La señal de la cruz (23 page)

Read La señal de la cruz Online

Authors: Chris Kuzneski

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: La señal de la cruz
8.32Mb size Format: txt, pdf, ePub

Apodado el «Santo Bateador» a causa de su apellido, Orlando Pope
[5]
era uno de los mejores jugadores de béisbol del mundo. Bateaba con fuerza, corría rápido y cumplía todos los requisitos que hacen que un equipo gane. Para decirlo brevemente, era la clase de tipo que todos los clubes codician.

Antes de que empezase la pretemporada, dos equipos —los Red Sox de Boston y los Yankees de Nueva York— hicieron todo lo posible por ficharlo. No sólo para conseguir que jugara para ellos, lo que por sí solo ya hubiera sido mucho, sino también para que no lo tuviese el otro equipo, lo que era todavía más importante. ¿Por qué? Porque no había equipos de béisbol que se odiaran más entre sí que los Red Sox y los Yankees. Los jugadores se detestaban unos a otros. Los seguidores se odiaban entre sí. Incluso las dos ciudades se odiaban.

Era Esparta contra Atenas, sólo que con bates en lugar de lanzas.

La puja entre ambos equipos duró casi un mes. Diez millones. Veinte millones. Cincuenta millones. Cien millones. Y más. Al final, Pope firmó con los Yankees y se convirtió en el enemigo público número uno de Beantown.

A causa de un cambio repentino en el calendario, los equipos iban a jugar en Boston el fin de semana. Se habían repartido una serie de primera temporada en Nueva York y jugarían otras doce veces después, a lo largo del año, pero aquél era el partido que todos los fans deportivos de Nueva Inglaterra estaban esperando.

«El papa» iba a Boston, y era el acontecimiento del año.

()rlando Pope odiaba los reflectores y toda la atención mediática que recibía por ser el jugador mejor pagado. Le encantaba estar en el campo de juego, donde tenía la seguridad y el talento para deslumbrar, pero odiaba su vida personal. Se había criado en una familia de raza mixta de Brasil —padre negro, madre blanca—, lo que le había supuesto algunos problemas con su propia imagen. ¿Era blanco o negro? ¿Ambas cosas? La verdad es que no se sentía cómodo con nadie, así que pasaba la mayor parte del tiempo solo, leyendo libros y viendo películas en su lujoso piso en lugar de disfrutar de su condición de héroe de la Gran Manzana.

Para él, las relaciones sociales eran problemáticas, así que se mantenía alejado de todos siempre que podía.

La pizza que había pedido a Andrews llegó cuarenta minutos tarde, y estaba cabreado. Había comprado un DVD de estreno y no quería empezar a verlo antes de que llegara la comida. Nada le molestaba más que las interrupciones cuando estaba viendo una película.

Estaba pensando en llamar para quejarse cuando oyó que golpeaban a la puerta. Con la cartera en la mano, Pope abrió la cerradura y soltó la cadena sin mirar por la mirilla.

Fue el error más grande de su vida.

Había cuatro hombres en el pasillo. Hombres que no eran los de Dinamarca, ni los de Libia, pero que tenían la misma meta: coger a su objetivo, llevarlo a un sitio determinado y clavarlo en una cruz.

El líder del grupo llevaba una porra eléctrica y le soltó a Pope una descarga en el pecho antes de que éste pudiera reaccionar. La electricidad produjo una contracción incontrolable en los músculos y, un momento después, uno de los mejores atletas del mundo yacía en el suelo, en posición fetal, incapaz de defenderse.

A partir de allí iba a ser fácil. Llevar a Pope a la furgoneta, conducirlo al sitio elegido, y esperar a que las noticias causaran su efecto. ¡Y menudo efecto!

Iba a ser un notición, el mayor de la historia.

Cada asesinato era una pista y cada pista conducía a un secreto. El secreto que cambiaría el mundo.

Al final, el Vaticano estaría indefenso. Completamente indefenso.

Finalmente, después de dos mil años, se verían obligados a honrar a sus antepasados.

