Números 34.11. ...(la frontera oriental)
bajará... al oriente hasta el mar de Queneret.
Las orillas occidentales del lago se mencionan en relación con una invasión siria hacia el 900 aC.
1 Reyes 15.20.
Ben Adad
(de Siria) ...
devastó ... el Queneret y toda la tierra de Neftalí.
En el Israel moderno sigue llamándose al lago con el nombre del Antiguo Testamento, «Yam Kinneret», y en sus orillas hay una población denominada Kinneret, con unos mil habitantes.
En la orilla noroeste del lago, hay una pequeña llanura, de unos tres kilómetros y medio por cada lado, donde entran dos pequeños arroyos. Se llamaba Genosar o Genesaret, nombre de origen incierto. Tai vez signifique «jardín de Hazor»; Hazor era el dirigente cananeo de la región en tiempo de los Jueces (v. cap. I, 7).
En cualquier caso, tal distrito también dio su nombre al lago, mencionado con sus dos nombres en la Biblia, en los apócrifos y en Josefo. Así:
1 Macabeos 11.67.
Entre tanto acampó Jonatán con su ejército junto a las aguas de Genesaret...
y en el Nuevo Testamento:
Lucas 55.1.
...hallándose
(Jesús)
junto al lago de Genesaret.
En el Israel moderno hay una aldea en la orilla noroeste del lago. Tiene unos quinientos habitantes y se llama Ginnosar.
Después del Éxodo, cuando las zonas nororientales de lo que una vez constituyó el territorio de Neftalí y Zabulón se conocían como Galilea (v. cap. 3), el lago se llamó mar de Galilea:
Mateo 4.18.
Caminado, pues
(Jesús),
junto al mar de Galilea...
Tal vez sea éste el nombre con el que desde entonces lo conocen mejor los cristianos, pero no es el último. En tiempos de Jesús, se le dio otro.
En esa época, la ciudad más grande y más moderna que hubo a orillas del lago se construyó en el 20 dC (menos de una década antes de que Jesús iniciase su ministerio) por Herodes Antipas. Se llamó Tiberíades, en honor del emperador reinante, y Antipas la convirtió en su capital. En su origen fue una ciudad gentil y los judíos la miraban con horror, en parte por ese motivo y en parte por superstición, porque se erigió en el emplazamiento de un antiguo cementerio.
En el Nuevo Testamento sólo se menciona una vez, y sólo en el evangelio de San Juan, el último de los evangelistas y el más influido por la cultura griega:
Juan 6.23.
Pero llegaron de Tiberíades barcas...
Esa ciudad también dio su nombre al mar, que asimismo encontramos en Juan:
Juan 6.1.
Después de esto partió Jesús al otro lado del mar de Galilea, de Tiberíades,
En la actualidad, Tiberíades sigue siendo la ciudad mayor a orillas del lago. Tiene unos veintidós mil habitantes
[10]
y su nombre sigue aplicándose al lago, que en árabe se llama «Bahr Tabariya» y los geógrafos occidentales denominan «Lago Tiberíades».
En Cafarnaúm, Jesús alcanza el éxito con rapidez y consigue la audiencia que se le negó en Nazaret. Incluso empieza a reunir discípulos:
Mateo 4.18.
Caminando
(Jesús),
pues, junto al mar de Galilea vio a dos hermanos: Simón, que se llama Pedro, y Andrés, su hermano, los cuales echaban la red en el mar, pues eran pescadores,
Mateo 4.19.
y les dijo: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres.
Mateo 4.20.
Ellos dejaron al instante las redes y le siguieron.
Simeón es la forma de ese nombre empleada en el Antiguo Testamento, y en cierto momento se utiliza para referirse a Simón Pedro:
Hechos 15.14.
...Simón
[11]
nos ha contado de qué modo Dios por primera vez eligió tomar de los gentiles...
Pero había una fuerte tendencia a apocoparlo en Simón, porque ése era un nombre helénico, e incluso entre los judíos conservadores existía en ese período una inclinación a adoptar o dar nombres griegos.
Los judíos no empleaban apellidos como nosotros, y solía distinguirse a un individuo de otros del mismo nombre utilizando el nombre de su padre. Así, en un momento dado, dice Jesús:
Mateo 16.17.
...Bienaventurado tú. Simón Bar Jona…
Simón Bar Jona quiere decir «Simón, hijo de Jona».
Pero esto también sería insuficiente, y era corriente añadir al nombre algún apodo derivado de su carácter o de su apariencia física, cosa que sería sumamente personal. Esto se observó en el caso de los hijos de Matatías, el sacerdote que encendió la chispa de la rebelión macabea (v. cap. 3).
