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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

El caso Jane Eyre (16 page)

BOOK: El caso Jane Eyre
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—¡Es hermoso! —dijo al fin, sus ideas dando finalmente nacimiento a sus palabras—. Las flores, los colores, los olores… ¡Es como respirar champaña!

—¿Le gusta, señora?

La miraba un hombre de unos ochenta años. Estaba vestido de negro y sobre sus rasgos gastados había una media sonrisa. Miró las flores.

—A menudo vengo aquí —dijo él—. Cuando las fases de la depresión caen pesadamente sobre mi semblante.

—Tiene mucha suerte —dijo Polly—. ¡Nosotros tenemos que recurrir a
¡Nombra esa fruta!

—¿Nombra esa fruta?

—Es un programa concurso. Ya sabe. En la tele.

—¿Tele?

—Sí, es como las películas pero con anuncios.

Él frunció el ceño en su dirección sin comprender y luego volvió a mirar al lago.

—A menudo vengo aquí —dijo de nuevo—. Cuando las fases de la depresión caen pesadamente sobre mi semblante.

—Eso ya lo ha dicho.

El anciano la miró como si se estuviese despertando de un sueño profundo.

—¿Qué hace usted aquí?

—Me envió mi marido. Me llamo Polly Next.

—Vengo aquí cuando me siento de un humor vacío o pensativo, ¿sabe? —Hizo un gesto con la mano en dirección a las flores—. Los narcisos, ¿comprende?

Polly miró al otro lado, hacia las brillantes flores amarillas, que la saludaron bajo la brisa cálida.

—Desearía que mi memoria fuese así de buena —murmuró ella.

La figura de negro le sonrió.

—El ojo interior es todo lo que me queda —dijo melancólico, la sonrisa abandonando sus rasgos severos—. Todo lo que tuve alguna vez ahora está aquí; mi vida está contenida en mi obra. Una vida en volúmenes de palabras; es poético.

Suspiró con fuerza y añadió:

—Pero la soledad no es siempre dichosa, ya sabe.

Miró a una distancia media, el sol centelleando sobre las aguas del lago.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde mi muerte? —preguntó de pronto.

—Más de ciento cincuenta años.

—¿En serio? Dígame, ¿cómo acabó la revolución en Francia?

—Todavía es pronto para saberlo.

Wordsworth frunció el ceño al desaparecer el sol.

—Hola —murmuró—. No recuerdo haber escrito eso…

Polly miró. Una enorme nube de lluvia muy oscura había bloqueado el sol.

—¿Qué hace…? —empezó a decir, pero luego miró a su alrededor y Wordsworth había desaparecido.

El cielo se oscureció y los truenos resonaban ominosos en la distancia. Un viento fuerte se levantó y el lago pareció congelarse y perder profundidad a medida que los narcisos dejaban de moverse y se convertían en una masa sólida de amarillo y verde. Gritó de miedo cuando el cielo y el lago se unieron; los narcisos, árboles y nubes regresando a su sitio en el poema, palabras individuales, sonidos, garabatos sobre el papel sin más significado que aquel del que puede dotarles la imaginación. Dejó escapar un último grito de terror a medida que la oscuridad crecía y el poema se le cerraba encima.

12

OpEspec 27: Los detectives literarios

«… Esta mañana, Thursday Next se ha unido a la oficina de detectives literarios en sustitución de Crometty. No puedo evitar pensar que no está especialmente dotada para este tipo de trabajos y tengo mis dudas de que esté tan cuerda como cree. Tiene muchos demonios, viejos y nuevos, y me pregunto si Swindon es el lugar adecuado para intentar exorcizarlos…»

Del diario de B
OWDEN
C
ABLE

El cuartel general de OpEspec en Swindon se compartía con la policía local; el diseño germánico típicamente brusco y severo se había construido durante la Ocupación para servir como tribunal. También era grande, lo que venía bien. La entrada al edificio estaba protegida por detectores de metales, y una vez que mostré mi identificación pude llegar al enorme vestíbulo de entrada. Agentes y civiles con distintivos de identificación se movían rápidamente de un lado a otro en el estruendoso ajetreo de la comisaría. Me empujaron una o dos veces en la multitud y saludé a algunas viejas caras antes de llegar al mostrador principal. Cuando llegué allí, me encontré con un hombre vestido con una amplia camisa blanca y calzones protestando ante el sargento. El agente se limitaba a mirarle fijamente. Todo lo que le contaba ya lo había oído antes.

—¿Nombre? —preguntó cansado el sargento.

—John Milton.

—¿
Qué
John Milton?

John Milton suspiró.

—Cuatrocientos noventa y seis.

El sargento lo anotó en el bloc.

—¿Cuánto se llevaron?

—Doscientos en efectivo y todas mis tarjetas de crédito.

—¿Ha informado a su banco?

—Por supuesto.

—¿Y cree que su asaltante era un Percy Shelley?

—Sí —replicó el Milton—. Antes de salir corriendo me entregó un panfleto sobre el rechazo al dogma religioso actual.

