1993, pero Payne había hablado con ellos hacía unos pocos días, y no había sido en una sesión de espiritismo. Se podía vincular al doctor Boyd con la CIA por una serie de pagos, y sin embargo los fantasmas no habían dicho una palabra de eso. Además, más de cuarenta personas habían muerto cerca de Ovieto durante la última semana, aunque Payne no sabía por qué, ni quién los había matado, ni dónde estaban las pruebas. Fueron algunas pocas de las cosas que Payne discutió con Jones mientras caminaban hacia el laboratorio fotográfico de la universidad para ver las fotos que Frankie habría revelado para ellos.
—¿Sabes qué? —rezongó Payne—, cuanto más sé sobre este caso, más desorientado me siento.
—¿En serio? Pues yo creo que todo está encajando bastante bien. Vamos a suponer que a Boyd le pagaron para que robara antigüedades de algunos países importantes de Europa. De ese modo, cuando la CIA necesitaba información ultrasecreta, podía negociar con esos objetos, intercambiándolos por lo que necesitara. Pero supongamos que Boyd se volvió codicioso y decidió quedarse con las reliquias. En ese caso, ¿qué se supone que Manzak y Buckner, o comoquiera que se llamen, tenían que hacer? ¿Perseguir a Boyd por toda Europa y arriesgarse a que los descubrieran? ¿Por qué iban a hacer eso si podían conseguir a dos ex
MANIAC
para que lo rastrearan, y gratis?
«No está mal», pensó Payne. La teoría dejaba algunas cosas sin explicar —como la explosión del autobús, por ejemplo, o quién era la morena, o la verdadera identidad de Manzak y Buckner—, pero todo lo demás encajaba. Claro que Payne no tenía elementos que apoyaran la hipótesis de Jones, nada que pudiese considerarse una prueba. Pero él no era policía, así que esas cosas le importaban una mierda. Lo único que le interesaba era encontrar al doctor Boyd. Pensaba que si lograba dar con él, tendría algo importante para Manzak y Buckner que le permitiría salir limpio de todo aquello.
Llegaron al cuarto oscuro y se alegraron de encontrar a Frankie esperándolos para enseñarles ya las fotos.
—No sé de qué pueden serviros éstas —dijo—. Se ve el hotel, la iglesia, el helicóptero… Orvieto es bastante bonito, ¿no?
—Mucho —dijo Payne, mirando las fotos—. ¿Cómo has reconocido la ciudad?
—Orvieto es muy conocido aquí. Igual que los egipcios conocen las pirámides de Giza, o los chinos conocen Xi'an, nosotros conocemos Orvieto y las historias sobre su tesoro.
—¿Qué tesoro? —preguntó Jones.
—¡
Mamma mía
! ¿Habéis estado allí y no sabéis nada de su tesoro? ¿Cómo puede ser?
—Bueno, no fuimos a hacer turismo exactamente.
—¡Ah, sí! ¡Se me olvidaba! Estabais allí en misión oficial. Por favor, entonces dejadme que os lo explique. Os ayudará…, ¿cómo se dice?, a entender mejor las fotos.
Jones se negó:
—Quizá en otro momento. Ahora mismo tenemos mucha prisa.
—¡Por favor! Eso puede explicaros por qué el
dottore
Boyd estaba en Orvieto y qué buscaba allí.
Ellos no estaban convencidos del todo, pero decidieron complacer a Frankie.
—Desde hace muchos años se cuentan historias sobre Orvieto. Cuando el papa buscaba refugio, durante la guerra santa, la gente dice que él no vivía encima de la roca, sino debajo, muy adentro de la tierra. No se sabe cómo puede ser, porque nadie ha excavado lo suficiente, pero hay demasiadas historias, como para que ahí no haya algo.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Payne—. ¿Que vivía bajo la tierra?
—¡Sí! Temía tanto por su vida que hizo todo lo posible por protegerse: túneles para escapar, cultivar plantas para comer, un pozo para tener agua. Todo eso para esconderse de sus enemigos.
—Nosotros vimos el pozo —admitió Payne—. Por desgracia, también lo vio nuestro amigo, con su cámara.
—Pero ¿y los túneles? ¿Visteis los túneles? Son…, ¿cómo se dice?, alucinantes. Van por debajo de la calle, como las cloacas. ¡Me siento Indiana Jones cuando me meto por allí!
La referencia hizo sonreír a Payne.
