Read Dos velas para el diablo Online
Authors: Laura Gallego García
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil
No tengo respuesta para esa pregunta, por lo que guardo silencio. Pienso, por una parte, que mi padre vivía con la sensación de haber perdido algo importante, y que —al menos mientras yo estuve con él— dedicó mucho tiempo y esfuerzos a la búsqueda de Dios. Él creía en esa búsqueda sincera y firmemente. Era algo demasiado importante para él como para tratarse de una quimera o de una invención.
Pero todo esto no puedo explicárselo a Angelo. No lo entendería, y además no tengo por qué compartir con un demonio mis recuerdos más preciados. Alguien que olvida su pasado con tanta facilidad no puede comprender el valor que tiene el mío para mí.
Cruzamos la calle, dando la espalda al paseo y al río, y llegamos a un hotel. Alzo la mirada para ver el letrero que preside la entrada:
«Peace Hotel».
Con ese nombre, parece un lugar más apropiado para un encuentro entre ángeles que entre demonios. Pero, ya se sabe, estas criaturas tienen un sentido del humor muy peculiar.
Es un lugar muy elegante. Antiguo, pero elegante. Y tiene aspecto de ser muy caro. Sigo a Angelo hasta el café del hotel, sobrio y tenuemente iluminado, donde hay unas pocas personas sentadas en torno a las pequeñas mesas octogonales que salpican el local, hablando, tomando copas o siguiendo la actuación de un grupo de jazz que toca en vivo, y muy bien, por cierto.
El brillo de dos pares de ojos rojizos en la penumbra atrae nuestra atención. No veo ningún otro demonio en la sala, aunque sí hay más fantasmas de lo normal. Supongo que eso se debe a que el edificio tiene muchos años; tal vez sea centenario y todo.
Angelo se dirige hacia ellos y se sienta frente a una pareja de demonios. El hombre debe de ser Orias, y me sorprende comprobar que es chino; creía que se trataba de un demonio occidental, incluso africano, puesto que Angelo afirmaba haberlo conocido bajo otro nombre en Nigeria. Pero, claro, otro nombre y otra identidad implican probablemente otro aspecto. Quién sabe cuánto tiempo lleva Orias en Shanghai, y cuánto hace que adoptó el rostro que ahora nos muestra, un rostro que no aparenta más de cuarenta años, de rasgos duros y fríos, pómulos altos y cejas ligeramente arqueadas.
Su compañera también es china, una bella mujer de cabello largo, liso, y facciones aristocráticas. Angelo le dirige una mirada cautelosa. Yo floto por encima de ellos tratando de no llamar demasiado la atención.
—Angelo, ¿verdad? —sonríe el demonio.
Mi aliado asiente, sin apartar la vista de la diablesa. Está claro que no sabía que iba a asistir a la reunión, y no sabe cómo interpretar su presencia.
—Y tú debes de ser Orias —dice—. No lo recordarás, probablemente, pero nos vimos en África hace mucho tiempo —hace una pausa y prosigue—. Entonces tenías otro nombre y un aspecto distinto.
Orias se encoge de hombros con indiferencia.
—Como todos —comenta—. Pero en círculos demoníacos sigo usando mi nombre más conocido. Resulta más práctico. Y a ella puedes llamarla Jade —añade señalando a su compañera.
Ella inclina la cabeza y sonríe, pero no dice nada. Angelo no le devuelve la sonrisa.
—He venido en busca de información sobre el futuro —declara.
—Como todos —repite Orias; sus largos dedos tamborilean sobre la mesa, con un ritmo suave, hipnótico—. Eso tiene un precio, ¿sabes?
—Tengo una espada —afirma Angelo, pero Orias chasquea la lengua con cierto disgusto.
—Las espadas angélicas ya no tienen el mismo valor que antes.
—No; me refiero a que tengo la espada de otro demonio.
Orias entorna los ojos.
—¿Un demonio poderoso?
—Juzga tú mismo —dice, y le tiende la espada de Alauwanis, bien protegida en su funda.
Orias sostiene el arma por la empuñadura, apenas unos momentos.
—Ahazu —comenta mencionando otro de los nombres de Alauwanis; alza una ceja y mira a Angelo, interesado—. ¿Asesinado por una espada angélica?
Angelo se encoge de hombros.
—Soy un tipo de recursos —comenta solamente.
—No podrás seguir usando esa espada durante mucho tiempo —interviene entonces Jade; tiene una voz bonita, suave y profunda—. No tardará en invertirse si la empuñas a menudo.
—Soy consciente de ello —asiente Angelo; se vuelve de nuevo hacia Orias—. ¿Y bien?
—Servirá —acepta el demonio, y recoge la espada para colgarla del respaldo de su silla—. ¿Quieres una visión o una profecía?
Angelo niega con la cabeza.
—Es algo un poco más complejo que eso. Tiene que ver con una conspiración, planes secretos y predicciones para un futuro que ha de cumplirse.
Noto que el interés de Orias aumenta por momentos. Sin embargo, al mismo tiempo lo veo echarse hacia atrás y mirar a Angelo con más cautela que antes.
—Soy todo oídos —murmura.
