Tormenta de Espadas (125 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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«Pero para la Casa Lannister es pleno verano. Entonces, ¿cómo es que tengo tanto frío?»

Se puso las botas, se sujetó la capa con un broche en forma de cabeza de león y salió al pasillo iluminado por antorchas. Lo único bueno que tenía su matrimonio era que le había permitido escapar del Torreón de Maegor. Ahora que tenía una esposa y servicio doméstico su señor padre había coincidido con él en que le hacía falta un alojamiento más apropiado, y Lord Gyles se vio desposeído bruscamente de sus espaciosas habitaciones en la parte superior del Torreón de la Cocina. Era un alojamiento espléndido, desde luego, con un dormitorio grande y una sala adecuada, un baño y un vestidor para su mujer, y habitaciones más pequeñas para Pod y para las doncellas de Sansa. Hasta la celda de Bronn junto a la escalera tenía una especie de ventanuco. «Bueno, es más bien una tronera, pero deja entrar la luz.» Cierto que la cocina principal del castillo estaba al otro lado del patio, pero a Tyrion aquellos sonidos y olores le parecían infinitamente mejores a la idea de compartir Maegor con su hermana. Cuanto menos tuviera que ver a Cersei, más feliz sería.

Tyrion oyó los ronquidos de Brella al pasar junto a su celda. Shae se quejaba de aquello, pero era un precio muy bajo. El propio Varys le había recomendado a aquella mujer; en otros tiempos se había encargado de dirigir el servicio doméstico de la Casa Renly en la ciudad, lo que le había proporcionado mucha práctica a la hora de ser ciega, sorda y muda.

Encendió una vela, se dirigió hacia las escaleras de los criados y empezó a bajar. Los pisos de abajo estaban tranquilos, no se oían más pisadas que las suyas. Siguió descendiendo hasta el nivel del patio y todavía más, hasta llegar a una bodega en penumbra con techo en forma de bóveda. La mayor parte del castillo estaba conectado por subterráneos y el Torreón de la Cocina no era una excepción. Tyrion avanzó con su andar patoso por largos pasadizos oscuros hasta dar con la puerta que buscaba y la cruzó.

Dentro lo aguardaban los cráneos de los dragones y también Shae.

—Ya pensaba que mi señor se había olvidado de mí.

Su vestido colgaba de un colmillo negro casi tan alto como ella; estaba dentro de las fauces del dragón, completamente desnuda.

«Balerion»
, pensó. ¿O era
Vhagar
? Todos los cráneos de dragón le parecían iguales.

—Ven aquí. —Sólo con ver a Shae se le ponía dura.

—Ni hablar... —Le dedicó su sonrisa más traviesa—. Estoy segura de que mi señor me sacará de las fauces del dragón.

Pero, cuando se acercó a ella, la chica se inclinó hacia delante y apagó la vela.

—Shae...

La tomó por el brazo, pero ella se giró y se liberó.

—Me tendréis que atrapar. —Su voz le llegaba desde la izquierda—. Seguro que mi señor jugaba a monstruos y doncellas cuando era pequeño.

—¿Estás diciendo que soy un monstruo?

—Tanto como yo doncella. —Estaba a su espalda, oía sus pisadas suaves sobre el suelo—. Pero aun así me tenéis que atrapar.

Al final lo consiguió, pero sólo porque ella se dejó atrapar. Cuando la abrazó tenía el rostro congestionado y jadeaba de tanto tropezar dentro de los cráneos de los dragones. Pero todo se le olvidó en un instante, cuando sintió sus pechos menudos presionados contra el rostro en la oscuridad, los pezones duros acariciándole los labios y la cicatriz de lo que había sido su nariz. Tyrion la tumbó en el suelo.

—Mi gigante —suspiró la chica cuando la penetró—. Mi gigante ha venido a salvarme.

Más tarde, mientras yacían abrazados entre los cráneos de dragones, apoyó la cabeza sobre ella para embriagarse del olor limpio de su pelo.

