Mateo prosigue con otro versículo que parece dirigir frontalmente contra los cristianos que adoptaban el otro punto de vista:
Mateo 5.19.
Si, pues alguno descuidase uno de esos preceptos menores y enseñare así a los hombres, será tenido por el menor en el reino de los cielos...
Tal como queda citado, este punto de vista extremo viene reforzado por una consideración sobre el significado de «jota» y «tilde». Jota se refiere a la letra hebrea «yodh», la más pequeña (poco más de un punto grueso) del alfabeto hebreo. En griego, dicha letra se llama «iota», y es la más pequeña de dicho alfabeto. De ahí que ni «una jota» signifique ni «un ápice».
Tilde es traducción de una palabra griega que significa «cuernecillo». Sería una pequeña marca que distinguiría a una letra hebrea de otra. En nuestro idioma, el equivalente sería el pequeño trazo que diferencia a la Q de la O.
La Revised Standard Versión traduce así este versículo: «Pues en verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que falte una iota o un punto de la Ley hasta que todo se cumpla». En otras palabras, la Ley no cambiará en lo más mínimo por la llegada de Jesús.
La interpretación de este pasaje depende de la frase «hasta que todo se cumpla». Mateo parece dar a entender que es sinónima de «hasta que pasen el cielo y la tierra». Pero también son posibles otros enfoques que se manifiestan en la Biblia y que, según veremos, terminaron imponiéndose.
El «Jesús histórico» quizá sostuviese la opinión aquí expresada por Mateo, pues en los evangelios sinópticos siempre se le describe, a pesar de sus disputas con los fariseos, como un judío ortodoxo, apegado a todos los principios del judaísmo.
En todo caso. Jesús (tal como lo representa Mateo) fortalecería la Ley en vez de debilitarla. Así, en el Sermón de la montaña predica Jesús la necesidad de superar la letra de la Ley en cuestiones de ética y moral. No basta con abstenerse de matar a un semejante; hay que evitar enfadarse con él o manifestarle desprecio. No basta contenerse para no cometer adulterio; no hay que incurrir en pensamientos lujuriosos. Es insuficiente no jurar en falso: no hay que jurar en absoluto, sólo debe decirse la verdad.
Aunque la Ley mosaica permitía la venganza en cuestiones de ofensa personal. Jesús era partidario de que no hubiese desquite alguno. Hay que devolver bien por mal. Al fin y al cabo, señala, devolver bien por bien es fácil; es una inclinación natural que sienten incluso aquellos que no son religiosos. Los que aspiren a la perfección ética, deben hacer más que eso:
Mateo 5.46.
Pues si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen esto también los publicanos?
Los publicanos se ofrecen aquí como extremo. Si hasta los publícanos pueden hacer eso, todo el mundo podría hacerlo. La palabras griega empleada aquí es «telonai», que traducido al latín da «publicani» y publicanos en español.
En Roma, los publicanos eran los contratistas que, a cambio de una retribución adecuada, convenían en realizar funciones de servicio público. Una de las más importantes era la recaudación de impuestos.
Resultaba difícil recaudar impuestos en un territorio de las dimensiones del imperio romano en una época que carecía de los medios modernos de comunicación y de transporte, y cuando se desconocían los procedimientos comerciales de la actualidad. El mero hecho de que no existieran los números arábigos, multiplicaba enormemente las dificultades para normalizar la economía romana.
Los métodos financieros de Roma siempre fueron ineficaces y antieconómicos, y su carga caía sobre los habitantes del imperio, sobre todo en la época del Nuevo Testamento y en los moradores de las provincias.
El gobierno romano carecía de la organización necesaria para recaudar impuestos, de manera que para realizar tal recaudación concedía contratos a individuos prósperos que tenían a su disposición gran cantidad de dinero. Por una suma considerable, éstas podían comprar el derecho a recaudar impuestos en una provincia determinada. La cantidad que pagaban representaría el importe de la recaudación de lo que tocaba al gobierno, que así disponía al momento de los impuestos que necesitaba. Con ello se ahorraba problemas.
Sin embargo, los publicanos debían recobrar su desembolso con los impuestos que recaudasen, que entonces podían guardárselo. Como «recaudadores de impuestos» era como los habitantes de las provincias conocían mejor a los publicanos, y la Revised Standard Versión traduce esa palabra como «recaudador de impuestos».
El fallo de semejante método consistía en que, si los publicanos recaudaban menos de lo que habían pagado, sufrían cierta pérdida, mientras que si recolectaban más de lo pagado sacaban una ganancia. Cuanto más implacable fuese la recaudación, más elevado sería el beneficio, de modo que a los publicanos les interesaba cobrar hasta el último céntimo posible mediante la más dura aplicación de la letra de la ley, interpretándola desde el punto de vista más favorable para sus intereses.