35
Martes, 13 de julio
Milán, Italia

P
ayne y Jones viajaron varios cientos de kilómetros en dirección al norte de Italia. Gracias a la flexibilidad en los límites de velocidad de la
autostrada
y a la potencia del Ferrari, llegaron a Milán justo después de la medianoche. Era demasiado tarde para llevar a revelar el carrete de Barnes, pero lo suficientemente temprano para hacer un poco de trabajo detectivesco. Con ese objetivo, y sin perder tiempo, fueron directamente al campus de la Universidad Católica.

—Lo primero que hay que hacer —dijo Jones— es averiguar si Boyd ha sido capturado. ¿Qué te parece si yo curioseo un poco por ahí y hablo con un par de periodistas, mientras tú recorres el perímetro y ves si encuentras zonas vulnerables? Si no funciona, puede que tengamos que colarnos dentro.

—Sí —bromeó Payne—, y mejor que lo hagamos rápido. Si la cosa sigue como está, es probable que Boyd haga estallar la biblioteca para ocultar pruebas.

Riéndose, Payne cruzó el pasillo a su derecha y vio a varios policías examinando un conducto de basura y un contenedor. No quería hablar con ellos, así que siguió y pasó la entrada principal, con la esperanza de que hubiera menos policías al otro lado del edificio. Entonces vio en la puerta principal a un guardia de seguridad que decidía quién entraba y quién no, como un vigilante a la puerta de una discoteca. En un segundo tuvo que modificar su plan. En lugar de colarse, decidió que lo invitaran a pasar.

Payne no tenía placa, ni ningún aspecto «oficial» que lo ayudara, así que iba a tener que inventar una mentira de las gordas. Por otra parte, había una alta probabilidad de que el vigilante no hablara inglés mejor de lo que él hablaba italiano así que decidió utilizar eso a su favor. Pensó que quizá fuera capaz de hacer que el guardia se sintiera tan incómodo como para permitirle entrar, aunque sólo fuera para que lo dejara tranquilo. Con esa idea en mente, Payne fue directo al hombre y comenzó a balbucear con un acento falso, diciéndole que trabajaba para la embajada británica y que estaba allí para proteger los derechos del doctor Boyd. El hecho de que sonara como Ringo Starr, fuese todo vendado y llevara una pistola robada en los pantalones, no pareció importarle al guardia Miró a Payne, se encogió de hombros, y lo dejó entrar. No le hizo ninguna pregunta.

Curioseando por la primera planta, Payne buscó algo que pudiera explicar por qué Boyd estaba en la biblioteca. Se planteó si podría ser por algún motivo medio pervertido, dado que el servicio de mujeres estaba sellado con cinta amarilla donde ponía
Polizia
. Pero pensándolo mejor, eso no tenía mucho sentido, porque Boyd era demasiado listo como para hacer algo que llamara la atención sobre él, como espiar en el servicio de mujeres. A menos que la cinta tuviera algo que ver con la mujer misteriosa que habían mencionado en la radio. ¿Sería ella la que había hecho algo en el servicio? Tal vez ella fuera la razón por la que Boyd llevaba huyendo todos esos años.

Fuera como fuese, Payne tenía que averiguar qué había sucedido en ese servicio. Con cautela, se acercó a la puerta, sin saber con qué se iba a encontrar. ¿Un cadáver? ¿Manchas de sangre? ¿Una mujer apaleada? Como mínimo, esperaba poder oír algo de provecho sobre Boyd y su compañera, pero lo único que vio fue a un técnico buscando huellas. Desilusionado, dio media vuelta y comenzó a andar, cuando de pronto sintió que alguien le ponía la mano en el brazo.

—¿Tú, adonde vas? —le preguntó un hombre con fuerte acento italiano.

«Hijo de puta», pensó Payne. El guardia de seguridad de la puerta debía de haberles dicho algo sobre él a los policías, y se disponían a joderlo. Payne se volvió, esperando ver algo así como un revólver apuntándole al pecho. En cambio, se encontró con un hombre pequeño, de cara sonriente y en la cabeza los pelos negros más rizados que Payne había visto en una zona que no fuera un pubis.

