Read Dos velas para el diablo Online
Authors: Laura Gallego García
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil
«¿Cómo que incompleta?», pregunto mosqueada.
Orias sonríe.
—Claro; os falta conocer la otra versión.
Angelo entorna los ojos.
—¿Puede haber dos versiones del futuro? Creía que era inmutable.
Nuestro interlocutor se encoge de hombros.
—El futuro —afirma con gravedad— es como un río, tan ancho y poderoso que no se puede cambiar ni invertir su curso. Sin embargo, al mismo tiempo está formado por multitud de pequeños afluentes que sí podemos desviar. Puedes cambiar tu futuro, porque muchas de tus acciones solo dependen de ti. Pero no podrás modificar el destino de toda la humanidad. Para eso es necesaria una acción grandiosa… extraordinaria… una acción cuyas consecuencias realmente supongan un giro en la historia del mundo. Esas acciones no están al alcance de cualquiera, y cuando alguien se ve en la coyuntura de decidir si llevar o no a cabo un acto semejante, normalmente no es consciente de ello. Pero en ocasiones… existe la posibilidad de hacer… o no hacer… algo que cambiará el destino del mundo.
—… y es entonces cuando se generan dos versiones del futuro —adivina Angelo—. Dos cauces por los cuales el río puede llegar a discurrir. Interesante disyuntiva.
—Sí, lo es —coincide Orias—. Aunque debo decir que, cuando esto sucede, para mí resulta bastante desconcertante.
—¿Y le mostraste a nuestro demonio hipotético las dos versiones del futuro?
—No, y si tú llegaras a conocerlas, te situarías por encima de él.
—Me he percatado. ¿Por qué razón vio él un solo futuro?
—Porque entonces solo había un futuro. Pero después… bueno, después vino otra persona que me pidió exactamente lo mismo que me has pedido tú: que le mostrara la misma visión del futuro que a mi primer cliente. Sucedió entonces que en aquel segundo vistazo ambos vimos algo diferente.
«Eso quiere decir que, entre ambas visiones, pasó algo que creó una segunda posibilidad de futuro», deduzco brillantemente.
—Exacto.
—¿Nos mostrarías esa segunda visión? —pregunta Angelo.
—Depende de lo que puedas ofrecerme a cambio.
«¡Oh, vamos!», protesto. «¿Nos enseñas un futuro apocalíptico, nos dices después que hay otra posibilidad y pretendes cobrarnos esa información? ¡Hay que ser usurero! ¡Y manipulador!».
—Todo eso soy, jovencita, y mucho más —sonríe Orias—. ¿Y bien?
—No tengo nada más que ofrecerte —gruñe Angelo—. Nada que te pueda interesar, a no ser que aceptes una espada angélica.
«¡La espada de mi padre no, pedazo de animal!», le chillo, y Angelo se sujeta la cabeza con la manos y se vuelve hacia mí; sus ojos lanzan llamas y un rictus de furia que deforma sus facciones y lo hace parecer aterrador, casi monstruoso.
—¡BASTA YA DE GRITOS! —aulla con una voz profunda, sobrenatural, que hace que todo mi ectoplasma se estremezca de pavor, justo antes de sentir que algo me golpea con fuerza, como un viento huracanado, y me lanza por encima de las cabezas de la gente, atravesando el techo y después el resto del edificio…
Cuando quiero darme cuenta, estoy al aire libre, bajo la noche sin estrellas de Shanghai. ¿Qué… qué ha pasado? Me cuesta un poco entender que Angelo, finalmente, se ha hartado de mí y me ha «echado» de la conversación. Estoy aturdida y muerta de miedo aún. Nunca lo había visto tan enfadado, tan temible, tan… demonio. Acostumbrada a tratar con un joven engreído y algo pasota, había olvidado cuál era su verdadero rostro, el de una criatura antigua y temible que pertenece a la especie más peligrosa que existe. Ahora mismo, lo único que quiero es alejarme de él y no volver a verlo nunca más, y eso hace que de pronto me asalte una duda importante: ¿y si ha roto nuestro vínculo? ¿Y si me he convertido en un fantasma perdido? Tras un instante de pánico, descubro que el hilo invisible sigue ahí; estirado al máximo, eso sí, pero intacto. Sin embargo, dudo un momento antes de animarme a regresar junto a los demonios. Aún tengo miedo, aún resuena su terrorífica voz en mi mente, y no quiero volver a acercarme a él.
