A su paso, los eunucos se arrodillaban y se llevaban al pecho los puños cerrados. Dany les devolvió el saludo. La marea estaba subiendo y la espuma de las olas bañaba los cascos de la plata. Se veían los barcos a lo lejos, en mar abierto. La
Balerion
, la gran coca antes llamada
Saduleon
, con sus velas plegadas, era la más cercana. Más allá flotaban las galeras
Meraxes
y
Vhagar
, que antes eran
Sol del verano
y
Travesura de Joso
. En realidad los barcos no eran suyos, sino del magíster Illyrio, pero pese a todo les había puesto nombres nuevos sin detenerse a pensarlo. Nombres de dragones y no sólo eso: en la antigua Valyria, antes de la Maldición, Balerion, Meraxes y Vhagar habían sido dioses.
Al sur del ordenado reino de estacas, zanjas, entrenamientos y eunucos aseados estaba el campamento de los libertos, un lugar mucho más ruidoso y caótico. Dany había armado a los antiguos esclavos lo mejor que había podido, con armas de Astapor y Yunkai, y Ser Jorah había organizado a los hombres en condiciones de luchar en cuatro compañías fuertes, pero allí nadie practicaba. Pasaron junto a una hoguera de madera arrastrada por el mar, donde un centenar de personas se habían reunido para asar un caballo muerto. Le llegó el olor de la carne y oyó cómo chisporroteaba la grasa a medida que los niños daban vueltas al espetón, pero aquello la hizo fruncir el ceño.
Los chiquillos corretearon detrás de sus caballos entre saltos y risas. En vez de saludos, muchas voces la llamaron en un revoltillo de idiomas. Algunos libertos le gritaban «Madre», mientras otros le pedían dádivas o favores. Unos rezaban a dioses desconocidos para bendecirla y otros, en cambio, le pedían su bendición. Dany les sonreía, iba de izquierda a derecha, tocaba las manos que se alzaban hacia ella y permitía que los que se arrodillaban le tocaran los estribos o la pierna. Muchos libertos creían que tocarla daba buena suerte.
«Que me toquen, si eso les inspira valor —pensó—. Todavía nos esperan pruebas muy duras...»
Dany se había detenido para hablar con una mujer embarazada que quería que la Madre de Dragones pusiera nombre a su hijo cuando alguien la agarró por la muñeca izquierda. Se dio la vuelta y vio a un hombre alto y harapiento, con la cabeza afeitada y el rostro quemado por el sol.
—No tan fuerte... —empezó a decir.
Pero antes de que pudiera terminar la frase, el hombre le dio un tirón del brazo y la arrancó de la silla. El suelo subió hacia ella y la dejó sin aliento, y la plata relinchó y retrocedió. Dany, conmocionada, giró hacia un lado y se incorporó sobre un codo...
Entonces fue cuando vio la espada.
—Aquí está la puerca traidora —dijo—. Sabía que tarde o temprano vendrías a que te besaran los pies. —Tenía la cabeza calva como un melón, la nariz enrojecida y pelada, pero conocía aquella voz y aquellos ojos color verde claro—. Voy a empezar por cortarte las tetas.
Dany fue vagamente consciente de que Missandei gritaba pidiendo ayuda. Un liberto se adelantó, pero sólo un paso. Una estocada rápida y cayó de rodillas con el rostro lleno de sangre. Mero se limpió la sangre en los calzones.
—¿Quién es el siguiente?
—Yo.
Arstan Barbablanca saltó de su caballo y se situó junto a Dany; la brisa marina le agitaba el pelo blanco mientras sujetaba el largo cayado de madera con ambas manos.
—Venga, abuelo —dijo Mero—, lárgate antes de que te rompa el bastón en dos y te lo meta por el culo...