—¿No has dicho algo sobre un tesoro?
—¡Sí! Un tesoro magnífico, que nadie ha encontrado.
Jones sacudió la cabeza.
—Lo siento, pero me parece difícil de creer. Yo soy un gran aficionado a la historia, y nunca he oído nada acerca de un tesoro en Orvieto. ¿Cómo puede ser tan famoso y que no se sepa nada de él?
Frankie se encogió de hombros.
—Tal vez en tu país no sea famoso, no lo sé. En mi país, Orvieto sí es famoso. Las Catacumbas son famosas. Aquí todos han oído hablar de las Catacumbas.
—Está bien —aceptó Jones—. Si es así, ¿cómo es que nadie ha encontrado el tesoro? Orvieto no es grande. Es decir, si hubiera oro allí, en esas colinas, alguien lo habría encontrado.
—¡No! Está prohibido excavar debajo de la ciudad. Nadie puede, ni los buscadores de tesoros, ni nadie. Si te cogen, vas a la cárcel. Eso es porque la colina grande es como una antigua mina, llena de cuevas. La gente se preocupa porque si alguien cava donde no debe, todo Orvieto se cae, ¡paf! —Aplaudió con sus pequeñas manos—. Y eso lo jodería todo, ¿no?
Payne se rió hasta que se dio cuenta de que a Jones no le hacía gracia.
—¿Estás bien?
Jones parpadeó un par de veces.
—Sabía que había un hueco en este caso, algo que no encajaba. ¿Qué pasa si resulta que se trata de la búsqueda de un tesoro? Eso explicaría la presencia de Boyd en Orvieto, y el interés de la CIA. Si los federales pueden conseguir información con unas pocas baratijas, imagínate lo que podrían conseguir con un tesoro tan grande como un pueblo. —Hizo una pausa, reflexionando—. Y todavía más, un lote de ese tamaño explicaría lo de las autoridades italianas. Es decir, no es posible que una oficina local haya planeado los encubrimientos de que hemos sido testigos. Esconder un accidente de helicóptero y manipular la explosión de un autobús, para eso tienes que tener el respaldo de personas con mucho poder.
—Es cierto, pero ¿cómo encajamos nosotros en eso?
—Nuestros amigos de la CIA debían de saber que Boyd estaba detrás de algo importante. Por eso se asustaron cuando desapareció. Sabían que si los italianos lo encontraban primero, se les iba a joder todo lo que habían estado financiando durante años. Por eso nos buscaron a nosotros. Tenían que encontrarlo lo antes posible, y pensaron que nosotros podríamos hacerlo.
Para Payne aquello tenía sentido, pero se daba cuenta de que todavía tendría más si supieran más sobre las Catacumbas.
—Eh, Frankie, cuéntanos algo sobre el tesoro.
—Se dice que Clemente VII temía por las riquezas de la Iglesia. Incluso cuando regresó al Vaticano, todavía tenía miedo. La gente dice que por eso dejó las mejores cosas en Orvieto.
Jones soltó un ligero silbido, imaginando el tesoro del Vaticano.
—Frankie, si quisiéramos cavar en Orvieto, ¿con quién tendríamos que hablar? ¿Hay alguna oficina local que pudiera darnos un permiso?
—No, no hay nada así en toda Umbría… Pero en Roma, sí. Es el Ministerio de Antigüallas, y tiene mucho poder dentro del gobierno.
Payne supuso que se refería al Ministerio de Antigüedades.
—¿Por qué?
—El ministro se llama Benito Pelati, y es un hombre muy importante. Es muy viejo, y muy respetado en toda Italia. Ha hecho tantas cosas para salvar nuestros tesoros, nuestra cultura, que la gente hace cola para besarle los pies.
—Este Pelati, ¿tendría autoridad suficiente para darnos permiso para cavar en Orvieto?
—Sí, pero eso es algo que el
signor
Pelati no va a hacer. Nosotros, los italianos, somos muy orgullosos. Y, por orgullo, a veces somos muy testarudos. Durante mucho tiempo, el
signor
Pelati ha dicho que las Catacumbas de Orvieto son un invento. Incluso lo dice en la televisión; y que la gente debe olvidarse de esas fábulas porque no son verdad. Pero algunos académicos quieren pruebas. Ni siquiera piden permiso para cavar; sólo para estudiar el terreno con rayos X y ver si allí hay algo, pero él ni siquiera permite eso. Demasiado riesgo.