Dos velas para el diablo (14 page)

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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

BOOK: Dos velas para el diablo
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—Angelo…

No obtengo respuesta. Como sigo estando confusa y dolorida, cierro los ojos y trato de dormir. Mañana será otro día y tal vez descubra entonces que todo esto no ha sido más que una pesadilla.

Capítulo VII

M
I
convalecencia dura todo un día más. Me quedo en la cama, a veces dormitando, a veces divagando, pero sin ganas ni fuerzas para moverme ni para comer. Mis compañeras de cuarto, Anika, Svenia y Heidi, intentan averiguar qué me pasa, pero no logro explicárselo. Es como si me hubiese quedado sin energías.

Como si vivir no valiese la pena.

Por suerte, a medida que pasan las horas me voy recuperando. Al caer la tarde, logro incorporarme un poco en la cama. Me encuentro con la mirada comprensiva de Anika, que me ofrece un sándwich y una botella de agua con gas, y me sonríe.


Danke
—murmuro.

Ella me explica, medio en alemán medio en inglés, que cree que ya sabe lo que tengo. La escucho atentamente mientras mastico el sándwich con lentitud. Entiendo más o menos lo que quiere decir: me cuenta que a su hermana le pasó una vez algo parecido en época de exámenes. Es una crisis de estrés: el cerebro se colapsa, el cuerpo dice basta y, de pronto, te duele todo y lo único que quieres es meterte en la cama a descansar. Se cura durmiendo y no haciendo absolutamente nada.

Sonrío y le doy las gracias otra vez. Sí, supongo que será eso, le contesto.

Parece que se queda más tranquila al verme comer, de modo que esa será la versión oficial; desde luego, es mejor haber sido víctima de un ataque de estrés que del ataque de un demonio.

Mis tres compañeras de cuarto son de Munich, tres amigas universitarias que aprovechan unos días libres para visitar la capital. Es evidente que, como soy más joven que ellas, aunque se nota que estoy acostumbrada a ser independiente y viajar sola, se preocupan por mí como de una hermanita pequeña. Qué majas.

Pero, en cualquier caso, no puedo, no debo mezclarlas en esto.

Mañana me iré. No sé adonde, pero me iré. Quizá vuelva a suplicarle a Jeiazel o me las arregle para marcharme a la otra punta del mundo. Lo que sí sé es que no puedo volver con Jotapé.

Los dos días de plazo expirarán muy pronto, y de nuevo se abrirá la veda de Cat. Y si no hay a mi lado nadie lo bastante poderoso como para protegerme, es mejor que no haya nadie.

Cae la noche y yo sigo en la cama. Creo que no solamente estoy agotada, sino que además he pillado una depresión como quien pilla un resfriado. Por primera vez me doy cuenta de lo pequeña que soy en un mundo de gigantes.

Un mundo que les sigue perteneciendo a ellos y que aún se rige por sus reglas, aunque los humanos, en nuestra fatua arrogancia, queramos creer que tenemos algún control sobre él.

Me despierto bruscamente cuando alguien deja caer su mano en mi hombro. Aturdida, creo ver unos ojos rojizos que relucen en la oscuridad; me revuelvo y trato de gritar, pero la misma mano me cubre la boca y me lo impide.

—Cat, soy yo —dice la voz de Angelo; entonces despierto de mi pesadilla y advierto que no hay ojos rojos, solo la sombra de un demonio—. He venido a buscarte —añade él.

Eso no me tranquiliza. Me libro de su mano y me incorporo.

—Vete de aquí —gruño.

—No puedo. He recibido órdenes.

—¿Ordenes? —repito—. ¿De quién?

—Es muy largo de explicar; pero debes saber que hay alguien que está dispuesto a ayudarte, y que vamos a llevarte a un lugar seguro.

—¿Quién es ese alguien? —insisto con desconfianza—. ¿Por qué ahora sí quieres ayudarme, y anoche me dejaste tirada?

