Dos velas para el diablo (31 page)

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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

BOOK: Dos velas para el diablo
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No puede ser cierto. No puedo creerlo. Si pudiese respirar todavía, en estos momentos me habría quedado sin aliento.

Son sus ojos. No soy capaz de apartar la mirada de ellos.

Sus ojos… tan dolorosamente familiares. Más allá de ese destello rojizo propio de los demonios, puedo apreciar perfectamente su aspecto, su color natural.

Oro viejo.

«Tú… tú… no…», balbuceo con torpeza.

—¿No… qué? —pregunta ella dedicándome una sonrisa repleta de amarga ironía—. ¿No soy tu madre? Me temo, mi pequeña Caterina, que lo soy… muy a mi pesar.

Me recupero lo bastante como para replicar:

«Estás mintiendo. Mi madre era humana, y está muerta».

Madonna
Constanza… o Azazel… alza una ceja, divertida.

—¿Ah, sí? ¿Te dijo eso tu padre? Me sorprende mucho que el bueno de Iah-Hel te mintiera al respecto. Era completamente incapaz de engañar a nadie. Pero… eso tú lo sabes mejor que yo, ¿no es así?

No soporto que hable de mi padre. No de esa manera. Sus palabras me dan fuerza y respondo:

«Por eso sé que me mientes. Porque él nunca…».

—Nunca te dijo que tu madre fuera humana —completa ella—. Nunca te dijo que estuviera muerta. Parece que es algo que tú diste por supuesto. Porque es cierto: tu padre no era capaz de mentir. Pero era un experto en no contar toda la verdad. Oh, sí, eso se le daba muy bien… —concluye, y sus palabras rezuman algo muy parecido al odio.

Abro la boca para replicar, pero no se me ocurre nada que decir.

Azazel tiene razón. Mi padre nunca me habló de mi madre. Nunca me dijo que fuera humana. Es algo que yo di por sentado. Supuse que no podía ser un ángel, puesto que, en tal caso, yo sería un ángel también. Por eliminación tenía que haber sido humana. No podía ser un demonio. Aquello era totalmente impensable.

Y, del mismo modo, di por supuesto que mi madre estaba muerta. Porque mi padre se ponía triste al recordarla, porque le dolía hablar de ella y porque no estaba con nosotros. No me imaginaba a mi padre dejando a mi madre atrás por propia voluntad. La quería muchísimo.

Por eso… por todo eso… mi madre no puede seguir viva, y mucho menos ser un demonio.

Azazel está mintiendo.

Y sin embargo…

Me gustaría poder rebatir sus argumentos, pero no tengo forma de hacerlo. Me quedo callada, anonadada, mientras busco desesperadamente en mi memoria algo que me permita demostrar que Azazel pretende engañarme, que no es mi madre, que de ningún modo puede ser mi madre. ¿Cómo voy a ser yo la hija de un demonio? ¿Cómo pudo mi padre…?

No puede ser verdad.

Azazel me mira un momento y después suspira.

—Fuera todo el mundo —ordena a su corte—. Mi hija y yo tenemos mucho de que hablar. Tú, no —ordena entonces, y cuando me doy la vuelta para mirar, veo que sus palabras están dirigidas a Angelo, que pretendía retirarse discretamente con los demás—. ¿Crees que no sé lo que pasará si te alejas de aquí? Arrastrarás a Caterina tras de ti. Y aunque ya esté muerta, mientras su alma siga aquí, no tengo ninguna intención de perderla de vista de nuevo.

—Pero… —empieza a protestar Angelo.

Antes de que pueda añadir nada más, se encuentra rodeado de espadas demoníacas que apuntan a su corazón. Lentamente, mi aliado levanta las manos, y su rostro se deforma en una mueca de rabia.

—Serás mi invitado mientras yo así lo desee —prosigue Azazel—. Lisabetta, muestra a Angelo la habitación que ya conoces.

Lisabetta se inclina ante su señora con una airosa reverencia y una sonrisa casi angelical.