—Tengo una teoría —comienza Angelo—. Creo que alguien, probablemente un demonio de los poderosos, está planeando algo muy gordo. Algo tan arriesgado que no se atrevería a ponerlo en práctica de no estar totalmente convencido de que saldrá bien. Creo que ese alguien quiso echarle un vistazo al futuro para asegurarse de que su plan era viable. Y creo que lo que vio le pareció satisfactorio, porque sus lacayos actúan en su nombre y justifican sus acciones invocando una profecía que va a cumplirse. También creo que solo tú puedes haber formulado esa profecía.
—Naturalmente —asiente Orias—. Nadie más que yo tiene el poder de ver el futuro, ya lo sabes. ¿Qué es lo que quieres, pues? ¿Qué te revele el nombre de ese hipotético señor demoníaco que, solo hipotéticamente, acudió a mí para echar una ojeada a un futuro hipotético? Pues has de saber que no me dedico a delatar a otros demonios, sobre todo si son poderosos… hipotéticamente hablando, claro. Si buscas soplones y husmeadores, vete a hablar con la gente de Agliareth.
Angelo sonríe otra vez. No me cabe duda de que está recordando sus reuniones con Nergal.
—Ya lo he hecho —dice—. De todos modos, también tengo una teoría al respecto y creo que no tardaré en confirmarla, con tu testimonio o sin él. Lo que quiero a cambio de esa espada es una visión.
—Ahora empiezas a hablar mi idioma —gruñe Orias.
—Pero no una visión cualquiera —puntualiza Angelo—. Quiero ver el mismo futuro que le mostraste a ese demonio que vino a hablar contigo.
Jade deja escapar una leve risa. Orias frunce el ceño.
—Los futuros no son intercambiables, Angelo. No puedo mostrarte un destino que no te corresponde.
—Si lo que planea nuestro amigo hipotético es tan grande como sospecho, las consecuencias de sus acciones se reflejarán en el futuro de todos nosotros. No creo que tuviera interés en ver su propio futuro. Probablemente querría echarle un vistazo al futuro de nuestra raza. O al futuro de nuestro mundo. Si pudiste mostrárselo a él, también puedes ofrecerme a mí la misma visión.
Orias y Jade cruzan una breve mirada. Finalmente, el demonio vidente se encoge de hombros.
—¿Por qué no? —murmura—. Tú pagas, tú mandas. ¿Estás seguro de que quieres verlo?
—¿Ese futuro hipotético? —sonríe Angelo—. Claro que sí.
Pero Orias le dirige una mirada socarrona.
—No —lo contradice—. Me temo que esto no tiene nada de hipotético.
Alza las manos y las coloca en las sienes de Angelo. Ambos demonios se miran fijamente a los ojos durante un largo instante, sin parpadear siquiera. Planeo por encima de ellos, inquieta.
Y de pronto, la visión comienza. Sucede en la mente de Angelo, y al mismo tiempo en la mía, porque ambas están conectadas.
Todo a mi alrededor da vueltas; el salón, las lámparas, la banda de jazz, todo parece disolverse en el aire como una acuarela bajo la lluvia. La luz se reduce lentamente… el techo y las paredes desaparecen… me mareo… intento gritar, pero soy un fantasma y no tengo voz…
… Y ahora estoy volando muy por encima de la ciudad, sacudida por el viento, arrastrada de un lugar a otro como una hoja de otoño. Tardo un poco en recuperar la estabilidad, y solo entonces echo una mirada al mundo que se extiende a mis pies.
Es Shanghai, sigue siendo Shanghai, pero aparece extrañamente oscura y vacía. Las luces de neón se han apagado, los coches no circulan por las calles, los barcos no surcan el río… y no hay nadie por las calles. Nadie.
Toda la ciudad aparece cubierta por una extraña bruma fantasmal, densa, impenetrable. Me abro paso a través de ella y tengo la horrible sensación de que susurra retazos de palabras perdidas. Pero tiene que ser solo un espejismo, una ilusión producida por la impresión que me ha causado ver desierta la bulliciosa Shanghai.
¿Qué ha pasado aquí?
En busca de respuestas, desciendo un poco más y mi percepción recorre las calles, planeando sobre calzadas vacías, entre edificios huecos que ya comienzan a mostrar señales de soledad y abandono. Cristales resquebrajados, coches olvidados de cualquier manera junto a las aceras, comercios cerrados…
La ciudad está muerta.
Totalmente muerta.
Y no es una metáfora, como descubro inmediatamente: es una aterradora realidad.
Aquí y allá, en las plazas y en las esquinas, se acumulan cientos de cuerpos humanos. Algunas de estas macabras pilas de cadáveres muestran signos de haber ardido; pero en otros casos, los muertos se encuentran amontonados, abandonados sin más. Sin duda habrán servido también de alimento a animales hambrientos, pero prefiero no mirar dos veces para comprobarlo.
Busco, en cambio, señales de posibles supervivientes al desastre que azotó esta ciudad. Solo veo, aquí y allá, perros callejeros que se pelean por el liderazgo del barrio, ratas que salen a husmear desde los rincones y pájaros que pasean por las calzadas sin temor a los coches. La naturaleza está tomando la ciudad. Y no parece haber nadie dispuesto a echarla de aquí.
