—Dije: «Vuelve a pedírmelo cuando te suelten.»
—¿Lo hizo?
—No.
Fui a ver qué tal estaba
Pickwick
, quien parecía haberse acomodado bien. Emitió un
ploc-ploc
de emoción al verme. Contradiciendo las teorías de los expertos, los dodos han resultado ser sorprendentemente inteligentes y ágiles —el pájaro torpe de la leyenda urbana resultó ser una fantasía—. Le di algunos cacahuetes y me lo llevé en secreto a la habitación bajo el abrigo. No es que los habitáculos estuviesen sucios o algo; simplemente no quería que estuviese solo. Puse su alfombra favorita en el baño para que tuviese donde echarse y también puse algunos papeles. Le dije que al día siguiente le llevaría a casa de mi madre, luego le dejé mirando por la ventana a los coches del aparcamiento.
—Buenas noches, señorita —dijo el barman del Gato de Cheshire—. ¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?
—¿En que los dos contienen la letra «B»?
—Muy bueno. Mitad de un especial de Vorpal, ¿no?
—Debes de estar de broma. Ginebra y tónica. Doble.
Sonrió y pasó a la óptica.
—¿Policía?
—OpEspec.
—¿Detective literaria?
—Sí.
Cogí la bebida.
—Me preparé para ser detective literario —dijo nostálgico—. Llegué a ser cadete.
—¿Qué pasó?
—Mi novia era marloviana militante. Convirtió algunas maquinas, Will-Speak para que citasen
Tamburlaine
y yo estaba implicado cuando la pillaron. Y eso fue todo. Ni siquiera los militares me aceptaron.
—¿Cómo te llamas?
—Chris.
—Thursday.
Nos dimos la mano.
—Sólo puedo hablar por experiencia, Chris, pero he estado en el ejército y en OpEspec y deberías darle las gracias a tu novia.
—Ya lo hago —se apresuró a añadir Chris—. Todos los días. Ahora estamos casados y tenemos dos hijos. Yo trabajo en el bar por las noches y llevo la rama de Swindon de la Sociedad Kit Marlowe durante el día. Tenemos casi cuatro mil miembros. No está mal para un falsificador, asesino, jugador y ateo isabelino.
—Algunos dicen que pudo haber escrito las obras atribuidas a Shakespeare.
Había tomado a Chris por sorpresa. También se mostró suspicaz.
—No estoy seguro de que deba hablarlo con una detective literaria.
—No hay ley que prohíba hablarlo, Chris. ¿Quién crees que somos, la policía del pensamiento?
—No, eso es OE-2, ¿no?
—¿Pero qué hay de Marlowe…?
Chris bajó la voz.
—Vale. Creo que Marlowe
pudo
haber escrito las obras. Indudablemente se trataba de un dramaturgo genial, como demuestran
Fausto, Tamburlaine y Eduardo II
. Es la única persona de su época que podría haberlo hecho. Olvide a Bacon y a Oxford; Marlowe es el más probable.
—Pero Marlowe murió asesinado en 1593 —respondí lentamente—. La mayor parte de las obras se escribieron
después
de ese año.
Chris me miró y bajó la voz.
—Claro.
Si
efectivamente ese día murió en una pelea de taberna.
—¿Qué quieres decir?
—Es posible que su muerte fuese un engaño.
—¿Por qué?
Chris respiró profundamente. Era un tema del que algo sabía.
—Recuerda que Isabel era una reina protestante. Cualquier ateísmo o papismo negaría la autoridad de la Iglesia protestante y la reina como cabeza de la Iglesia.
—Traición —murmuré—. Una ofensa capital.
—Exacto. En abril de 1593, el consejo privado arrestó a un tal Thomas Kyd en relación con algunos panfletos antigubernamentales. Cuando registraron sus habitaciones, encontraron algunos escritos ateos.
—¿Y?
—Kyd señaló a Marlowe. Dijo que Marlowe los había escrito dos años antes cuando eran compañeros de cuarto. A Marlowe lo arrestaron e interrogaron el 18 de mayo de 1593; le liberaron bajo fianza, por lo que presumiblemente no había pruebas suficientes para mandarlo a juicio.
—¿Qué hay de su amistad con Walsingham? —pregunté.
—A eso iba. Walsingham tenía una posición influyente en el servicio secreto; se conocían desde hacía años. Con más pruebas llegando cada día contra Marlowe, su arresto parecía inevitable. Pero en la mañana del 30 de mayo, Marlowe muere en una pelea de taberna, aparentemente a causa de unas cuentas sin pagar.
—Muy conveniente.
—Mucho. Creo que Walsingham fingió la muerte de su amigo. Los tres hombres de la taberna estaban a sueldo suyo. Él sobornó al magistrado y Marlowe situó a Shakespeare como testaferro. Will, un actor pobre que conocía a Marlowe de sus días en el teatro Shoreditch, probablemente quedó encantado de la posibilidad de ganar algo de dinero; su carrera parece haber despegado después de la muerte de Marlowe.