Casi puedo percibir su sonrisa en la oscuridad.

—Es un ser lo bastante poderoso como para que yo no me atreva a contrariarle —responde.

—Así que, si me ayudas, es solo por temor a represalias. —Le doy la espalda, vuelvo a echarme en la cama, dispuesta a seguir durmiendo, y le resumo en una palabra lo que pienso de él—: Cabrón.

Angelo suspira con impaciencia. Enciende la luz de la mesita, aun a riesgo de despertar a mis compañeras de cuarto.

—Vamos, Cat, no hay tiempo que perder. Estás en peligro, y lo sabes.

—Nergal dijo que tenía dos días.

—¿Y desde cuándo los demonios respetamos los pactos?

Eso me hace reaccionar. Me incorporo un poco en la cama y me vuelvo hacia él.

—Recoge tus cosas y vámonos de aquí —me ordena.

En ese momento, Anika asoma su cabeza, despeinada y soñolienta, por la litera de arriba. Parpadea al ver a Angelo.

Parece que va a hablar, quizá a gritar; pero entonces, Angelo susurra:


Schlafein.

Y Anika cierra los ojos de nuevo y se derrumba sobre su cama, profundamente dormida.

—Venga, levanta —me dice el demonio—. Tenemos que irnos.

—¿Adonde?

—A un lugar seguro.

Gruño y protesto un poco, pero finalmente trato de ponerme en pie. Por desgracia, me mareo y tengo que sentarme de nuevo. Angelo chasquea la lengua con disgusto.

—¿Todavía estás fuera de combate? Qué flojos sois los humanos. ¿Voy a tener que vestirte yo?

Coge los pantalones que dejé ayer sobre la silla. Se los quito de las manos, furibunda.

—Trae aquí, todavía puedo hacerlo yo sólita, muchas gracias. Y date la vuelta.

Pone los ojos en blanco.

—Ah, por favor…

Le arrojo a la cara mi bolsa de deporte.

—Si quieres hacer algo útil, llénala con todo lo que encuentres en ese armario.

Se encoge de hombros y se dispone a hacerme el equipaje, para lo cual no tiene más remedio que darme la espalda, pues el armario está justo enfrente de la cama. Entre medias, se despiertan Svenia y Heidi, pero inmediatamente vuelven a caer dormidas, bajo la influencia del demonio. Mientras tanto, me visto con cierta torpeza.

—¿Solo llevas esto? —me pregunta Angelo escudriñando el interior de mi equipaje.

—No necesito más —le replico con cierta ferocidad arrebatándole la bolsa y cerrando la cremallera. Vale, solo tengo dos pares de pantalones de deporte, tres camisetas, unas zapatillas, cuatro mudas de ropa interior y una sudadera calentita, pero ¿para qué quiero más? Basta con lavar la ropa regularmente, ¿no?

Angelo frunce el ceño y me mira con una expresión que espero, por la memoria de mi padre y la gloria de mi madre, que no sea de pena, porque entonces sí que me lo cargo.

Entretanto, he terminado de vestirme y estoy lista para partir. Pero, de pronto, me quedo quieta y miro a mi compañero, suspicaz.

—Oye, no me estarás traicionando, ¿verdad?

—No seas ridícula.

Pero a mí esto cada vez me resulta más sospechoso, de modo que vuelvo a sentarme en la cama y cruzo los brazos.

—Yo no voy a ninguna parte hasta que no sepa qué pasa aquí.

Con un suspiro cargado de impaciencia, Angelo tira de mí y me pone en pie. Me tiemblan las piernas.

—Que no voy a ninguna parte.

—Pero si apenas puedes caminar —observa él, consternado.

—Por eso no voy a ninguna parte. Y porque no confío en ti, para que lo sepas.

Pero toda resistencia es inútil. Angelo pasa mi brazo sobre sus hombros y carga conmigo y con la bolsa. Estoy cansada y tengo miedo, pero no me quedan fuerzas para protestar. Dejo que me arrastre hasta el ascensor.