Tal vez a causa de su talla y de su fuerza, o por la firmeza de su voluntad, o por ambas cosas, fue llamado, en arameo. Simón Cefas (Simón, la Piedra). En griego, piedra es «petros», y en latín «petrus», lo que en español se convirtió en «Pedro»; por ello se alude con frecuencia a Simón como Simón Pedro.
El apodo solía utilizarse aisladamente si era lo bastante distintivo y llegaba a ser conocido de manera suficiente. Así, en la Primera Epístola a los Corintios, Pablo denuncia el sectarismo de la Iglesia primitiva diciendo:
1 Corintios 1.12.
y cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas...
Cefas es Simón. Por supuesto, nosotros le conocemos mejor como Pedro, simplemente.
El nombre de Andrés no aparece en el Antiguo Testamento. Es la versión del griego «Andreas», que significa «varonil».
Por la historia de Mateo, parece que el predicador se limitó a llamar a Pedro y a Andrés y éstos, incapaces de evitarlo, le siguieron atraídos por la divinidad que había en Jesús. Sin embargo, de acuerdo con el «Jesús histórico» no es ilógico suponer que Pedro y Andrés le oyeran predicar primero, se sintieran atraídos por sus doctrinas y, luego, se unieran a él.
Los hermanos Pedro y Andrés no fueron los únicos discípulos ganados en Cafarnaúm. Otros dos hermanos se incorporaron en seguida:
Mateo 4.21.
Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos: Santiago el de Zebedeo y Juan, su hermano, que en la barca, con Zebedeo, su padre, componían las redes, y los llamó.
Mateo 4.22.
Ellos, dejando luego
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la barca y a su padre, le siguieron.
Zebedeo, padre de Santiago y Juan, es la versión española del griego Zebedaios, que a su vez se deriva del hebreo Zebediah. El Antiguo Testamento menciona a una serie de individuos de ese hombre, pero ninguno de importancia.
Juan, hijo de Zebedeo, es el segundo Juan en importancia del Nuevo Testamento, pues el primero, por supuesto, es Juan el Bautista.
Santiago parece a primera vista un nombre distinto de cualquiera de los que aparecen en el Antiguo Testamento, pero sólo si nos fijamos en la versión inglesa de tal nombre (James). Viene del griego «Iakhobos» y del latín «Jacobus», de manera que James (Santiago) equivale ciertamente a Jacob.
La fama de las doctrinas de Jesús empezó a difundirse ampliamente. En los reinos judíos de la época, un predicador hábil, versado en la Ley y dispuesto a ilustrar sus puntos de vista con historias interesantes que señalaran una analogía o una moraleja («parábolas»), estaba destinado a llamar la atención. Las noticias referidas a él debieron de divulgarse rápidamente, pasando del entusiasmo de una persona a otra, y muchos acudirían a ver y oír a la nueva atracción. El efecto sería el mismo que el de un nuevo filósofo en Atenas, un nuevo gladiador en Roma o una nueva comedia popular en Nueva York.
Siempre han circulado rumores sobre curaciones milagrosas a cargo de hombres santos. Ello no sólo es válido para los tiempos anteriores a Jesús, sino también para las épocas posteriores. A los reyes de Inglaterra, pocos de los cuales fueron especialmente santos y algunos particularmente impíos, se les consideraba capaces de curar una enfermedad llamada escrófula mediante el simple contacto con el individuo enfermo; la escrofulosis
[13]
fue tratada por los reyes hasta el siglo XVIII. Incluso en la actualidad, hay una serie de curanderos por la fe que sanan enfermos por la «imposición de manos». La compleja naturaleza de la enfermedad y la importante influencia de la actitud mental hacia ella son tales, que un paciente que crea ciegamente en un tratamiento determinado (aunque sólo sea el contacto casual con un rey indiferente o con un curandero rústico), a menudo logrará curarse.
El entusiasmo de los evangelistas les llevó a narrar muchas de las curaciones de Jesús, y es inútil sugerir explicaciones naturalistas para cada una de ellas. Para el creyente cristiano, todas las curaciones descritas son absolutamente posibles, pues no se realizaron por la fe ni por especie alguna de psiquiatría primitiva, sino por la intervención directa del poder divino.
Sin embargo, en la búsqueda del «Jesús histórico» quizá sea suficiente afirmar que muchos de los que aceptaban a Jesús como hombre santo creían que podía ayudarles en su enfermedad, cosa que desde luego ocurría. Las historias sobre sus curaciones se difundieron por el extranjero (y se exageraron a medida que se iban repitiendo, como suele ocurrir invariable e inevitablemente en situaciones semejantes). Tales historias contribuyeron a incrementar aún más su fama:
Mateo 4.24.
Extendióse su fama por toda la Siria...
Mateo 4.25.
Grandes muchedumbres le seguían de Galilea y de la Decápolis, y de Jerusalén...