Pero tengo que hacerlo. Tengo que enterarme de lo que está pasando y asegurarme de que Angelo no se deshace de la espada de mi padre.
Cuento hasta tres, hago de tripas corazón y me zambullo de nuevo en el edificio del Peace Hotel. Regreso al bar y descubro, aliviada, que los demonios siguen allí, y que la espada continúa en su vaina, ajustada a la espalda de Angelo. Recuerdo entonces que Orias dijo que no le interesaban las espadas angélicas. ¿Estarán tratando de llegar a algún tipo de acuerdo? Me acerco, procurando no llamar la atención, pero Angelo percibe mi presencia y me lanza una mirada amenazadora. Me detengo, inquieta, pero no vuelve a expulsarme de su lado. Parece que me acepta de nuevo en la reunión, si me porto bien. En fin, qué le vamos a hacer. Seré buena. Permanezco en silencio junto a él, pendiente de lo que hablan.
—… entonces me temo que no voy a poder compartir contigo más información, Angelo —está diciendo Orias.
—Bueno, puedo vivir con ello. Si una de las visiones muestra un futuro en el que la humanidad se extingue, es de suponer que la otra nos revelará uno en el que la humanidad no se extingue.
—Presumiblemente, sí —asiente Orias—. Sin embargo, debo decir que no es tan simple. Al menos, al ángel al que se lo mostré no se lo pareció.
—¿Un ángel? —repite Angelo perplejo.
—En efecto —confirma Orias, satisfecho—. Tengo algunos clientes entre los luminosos. Creen estar en posesión de la verdad y se las dan de generosos y de altruistas, pero en el fondo todos quieren echar un vistazo a su propio futuro.
¡Un ángel! No es que me tranquilice enterarme de que los ángeles acuden a un demonio para consultarle acerca del porvenir, pero la posibilidad de que estén al tanto de los planes de Nebiros (porque, después de todo lo que hemos visto, parece más que claro que es él quien está detrás del futuro apocalipsis vírico que extinguirá a la humanidad) sí me hace sentir más confiada. Los ángeles harán algo al respecto. Detendrán a Nebiros, salvarán a la humanidad. Puede que ya lo estén haciendo. Puede que por eso haya un futuro alternativo para nosotros.
Un ángel iba tras los pasos de Nebiros y fue a consultar a Orias. Un ángel vio un futuro alternativo. Un ángel sabe que hay esperanza, que existe una posibilidad de desviar el curso del río.
—Y supongo que no podrás decirnos quién era…
—Debo confidencialidad a todos mis clientes. Tanto al ángel como al hipotético demonio. A ti no te gustaría que yo les dijese a otras personas que Angelo ha andado husmeando, ¿no?
—Claro que no —masculla mi aliado, alarmado—. Olvida lo que he dicho. Ya me las arreglaré para averiguarlo por mi cuenta.
—En tal caso, me temo que la reunión ha terminado.
—Orias —interrumpe entonces Jade—. Se hace tarde y tenemos un viaje que preparar, ¿recuerdas?
—¿Un viaje? —repite Orias, desconcertado.
—Prometiste que este fin de semana iríamos a Beijing.
—Ah, sí. No te preocupes, sé que vamos a ir —le sonríe, y ella le devuelve la sonrisa, coqueta—. Pero dime, ¿no tenías una cita con Ch'ang-E?
Jade se encoge de hombros.
—No voy a ir —replica con indiferencia.