Estaba tan asombrado que empezó a balbucear:

—Estaba… Solamente… Yo…

—¿Qué? ¿Te ibas sin presentarte?

Confundido, Payne se quedó mirando fijamente al tipo, este era por lo menos treinta centímetros más bajo que él. Llevaba un traje gris claro y una camisa blanca y almidonada. Del bolsillo de la chaqueta le colgaba una identificación con foto, pero la inscripción estaba en italiano y las letras eran microscópicas, así que no pudo saber lo que ponía.

—Bueno —se rió el hombre—, si tú no vas a hablar, lo haré yo. Me llamo Francesco Cione. Mis amigos que hablan inglés me llaman Frankie. Soy el jefe de prensa de la universidad, lo que me convierte en el hombre más ocupado de todo Milán, al menos en noches como ésta, ¿no?

Entonces Payne supo que Frankie iba a ser un aliado magnífico.

Pensando con rapidez, susurró:

—¿De verdad eres el portavoz en el caso Boyd?

Intrigado por el tono silencioso, Frankie miró alrededor buscando algún fisgón.

—Sí, soy el encargado de prensa de esta universidad. ¿Por qué preguntas?

Payne se llevó un dedo a los labios.

—¡Shhhhhh! Aquí no. ¿Hay algún sitio donde podamos hablar?

—¿En privado? —preguntó él en voz baja—. Sí, puedo arreglar eso. Puedo arreglar cualquier cosa. Sigúeme.

La verdad era que Payne no tenía nada que hablar con el —al menos por el momento—, pero pensó que no podía arriesgarse a quedarse en el pasillo con la probabilidad de ser visto por una docena de policías. Además, se daba cuenta de que tenía que darle a Frankie alguna explicación, y pensó que una caminata hasta un sitio retirado de la biblioteca le daría tiempo a inventar alguna historia verosímil.

Frankie condujo a Payne a un salón de lectura privado lleno de pilas de libros encuadernados en piel, desde el suelo hasta el techo. Luego le preguntó:

—¿De qué se trata? Algún secreto, ¿no?

Payne respondió con otra pregunta:

—¿Tienes idea de quién soy?

Frankie movió la cabeza.

—Uno de los guardias me ha dicho que eres de la embajada británica, pero después de oírte hablar, sé que está equivocado. Tú eres americano, ¿no?

—Muy bien —aplaudió Payne—. Eso significa que eres más listo que tus guardias.

Sonriendo ante lo que parecía un cumplido, Frankie dijo:

—Bueno, dime quién eres.

—Todavía no. Llegaremos a ese punto en un momento. Pero antes tengo otra pregunta para ti. ¿Te gusta lo que haces? Quiero decir, tengo la impresión de que eres capaz de hacer muchas otras cosas. Te imagino como alguien que debería estar produciendo noticias en lugar de ayudar a que otros lo hagan. ¿Y sabes por qué? Soy la clase de tipo que puede conseguir que eso suceda. Si es que eso te interesa.

Intrigado, Frankie le ofreció que se sentara.

—¿Qué eres, alguna clase de mago? ¿Puedes ir y, ¡pum!, arreglarme la vida?

—¿Qué te parecería ayudarme a mí y a mi equipo a capturar al doctor Boyd? No sería un trabajo de bambalinas, sino uno donde participarías activamente en su captura. ¿Te interesaría?

A Frankie prácticamente se le caía la baba.

—¿Que si me interesaría? ¡
Mamma mia
! He estado intentando ayudar la
polizia
toda la noche, pero ellos no han sido receptivos. ¿Qué necesitas?

—Te lo diré en seguida. Pero primero necesito tu ayuda en algo trivial.

—Necesitas mi ayuda pero antes necesitas mi ayuda. Es un poco confuso, ¿no? ¿Qué es lo que necesitas?

—En realidad, solamente necesito que mi compañero pueda entrar.