—Una teoría interesante. ¿Pero no se publicó
Venus y Adonis
un par de meses antes de la muerte de Marlowe? ¿Incluso antes del arresto de Kyd?
Chris tosió.
—Buen punto. Lo único que puedo decir es que la trama debió de empezar a fraguarse desde antes, o los registros han sido alterados.
Se detuvo un momento, miró a su alrededor y bajó aún más la voz.
—No se lo diga a los otros marlovianos, pero hay algo más que señala en dirección contraria a una muerte fingida.
—Soy toda oídos.
—Marlowe murió en la jurisdicción del magistrado de la reina. Había dieciséis jurados para ver el cuerpo
supuestamente
sustituido, y es poco probable que se hubiese podido sobornar al magistrado. Si yo hubiese sido Walsingham, hubiese fingido la muerte de Marlowe en algún campo, donde hubiese sido más fácil comprar al magistrado. Incluso podría haber ido más allá y desfigurar el cuerpo de alguna forma para que la identificación fuese imposible.
—¿Qué quieres decir?
—Que una teoría igualmente probable es que el
propio
Walsingham hizo matar a Marlowe para evitar que hablase. Los hombres dicen cualquier cosa cuando se les tortura, y es probable que Marlowe conociese muchos trapos sucios de Walsingham.
—Entonces, ¿qué? —pregunté—. ¿Cómo explicar la falta de pruebas claras sobre la vida de Shakespeare, su curiosa existencia doble, el hecho de que nadie en Stratford pareciese saber de su obra literaria?
Chris se encogió de hombros.
—No sé, Thursday. Sin Marlowe, no hay nadie en el Londres isabelino que fuese
capaz
de escribir las obras.
—¿Alguna teoría?
—Ninguna en absoluto. Pero los isabelinos eran un grupo curioso. Intrigas cortesanas, el servicio secreto…
—Cuanto más cambian las cosas…
—Exactamente lo que pensaba. Salud.
Entrechocamos las copas y Chris se fue a atender a otro cliente. Toqué el piano durante media hora antes de retirarme a la cama. Hablé con Liz, pero Landen no había llamado.
Hades da con otro manuscrito
«Había tenido la esperanza de dar con un manuscrito de Austen o Trollope, Thackeray, Fielding o Swift. Quizá Johnson, Wells o Conan Doyle. Defoe hubiese sido divertido. Imaginad mi deleite cuando descubrí que la obra maestra de Charlotte Brontë,
Jane Eyre
, se exhibía en su antiguo hogar. ¿Puede el destino ser más fortuito…?»
A
CHERON
H
ADES
Depravación por placer y beneficio
Habían transmitido nuestras recomendaciones de seguridad al museo Brontë y esa noche había cinco guardias de seguridad armados. Eran tipos fornidos de Yorkshire, escogidos especialmente para esta tarea de lo más augusta debido al gran sentido de orgullo literario que poseían. Uno permanecía en la sala con el manuscrito, otro hacía guardia en el interior del edificio, dos patrullaban el exterior, y el quinto se encontraba en una pequeña sala con seis monitores de televisión. El guardia frente a los monitores comía un sandwich de huevo y cebolla y vigilaba diligentemente las pantallas. No vio nada raro en los monitores, pero por supuesto, nadie por debajo de OE-9 conocía los curiosos poderes de Acheron.
A Hades le resultó fácil entrar; se limitó a pasar por la puerta de la cocina después de forzar la cerradura con una barra. El guardia que patrullaba el interior no oyó que Acheron se le acercase. Más tarde encontraron su cuerpo sin vida encajado bajo el fregadero. Acheron atacó con cuidado las escaleras, intentando no hacer ruido. En realidad, hubiese podido hacer todo el ruido que le diese la gana. Sabía que las pistolas del 38 que llevaban los guardias no podían hacerle daño, ¿pero qué gracia tenía limitarse a entrar y servirse uno mismo? Recorrió lentamente el pasillo hasta la sala donde se exhibía el manuscrito y dio un vistazo al interior. La sala estaba vacía. Por alguna razón, el guardia no estaba presente. Hades caminó hasta la caja de vidrio reforzado y colocó la mano sobre el libro. El vidrio bajo la palma comenzó a ondular y a ablandarse; pronto fue tan flexible que Hades pudo meter los dedos y agarrar el manuscrito. El vidrio desestabilizado se retorció y se estiró como goma mientras se sacaba el libro y luego rápidamente volvió a conformar vidrio sólido; la única prueba de la reordenación de sus moléculas era un ligero moteado sobre la superficie. Hades sonrió triunfante al leer la primera página:
Jane Eyre
Una autobiografía
por Currer Bell
Octubre de 1847
Acheron había tenido la intención de llevarse directamente el libro, pero la historia siempre le había gustado. Cediendo a la tentación, empezó a leer.
Estaba abierto por la sección donde Jane Eyre está en la cama y oye una risotada demoníaca en voz baja fuera de su habitación. Aliviada porque la risotada no provenga del
interior
de su habitación, se pone en pie y atranca la puerta, gritando:
—¿Quién anda ahí?