El anciano hizo una finta con un extremo del cayado, lo recogió y lanzó el otro extremo como un látigo, a una velocidad que Dany jamás había visto. El Bastardo del Titán retrocedió tambaleante hacia el mar, al tiempo que escupía sangre y dientes rotos de la boca destrozada. Barbablanca puso a Dany tras él. Mero le lanzó una estocada al rostro. El anciano saltó hacia atrás rápido como un felino. El cayado golpeó a Mero entre las costillas y lo hizo tambalear. Arstan saltó a un lado en el agua, detuvo un tajo de la espada, esquivó un segundo con agilidad y bloqueó un tercero en medio del arco. Los movimientos eran tan rápidos que Dany apenas podía seguirlos. Missandei la estaba ayudando a ponerse en pie cuando oyó un chasquido. Al principio pensó que el cayado de Arstan se había roto, hasta que vio el hueso roto que salía de la pantorrilla de Mero. Al caer, el Bastardo del Titán se retorció y lanzó una estacada directa al pecho del anciano. Barbablanca apartó la hoja con un movimiento casi despectivo, y con el otro extremo del cayado golpeó la sien del hombretón. Mero quedó tendido, con la boca llena de sangre, mientras las olas lo cubrían. Un instante más tarde los libertos también lo cubrieron, todos con cuchillos, piedras y puños furiosos, en un enloquecido frenesí.
Dany apartó la vista, asqueada. En aquel momento tenía más miedo que cuando Mero la había atacado.
«Ha estado a punto de matarme.»
—Alteza. —Arstan se arrodilló—. Soy un anciano, estoy avergonzado. No debí permitir que se os acercara tanto. He sido negligente. Sin la barba y sin el pelo no lo reconocí.
—Igual que yo. —Dany respiró hondo para dejar de temblar. «Enemigos por todas partes»—. Llevadme a mi tienda. Por favor.
Cuando llegó Mormont, ya estaba arrebujada en su piel de león, y bebía una copa de vino especiado.
—He estado examinando la muralla del río —empezó a decir Ser Jorah—. Es un poco más alta que las demás e igual de sólida. Además, los meereenos tienen una docena de barriles incendiarios atados bajo los baluartes...
—Tendríais que haberme avisado de que el Bastardo del Titán había conseguido escapar —lo interrumpió Dany.
—No me pareció necesario alarmaros, Alteza —dijo el caballero frunciendo el ceño—. He ofrecido una recompensa por su cabeza...
—Pues pagádsela a Barbablanca. Mero ha viajado con nosotros desde que salimos de Yunkai. Se afeitó la barba y se confundió entre los libertos a la espera de que le llegara una ocasión para vengarse. Arstan lo ha matado.
—¿Queréis decir que un escudero con un palo ha acabado con Mero de Braavos? —Ser Jorah miraba fijamente al anciano.
—Con un palo —asintió Dany—. Pero escudero... nunca más. Ser Jorah, es mi deseo que se arme caballero a Arstan.
—No.
La sonora negativa fue toda una sorpresa. Y lo más extraño fue que salió de los labios de los dos hombres a la vez. Ser Jorah desenvainó la espada.
—El Bastardo del Titán era un individuo peligroso. Sabía cómo matar. ¿Quién sois vos, anciano?
—Un caballero mejor que vos, ser —replicó Arstan con frialdad.
«¿Un caballero?» Dany estaba confusa.
—Me dijisteis que erais escudero.
—Lo fui, Alteza. —Se dejó caer sobre una rodilla—. En mi juventud fui escudero de Lord Swann, y por orden del magíster Illyrio también he servido a Belwas el Fuerte. Pero, entre esos años, fui caballero en Poniente. No os he contado ninguna mentira, mi reina, os he ocultado algunas verdades. Por eso y por el resto de mis pecados sólo puedo suplicar vuestro perdón.
—¿Qué verdades me habéis ocultado? —A Dany no le estaba gustando nada aquello—. Decídmelo. Ahora mismo.
—En Qarth —dijo el anciano inclinando la cabeza—, cuando me preguntasteis mi nombre, os dije que me llamaban Arstan. Eso es cierto. Muchos hombres me llamaron así durante el viaje que hicimos Belwas y yo para buscaros. Pero no es mi verdadero nombre.
