Read Dos velas para el diablo Online
Authors: Laura Gallego García
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil
Hanbi se sienta otra vez, interesado.
—Dispara —lo anima, pero Angelo sonríe.
—
Quid pro quo
, Señor de las Tormentas —le advierte— Si quieres conocer esa información, antes tendrás que darnos mas datos acerca de la muerte de Cat… o la de su padre si es que sabes algo al respecto.
Hanbi se rie de buen humor. No parece haberle ofendido el hecho de que Angelo imponga condiciones. Casi parece que valora positivamente la jugada.
—Hacia mucho tiempo que nadie me llamaba así —reconoce, nostálgico—. Bien, habla. Después puede que te cuente algo más.
«¿Puede…?», protesto, pero Angelo me manda callar con un gesto.
—Bien… pues allá va: nosotros no somos los únicos que conocemos los planes de Nebiros. Los ángeles también lo saben.
—Los ángeles… —repite Hanbi, sorprendido.
—Un ángel acudió a Orias para preguntarle por la misma visión que había contemplado Nebiros. Y adivina qué…
—La visión había cambiado —concluye Hanbi, para nuestra sorpresa.
—Eres un tipo muy sagaz —comenta Angelo lanzándole una mirada de sospecha.
—¿Y ese ángel? —pregunta Hanbi sin hacerle caso—. ¿Sabes quién era?
—No. Orias no quiso decírmelo.
Hanbi se acaricia la barbilla, pensativo.
—Bien… sí, por supuesto. Esta información también nos es muy útil. Y nosotros tenemos modos de averiguar… si los ángeles lo saben… Y si Nebiros planea… claro, es lógico que quiera… —se calla de pronto y nos lanza una larga mirada.
«¿Y bien?», pregunto yo, impaciente. «Ya conoces el resto de la historia. ¿Vas a cumplir ahora tu parte del trato?»
Hanbi se lo piensa un momento. Por fin suspira y dice:
—Oficialmente, nuestra conversación acaba aquí, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Y oficialmente, tú no has visto al espectro de Cat.
«¿Cómo que espectro? », protesto yo, pero nadie me hace caso.
—¿Por qué queréis mantener en secreto que es un fantasma? —inquiere Hanbi.
—Porque si todos la consideran muerta y desaparecida, no se les ocurrirá que nadie quiera seguir investigando su muerte ni la de su padre. Pero si se enteran de que ella sigue por aquí, los que planearon su muerte podrían querer terminar el trabajo… eliminando a su enlace con el mundo de los vivos… que soy yo.
No se me había ocurrido, la verdad. Hay demasiadas cosas del mundo de los demonios que todavía no comprendo. Pero sí hay algo que he aprendido y que echa por tierra todas las ideas que yo tenía al respecto. Siempre creí que a los demonios les encantaba la acción. Y, por lo visto, lo que les vuelve locos en realidad son los trapícheos. Se pasan la vida hablando como viejas cotorras, intercambiando cotilleos y tramando planes retorcidos que vete tú a saber si finalmente llevan a cabo.
—Y —concluye Angelo— porque es sumamente indiscreta y es mejor dejarla al margen.
«¡Oye…!», protesto, pero nuevamente me ignoran.
—Comprendo —dice Hanbi—. Puede que a mi señor le interese saber que ella sigue por aquí, pero de momento os guardaré el secreto.
—Gracias. ¿Y por qué razón lo que puedas contarnos acerca de la muerte de Cat debe ser extraoficial?
—Porque la muerte de Cat está estrechamente relacionada con un pequeño proyecto secreto en el que mí señor está trabajando… pero supongo que eso ya lo sospechabas.
—La verdad es que sí. Y claro… imagino que no querréis que husmeemos demasiado y nos enteremos de cosas que… digamos… no deberían salir del círculo privado de tu señor, ¿no?
—Chico listo. Bien… pues escucha atentamente, porque no voy a decirlo dos veces. ¿De acuerdo?
—De acuerdo. Habla, pues.
Hanbi sonríe brevemente. Y después pronuncia una sola frase:
—«Toda la Tierra ha sido pervertida por la ciencia por obra de Azazel; achácale todo pecado».
Nos quedamos callados. La sorpresa nos ha dejado mudos.
No estoy segura de que Angelo sepa de qué está hablando Hanbi. Yo, desde luego, lo sé muy bien. Esa cita pertenece a un libro que he leído docenas de veces.
El Libro de Enoc
.
E
STAMOS
de nuevo en el piso de Angelo. Floto mientras le observo buscar algo en su ordenador.
«¿Qué estás buscando, si puede saberse?», le pregunto.
Angelo no me hace caso. Sigue pendiente del monitor.
Por fin, abre un archivo de texto y la pantalla se llena de palabras sin sentido, escritas en alfabeto latino, pero en un idioma incomprensible para mí. Sin embargo, Angelo lee la página atentamente, luego frunce el ceño, cierra el documento y sigue buscando en las carpetas del disco duro. Continúa abriendo y examinando documentos, uno tras otro, todos escritos en ese lenguaje desconocido.
