Guía de la Biblia. Nuevo Testamento (15 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Histórico

BOOK: Guía de la Biblia. Nuevo Testamento
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Ya sólo quedaban dos macabeos. Juan Hircano II volvió de la cautividad en el 36 aC, pero sus orejas cortadas le mantuvieron apartado para siempre, por lo que su nieto Aristóbulo III asumió el cargo de sumo sacerdote.

Aunque rey plenamente respaldado por los romanos, Herodes nunca estaría seguro mientras hubiese macabeos vivos que pudieran ser el centro de una rebelión nacionalista.

Trató de contrarrestar la simpatía hacia los macabeos por medio de una alianza matrimonial con la familia. Aristóbulo III tenía una hermana, Mariam (otra versión del nombre hebreo Miriam), y Herodes la tomó por segunda esposa.

Ni siquiera eso eliminó su inseguridad. En el 35 aC mandó ejecutar a Aristóbulo III, y en el 30 aC al desorejado Hircano. En un ataque de celos mató a su mujer, Mariam, en el 29 aC; ése fue el fin de los macabeos, salvo por los hijos que Herodes tuvo con Mariam. (Herodes, el Enrique VIII de su tiempo, se casó ocho veces después de la muerte de Mariam, de manera que tuvo diez mujeres en total, aunque sólo una a la vez.)

El nacimiento de Jesús durante el reinado de Herodes introduce un aspecto interesante en cuanto a la cronología. Los romanos fechaban los acontecimientos desde el año en que, según la leyenda, se fundó la ciudad de Roma. Ese año era el 1 AUC, iniciales de
ab urbe condita
(«desde la fundación de la ciudad»). Según esa convención, Pompeyo tomó Jerusalén en el año 690 AUC.

Pero por desgracia, ninguno de los evangelios fechan el nacimiento de Jesús según tal convención ni, tampoco, de acuerdo con ninguna de las demás utilizadas en la Biblia. Los evangelistas pudieron emplear la era seléucida aplicada en los libros de Macabeos, por ejemplo. O especificar el año del reinado de Herodes al estilo de las fechas de 1 y 2 Reyes.

Pero no utilizaron convención alguna. Mateo se limita a decir que fue «en los días del rey Herodes», y las deducciones no nos ofrecen una fecha más ajustada.

Unos quinientos años después de la época de Jesús, elaboró tales deducciones un astrónomo y teólogo erudito llamado Dionisio Exiguo, que vivió en Roma. Mantenía éste que Jesús nació en el 753 AUC, y tal fecha fue generalmente aceptada.

Poco a poco, a medida que pasaban los siglos, desapareció el antiguo método romano de fijar las fechas. En su lugar se implantó la costumbre de contar los años a partir del nacimiento de Jesús. Ese año fue 1 «Anno Domini» («Año de nuestro Señor»).

Los años anteriores al nacimiento de Jesús se etiquetaron como aC («antes de Cristo»). De ese modo, si Jesús nació en el 753 AUC, entonces Roma se fundó 753 años antes de su nacimiento, es decir, en el 753 aC. Todo el método de fijación de fechas utilizado en el presente libro (y en cualquier otro libro moderno de historia) sigue la «Era Cristiana» o «Era Dionisiana» en el que 1 dC equivale al 753 AUC.

Sin embargo, la erudición desarrollada desde Dionisio Exiguo ha hecho necesaria una revisión. Por ejemplo, por fuentes ajenas a la Biblia resulta del todo evidente que Herodes subió al trono en el 716 AUC, es decir, en el 37 aC. Reinó durante treinta y tres años, muriendo en el 749 AUC o 4 aC.

Pero si es así, resulta imposible que Jesús naciera en el 753 AUC y «en los días del rey Herodes», pues éste había muerto cuatro años antes. Si Jesús nació en tiempos de Herodes, no debió ser más tarde del 4 aC (cuatro años «antes de Cristo», lo que ciertamente resulta paradójico).

Esa fecha es la última en que pudo nacer según el versículo de Mateo. Pudo nacer antes, y algunos han sugerido fechas tan tempranas como el 17 aC.

Magos de Oriente

El nacimiento de Jesús fue acompañado de circunstancias extraordinarias, según dice Mateo, que primero habla de una peregrinación al lugar de su nacimiento:

Mateo 2.1.
Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos
[3]

«Magos» es traducción del griego «magoi», y ha penetrado en nuestra lengua a través del latín «magi». Esta palabra se deriva de «magu», nombre dado a los sacerdotes persas en la religión zoroástrica.

Durante toda la historia de la antigüedad, se consideraba a los sacerdotes como depositarios de conocimientos importantes. No sólo sabían las técnicas para propiciar a los dioses, sino que también estudiaban, sobre todo en Babilonia, los cuerpos celestes y sus influencias en el curso de los asuntos humanos. Por consiguiente, los sacerdotes eran astrólogos avezados (quienes a lo largo de sus estudios también recogían considerables conocimientos de astronomía).