«Me ha engañado, como me advirtió Jorah, pero me acaba de salvar la vida.» Dany estaba cada vez más confusa y furiosa.
—Mero se afeitó la barba, vos en cambio os la dejasteis crecer, ¿verdad? —Ser Jorah tenía el rostro congestionado—. Mierda, ahora entiendo por qué me resultabais tan familiar.
—¿Lo conocéis? —preguntó Dany al caballero exiliado.
—Lo vi una docena de veces, casi siempre de lejos, cuando estaba con sus hermanos o tomaba parte en un torneo. Pero no había hombre en los Siete Reinos que no conociera a Barristan el Bravo. —Puso la punta de la espada en el cuello del anciano—.
Khaleesi
, el que se arrodilla ante vos es Ser Barristan Selmy, Lord Comandante de la Guardia Real, que traicionó a vuestra Casa para servir al Usurpador Robert Baratheon.
—El cuervo llama negro al grajo, y vos habláis de traiciones. —El anciano caballero ni siquiera pestañeó.
—¿Qué hacéis aquí? —exigió saber Dany—. Si Robert os envió para matarme, ¿por qué me habéis salvado la vida? —«Sirvió al Usurpador. Traicionó la memoria de Rhaegar y abandonó a Viserys para que viviera y muriera en el exilio. Pero, si hubiera querido verme muerta, sólo habría tenido que echarse a un lado»—. Quiero que me digáis toda la verdad, por vuestro honor de caballero. ¿A quién servís, al Usurpador o a mí?
—A vos, si me aceptáis. —Ser Barristan tenía lágrimas en los ojos—. Acepté el perdón de Robert, sí. Lo serví en la Guardia Real y en el Consejo. Serví con el Matarreyes y con otros casi tan malos como él, que deshonraron la capa blanca que llevé. No tengo excusa para eso. Tal vez aún estaría sirviendo en Desembarco del Rey si el malvado muchacho que se sienta en el Trono de Hierro no me hubiera expulsado. Me avergüenza reconocerlo. Pero cuando me quitó la capa que el Toro Blanco me había puesto en los hombros, y el mismo día envió hombres para matarme, fue como si me arrancara un velo de los ojos. Fue entonces cuando supe que debía buscar a mi verdadero rey y morir a su servicio...
—Me encantará complaceros —dijo Ser Jorah con voz tensa.
—Silencio —dijo Dany—. Quiero escucharlo.
—Tal vez deba morir como traidor —dijo Ser Barristan—. Si es así, no moriré solo. Antes de aceptar el perdón de Robert luché contra él en el Tridente. En aquella batalla vos estabais en el otro bando, ¿no, Mormont? —No esperó la respuesta—. Siento no haberos dicho toda la verdad, Alteza. Era la única manera de impedir que los Lannister supieran que me había unido a vos. Os vigilan, igual que vigilaron a vuestro hermano. Durante años Lord Varys recibió información sobre cada movimiento de Viserys. A lo largo de los años oí cientos de noticias en el Consejo Privado. Y desde el día en que os casasteis con Khal Drogo, ha habido a vuestro lado un informador que vendía vuestros secretos, que trataba con la Araña y le cambiaba susurros por oro y promesas.
«No es posible, no puede ser...»
—Os equivocáis. —Dany miró a Jorah Mormont—. Decidle que se equivoca. Que no hay ningún informador. Decídselo, Ser Jorah. Hemos cruzado juntos el mar dothraki y el desierto rojo. —El corazón le aleteaba como un pájaro enjaulado—. Decídselo, Jorah. Decidle que lo ha entendido mal.
—Los Otros se os lleven, Selmy. —Ser Jorah dejó caer la espada sobre las alfombras—. Sólo fue al principio,
khaleesi
, antes de que llegara a conoceros... antes de que llegara a amaros...