Como respuesta, sólo recibe un gorgoteo bajo y un gemido, el sonido de pasos que se alejan y luego una puerta que se cierra. Jane se pone un mantón sobre los hombros y lentamente desatranca la puerta, abre una rendija y mira cautelosamente al exterior. Sobre la estera ve una vela solitaria y comprueba que el pasillo está lleno de humo. Le llama la atención el crujir de la puerta semiabierta de Rochester, y luego aprecia el parpadeo del fuego en el interior de la habitación. Jane se pone en marcha, sin pensar mientras corre al interior de la cámara en llamas de Rochester e intenta despertar al hombre dormido diciendo:
—¡Despierte! ¡Despierte!
Rochester ni se mueve y Jane se da cuenta con creciente inquietud de que las sábanas de la cama empiezan a ponerse marrones y a arder. Agarra la palangana y el aguamanil y le echa el agua por encima, corriendo a su dormitorio para buscar más agua con la que apagar las cortinas. Después de su esfuerzo, apaga el fuego y Rochester, maldiciendo al encontrarse despertando en un charco de agua, le dice a Jane:
—¿Hay una inundación?
—No señor —responde ella—, pero ha habido un fuego. Póngase en pie; ahora está apagado. Le traeré una vela.
Rochester no es totalmente consciente de lo sucedido.
—En nombre de todos los elfos de la Cristiandad, ¿es Jane Eyre? —exige saber—. ¿Qué ha hecho conmigo, bruja, hechicera? ¿Quién está en la habitación aparte de usted? ¿Han planeado ahogarme?
—Gírese
muy
lentamente.
Esa última línea pertenecía al guardia, cuya petición interrumpió la lectura de Acheron.
—¡
Odio
que pase eso! —lamentó, girando el rostro hacia el agente, quien le apuntaba con una pistola—. ¡
Justo
cuando llegaba lo mejor!
—No se mueva y deje el manuscrito.
Acheron hizo lo que le decía. El guardia soltó el walkie-talkie y se lo llevó a la boca.
—Yo no lo haría —dijo Acheron dulcemente.
—¿Oh, sí? —replicó el guardia con confianza—. ¿Y por qué demonios no?
—Porque —dijo Acheron lentamente, encajando sus ojos con los del guardia y mirándole en lo más profundo— nunca descubrirás por qué te abandonó tu mujer.
El guardia bajó el walkie-talkie.
—¿Qué sabe usted de Denise?
Yo tenía un sueño inquieto. Volvía a encontrarme en Crimea; el martilleo repetido de los cañones y el grito metálico que emite un transporte de personal cuando le alcanzan. Incluso podía saborear el polvo, la cordita y el amatol en el aire, los gritos apagados de mis compañeros, el sonido sin dirección de los disparos. Las armas de calibre ochenta y ocho estaban tan cerca que ni siquiera precisaban trayectoria. No oías la que te alcanzaba. Yo estaba de vuelta en el transporte de tropas, regresando a la lucha a pesar de las órdenes contrarias. Atravesaba el pasto, dejando atrás restos de batallas anteriores. Sentí que algo enorme agarraba mi vehículo y que el techo se abría, mostrando un rayo de luz solar en el polvo que resultaba curiosamente hermoso. La misma mano invisible atrapó el transporte y lo lanzó al aire. Corrió sobre una oruga durante algunos metros y luego volvió a colocarse derecho. El motor seguía funcionando, los controles parecían estar bien; seguí avanzando, sin considerar los daños. Sólo cuando intenté darle al interruptor de la radio me di cuenta de que el techo había desaparecido. Era un descubrimiento que daba mucho que pensar, pero yo no tenía tiempo para reflexiones. Frente a mí se encontraban los restos humeantes del orgullo de los tanques de Wessex: la Brigada Ligera Blindada. Los ochenta y ocho de los rusos habían callado; ahora el sonido era de armas de pequeño calibre a medida que los rusos y mis camaradas intercambiaban disparos. Conduje hasta el grupo más cercano de heridos que podían caminar y abrí la puerta trasera. Estaba atascada, pero no importaba; la puerta lateral había desaparecido con el techo y rápidamente conseguí meter a veintidós soldados heridos y moribundos en un vehículo de transporte de tropas diseñado para llevar a ocho. Puntuando toda esta acción se oía el sonido insistente del teléfono. Mi hermano, sin el casco y con el rostro ensangrentado, atendía a los heridos. Me dijo que volviese a recogerle. Mientras me alejaba, un chorro de fuego de rifle rebotó en el blindaje; la infantería rusa se acercaba. El teléfono seguía sonando. Palpé en la oscuridad buscando el aparato, se me cayó y rebusqué en el suelo mientras maldecía. Era Bowden.
—¿Estás bien? —me preguntó, presintiendo que algo no iba bien.
—Estoy bien —respondí; para entonces ya estaba más que acostumbrada a hacer que todo pareciese normal—. ¿Qué pasa? —miré la hora. Eran las tres de la madrugada. Rezongué.