—Como deseéis,
madonna
.

Los ojos de Angelo se estrechan hasta convertirse en dos finas rayas rojizas que miran a Lisabetta llenas de rencor. Ella se encoge de hombros y le devuelve una mirada displicente. Esto me demuestra que yo tenía razón, que no debíamos fiarnos de ella, que no era nuestra amiga. Pero eso no me hace sentir mejor. Veo cómo sacan a Angelo de la sala a punta de espada y, por un instante, mi preocupación por él supera mi crisis familiar.

«¡Un momento!», protesto. «¿Adonde lo lleváis?».

Como nadie me responde, floto tras él gritando:

«¡No le hagáis daño!».

La voz de Azazel me frena el seco:

—Tranquila, Caterina. Angelo no sufrirá daño alguno; me conviene mantenerlo con vida si quiero conservarte a mi lado. Además, ya te he dicho que estoy en deuda con él, y es cierto. Tan solo voy a asegurarme de que se queda entre nosotros.

Vuelo hacia ella.

«¿Y qué pasa si yo no quiero quedarme?».

—No tienes otra opción. Deberás quedarte en la misma zona que Angelo mientras él sea tu enlace y, por otro lado, si no cooperas puede que mi gratitud hacia él se esfume… y créeme, conozco muchos modos de atormentar a un demonio sin matarlo. Los experimenté en mi propia esencia durante setenta y siete mil años.

Sus últimas palabras son más bien un siseo, un susurro, pero han llegado hasta mí con claridad y me producen un intenso escalofrío. Lo cual no deja de ser notable. Después de todo, el fantasma soy yo, ¿no?

No me queda más remedio que creerla y confiar en que no hará daño a Angelo mientras yo sea razonable. Azazel parece percibir mis dudas, porque añade:

—No te preocupes; no le haremos daño si no es estrictamente necesario. Pareces sentir un cierto afecto por él.

«¿Afecto…?», repito, indignada. «Nada de eso; es solo que yo también me siento en deuda con él, porque me ha ayudado mucho, nada más. Después, de todo, él es un…».

No llego a concluir la frase. Miro a Azazel, confusa, y ella sonríe, con una sonrisa malévola, taimada y, al mismo tiempo, llena de dolor y de ira.

—¿… demonio? —completa ella.

Guardo silencio.

—Acércate —dice entonces Azazel.

Se ha situado junto a la ventana, y las últimas luces del crepúsculo juegan con su figura, con su espléndida melena rubia, con sus alas de sombra y sus ojos dorados. Estamos las dos solas; la sala, tan enorme y vacía, parece oscura y siniestra. Dudo.

—Mi niña, qué poco sabes de ti —dice, y por un momento su voz parece preñada de ternura—. Qué poco te han contado. Cuánto te han ocultado. Si lo hubieses sabido… todo… Si te hubieses quedado a mi lado… ahora seguirías viva. Yo jamás habría permitido que nadie te asesinara.

Cierro los ojos, pero mi percepción de fantasma sigue viéndola allí, junto a la ventana. No confío en ella. No creo una palabra de lo que dice. Sin embargo, me tiende la mano y sé que está dispuesta a contestar a mis preguntas.

Y yo necesito respuestas. Aunque sean mentiras, necesito respuestas. Porque es mejor tener una mentira que no tener absolutamente nada.

De modo que floto hasta ella y me detengo a su lado.

Azazel me contempla largamente.

—Así que este era tu aspecto cuando estabas viva —murmura—. La última vez que te vi eras un bebé. Tan pequeña y tan frágil. Y tan perfecta.

«No puedo creerte», le espeto. «Si eres mi madre y tanto me quieres, ¿por qué nos abandonaste?».

Se ríe, mostrando unos dientes pequeños que brillan como perlas bajo la luz del ocaso.

—Ah, ¿eso tampoco te lo contaron? Yo no os abandoné; fue tu padre quien se marchó sin decir nada. Y te llevó consigo. Te apartó de mí —sus ojos echan llamas. Su sonrisa se esfuma. Su voz se ha convertido en un susurro amenazador.