—Tenemos que marcharnos —dijo de mala gana—. Debe de estar a punto de amanecer. Sansa no tardará en despertarse.

—Deberíais darle vino del sueño —dijo Shae—. Es lo que hace Lady Tanda con Lollys. Una copa antes de acostarse y podríamos follar en la cama a su lado sin que se despertara. —Dejó escapar una risita—. No es mala idea, alguna noche deberíamos probar. ¿No le gustaría a mi señor? —Le puso la mano en el hombro y empezó a masajear los músculos—. Tenéis el cuello duro como la piedra. ¿Qué os preocupa?

Tyrion no se podía ver los dedos. Aun así fue alzando uno por cada una de sus aflicciones.

—Mi esposa. Mi hermana. Mi sobrino. Mi padre. Los Tyrell. —Tuvo que cambiar de mano—. Varys. Pycelle. Meñique. La Víbora Roja de Dorne. —Había llegado al último dedo—. La cara que se refleja en el agua cuando me lavo.

—Es una cara valiente. —Shae besó los restos de su nariz—. Una cara noble y buena. Ojalá pudiera verla ahora mismo.

Toda la dulce inocencia del mundo impregnaba su voz.

«¿Inocencia? No seas imbécil, es una puta, lo único que sabe de los hombres es lo que tienen entre las piernas. Idiota, idiota.»

—Tienes un gusto extraño. —Tyrion se sentó—. A los dos nos aguarda un día muy largo. No deberías haber apagado la vela. ¿Cómo vamos a encontrar tu ropa?

—A lo mejor tenemos que volver desnudos. —Shae se echó a reír.

«Y si nos ven, mi señor padre te hará ahorcar.» Al contratar a Shae como doncella de Sansa tenía excusa si lo veían hablando con ella, pero Tyrion no se engañaba, no estaban a salvo. Varys se lo había advertido.

—Le creé una historia falsa a Shae, pero era para Lollys y Lady Tanda. Vuestra hermana es mucho más desconfiada. Si me llega a preguntar qué sé...

—Le contaréis alguna mentira astuta.

—No. Le diré que es una vulgar seguidora de campamento que conocisteis antes de la batalla del Forca Verde y que trajisteis a Desembarco del Rey contra las órdenes expresas de vuestro padre. No voy a mentir a la reina.

—No sería la primera vez. ¿Queréis que se lo diga?

—Esas palabras hieren más que un cuchillo, mi señor. —El eunuco suspiró—. Os he servido con lealtad, pero también tengo que servir a vuestra hermana siempre que pueda. ¿Cuánto tiempo creéis que me dejaría vivir si ya no le resultara útil? No tengo un fiero mercenario que me proteja ni un valeroso hermano que me vengue, sólo unos cuantos pajaritos que me susurran al oído. Con esos susurros tengo que comprar mi vida un día tras otro.

—Disculpad que no llore por vos.

—Desde luego, pero vos me debéis disculpar que no llore por Shae. Os confieso que no comprendo qué tiene esa muchacha para hacer que un hombre inteligente se comporte como un idiota.

—Lo comprenderíais si no fuerais un eunuco.

—¿Eso pensáis? ¿Se pueden tener sesos o un trozo de carne entre las piernas, pero no ambas cosas? —Varys rió entre dientes—. En ese caso debería estar agradecido a los que me emascularon.

«La Araña tenía razón.» Tyrion tanteó la oscuridad plagada de dragones en busca de su ropa interior. Se sentía un miserable. El riesgo que estaba corriendo lo tensaba como un parche de tambor, además, se sentía culpable. «Que los Otros se lleven la culpa —pensó mientras se ponía la túnica por la cabeza—, ¿por qué me tengo que sentir así? Mi esposa no quiere tener nada que ver conmigo y menos con la parte de mí que sí querría relacionarse con ella. Tal vez debería contarle lo de Shae.» No era el primer hombre que tenía una concubina, desde luego. El honorabilísimo padre de la propia Sansa le había dado un hermano bastardo. Por lo que sabía, su esposa estaría encantada de que se estuviera follando a Shae, todo con tal de que no la tocara a ella.