—Jade, Jade, eso no está bien —la riñe Orias—. Hay que respetar al enemigo, eso es lo que dice siempre Lucifer. Incluso cuando el enemigo está de alas caídas. Y tú no haces más que darle esquinazo a la pobre Siempre Sublime.
—Ya lo sé —protesta ella con un mohín—. Pero es que es demasiado insistente. Y si sigo peleando contra ella, algún día se me irá la mano y la mataré de verdad.
Pobre Ch'ang—E, pienso para mis adentros. Pobre
Siempre Sublime
. Me pregunto qué es peor para un ángel: morir en Combate contra un demonio o ser menospreciado por ellos.
Quizá por eso Ch'ang-E insiste en pelear. Quizá no se trate de que esté loca o tema a la Plaga.
Tal vez… solo tal vez… busque recuperar algo de su dignidad perdida.
—… Johann trabajaba para Alauwanis, quien, a su vez, cumplía órdenes de Nebiros —explica Angelo—. El propio Nebiros, o alguien muy cercano a él, acudió a Orias en busca de una visión del futuro, y lo que vio fue un futuro en el que toda la humanidad sucumbía ante un virus absolutamente letal. De todo lo cual he deducido que es eso lo que planea Nebiros: crear una enfermedad lo bastante poderosa como para exterminar a todos los humanos, y solo a ellos. No sabemos cuándo sucederá eso. Solo tenemos claro que sucederá… tarde o temprano. Y será rápido y fulminante. Y no habrá modo de pararlo.
Lo ha resumido bastante bien, he de reconocerlo. Dicho así suena mucho más sencillo de lo que me había parecido a mí en un principio. Y mucho más aterrador.
Estamos de vuelta en Berlín, en el bar donde nos enteramos de la muerte de Johann. Angelo ha quedado otra vez con su contacto, el enviado de su señor. Ahora sé que se llama Hanbi. En esta ocasión, no me conformo con esperar en la puerta. Procuro no intervenir, sin embargo. No solo porque no me conviene que se sepa que sigo viva, sino también porque no quiero que Angelo vuelva a enfadarse conmigo, como sucedió en Shanghai.
No hemos hablado del tema, y desde entonces me ha tratado más o menos como siempre, pero yo no he olvidado su cara ni su voz cuando me expulsó del hotel. Y prefiero no tener que volver a pasar por eso, de modo que ahora floto sobre ellos, tratando de no llamar demasiado la atención. Y, de momento, tengo suerte: Hanbi no se ha fijado en mí, pero yo me estoy enterando de todo.
Así que, al fin y al cabo, teníamos razón: Nebiros anda detrás de todo esto. Solo él, propagador de la Peste Negra y creador del Ebola entre otros muchos azotes de la humanidad, podría estar detrás de un plan tan retorcido. Y, por otro lado, a Angelo le consta que Alauwanis estuvo trabajando para él en un pasado no muy lejano. Así que no nos ha hecho falta que Orias delatase a su «demonio hipotético»: ya hemos adivinado su identidad nosotros solitos.
Sin embargo, hay algo en lo que mi olfato detectivesco (suponiendo que lo tenga) se ha equivocado con creces: Nebiros no planeaba exterminar a los ángeles. Puede que, después de todo, la Plaga no sea cosa suya. Su objetivo somos nosotros, los humanos. ¿Quién lo iba a decir?
—Entiendo —asiente Hanbi, pensativo.
—Todavía no sé qué tiene que ver todo esto con la muerte de Cat —añade Angelo—. No veo por qué razón la hija de un ángel puede llegar a preocupar tanto a alguien que planea la extinción de la especie humana. A no ser, claro, que su padre hubiese descubierto el plan de algún modo, y Nebiros sospechase que se lo había contado a Cat. Pero, aun así… no veo cómo podría haberlo impedido ella. Quiero decir que sigo sin encontrarle el sentido.