Por muy clemente y benévolo que sea, ningún recaudador de impuestos podrá granjearse afectos, pero un «publicano» de la especie romana sin duda sería odiado por todos los hombres como sanguijuela implacable que le robaría la camisa a un niño moribundo. No es de extrañar, pues, que en el Sermón de la montaña se emplee la palabra «publicano» como epítome de la extrema perversidad.
Desde luego, los individuos a quienes Jesús se refiere no eran los propios publicanos, los ricos hombres de negocios de Roma que engordaban a costa de la miseria de millones de personas. Eran simplemente el ejército de pequeños empleados que alargaban la mano para luego entregar el dinero a sus superiores.
Pero en cierto modo, éstos eran aún peores, porque solían ser judíos que aceptaban el trabajo como medio de subsistencia ganándose de ese modo el odio y el desprecio de sus compatriotas judíos. En aquella época había muchos nacionalistas judíos que consideraban a los romanos opresores contra los cuales debería combatirse para derribarlos a la manera macabea. Soportar la presencia de los romanos ya era bastante duro, aún peor era pagar impuestos, pero la gota que colmaba el vaso era el recaudar impuestos para ellos.
Jesús prosigue el Sermón de la montaña denunciando la piedad ostentosa. Acusa a los que dan limosna con ostentación, oran en público o exageran deliberadamente su aspecto de sufrimiento mientras ayunan, con el fin de obtener fama de piadosos y ser objeto de admiración. Jesús señala que si se trata de obtener el aplauso de los hombres, entonces ésa es toda la recompensa que puede esperarse.
También advierte contra los que repiten inútilmente las oraciones o rezan con demasiada ceremonia:
Mateo 6.7.
Y orando, no seáis habladores, como los gentiles, que piensan ser escuchados por su mucho hablar.
Mateo 6.9.
Así pues, habéis de orar: Padre nuestro, que estas en los cielos, santificado sea tu nombre.
Y de ahí viene el famoso «padrenuestro»
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, así llamado por ser la oración rezada por el propio Jesús. En latín, «Nuestro padre» es «Pater noster», de manera que a veces también se denomina «paternóster».
Y algo bastante irónico, en vista de la admonición de Jesús en Mateo 6.7, es que a menudo se acostumbra a repetir el padrenuestro una serie de veces en forma rápida y farfullante, y la palabra «patter»,
[19]
que designa ese parloteo susurrante, se deriva de «paternóster».
Como no es inhabitual en los predicadores que ganan discípulos entre los pobres. Jesús dice palabras duras sobre la riqueza y los poderosos. El «Jesús histórico» fue carpintero; sus cuatro primeros discípulos eran pescadores. Sin duda, eran los humildes y los analfabetos quienes le seguían, mientras que la aristocracia (los saduceos) y los intelectuales (los fariseos) se oponían a él.
No es de extrañar, pues, que los evangelios y el pensamiento cristiano primitivo en general tuvieran una fuerte nota de revolución social. Quizás ese matiz contribuyera grandemente al incremento de conversos durante los dos siglos siguientes a la muerte de Jesús.
En el Sermón de la montaña, Jesús recomienda menos interés por reunir riquezas materiales en la tierra y más preocupación por hacerse con las riquezas éticas valoradas en el cielo. Efectivamente, la excesiva tendencia a las cosas terrenas lleva inevitablemente a desviar la atención de los valores más intangibles del cielo:
Mateo 6.24.
[20]
Ninguno puede servir a dos amos... No podéis servir a Dios y a Mammón.
Mammón es una palabra aramea que aquí no se ha traducido y que significa «riqueza». Debido a su utilización en este versículo, es muy corriente suponer que Mammón es una antítesis de Dios; que es el nombre de algún demonio o ídolo pagano equivalente al dios de la riqueza. Así, en
El paraíso perdido,
John Milton convierte a Mammón en uno de los ángeles caídos que secundaron a Satanás. En realidad, lo describe como el más despreciable de su bando, pues incluso en el cielo, antes de la caída, le describe como exclusivamente interesado en admirar el oro del pavimento del cielo.
El sentido se haría más claro si la frase se tradujese (como en la Biblia de Jerusalén) como «a Dios y al dinero».
En cierto sentido, esto representa un giro respecto al pensamiento judío primitivo. En ausencia de una vida futura de premio y de castigo, se creía que los piadosos serían recompensados en la tierra con riquezas, salud y felicidad, mientras que los pecadores sufrirían el castigo de la pobreza, de la desgracia y de la enfermedad. Esa idea fue la que desencadenó la compleja discusión respecto a la actitud de Dios hacia el bien y el mal que se halla en el libro de Job (v. cap. I, 18).