Durante la época del Exilio, los judíos aprendieron de los sacerdotes babilonios, y en el libro de Daniel la palabra «caldeo» se utiliza como sinónimo de «mago». Si los judíos los habían olvidado, tuvieron ocasión de refrescar tales conocimientos durante la breve dominación parta sobre Judea. (En nuestra lengua, los poderes arcanos de los «magi» se condensan en la palabra «magia», que se deriva de «magi».)

La historia de los magos es breve. Fueron a ver al niño Jesús, le dejaron regalos y se marcharon; pero su efecto en la leyenda es grande. En la imaginación popular, los magos se convirtieron en tres reyes e incluso tenían nombre: Melchor, Gaspar y Baltasar.

Según la leyenda medieval, Elena (madre de Constantino I, el primer emperador cristiano) llevó sus cuerpos a Constantinopla. Desde allí fueron trasladados a Milán, en Italia, y en fecha posterior a Colonia, Alemania. Se supone que están enterrados en la catedral de Colonia, de modo que a veces se les menciona como los «Tres Reyes de Colonia».

Rey de los judíos

Una vez llegados a Jerusalén, los magos hicieron una sola pregunta:

Mateo 2.2. ...
¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?...

En otras palabras, buscaban al Mesías.

Durante los florecientes días de los macabeos decayó la intensidad de la esperanza mesiánica, pero tal deseo no había desaparecido por completo. Al fin y al cabo, los macabeos no establecieron un Estado enteramente ideal que dominara el mundo y en cualquier caso no eran de linaje davídico.

Desde luego, los macabeos comprendieron que los sueños mesiánicos se dirigirían contra su propia dinastía levítica a menos que se los desviara en el sentido adecuado, y debieron de fomentar escritos que tendieran a ese fin.

Por ejemplo, durante el período macabeo apareció la obra titulada «Los testamentos de los Doce Patriarcas». Pretendía ser una transcripción de las últimas palabras de los doce hijos de Jacob en su lecho de muerte. En ella hay pasajes que apuntan claramente a un mesías levita. Para respaldar a los macabeos quizá se utilizara también el Salmo 110 por su mención a Melquisedec como rey y sumo sacerdote a la vez, aunque no fuese de linaje davídico, pues vivió casi mil años antes de David. En realidad, algunos sospechan que ese Salmo quizá se escribiera a comienzos de la era macabea y se incluyera en el canon en el último momento.

Sin embargo, los intentos por establecer un mesías levita no debieron ganar entusiasmo alguno entre los judíos en general. Los escritos proféticos eran muy claros en el tema de la ascendencia davídica del Mesías, y el sagrado recuerdo del propio David del imperio fundado por él permanecía nítido y definido. Las esperanzas mesiánicas pudieron menguar bajo los macabeos, pero quedaba la esperanza de un Mesías de la línea de David.

Y luego desaparecieron los macabeos. Pese al heroísmo de Judas Macabeo y de sus hermanos, pese a las conquistas de Juan Hircano I y de Alejandro Janeo, el linaje había sido breve, y al final constituyó un intermedio sin éxito en la historia judía. Aquellos que esperaban piadosamente al Mesías, debieron de sentirse satisfechos, y no al contrario, por el fracaso macabeo. Al fin y al cabo, los macabeos no eran del tronco de David; ¿cómo podrían haber triunfado?

Ahora, bajo la mano dura de Herodes, el extranjero de Idumea, y bajo el yugo aún más pesado de las armas romanas que lo respaldaban, los judíos se volvían cada vez más inquietos. Sin duda era el momento de la llegada del Mesías, de que se proclamase rey ideal de los judíos, de que hiciera justicia con los opresores paganos, y de que colocara el mundo entero bajo su apacible gobierno, para que todos los pueblos pudieran acudir por fin a Jerusalén para adorarle.

No es sorprendente que el fervor mesiánico de Judea se hiciese sentir más allá de las fronteras del país. Fuera de Judea había populosas colonias de judíos, especialmente en Alejandría y en Babilonia. Es concebible que los tres magos del Oriente supieran de tales asuntos por los judíos de su país y que estuvieran impresionados por la historia.

La estrella

Pero aunque los magos conociesen las especulaciones de los judíos en cuanto al Mesías, ¿qué les hizo elegir aquel momento para encaminarse a Jerusalén? Tenía que ser una inspiración divina, y Mateo funda tal inspiración, de manera muy conveniente, en la forma de una manifestación astrológica: algo que interesaría profesionalmente al sacerdocio babilonio:

Mateo 2.2. ...
¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente y venimos a adorarle.

En el Antiguo Testamento no hay profecía alguna que haga de ninguna estrella la manifestación específica del Mesías. Desde luego, uno de los oráculos de Balam asegura que:

Números 24.17. ...
Álzase de Jacob una estrella... que aplasta los costados de Moab...

Muchos han tomado esto como una sentencia mesiánica. Sin embargo, los estudiosos modernos lo aceptan como una referencia a David incluida en el oráculo en la época del reino y atribuida a Balam, sabio legendario.

También hay un pasaje de Isaías que dice:

Isaías 60.3.
Las gentes
[4]
andarán en tu luz, y los reyes a la claridad de tu aurora.