«Tiene sentido para ti, ¿no?», comento, aunque ya sé que es obvio.
—Está escrito en el idioma de los demonios.
«Creía que poseíais vuestro propio código escrito».
—Y es verdad. Pero no se comercializan ordenadores con un juego de caracteres demoníacos —explica con una sonrisa socarrona.
«¿Quieres decir que todo esto lo has escrito tú?».
Asiente sin una palabra. Parece que por fin ha encontrado el documento que buscaba; pero tiene más de setecientas páginas, y sospecho que aún va a tardar un poco en encontrar exactamente lo que le interesa.
«¿Y qué es?», sigo indagando con curiosidad.
La respuesta resulta sorprendente:
—Mis memorias.
Se me ocurren un montón de cosas que preguntarle al respecto, pero prefiero callarme, dejar que trabaje y meditar sobre esto.
Tiene tanto sentido que no sé cómo no se me había ocurrido antes.
Angeles y demonios que olvidan su pasado porque son demasiado viejos. Y, con su pasado, olvidan sus vivencias, sus conocimientos, todo aquello que han aprendido y que podría serles útil en un futuro. Visto así, es lógico que pongan por escrito lo que puedan para no perder toda esa información. Pero ¿lo harán así todos los demonios? ¿Y los ángeles? Y si es así, ¿por qué nunca se ha encontrado ningún libro escrito en su idioma? ¿Cuántos misterios contendrá un documento como ese? ¿Cuántos secretos y revelaciones acerca del mundo podrían leerse en el diario de un demonio?
«¿Hace mucho que las escribes?», no puedo evitar preguntar. El volumen de información que está consultando es ingente; aquí debe de haber miles de páginas, quizá cientos de miles.
—No tanto como quisiera —responde Angelo con un suspiro de cansancio—. Nunca nos ha gustado poner nuestros conocimientos por escrito; sería demasiado fácil que cayesen en manos inapropiadas. Pero esto —añade señalando el disco duro portátil que reposa sobre la mesa— lo cambia todo. La informática nos permite llevar con nosotros una gran cantidad de información sin necesidad de tener que guardarla en una biblioteca, así que, ante el peligro de olvidar cosas importantes, muchos de nosotros escribimos nuestras memorias y las guardamos en soporte digital.
«¿Y no os preocupan los
crackers
?», sigo preguntando.
Angelo me dedica una de sus aviesas sonrisas.
—La red es nuestra —dice solamente. Lo cual significa, probablemente, que la mayor parte de los mejores piratas informáticos son demonios o trabajan para ellos—. De todos modos —añade—, este ordenador no está conectado a internet. Por si acaso.
«Entiendo», asiento. «¿Y qué estás buscando exactamente? Si se puede preguntar».
Angelo calla un momento antes de responder, a media voz:
—
«Toda la Tierra ha sido pervertida por la ciencia por obra de Azazel, achácale todo pecado»
—cita.
Es lo único que hemos podido sonsacarle a Hanbi en la prórroga «extraoficial» de nuestra conversación. De lo cual deduzco que Angelo lo ha considerado una pista importante y está investigando por ese lado.
Reflexiono. Según el
Libro de Enoc
, Azazel fue uno de los implicados en la Caída de los ángeles. Por lo visto, no contento con procrear con humanas, enseñó a sus hijos secretos que hasta entonces solo los ángeles conocían. Les enseñó a forjar metales —y, con ello, armas— y a extraer piedras preciosas del subsuelo; así que, de un plumazo, este encantador demonio trajo al mundo las guerras y la codicia.
¿Qué tiene que ver Azazel con mi muerte? ¿Me mataron porque soy una mestiza? Eso implicaría que mi asesinato fue un ataque racista. Pero tenía entendido que los demonios no tienen nada en contra del hecho de procrear con humanos. Llevan haciéndolo a menudo desde los albores de nuestra especie.
Y, sin embargo, estamos casi seguros de que fue Nebiros quien ordenó mi muerte. ¿Qué podía tener ese demonio contra mí? ¿Tuvo algo que ver el hecho de que yo fuese la hija de un ángel? Y si es así, ¿el qué? ¿Y qué relación tiene todo eso con su plan de exterminar a todos los humanos… si es que existe alguna relación?
Me frustra mucho no poder responder a ninguna de estas incógnitas. Estoy en blanco; no me queda más remedio que consultarlo con Angelo.
«¿Por qué crees que Hanbi ha mencionado a Azazel?», le pregunto.
—Ni idea —responde él—. Pero me intriga mucho. Si no recuerdo mal, el mito de Enoc señala a Semyaza como jefe de los ángeles que se unieron a los humanos para procrear una raza de gigantes violentos.
Asiento. Así es como lo cuenta la obra, en efecto.
«¿Conoces a alguno de los dos?», pregunto. Quién sabe; en teoría, lo que cuenta el
Libro de Enoc
sucedió hace cientos de miles de años, pero los demonios son poco menos que inmortales.
—No, y aún hoy no estoy seguro de que existan realmente. El mito de Enoc es solo un mito. Nadie recuerda lo que sucedió en aquella época.