La mención de la Decápolis («diez ciudades») es particularmente interesante. En la época de las conquistas de Alejandro Magno, se levantaban ciudades griegas por donde quiera que pasaban sus ejércitos; y tal tendencia prosiguió con los reyes macedonios que heredaron sus dominios. Con los seléucidas, la región oriental del río Jordán y del mar de Galilea llegó a estar salpicada de ciudades griegas.
En la cima de la monarquía macabea, la zona fue conquistada por Alejandro Janeo, pero cuando Pompeyo marchó sobre Judea y reorganizó la región, las ciudades griegas fueron liberadas. Formaron una liga entre ellas y en la época de Jesús gozaban de una autonomía considerable. Las diez ciudades que formaban parte de la liga son citadas de manera distinta por autoridades diferentes, pero al parecer la más al norte era Damasco, a noventa y seis kilómetros al nordeste de Cafarnaúm. Se trata de la misma Damasco que fue capital del reino de Siria contra el que luchó Acab.
Si habitantes de la Decápolis iban a oír a Jesús, quizá hubiese algunos gentiles entre ellos. Esto no se afirma de manera específica, pero no tiene nada de imposible. Igual que algunos judíos se sentían fuertemente atraídos por la cultura griega, algunos griegos experimentarían una sólida influencia del judaísmo. Aunque tales griegos se resistieran a dar el paso de la conversión, bien podrían estar lo suficientemente interesados para ir a escuchar al destacado predicador.
A la vista de la historia posterior del cristianismo, el hecho de-que las doctrinas de Jesús se divulgaran entre los griegos, y entre los gentiles en general, es de suma importancia.
En este punto Mateo considera apropiado dar un ejemplo de las doctrinas que Jesús predicaba y del interés que éstas despertaban. Lo hace en un sermón que abarca tres capítulos. Probablemente, tal como los expresa Mateo el pasaje no sea un sermón entero pronunciado de una vez, sino un repertorio de «sentencias» representativas. El sermón se presenta de la manera siguiente:
Mateo 5.1.
Viendo a la muchedumbre, subió
(Jesús)
a un monte, y cuando se hubo sentado, se le acercaron los discípulos,
Mateo 5.2.
y abriendo Él
[14]
su boca, les enseñaba...
En el 394 dC, el obispo cristiano San Agustín escribió un comentario a este sermón que tituló «Del sermón de la montaña del Señor»; desde entonces, estos capítulos de Mateo son conocidos como «El sermón de la montaña».
Se ha intentado localizar en algún monte concreto de las cercanías de Cafarnaúm el lugar donde fue pronunciado el sermón, pero al parecer no hay modo de llegar a una conclusión.
Tal como lo expresa Mateo, el Sermón de la montaña está íntimamente vinculado, como era de esperar, a enseñanzas del Antiguo Testamento. Muchas frases que asociamos estrechamente con el Sermón y con las doctrinas de Jesús, tienen paralelos cercanos en el Antiguo Testamento. Así, aparece en los primeros versículos del Sermón un pasaje frecuentemente citado; en él se bendice a diversos grupos de individuos y por eso se le llama de las «Bienaventuranzas», término derivado del latín que significa «felicidad» o «beatitud». Dice así:
Mateo 5.4.
[15]
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.
Compárese con:
Salmos 37.11.
[16]
Pero los mansos heredarán la tierra...
Efectivamente, cabría suponer que uno de los propósitos de Mateo al referir el Sermón de la montaña fuese respaldar un punto de vista particular de los cristianos primitivos que él representa.
Después de que Jesús desapareciera de escena, sus sentencias sobrevivieron únicamente porque se recordaban y repetían oralmente. No hay pruebas de que Jesús llegara a poner sus doctrinas por escrito de forma indeleble.
La transmisión oral de sus enseñanzas puede dar lugar a polémicas. Naturalmente había muchas sentencias citadas por uno u otro oyente, y en algunos casos una misma máxima podría citarse de una forma, y otra persona podía referirla de manera distinta. Incluso podían citarse en forma contradictoria y utilizarse para sostener opiniones teológicas ampliamente diferentes.
La primera diferencia fundamental entre cristianos quizá se produjese entre los que sostenían que las doctrinas de Jesús no eran más que un refinamiento del judaísmo, y aquellos que las consideraban como algo radicalmente distinto. Los primeros afirmaban la supremacía de la Ley mosaica incluso para los cristianos; los últimos la negaban.
Mateo, el más judaico de los evangelistas, creía al parecer en la supremacía de la Ley, y en el Sermón de la montaña cita unas palabras de Jesús que son una afirmación vigorosa e inequívoca de tal creencia:
Mateo 5.17.
No penséis que he venido a abrogar la Ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla.
Mateo 5.18.
Porque en verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que falte una jota o una tilde de la Ley hasta que todo se cumpla.