—Tengo que pagar la habitación —murmuro entonces.

—No te preocupes por eso.

—Pero…

—He dicho que no te preocupes por eso.

Y no insisto. Permanecemos callados hasta que llegamos a la planta baja. Trato de caminar fuera del ascensor, pero tropiezo, y habría caído al suelo de no estar ahí Angelo para ayudarme. Le oigo suspirar y murmurar:

—Pero cómo se ha pasado ese bestia…

Levanto la cabeza.

—Oye, que yo estoy muy bien, ¿vale?

Y recojo los restos de mi dignidad perdida para caminar, yo sola, hasta la salida.

O la habitación está ya pagada, o bien le han sugerido al recepcionista que se olvide de cobrármela, porque el caso es que ni se digna mirarme.

Ya en la calle, Angelo para un taxi. Nos acomodamos en el asiento de atrás.


Steigenberger Hotel, bitte
—le dice Angelo al taxista.

—¿Me sacas de mi hotel para llevarme a otro hotel? —le pregunto, incrédula.

—No es un hotel cualquiera, ya verás. Pertenece a la persona que quiere protegerte. Es… digamos que es inmensamente poderoso —y se ríe en voz baja; me mira, y esta vez lo hace de una forma distinta, con curiosidad y casi con admiración.

—¿Qué pasa ?

—No tienes ni idea, ¿verdad? —No respondo y continúo mirándole, intrigada; Angelo suspira, se acomoda en el asiento del taxi y empieza a hablar en voz baja—: Cuando me despedí de ti ayer, estaba convencido de que no volvería a verte. No te lo tomes a mal; cuando uno llega a cierta edad, ya ha aprendido a no meterse con los demonios más poderosos. Es una de esas leyes no escritas de nuestro mundo.

»Pero entonces me salió al encuentro un tipo que venía de parte de alguien situado mucho más arriba de Agliareth. Alguien que conocía tu nombre, Cat, y no solo eso: me pidió que te protegiera a toda costa. Debías vivir, y esa debía ser mi prioridad a partir de ahora.

»Y bueno, reconozco que tengo cosas mejores que hacer que cuidar de ti. Pero cuando uno de los grandes señores demoníacos se digna dirigirse alguien como yo para pedirle un favor… no es conveniente negarse. Me explico, ¿no?

—Uno de los grandes señores… —repito, aturdida—. Pero ¿de quién estamos hablando?

—Para serte sincero, no lo sé, porque no ha querido desvelar su identidad. Pero te aseguro que el que ha contactado conmigo en su nombre es un demonio antiguo, y alguien así no obedecería órdenes de cualquiera. Ahora, por tanto, trabajo para él. Debo decir que prefiero ir a mi aire, pero si tengo que obedecer las órdenes de otro demonio, es mejor que sea uno de los grandes señores del averno. Y no habrá más de diez demonios en todo el mundo que puedan considerarse parte de ese selecto club, así que, dentro de lo que cabe, hemos tenido suerte, tú y yo; tú, porque te protege uno de los demonios más poderosos que existen, y yo, porque obedezco ahora a alguien que tiene servidores en todo el planeta.

—Estás de broma —balbuceo.

—No, y por eso hoy es tu día de suerte. Nadie va a atreverse a tocarte mientras estés bajo la protección de un demonio poderoso. Así que yo, en tu lugar, no desaprovecharía la oportunidad.

—Pero… pero… ¿por qué?

—No lo sé, Cat. Pero alégrate de tener un protector y acepta su mano sin hacer preguntas. Es lo mejor que te podía pasar, dadas las circunstancias.

—¿Lo mejor que me podía pasar… estar bajo la protección de un señor del infierno que ni siquiera sé quién es? ¡Estás loco!

No puedo seguir hablando, se me quiebra la voz. Noto un nudo en la garganta y siento ganas de llorar. Me siento agotada, tengo miedo y estoy al borde de un ataque de nervios.