—¿Eso es todo? Puedo conseguir eso con los ojos atados a la espalda.

Aquello sonaba doloroso, pero Payne no tuvo corazón para corregirlo. En vez de eso, le dio toda la información necesaria y le dijo dónde podría encontrar a Jones.

—Antes de que te vayas, déjame que me presente oficialmente. Me llamo Jonathon Payne, y trabajo para la
CIA
.

—¿La
CIA? —se
sorprendió—. He oído eso en el cine, ¿no? Es un honor conocerlo,
signor
Payne. Sí, un gran honor… Entonces, ¿hay algo más que necesites además de a tu amigo?

—Sí, Frankie, ya que lo mencionas, quisiera…

Dante se dirigió a la biblioteca como si fuera el dueño del lugar, rodeó a la multitud de curiosos y pasó frente al inútil guardia de seguridad y una docena de policías que estaban en el vestíbulo. No se detuvo ni una vez para hacer un comentario, ni dio a nadie la oportunidad de que le preguntaran qué estaba haciendo ni adónde iba, hasta que llegó a la puerta del servicio de mujeres, donde estaba el precinto policial.

—¿Qué ha pasado? —le gruñó al detective al cargo.

El oficial lo reconoció de inmediato, sabía de su relación con Benito Pelati.

—Agresiones múltiples, seguidas de una huida bien planeada. Eludieron a un equipo de la unidad antiterrorista como si fueran estatuas.

—¿Quién fue agredido?

—Un guardia de la biblioteca que estaba fuera de servicio fue atacado más de una vez. La chica lo golpeó primero. Después lo atacó Boyd, y luego otra vez la chica. Debía de ir colocada de coca o algo así, porque dice que tenía la fuerza de diez hombres.

Dante hizo una mueca de disgusto, sorprendido ante la ingenuidad del policía. ¿Acaso no sabía que cada vez que un tipo es golpeado por una mujer inventa una excusa?

—¿Cómo salieron de la terraza?

—Por un tubo de desescombro. Se deslizaron hasta el callejón.

—¿Tenemos alguna fotografía?

—Puede ser. Ahora mismo están repasando los vídeos de seguridad.

Dante frunció el cejo. Lo último que quería era que se filtraran fotos a la prensa, pero sabía que eso iba a ser más difícil de impedir que con la explosión del autobús.

—¿Y las huellas? ¿Estamos seguros de que fue Boyd?

El detective se encogió de hombros mientras dos hombres, uno de ellos bajito y el otro negro, pasaban junto a ellos.

—El vigilante jura que era él, y varios testigos dicen lo mismo, pero no lo sabremos con seguridad hasta más tarde. Hay muchas huellas que clasificar en un edificio como éste.

«Cuanto más tarde, mejor», pensó Dante. Necesitaba todo el tiempo posible para presentar el panorama adecuado para los medios.

—Una última pregunta: ¿sabemos qué estaban haciendo aquí?

—Investigación, creo. Se pasaron casi todo el día en una sala de lectura, trabajando en una especie de proyecto. Puedo enseñárselo si quiere.

Dante asintió, con la esperanza de que por nada del mundo hubieran estado trabajando en nada que hubieran encontrado en Orvieto. Eso era lo único que no iba a poder controlar si Boyd decidía hacerlo público.

Jones caminaba por la biblioteca, perplejo. Estaba fuera, intentando encontrar a alguien que le hablara sobre Boyd, cuando un hombre pequeño lo cogió por el brazo y tironeó de él hacia la escalera. Su primera reacción fue intentar zafarse, lo que no habría sido difícil, considerando el tamaño de Frankie. Pero entonces le dijo que era amigo del agente Payne, y que lo requerían dentro.

Other books

Gideon by Jacquelyn Frank
Hard Money by Short, Luke;
Amethyst Bound by L. Shannon
Bread (87th Precinct) by McBain, Ed
The Transgressors by Jim Thompson
Avenger of Antares by Alan Burt Akers
The Eloquence of Blood by Judith Rock
Xaraguá by Alberto Vázquez-Figueroa