Tampoco yo se lo encuentro, ahora que lo dice. Todo este rollo de la extinción de la humanidad me ha impresionado lo bastante como para olvidarme de mi propia muerte… que no es poco. Pero es cierto: si Nebiros está detrás de todo esto, es a él a quien debo el hecho de estar muerta. Maldito demonio. Me gustaría poder decir que me las pagará todas juntas, pero, lamentablemente, no hay mucho que yo pueda hacer al respecto ahora mismo.
Con un poco de suerte, el jefe de Hanbi vengará mi muerte… No es que me haga gracia la idea de que mis planes de revancha dependan de un señor del infierno, pero he de reconocer que, junto con Angelo, es el único que se ha preocupado por investigar un poco el asunto de mi asesinato.
Observo a Hanbi, esperanzada.
—No necesitas darle tantas vueltas, Angelo. Por nuestra parte, esta información es más que suficiente. No solo has averiguado el nombre del demonio que ordenó la muerte de la muchacha, sino que además has descubierto qué se trae entre manos. Has cumplido con lo que te encargamos. Estoy seguro de que mi señor estará plenamente satisfecho.
¿Eh? ¿Quiere decir eso que lo van a dejar correr, sin más?
Angelo se le queda mirando.
—Pero hay una relación, ¿verdad? Vosotros sabéis por qué mataron a Cat. Y probablemente sabéis también más cosas acerca de la muerte de su padre.
Hanbi se encoge de hombros.
—Teníamos una idea bastante aproximada, sí. Y ahora ya no es una idea aproximada: es una certeza.
—¿Y qué tal si compartes esa certeza conmigo?
Hanbi le responde con una carcajada.
—Vaya, Angelo, estoy empezando a pensar que sí te lo has tomado como un asunto de propiedad. ¿Qué más te da? La chica está muerta, ¿no?
No puedo quedarme callada por más tiempo. La prudencia nunca ha sido mi fuerte y, aunque sigo temiendo la reacción de Angelo, ahora mismo mi indignación supera cualquier otro sentimiento.
Desciendo hasta ellos y me planto ante Hanbi.
«La chica está muerta, sí», replico de mal talante. «Pero aún tiene sentimientos, ¿sabes?».
—¡Cat! —me regaña Angelo, irritado; sus ojos echan chispas rojas—. ¡Habíamos decidido que te mantendrías al margen!
«No, perdona, guapo, tú habías decidido que yo me quedaría al margen. No se te ocurrió preguntarme mi opinión. Para variar».
Angelo me mira y parece que va a montar en cólera nuevamente. Retrocedo un poco, intimidada, arrepintiéndome ya de lo que he dicho, pero él respira hondo un par de veces y responde con frialdad:
—Muy bien, como quieras. Luego, no te lamentes si tenemos problemas porque no has sabido ser discreta.
Hanbi se queda con la boca abierta. Supongo que, aunque los demonios están acostumbrados a ver fantasmas, no lo están tanto a que estos les hablen.
—¿Cat? —repite—. ¿Qué se supone que estás haciendo aquí?
—Eso me gustaría saber a mí —refunfuña Angelo.
Hanbi me mira alzando una ceja.
—¿Te has quedado para torturar a este pobre demonio porque no supo protegerte? —pregunta con guasa.
Me da rabia reconocerlo, pero el asunto de mi muerte no fue culpa de Angelo en realidad. Por supuesto, no pienso admitirlo delante de otras personas, y mucho menos delante de él.
«Me he quedado para vengar a mi padre», declaro.
—Ah, entiendo. Bueno, pues no puedo ayudarte. Deberías dejarte de venganzas y marcharte de una vez por el túnel de luz. Lo que pase entre demonios no te concierne.
«¿Como que no me concierne? ¡Estoy muerta precisamente por eso!».
—Por meterte donde no te llaman. Y ahora, si me disculpáis…
Hace ademán de levantarse, pero Angelo lo detiene:
—Espera. Hay otra cosa acerca de los planes de Nebiros que tal vez debas saber… tú y tu señor, por supuesto.