—Hola, Ross —dije.

El sargento me miró, hizo una pausa y luego mostró una amplia sonrisa.

—¡Thursday! ¡Me habían contado que volverías! También me contaron que llegaste hasta OE-5.

Le devolví la sonrisa. Ross había sido el sargento de guardia cuando me uní a la policía de Swindon.

—¿Qué haces aquí? —preguntó—. ¿Vas a abrir una oficina regional? ¿OE-9 o algo así? ¿Para añadir un toque de especias a la vieja Swindon?

—No es eso. He pedido el traslado a la oficina de detectives literarios.

Una expresión de duda atravesó el rostro de Ross, pero la ocultó con rapidez.

—¡Genial! —animado y ligeramente incómodo—. ¿Tomamos algo más tarde?

Acepté con alegría, y después de conseguir indicaciones para la oficina de detectives literarios, dejé a Ross discutiendo con Milton 496.

Tomé las escaleras sinuosas hasta el piso superior y luego seguí las indicaciones hasta el extremo del edificio. Toda el ala oeste estaba repleta de OpEspec o sus departamentos regionales. Aquí tenía sus oficinas la OpEspec ambiental, así como Robo de Arte y la CronoGuardia. Incluso Spike tenía una oficina allá arriba, aunque rara vez se le veía por allí; prefería un cuchitril oscuro y bastante fétido en el aparcamiento del sótano. El pasillo estaba atestado de estanterías y archivos; la vieja moqueta estaba casi completamente gastada en el centro. Era completamente diferente a la oficina de detectives literarios en Londres, donde habíamos disfrutado de los sistemas más avanzados de recuperación de información. Con el tiempo, llegué hasta la puerta correcta y llamé. No recibí respuesta, así que entré directamente.

La sala era como la biblioteca de una casa de campo. Tenía dos pisos de alto, con estantes atestados de libros cubriendo hasta el último centímetro cuadrado de pared. La escalera en espiral llevaba hasta una pasarela que recorría las paredes, permitiendo el acceso a los estantes superiores. La zona de en medio de la sala era una planta abierta con mesas dispuestas como en una sala de lectura. Todas las superficies disponibles y el suelo estaban cubiertos con más libros y papeles, y me pregunté cómo se las arreglaban para conseguir hacer algo. Había unos cinco agentes trabajando, pero no parecieron darse cuenta de mi entrada. Sonó un teléfono y un joven respondió.

—Oficina de detectives literarios —dijo con voz amable. Hizo una mueca ante la tirada que le llegaba por el cable telefónico—. Lamento mucho que no le gustase
Tito Adrónico
, señora —dijo al fin—, pero me temo que no tiene nada que ver con nosotros… Quizás en el futuro debería limitarse a las comedias.

Pude ver a Victor Analogy repasando un informe con otro agente. Caminé hasta donde pudiese verme, y esperé a que terminase.

—¡Ah, Next! Bienvenida a la oficina. Deme un momento, ¿vale?

Asentí y Victor siguió con lo suyo.

—… creo que Keats hubiese empleando una prosa menos florida que ésta y el tercer verso tiene una construcción ligeramente torpe. Tengo la sensación de que se trata de una ingeniosa falsificación, pero pásalo por el Analizador de Metro Poético.

El agente asintió y se fue. Victor me sonrió y me dio la mano.

—Ése era Finisterre. Se encarga de las falsificaciones de poesía del siglo diecinueve. Deje que le muestre esto. —Hizo un gesto en dirección a los estantes—. Las palabras son como hojas, Thursday. En realidad, como las personas: les gusta la compañía de sus iguales. —Sonrió—. Tenemos aquí como mil millones de palabras. En general referencias. Una buena colección de obras importantes y algunas menores que ni siquiera se encontrarían en la biblioteca Bodleian. Tenemos una instalación de almacenamiento en el sótano. También está llena. Necesitamos nuevas instalaciones, pero los detectives literarios no tienen muchos fondos, por decir poco.

Me llevó hasta una de las mesas donde Bowden estaba sentado muy recto, con la chaqueta cuidadosamente plegada en el respaldo de la silla y la mesa tan ordenada que probablemente fuese obsceno.

—A Bowden ya lo conoce. Buen tipo. Lleva doce años con nosotros y se concentra en la prosa del siglo diecinueve. Le mostrará los entresijos. Ahí tiene su mesa.

Hizo una pausa, mirando la mesa vacía. Yo no era supernumeraria. Uno de los suyos había muerto recientemente y yo iba a reemplazarle. Ocupando los zapatos de un muerto, sentándome a la mesa de un muerto. Más allá de la mesa había otro agente, que me miraba con curiosidad.

—Ese es Fisher. La ayudará con todo lo que quiera saber sobre copyright legal y ficción contemporánea.

Fisher era un hombre fornido con un estrabismo extraño que parecía ser más ancho que alto. Me miró y sonrió, dejando al descubierto algo del desayuno que se había quedado atrapado entre sus dientes.

Victor siguió andando hasta la siguiente mesa.