Una vez que el premio y el castigo se reservaban para la otra vida, surgiría naturalmente la idea de que la gente que lo pasaba «demasiado bien» en la tierra, debería sufrir por ello en la vida futura para equilibrar la balanza. En esta idea hallarían cierto consuelo los pobres y oprimidos, y los evangelistas citan en ocasiones palabras de Jesús que parecen apoyar ese punto de vista.
El colocar a Dios y Mammón en términos contrapuestos, como en Mateo 6.24, es un ejemplo. Otro aún más extremo, que prácticamente condena a los ricos por el mero hecho de serlo, es el famoso versículo en que dice Jesús:
Mateo 19.24. ...
es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos.
Cuando el cristianismo se divulgó y se hizo lo bastante popular para atraer a los ricos y poderosos, se desplegaron muchos esfuerzos para despojar de sentido a este versículo. Así, por ejemplo, a veces se pretendió que el «ojo de la aguja» era el nombre de una puerta estrecha de las murallas de Jerusalén y que un camello plenamente cargado no podía pasar a través de ella hasta que le quitaban la carga. En consecuencia, el versículo podría significar que un rico sólo entraría en el cielo después de entregar una buena parte de sus riquezas a la caridad... o a la Iglesia. Sin embargo, tiene más sentido aceptar el significado del versículo tal como es: la expresión de un feroz sentimiento contra los ricos por parte de los pobres, que componían las congregaciones cristianas primitivas.
Hacia el final del Sermón de la montaña aparece un versículo que no está relacionado ni con el texto anterior ni con el posterior, sino que se encuentra aislado:
Mateo 7.6.
No deis las cosas santas a perros ni arrojéis vuestras perlas a puercos, no sea que las pisoteen con sus pies y revolviéndose os destrocen.
Tanto perros como cerdos eran animales litúrgicamente impuros que se alimentaban de carroña y que, por tanto, también eran animales sucios. Aplicado a una persona, cualquiera de esos dos términos constituía uno de los mayores insultos, cosa que aún ocurre en muchas culturas. (Considérese la voz expletiva alemana «Schwein-hund», «perro-cerdo».)
La cuestión es; ¿Qué o quiénes son los perros y cerdos a que se refiere este versículo? Podría significar simplemente que no se debe enseñar verdades religiosas a los que se burlan continuamente de ellas o a los que están enteramente sumidos en el pecado; pero eso no parece apropiado. ¿A quién debería enseñarse la verdad? ¿A los que ya creen en ella?
El propio Jesús lo rechaza, porque cuando le acusan de relacionarse con pecadores, el evangelista cita estas palabras suyas:
Mateo 9.12. ... No
tienen los sanos necesidad de médico, sino los enfermos.
Por otro lado, la referencia a los perros y cerdos quizá sea una cita elegida por Mateo para apoyar su propio enfoque de un cristianismo orientado por el judaísmo. En otras palabras, afirmaría que no se deben realizar grandes esfuerzos para divulgar la doctrina de Jesús entre los gentiles. Tal vez pensara Mateo que existía gran peligro de que los gentiles se sintieran ofendidos por los intentos de proselitismo y se entregaran a una enérgica persecución contra los cristianos; podría suceder que «revolviéndose os destrocen», como efectivamente hicieron en ocasiones. Quizá creyera también que aquellos gentiles que aceptaran el cristianismo sin conocer la Ley mosaica pervertirían las doctrinas de Jesús; lo que equivaldría a que «las pisoteen con sus pies».
La posibilidad de todo esto viene apoyada por otro pasaje de Mateo donde la cuestión se plantea con toda claridad y donde el significado de la palabra «perro» es indudable.
Durante una estancia en el norte de Galilea, una mujer cananea aborda a Jesús pidiéndole que cure a su hija enferma. Al principio. Jesús no responde, pero cuando ella insiste:
Mateo 15.24.
Él respondió y dijo: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Mateo 15.26. ...
No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos.
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Aquí presenta Mateo con claridad su versión de un Jesús cuya misión radica enteramente en el interior de las fronteras del nacionalismo judío. (Desde luego, estos versículos no son la conclusión de este pasaje en concreto; pronto veremos más.) Además, la antítesis de «niños» y «perros» tiene el claro fin de representar a «judíos» y «gentiles». Lo que muestra una tendencia sólidamente antigentil por parte de los primeros cristianos judíos que, como veremos en evangelios posteriores, fue ampliamente devuelta por algunos de los primeros cristianos gentiles.