«Seguro que te equivocas de persona», murmuro, desesperada. «Piénsalo, es absurdo. ¿Cómo voy a ser hija de un ángel y un demonio?».

Con otro de sus desconcertantes cambios de humor, Azazel rompe a reír como una posesa.

—Ah, Caterina, qué ingenua eres y qué poco sabes. ¿Acaso no lo recuerdas? No, claro, ¿cómo vas a recordarlo? Entonces no existías. Nadie lo recuerda, salvo yo. Y Samael lo recordaría también… si siguiera con vida —y sus últimas palabras acaban en un aullido de rabia y dolor.

Está loca, tiene que estar loca. Es la única explicación.

—¿Cómo vas a ser hija de un ángel y un demonio? —repite Azazel, y de nuevo sonríe, una sonrisa repleta de sarcasmo—. Porque todos lo sois, Caterina. Todos.

No comprendo lo que quiere decir. Debe de llevar tanto tiempo aquí encerrada que ha perdido el juicio. ¿A qué se refiere con «todos»? Ya es difícil aceptar que un ángel y un demonio puedan haber engendrado una hija… ¿y Azazel pretende hacerme creer que eso ha sucedido más veces?

—Conoces el
Libro de Enoc
, ¿no es cierto? —pregunta entonces, y de nuevo parece haber recuperado la calma.

«Sí», respondo, algo más aliviada. Por fin terreno firme. «¿Es cierto que habla de ti? ¿Eres tú la Azazel que aparece en sus páginas?».

—Yo misma, sí. Pero no todo lo que se cuenta en ese libro es cierto ni sucedió de esa manera. Lo único que ocurre… es que todos lo han olvidado. Todos… menos yo.

Si algo de lo que cuenta el
Libro de Enoc
es verdad, no es de extrañar que Azazel no lo haya olvidado. Según el libro, ella era un ángel, igual que los demás, y fue duramente castigada por mantener relaciones con humanos. Si es cierto, ese día se transformó en el demonio que es ahora.

¿Es Azazel la madre de todos los demonios? ¿Fue tan doloroso para ella que por eso ahora es la única capaz de recordarlo?

No sirve de nada hacer conjeturas. La única manera de saberlo es escuchando su versión. Ambas lo sabemos, y, sea o no mi madre, las dos estamos dispuestas a mantener una larga, larga conversación.

Tras un momento de silencio, lleno de incertidumbre, me atrevo a preguntar:

«¿Qué pasó entonces? ¿Es cierto que erais ángeles y que mantuvisteis relaciones con humanos y que fuisteis condenados por ello?».

Los ojos de Azazel relucen en la penumbra.

—No —responde—, eso es mentira. En aquel entonces, los humanos aún no existían. El mundo era bello y estaba lleno de vida, y los ángeles se esforzaban por conservarla, mientras nosotros luchábamos por destruirla. En pleno apogeo de la guerra entre ángeles y demonios, unos y otros empezábamos a experimentar con las armas que habíamos creado. Fue la época de las espadas. La época en la que Miguel y Lucifer ya batallaban por el dominio del mundo.

»Todo comenzó para mí el día en que me enzarcé en una pelea contra un ángel. Como siempre, luchábamos a muerte, y como siempre, ninguno de los dos sabía nada del otro. Eramos un ángel y un demonio, y eso bastaba.

»Pero fue él quien venció en aquella lucha. Mi espada cayó lejos de mí, la suya rozó mi esencia. Lo miré, desafiante, aguardando la muerte.

»Sin embargo, él hizo algo sorprendente. Miró a su alrededor, al bosque que yo estaba destrozando cuando me encontró, y me preguntó solamente: ¿por qué?

Azazel hace una pausa. Sigo escuchando, sobrecogida. Ya no me importa que sea mentira, quiero conocer cómo continúa la historia. Después de todo, y como dijo Angelo, «
se non é vero, é ben trovato
», ¿no?