—Helmut Bight se ocupa de la prosa y la poesía de los siglos diecisiete y dieciocho, cedido amablemente por nuestros colegas del otro lado de las aguas. Vino aquí a resolver un problema con un Goethe mal traducido y acabó entreteniéndose con un movimiento neo-Nazi que intentaba convertir a Friedrich Nietzsche en un santo fascista.

Herr Bight tenía unos cincuenta años y me miró con suspicacia. Vestía un traje, pero se había quitado la corbata por el calor.

—OE-5, ¿eh? —preguntó herr Bight, como si estuviese hablando de una enfermedad venérea.

—Soy OE-27, igual que tú —respondí sinceramente—. Ocho años en la oficina de Londres a las órdenes de Boswell.

Bight tomó un volumen de aspecto antiguo encuadernado con piel de cerdo envejecida y me lo pasó.

—¿Qué opinas de esto?

Cogí el tomo polvoriento y le miré el lomo.


La vanidad de los deseos humanos
—leí—. Escrito por Samuel Johnson y publicado en 1749, la primera obra que apareció con su nombre.

Abrí el libro y hojeé las páginas amarillentas.

—Primera edición. Sería muy valiosa, si…

—¿Si…? —repitió Bight.

Olisqueé el papel, pasé los dedos por la página y finalmente lo probé con la lengua. Miré a lo largo del lomo y golpeé la portada, para finalmente dejar caer el pesado volumen sobre la mesa con un buen golpe.

—… Si fuese de verdad.

—Estoy impresionado, señorita Next —admitió herr Bight—. Usted y yo debemos hablar de Johnson en alguna ocasión.

—No era tan difícil como parecía —tuve que admitir—. En Londres tenemos dos palés cargados de Johnson falsos como éste con un precio en la calle de trescientas mil libras.

—¿
También
en Londres? —exclamó Bight con sorpresa—. Llevo seis meses tras esta banda; pensábamos que eran locales.

—Llame a Boswell de la oficina de Londres; ayudará en todo lo posible. Simplemente mencione mi nombre.

Herr Bight descolgó el teléfono y pidió un número a la operadora. Victor me guió hasta una de las muchas puertas de cristal esmerilado que salían de la cámara principal y daban a los despachos laterales. Abrió un poco la puerta para mostrar a dos agentes en mangas de camisa que interrogaban a un hombre vestido con pantalones ajustados y jubón bordado.

—Malin y Sole se encargan de todos los crímenes relacionados con Shakespeare.

Cerró la puerta.

—Se cuidan de falsificaciones, tratos ilegales e interpretaciones dramáticas demasiado libres. El actor que está con ellos es Graham Huxtable. Representaba una versión felona de una sola persona de
Noche de reyes
. Infractor persistente. Le pondrán una multa y saldrá. Su Malvolio es
realmente
horrible.

Abrió la puerta de otro despacho lateral. Un par de gemelos idénticos operaban un enorme dispositivo computacional. La sala estaba incómodamente caliente debido a las miles de válvulas, y el chasquido de los relés era casi ensordecedor. Era el único elemento de tecnología moderna que había visto hasta ahora en la oficina.

—Son los hermanos Forty, Jeff y Geoff. Los Forty operan el Analizador de Metro Poético. Descompone cualquier prosa o poema en sus componentes: palabras, puntuación, gramática y demás. Luego compara la firma literaria con una muestra del escritor que ya tiene en memoria. Tiene una precisión del ochenta y nueve por ciento. Muy útil para detectar falsificaciones. Tuvimos lo que afirmaban ser una página de una versión preliminar de
Antonio y Cleopatra
. Fue rechazada porque contenía demasiados verbos por párrafo.

Cerró la puerta.

—Eso es todo. El hombre encargado en general de OpEspec en Swindon es el comandante Braxton Hicks. Responde ante el comandante regional en Salisbury. La mayor parte del tiempo nos deja en paz, que es como nos gusta. También le gusta ver a cualquier operativo nuevo durante su primera mañana, por lo que le sugiero que vaya y charle un rato con él. Está en la sala veintiocho, pasillo abajo.

Retrocedimos sobre nuestros pasos para regresar a mi mesa. Victor me deseó una vez más lo mejor y luego desapareció para consultar con Helmut sobre algunos ejemplares piratas de
Doctor Fausto
que habían aparecido en el mercado con el final reescrito para que fuese feliz.

Me senté en mi silla y abrí la gaveta. No había nada; ni un lápiz. Bowden me miraba.

—Victor la vació la mañana del asesinato de Crometty.

—James Crometty —murmuré—. ¿Podrías hablarme de él?

Bowden cogió un lápiz e intentó mantenerlo en equilibrio sobre la punta.

—Crometty trabajaba principalmente en prosa y poesía del siglo diecinueve. Era un agente excelente, pero excitable. No tenía paciencia para el procedimiento. Desapareció una tarde, cuando dijo tener un soplo sobre un manuscrito muy raro. Lo encontramos una semana más tarde en una taberna abandonada en Morgue Road. Le habían disparado seis veces a la cara.

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