«No, no me atrevo.» Con votos o sin ellos, no podía confiar en su esposa. Era virgen entre las piernas, sí, pero no era inocente de traición. Ya una vez había acudido a Cersei para contarle los planes de su padre. Y las niñas de su edad no sabían guardar un secreto.

La única solución definitiva era librarse de Shae.

«La podría enviar con Chataya», reflexionó Tyrion de mala gana. En el burdel de Chataya, Shae tendría todas las sedas y piedras preciosas que pudiera desear y los más gentiles clientes de noble cuna. Llevaría una vida mucho mejor de la que tenía antes de que se conocieran.

O, si estaba cansada de ganarse el pan abriéndose de piernas, le podría concertar un matrimonio.

«¿Tal vez con Bronn? —El mercenario nunca había puesto pegas a la hora de comer del plato de su señor, y lo habían nombrado caballero, el mejor partido al que Shae podía aspirar—. ¿O con Ser Tallad? —Tyrion se había fijado en cómo la miraba—. ¿Por qué no? Es alto, fuerte, en cierto modo atractivo, un joven caballero de los pies a la cabeza. —Aunque claro, Tallad creía que Shae era la hermosa doncella de una joven dama del castillo—. Si se casara con ella y descubriera que había sido prostituta...»

—¿Dónde estáis, mi señor? ¿Se os han comido los dragones?

—No. Estoy aquí. —Tanteó un cráneo de dragón—. He encontrado un zapato, pero me parece que es tuyo.

—Mi señor tiene la voz muy seria. ¿Os he disgustado?

—No —respondió quizá demasiado cortante—. Tú nunca me disgustas.

«Y por eso estamos en peligro.» En momentos como aquél soñaba con enviarla lejos, pero las buenas intenciones no le duraban. Tyrion la contempló en la penumbra mientras se ponía una media de seda en una esbelta pierna. «Hay algo de luz.» Una tenue claridad entraba por la hilera de ventanas largas y estrechas situadas en lo más alto de la pared de la bodega. A su alrededor los cráneos de los dragones Targaryen salían de la oscuridad, negros en medio del gris.

—El día llega demasiado pronto.

Un nuevo día. Un nuevo año. Un nuevo siglo.

«Sobreviví a la batalla del Forca Verde y a la del Aguasnegras, joder, también sobreviviré a la boda del rey Joffrey.»

Shae descolgó el vestido del colmillo del dragón y se lo puso por la cabeza.

—Subiré primero yo. Brella querrá que la ayude con el agua del baño. —Se inclinó para darle un último beso en la frente—. Mi gigante de Lannister. Cuánto os quiero.

«Yo también te quiero a ti, preciosa. —Sería una prostituta, pero se merecía más de lo que él le podía dar—. La casaré con Ser Tallad. Parece un hombre honrado. Y es alto.»

SANSA (4)

«Era un sueño tan bonito... —pensó Sansa todavía adormilada. Estaba de vuelta en Invernalia y corría por el bosque de dioses con
Dama
. Su padre también estaba allí, así como sus hermanos, todos sanos y salvos—. Ojalá con soñarlo pudiera hacerlo realidad.»

«Tengo que ser valiente —se dijo, apartando las mantas a un lado. Su tormento terminaría pronto de una manera u otra—. Si tuviera
Dama
a mi lado no estaría tan asustada. —Pero
Dama
estaba muerta, al igual que Robb, Bran, Rickon, Arya, su madre, su padre y hasta la septa Mordane—. Todos están muertos menos yo.» Estaba sola en el mundo.