«¿Tú tampoco?», pregunto señalando el documento que parpadea en la pantalla.
—Yo ni siquiera había nacido entonces —se ríe—. Pero recuerdo a alguien que me habló de Azazel una vez… con bastante pasión. Alguien que creía firmemente que había sufrido un castigo injusto hace mucho, mucho tiempo. Podía ser un loco o podía haber conocido realmente a Azazel. Pero, loco o no, si existe un grupo de demonios seguidores del mito de Enoc, puede que estén detrás de esto.
No se me escapa que no deja de calificar de «mito» lo que se cuenta en el
Libro de Enoc.
«Entonces, ¿no crees en esa historia?», sigo preguntando. Angelo sacude la cabeza, como si acabase de decir algo absurdo.
—Claro que no; pero hoy día, con lo que les está pasando a los ángeles y lo poco que sabemos acerca de nuestros orígenes… en fin, no es extraño que haya gente que se crea cualquier cosa. Aja, aquí está —dice de pronto.
Sus dedos recorren el teclado para subrayar un par de párrafos que me resultan tan ininteligibles como todo lo demás.
—Justo; aquí lo tengo: fue hace cerca de trescientos años. Se hacía llamar Ravana en Oriente, aunque hacía tiempo que vivía en Italia. De hecho, nos conocimos en un banquete en Venecia. No sé por qué anoté lo de esa cena… ah, ya veo —añade, y sus labios se curvan en una sonrisa que solo podría definir como malvada—. Qué tiempos aquellos —suspira—; en fin, Ravana hablaba del mito de Enoc con mucha indignación, y mencionó varias veces a Azazel —se encoge de hombros—. Si puedo volver a encontrarlo, tal vez pueda interrogarle a fondo. Si existe una secta basada en el mito de Enoc, quizá estén detrás de todo esto… y quizá también estén relacionados de algún modo con el plan de Nebiros.
«¿Y cómo piensas encontrar a ese tal Ravana después de trescientos años?».
Se encoge de hombros.
—Preguntando, claro. Con un poco de suerte, seguirá en Italia. En tal caso no tendremos que ir demasiado lejos esta vez.
Suspiro con resignación.
«Sabes, no me gusta esto de ir de demonio en demonio. Ya deberías saber que no confío en vosotros. Preferiría mil veces volver a contactar con los ángeles, si no es molestia. Quién sabe… quizá sepan algo importante, y después de todo yo no me siento cómoda encendiendo una velita demoníaca tras otra», concluyo refiriéndome al refrán que Angelo mencionó en cierta ocasión, al poco de conocernos.
—Se dice «
poner dos velas para el diablo
» —me corrige.
«Eso».
—Comprendo tu aprensión, Cat, pero debes entender que tienes a un demonio como enlace. No pretenderás que vaya a presentarle mis respetos al arcángel Miguel.
«Bueno, a Miguel precisamente no, pero…».
—¿Quieres averiguar quién mató a tu padre, sí o no?
«Sí, pero…».
—Pues este es el medio más rápido. Aunque no te lo parezca.
Suspiro, resignada.
«Si tú lo dices…».
Angelo se echa hacia atrás recostándose sobre el respaldo de la silla, se estira cuan largo es, bosteza ruidosamente y se frota un ojo.
«No me digas que tienes sueño», me burlo.
—No… —murmura—. Pero… estoy algo cansado.
«Tonterías; eres un demonio, no puedes cansarte».
—Ya —responde, y ese «ya» está lleno de incertidumbre… y hasta me parece detectar un timbre de temor en su voz.
Lo observo con aire crítico.
«Oye, ¿en serio estás bien?», le pregunto, preocupada. «No es normal que estés cansado, y lo sabes».
Suspira, sacude la cabeza y se pone en pie.
—Me pasa a veces. Tranquila, no es grave, y además, no soy el único al que… —se calla de pronto, pero ya ha dicho más de lo que debía, y ato cabos con velocidad.
La pérdida de memoria… la imposibilidad de retornar al estado inmaterial… y molestias físicas… de cualquier tipo…
Ningún demonio ha muerto a causa de la Plaga…
… todavía.
Pero están comenzando a experimentar los mismos síntomas que empezaron a sufrir los ángeles hace varios siglos. .. Primeros síntomas de una enfermedad que hoy día los está abocando a la extinción.
«¿Por qué?», pregunto, perpleja. «¿Por qué os pasa a vosotros también?».
De pronto, Angelo se enfurece.
—No nos pasa nada, ¿queda claro? ¡Nada! Es solo que pasamos demasiado tiempo en estado material, pero eso es todo, ¿de acuerdo? ¡Y no se te ocurra insinuar lo contrario!
Nunca lo había visto así. No es como cuando se enfadó en Shanghai; su rabia no va dirigida contra mí, y ni siquiera estoy segura de que sea rabia lo que siente. Sus ojos arden como brasas, y sus alas, erguidas a su espalda, tiemblan… ¿de miedo, tal vez?
No importa cuántas veces trate de negarlo, yo sé la verdad.