—¡No os atreváis a pronunciar esa palabra! —Dany retrocedió—. ¿Cómo habéis sido capaz? ¿Qué os ofreció el Usurpador? ¿Oro? ¿Fue oro? —Los Eternos le habían dicho que sufriría otras dos traiciones, una por oro y otra por amor—. Decid, ¿qué os prometió?
El caballero inclinó la cabeza.
—Varys me dijo... que podría volver a casa.
«¡Yo iba a llevaros a casa!» Los dragones percibieron su furia.
Viserion
echó a volar y le empezó a salir humo gris del morro.
Drogon
batió el aire con las alas negras y
Rhaegal
echó la cabeza hacia atrás y eructó una llamarada.
«Debería dar la orden y que los quemaran a los dos.» ¿Acaso no había nadie en quien pudiera confiar, nadie que cuidara de ella y la protegiera?
—¿Todos los caballeros de Poniente son tan falsos como vosotros dos? Fuera de aquí, antes de que mis dragones os abrasen. ¿Cómo olerá un mentiroso asado? ¿Tan mal como las cloacas de Ben el Moreno? ¡Marchaos!
Ser Barristan se levantó, despacio, con rigidez... Por primera vez, aparentaba la edad que tenía.
—¿Adónde deseáis que vayamos, Alteza?
—¡Al infierno, a servir al rey Robert! —Dany sintió las lágrimas calientes en las mejillas.
Drogon
chilló y sacudió la cola—. Los Otros se os lleven a los dos. —«Marchaos, marchaos, la próxima vez que vea vuestras caras os haré cortar esas cabezas traidoras.» Pero no fue capaz de decirlo. «Me han traicionado. Pero me han salvado. Pero me han mentido»—. Marchaos a... —«Mi oso, mi oso fiero y fuerte, ¿qué haré sin vos? Y el anciano, que fue amigo de mi hermano»—. Marchaos a... a...
«¿Adónde?»
Y, entonces, se le ocurrió.
Tyrion se vistió en la oscuridad mientras escuchaba la respiración pausada de su esposa en el lecho que compartían. «Tiene pesadillas», pensó al oír murmurar algo a Sansa... tal vez un nombre, aunque eran simples susurros que costaba entender. Como marido y mujer compartían una cama de matrimonio, pero nada más. «Hasta las lágrimas se las guarda para ella.»
Cuando le habló de la muerte de su hermano esperaba una reacción de dolor y rabia, pero el rostro de Sansa permaneció tan impasible que por un momento temió que no lo hubiera entendido. Sólo más tarde, separados ya por una gruesa puerta de roble, la oyó sollozar. Tyrion había valorado la posibilidad de ir con ella y consolarla.
«No —tuvo que decirse—, no querrá que la consuele un Lannister.» Lo único que pudo hacer por ella fue evitarle los detalles más macabros de la Boda Roja a medida que iban llegando de Los Gemelos. Decidió que Sansa no tenía por qué saber cómo habían destrozado y mutilado el cuerpo de su hermano, ni cómo habían tirado el cadáver desnudo de su madre al Forca Verde en una parodia salvaje de las costumbres funerarias de la Casa Tully. Lo que menos falta le hacía a la chiquilla era más alimento para sus pesadillas.
Pero no fue suficiente. Le había envuelto los hombros con la capa, había jurado protegerla, pero no había sido más que una burla tan cruel como la corona que los Frey habían puesto sobre la cabeza del huargo de Robb Stark después de coserla a su cadáver decapitado. Sansa también lo sabía. Su manera de mirarlo, su rigidez cuando se metía en la cama que compartían... Cuando estaba con ella no podía olvidar ni por un instante quién era y qué era. Ella tampoco. Seguía yendo todas las noches a rezar al bosque de dioses, y Tyrion se preguntaba si no les pediría su muerte. Había perdido su hogar, su lugar en el mundo y a todos aquellos a los que había amado, a todos en los que alguna vez pudo confiar. Se Acerca el Invierno, anunciaba el lema de los Stark, y sin duda había caído cruel sobre ellos.