Su señor esposo no se encontraba a su lado, pero a eso ya se había acostumbrado. Tyrion dormía mal y a menudo se levantaba antes del amanecer. Por lo general, al levantarse lo encontraba en sus habitaciones, a la luz de una vela, absorto en algún pergamino viejo o un libro encuadernado en cuero. En ocasiones, el olor del pan recién salido de los hornos lo llevaba a la cocina, otras subía al jardín del tejado o daba una caminata a solas por el Paseo del Traidor.

Abrió los postigos y se estremeció al tiempo que se le ponía la carne de gallina. Las nubes se acumulaban en el cielo hacia el este, taladradas por rayos de luz solar.

«Parecen dos castillos gigantescos que flotaran en el cielo de la mañana.» Sansa imaginaba las paredes de piedra, los imponentes torreones y las barbacanas. En lo alto de las torres ondeaban estandartes etéreos que se izaban hacia las estrellas cada vez más difusas. El sol empezaba a salir tras ellos, y mientras los miraba pasaron del negro al gris y luego a un millar de tonalidades del rosa, el oro y el carmesí. La brisa no tardó en mezclarlos, y donde había habido dos castillos pronto quedó sólo uno.

Oyó cómo se abría la puerta cuando llegaron sus doncellas con el agua caliente para el baño. Las dos eran nuevas, Tyrion le dijo que las mujeres que la habían atendido hasta entonces eran espías de Cersei, tal como había sospechado siempre Sansa.

—Venid a ver esto —les dijo—. Hay un castillo en el cielo.

Ambas se acercaron para mirar.

—Es de oro. —Shae tenía el pelo corto moreno y ojos atrevidos. Hacía todo lo que se le ordenaba, pero a veces miraba a Sansa con demasiada insolencia—. Un castillo todo de oro, ya me gustaría a mí verlo.

—¿Un castillo? —Brella entrecerró los ojos para verlo mejor—. Esa torre de allí parece que se está derrumbando. No son más que ruinas.

Sansa no quería ni oír hablar de torres que se derrumbaban y castillos en ruinas. Cerró los postigos y se dio la vuelta.

—Hoy vamos a desayunar con la reina. ¿Está mi señor esposo en las estancias?

—No, mi señora —dijo Brella—. Esta mañana no lo he visto.

—Puede que haya ido a ver a su padre —declaró Shae—. Tal vez la Mano del Rey necesite su consejo.

Brella sorbió por la nariz.

—Será mejor que os metáis en la bañera antes de que se enfríe el agua, Lady Sansa.

Sansa dejó que Shae le sacara el camisón por la cabeza y se metió en la enorme bañera de madera. Estuvo tentada de pedir una copa de vino para calmar los nervios. La boda se iba a celebrar al mediodía en el Gran Sept de Baelor, al otro lado de la ciudad. Al anochecer tendría lugar el banquete en el salón del trono, con un millar de invitados, setenta y siete platos, bardos, malabaristas y cómicos. Pero lo primero iba a ser el desayuno en el salón de baile de la reina para todos los Lannister y los hombres Tyrell, las mujeres de la Casa Tyrell iban a desayunar con Margaery, y para un centenar de caballeros y señores menores.

«Me han convertido en una Lannister», pensó Sansa con amargura.

Brella mandó a Shae a buscar más agua mientras ella le frotaba la espalda a Sansa.

—Estáis temblando, mi señora.

—Es que el agua está fría —mintió Sansa.

Las doncellas la estaban vistiendo cuando apareció Tyrion, seguido por Podrick Payne.

—Estás muy hermosa, Sansa. —Se volvió hacia su escudero—. Pod, ponme una copa de vino, por favor.

—Habrá vino en el desayuno, mi señor —dijo Sansa.

—También hay vino aquí. No pensarás que voy a enfrentarme a mi hermana sobrio, ¿verdad? Es un nuevo siglo, mi señora. Se cumplen trescientos años de la Conquista de Aegon. —El enano cogió la copa de tinto que le ofreció Podrick y la alzó—. Por Aegon, un tipo con suerte. Dos hermanas, dos esposas y tres dragones grandes, ¿qué más se puede pedir?

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