—Aquel ángel se llamaba Samael —prosigue la diablesa en un murmullo—. No me mató aquel día, ni tampoco al siguiente. Curó mis heridas, cuidó de mí… y, durante todo aquel tiempo, trató de conocerme y de entenderme. Intentó averiguar por qué los demonios destruíamos toda la belleza que los ángeles veían en el mundo. Traté de explicarle que es nuestra esencia, nuestra forma de ser. Y creo que al final lo comprendió.

»Decidimos que no tenía sentido seguir luchando. Nos retiramos a un lugar apartado, un lugar hermoso, situado en algún punto de lo que ahora es África, y allí nos dedicamos simplemente a vivir. Samael miraba a otra parte cuando yo invocaba al fuego, al rayo, al huracán o al terremoto; yo procuraba no estropear sus lugares favoritos. Junto a él sentí algo que no había experimentado nunca junto a ningún demonio: me sentí completa.

»Y pronto se nos unieron más ángeles y más demonios. Todos ellos abandonaban la lucha y optaban por la convivencia, por aceptarnos unos a otros. Los ángeles asumían que nosotros teníamos que destruir cosas, y nosotros asumíamos que ellos estarían allí para repararlas, y que era importante que esto fuera así.

»Con el tiempo, nuestra pequeña comunidad prosperó. Con el tiempo, nacieron nuestros hijos. En aquel entonces no se parecían a los humanos de ahora; eran más burdos, más simiescos. Lógico, puesto que nosotros no teníamos más referente que lo que existía sobre el mundo, y a la hora de tomar cuerpo material imitábamos lo que veíamos. No nos importaba mostrarnos como primates porque podíamos adoptar cualquier forma y regresar al estado espiritual cuando nos apeteciera.

»El problema fue que nuestros hijos carecían de nuestra capacidad de transformación. Tampoco podían pasar al estado espiritual. Estaban atados a la materia.

»Por tanto, no podíamos ocultarlos eternamente a la mirada de los demás. Durante un tiempo, miles de años, convivimos con ellos y les enseñamos lo que sabíamos. Eran lentos, pero poco a poco iban aprendiendo, y pronto descubrimos que su potencial era inmenso. De los ángeles habían heredado la compasión, la creatividad, el respeto por sus semejantes. De nosotros habían obtenido la capacidad de destruir, de matar incluso cuando no era necesario para su sustento, de transformar el mundo a su antojo. Y, sin embargo, eran capaces de llegar a extremos que nosotros jamás alcanzaríamos. Daba la sensación de que no había límites para ellos. Poseían lo mejor de ambas especies. Estaban destinados a ser, por encima de nosotros, los amos de la creación.

«Para un momento», la interrumpo, mareada. «¿Estás insinuando que los humanos descendemos de un… cruce entre ángeles y demonios?».

—¿Insinuar? Yo no insinúo nada; sé que es verdad.

«Pero eso es… ¡es absurdo!».

—¿Por qué? ¿Acaso no sabéis mostrar más amor y compasión que un ángel, y más maldad y crueldad que un demonio?

«Pero… para un momento: ¿dónde está Dios en tu historia?».

Azazel sonríe.

—Me gustaría poder contestarte a esa pregunta, pero me temo que mi memoria no llega tan atrás.

»Los humanos, sin embargo, no nos han olvidado. Casi todas las culturas poseen mitos primigenios en los que se cuenta que los humanos descienden de una primera pareja, una pareja formada por dos seres diferentes, un representante de la luz, del Sol, del orden… y el otro, hijo de la oscuridad, de la Luna, del caos. Incluso el mito de Adán y Eva remite a ello. Adán habla con Dios, Eva habla con la serpiente… Adán y Lilith…

Sacudo la cabeza, aturdida.

«Eso es una visión muy, pero que muy retorcida de los orígenes de la humanidad. Y además, si hubieseis hecho eso que dices, la guerra entre ángeles y demonios habría acabado hace cientos de miles de años».

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