Esto se refiere a la visión de Isaías de una Jerusalén ideal que surgirá tras la vuelta del exilio, pero es fácil interpretarlo como una alusión al período mesiánico y en especial a la manera en que los magos del Oriente siguieron la luz de la estrella en el nacimiento de Jesús.

Pero si Mateo pensaba en esto, no cita el versículo de Isaías.

Si Mateo hubiese citado tal versículo, sería más fácil aceptar la estrella como una manifestación milagrosa de la orientación divina, visible únicamente para los magos y para nadie más. Pero Mateo se refiere tranquilamente a la estrella sin aludir a profecía alguna, como si fuese un fenómeno enteramente natural (dispuesto para los propósitos divinos, por supuesto), y se han desplegado muchos esfuerzos e imaginación para determinar qué clase de fenómeno natural pudo haber sido.

La solución más evidente sería que se tratase de una «nova»: una estrella nueva que aparece súbitamente en los cielos con una luminosidad pasmosa y que al cabo de unos meses desaparece sin dejar rastro.

Se sabe positivamente que tales acontecimientos ocurren. Los astrónomos saben que en ocasiones las estrellas estallan y aumentan su luminosidad un millón de veces o más durante un breve período de tiempo. En el caso de explosiones particularmente tremendas («supernovas») en estrellas relativamente próximas a nosotros, la consecuencia puede ser la aparición repentina de una estrella tan luminosa como el planeta Venus en un lugar donde previamente no existía ningún cuerpo celeste tan brillante como para que pudiera percibirse a simple vista.

Se sabe que en los últimos mil años han aparecido tres de tales supernovas; una en 1054, otra en 1572, y la tercera en 1604. ¿Pudo aparecer también una en tiempo de Herodes?

Parece dudoso. Se la habría observado, sin duda. Claro que los astrónomos europeos no observaron la supernova de 1054, pero eso fue durante la era del oscurantismo, cuando en Europa la astronomía era prácticamente inexistente. Fue observada por astrónomos de China y Japón, y poseemos sus documentos. (Sabemos que eran correctos porque en el lugar donde localizaron su «estrella invitada» hay ahora una esfera de gas nebuloso que constituye claramente los restos de una explosión.)

Pero en tiempos de Herodes la astronomía griega seguía existiendo, aunque ya habían pasado sus días gloriosos, y una supernova se habría observado con toda seguridad tomándose nota de ello. Parece bastante improbable que no hubiese existido tal referencia y no hubiera llegado a nuestra época; por eso suele desecharse la posibilidad de una supernova.

Otra hipótesis es que la estrella fuese consecuencia de un acercamiento íntimo entre dos o más cuerpos celestes de manera que brillaran juntos con luminosidad anormal durante un breve espacio de tiempo. Los únicos cuerpos celestes que se mueven independientemente contra el firmamento estrellado son los planetas, y de vez en cuando dos o más de ellos se acercan bastante mutuamente.

Los astrónomos comprenden muy bien en la actualidad tales movimientos, y pueden rastrearlos con una precisión considerable hasta miles de años atrás. Pueden afirmar, por ejemplo, que en el 7 aC Júpiter y Saturno se aproximaron mucho el uno al otro.

El acercamiento no fue tan estrecho para que existiera la mínima posibilidad de que los astrónomos confundieran los dos planetas con una sola estrella anormalmente luminosa. Sin embargo, no hay razones para suponer que eso fuese necesario. La contigüidad entre dos planetas es un suceso raro (aunque un acercamiento aún más inmediato que el de Júpiter y Saturno se produjo en 1941), y para los astrólogos podría haber sido significativo. No es inconcebible que el acercamiento se asociara en algunas mentes con el advenimiento de un mesías.

Finalmente, existe la posibilidad de un planeta brillante. Los cometas van y vienen sin rumbo, y hasta hace poco más de dos siglos no había método conocido para predecir sus idas y venidas. En general, se consideraba que los cometas traían desgracias —plagas, guerras, muerte de hombres ilustres—, pero para los magos del Oriente un cometa particular quizás estuviese asociado al advenimiento del Mesías.

En la actualidad podemos calcular las trayectorias de una serie de cometas incluso en el tiempo pasado. Sabemos de un cometa que apareció durante el reinado de Herodes. Se trataba del cometa Halley, que hizo uno de sus regresos de cada setenta y seis años al sistema solar interior en el año 11 aC.

Cabría suponer, pues, que en las décadas siguientes a la muerte de Jesús, cuando sus discípulos recogían devotamente cualquier documentación que pudieran encontrar sobre su vida, algunos quizá recordaran la aparición de un fenómeno insólito en los cielos hacia la época de su nacimiento, ya fuera el cometa Halley o el acercamiento de Júpiter y Saturno. Los judíos no eran astrónomos (en realidad, rechazaban la astronomía porque el estudio de las estrellas en aquella época se asociaba de manera invariable y notoria con la idolatría pagana), y describirían cualquier manifestación de ese tipo diciendo simplemente que se trataba de «una estrella».

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