Descubro entonces cadáveres lejos de los montones de las plazas. Personas que parecen haber fallecido solas, sin nadie que se preocupase de retirar sus restos de las aceras o de cubrirlos, al menos. No son muchos, pero están ahí. La mayor parte de ellos llevan a cuestas sus escasas pertenencias. La muerte parece haberlos sorprendido cuando trataban de huir de la ciudad. Los últimos supervivientes, cansados de apilar cadáveres, se dejaron llevar por el pánico. Quizá creyeron que eran inmunes a lo que quiera que los haya exterminado. Quizá soñaron con encontrar otro lugar donde comenzar de cero. Quizá sospecharon que no era demasiado tarde para ellos.
Se equivocaron.
Detecto movimientos furtivos entre las casas. Sombras de ojos rojos y negras alas se deslizan entre los cadáveres, impasibles ante su desgracia. Los perros callejeros se apartan a su paso. Las ratas les rehuyen con chillidos histéricos.
Pero ellos ignoran a los animales, pues sus enemigos naturales no pueden hacer ya nada para detenerlos, y los seres humanos, que en el pasado los odiaron, los temieron y los veneraron, ahora ya no existen.
Shanghai pertenece a los demonios, y la exploran a sus anchas, pasando por encima de los cuerpos muertos, entrando en sus casas, ocupando sus vidas. Lo hacen con desgana, como si el mundo que los humanos dejan atrás no les resultara interesante. Y, sin embargo, sus ojos brillan con más fuerza que nunca, alentados por el fuego del triunfo, de saber que, por primera vez en la historia, son los amos absolutos de toda la creación.
Trato de elevarme para escapar de su mirada. Me adentro de nuevo en la espesa niebla que cubre la ciudad y es entonces cuando me doy cuenta por primera vez de lo que significa.
En efecto, la bruma habla, susurra; porque no es humo, ni contaminación, ni vapor de agua, ni nubes bajas: es un denso banco de fantasmas. Son todos los muertos de Shanghai, todos aquellos que, quizá por haber fallecido en medio del dolor y el horror más absolutos, no se fueron por el túnel de luz. Ahora sus espectros, perdidos y desconcertados, vagarán para siempre entre los edificios de Shanghai, una ciudad fantasma, antaño orgullosa, ahora un reino de muerte y silencio.
Trato de escapar de aquí, horrorizada, y huyo entre las altísimas torres que ya no son más que cadáveres vacíos de acero y cristal.
Sin la sangre que lo recorría, insuflándole una vida frenética y bulliciosa, el corazón de Shanghai ha dejado de latir.
Para siempre.
Con una vertiginosa sensación de mareo, regreso a mi lugar y a mi momento. Al principio me cuesta ajustarme a la realidad. Miro a mi alrededor, desconcertada, buscando la ciudad extinta que acabo de contemplar, pero me encuentro de nuevo en el bar del
Peace Hotel
, como si nada hubiese sucedido. La banda de jazz sigue tocando, los clientes siguen conversando entre ellos tranquilamente, el camarero sortea las mesas…
Pero yo no puedo quedarme como si no hubiese visto nada. Estoy aturdida, anonadada, completamente aterrada.
Me vuelvo hacia los tres demonios. Orias y Jade se mantienen impasibles, pero Angelo, que debe de haber visto lo mismo que yo, ha tenido el detalle de palidecer, por lo menos.
No puedo quedarme callada. Me encaro con Orias y le suelto:
«¿Qué significa eso? ¿Qué ha pasado en Shanghai? ¿Por qué está muerta toda esa gente?».
Orias y Jade me miran sorprendidos. La diablesa lanza a Angelo una mirada irritada.
—¿Quién es este fantasma? —exige saber—. ¿Por qué está contigo?
Angelo tarda un poco en reaccionar. Adivino por su gesto que todavía no ha vuelto del todo de la Shanghai post-apocalíptica. La pregunta de Jade lo hace regresar a la realidad.
—Impresionante —murmura; alza la cabeza para mirar a Orias—. ¿Cómo… cómo se puede llegar a matar a tanta gente a la vez? ¿Esto sucederá solo en Shanghai… o en todo el mundo?
—En todo el mundo —responde el demonio con gravedad—. Lo que va a suceder… lo que alguien está planeando en secreto… es el exterminio de toda la raza humana.
«¡Pero no podéis estar hablando en serio!», grito, aterrada, provocando gruñidos de irritación entre los demonios.
—Cállate, Cat —me ordena Angelo; sigue mirando a Orias, fascinado—. Pero eso… ¿se puede hacer? ¿Matar a todos los humanos de golpe?
No me gusta nada que me mande callar, pero menos todavía el tono entusiasmado con que recibe la noticia de la futura extinción de la humanidad.
—Hace tiempo que es factible, pero a un alto coste. Sin embargo, parece que alguien ha encontrado el modo de exterminar a los humanos sin destruir todo lo demás.
Angelo sacude la cabeza mientras yo revoloteo sobre ellos, indignada.