Entonces Angelo me pasa el brazo por los hombros y me atrae hacia sí. Y me derrumbo.

Entierro la cara en su hombro y me echo a llorar en silencio. Procuro que no me vea, que no me oiga, pero estoy temblando y me temo que no puedo ocultarle este momento de debilidad, maldición, por todos los demonios del infierno.

Es solo que estoy enferma, que estoy cansada y que no entiendo nada de lo que está pasando. Pero mañana volveré a ser la de siempre. Estoy convencida de ello.

Me despierto en una amplia cama, de sábanas blancas, suaves y perfumadas. Seguro que me he muerto y estoy en el cielo. Seguro…

Poco a poco recuerdo lo que sucedió anoche. Cómo escapamos del hostal de madrugada, como dos ladrones. Cómo cogimos aquel taxi, y Angelo me contó… eso, y cómo llegamos a un enorme, precioso e increíble hotel de cinco estrellas en pleno centro de Berlín.

Miro a mi alrededor. ¿No es un sueño? Estoy en una
suite
, y es toda mía. Nunca, jamás en mi vida había tenido una habitación semejante, y menos para mí sola. Me levanto con cuidado. Hoy me siento mucho mejor.

Camino descalza sobre la moqueta, blanda y mullida. Cruzo una puerta y me topo con un cuarto de baño impoluto y gigantesco. Sigo explorando la habitación, cruzo otra puerta y me encuentro con una pequeña sala de estar que también pertenece a mi dormitorio. ¿Cómo es posible? Descorro las cortinas, suaves y ligeras, y contemplo extasiada la ciudad que se extiende a mis pies.

Es demasiado lujo para mí. Definitivamente, me he muerto y estoy en el cielo.

Llaman a la puerta. Me incorporo, alerta, pero una voz femenina, agradable y musical dice desde el otro lado:


Hallo? Frühstück, bitte!

Como yo no respondo, repite, esta vez en inglés:


Good morning! Breakfast, please!

Abro la puerta —solo un poco— y asomo la nariz con desconfianza. Ante mí hay una camarera sonriente que carga con una inmensa bandeja plateada. Instintivamente, la dejo pasar para que la deposite en alguna parte. La deja sobre la mesita auxiliar y se marcha, en silencio y sin perder la sonrisa.

Levanto la tapa de la bandeja.

Una montaña de cosas deliciosas se esconde debajo: zumo de naranja, café, huevos, tostadas, fruta, mermelada, bollitos, beicon… No es posible que todo esto sea para mí. No es posible…

El olor es demasiado poderoso como para resistirse, y menos de cinco segundos después, ya estoy comiendo a dos carrillos. Y justo en mitad de la operación entra Angelo, sin molestarse siquiera en llamar.

—¿Te encuentras mejor hoy? Te he pedido el desayuno completo; ya veo que he acertado.

Dejo de comer inmediatamente.

—Esto es un truco, ¿verdad? —le pregunto con desconfianza—. Estás intentando comprarme.

—No me des las gracias a mí, sino a tu protector —declara Angelo sentándose sobre la cama; hoy parece estar de un humor excelente.

—Genial —gruño—. Me alegro de que hayas encontrado un patrón generoso, pero insisto en que a mí no me hace ninguna gracia que un gran señor demoníaco sepa que existo. Y dime: ¿qué me va a pedir a cambio de tanta gentileza?

—Solo que te quedes en el hotel y no salgas, al menos de momento. Por lo que me han dicho, ahora mismo está muy ocupado, pero piensa venir a verte en cuanto pueda.

—¿Y si yo no quiero verle a él?

—Cat, Cat, no seas desagradecida. Está de tu parte y no quiere que nadie te haga daño. Además, por lo que tengo entendido, a ti sí tiene previsto revelarte su identidad. Lo menos que puedes hacer a cambio es escuchar lo que tenga que decirte.

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