Read Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos Online
Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta
Tags: #Ensayo, #Biografía
El adiós al COE y a su delirante pretensión de presidir el COI —imposible por infinidad de razones, la primera y más elemental de ellas, la cercanía de la hégira protagonizada por otro español, Samaranch— no desalentó a Urdangarin en su misión de traducir a dinero contante y sonante su amor al deporte. Aquel mes de septiembre de 2005 recibió una llamada de su amigo Miguel Zorío, presidente de la que tal vez es la empresa de comunicación y relaciones públicas más importante de la Comunidad Valenciana, Lobby.
—Iñaki, me gustaría quedar contigo para ver qué te parece una idea que se me ha ocurrido y que podría encajar en la Generalitat.
—Ya sabes, Miguel, que contigo iría al fin del mundo. Nos vemos cuando quieras.
Miguel Zorío le relató superficialmente lo que había alumbrado su privilegiada cabeza: la celebración de unos «Juegos Europeos» a imagen y semejanza de los consolidadísimos Juegos Panamericanos o Asiáticos. Se trataba de engatusar a Francisco Camps para que apoquinase la tela, cerca de 6 millones de euros por edición. Tras el plácet ducal, Zorío, que se había encargado de las relaciones con la prensa en el Valencia Summit de 2004, pidió audiencia al presidente de la Generalitat valenciana. Se la dieron ipso facto. ¿Quién iba a decir «no» a Urdangarin y a Zorío, un profesional de la comunicación extraordinariamente bien conectado con el PP valenciano?
El día de autos no hubo mucha discusión. Por lo que se ve, el presidente valenciano no deseaba muchas precisiones. Le bastó escuchar un somero relato de la naturaleza de los Juegos Europeos para interrumpir a Miguel Zorío sin tan siquiera dejar intervenir al yerno del rey de España:
—Me encanta, me encanta —exclamó el hombre que cuatro años más tarde se convertiría para su desgracia en el político más famoso de España por culpa de media docena de trajes supuestamente regalados por Pablo Crespo y Álvaro Pérez,
el Bigotes
, los cerebros de la trama Gürtel de financiación ilegal del Partido Popular.
Zorío, un imaginativo estajanovista, se puso las pilas para tener todo a punto en octubre. Paco Camps quería presentar el proyecto en sociedad en el plazo de un mes. No más. El presidente de Lobby Comunicación puso a su equipo a trabajar a destajo. Había que cumplir los designios del jefe del ejecutivo de la Comunidad Valenciana como fuera. No era cuestión de contrariar al «amiguito del alma» del Bigotes. Y menos cuando ya había anticipado que pondría «la pasta» encima de la mesa.
Lobby Comunicación nunca fallaba. A Zorío le indicaron que tuviera listo todo en un mes y lo tuvo todo listo en un mes. El 21 de octubre debía ser un gran día: para Camps, que se embarcaba en un proyecto con un miembro de la familia real, y naturalmente para Iñaki Urdangarin, que contemplaba alborozado cómo la máquina registradora de Nóos no paraba de contabilizar la entrada de billetes.
Era sábado, uno de esos sábados de octubre en Valencia en los que aún se puede circular sin abrigo e incluso en mangas de camisa. Iñaki Urdangarin arribó al Palau de la Generalitat de calle Caballeros de la mano de su socio y sin embargo amigo Miguel Zorío, con un cuarto de hora de antelación. Porque si algo era y es el duque de Palma es puntual. Inmediatamente, la jefa de Gabinete de Camps, Ana Michavila, hermana de José María, el exministro de Justicia, les condujo al enorme despacho presidencial, coronado por un techo plagado de artesonados. A la comitiva se unió pocos minutos después el flamante nuevo presidente del COE. A Alejandro Blanco no le citaron por amistad, Iñaki y él no se tragaban, sino por necesidad. Sin el COI y, por consiguiente, sin el COE, el proyecto no pasaría bajo ningún concepto de las musas al teatro.
Allí se encontraron a un presidente sentado sobre su elefantiásica mesa de trabajo, con las patas colgando, como lo haría un chiquillo.
—Iñaki. ¡Qué placer tenerte aquí!
—El placer es mío —le contestó Txiki, con Zorío de testigo mudo de la escena.
Urdangarin se atrevió a contrariar a un Camps que ya se comportaba como un emperador romano por encima del bien y el mal. Un espíritu cesarista se había apoderado lentamente de su psique hasta transformarlo en un Paco antagónico del humilde, austero y sensato de sus primeros años en política. Eso, al menos, aseguraban los que le conocían de los tiempos de Nuevas Generaciones, las juventudes populares.
—Sería preferible, presidente, hacer la presentación de la mano del PSOE. No olvides que es el partido del Gobierno de España y los vamos a necesitar. ¿Has hablado con Lissavetzky?
—La verdad es que no. ¡Que me pongan con el secretario de Estado para el Deporte, Jaime Lissavetzky! —ordenó a sus secretarias.
El químico Lissavetzky, un hombre noble no exento de temperamento, un político de raza íntimo de Alfredo Pérez Rubalcaba, se cogió un globo de padre y muy señor mío al comprobar por boca de Camps que habían pasado literalmente de él. El que Juan Antonio Samaranch definió en Pekín 2008 como «el mejor secretario de Estado para el Deporte de toda la historia» se despachó a gusto:
—Paco, me hubiera gustado tener conocimiento previo del tema. No es de recibo que hagáis las cosas así.
—Cancela la presentación. Hagámonos las fotos de rigor ante los medios y en los próximos días
agendamos
la puesta en escena de acuerdo con Lissavetzky —le aconsejaron casi al unísono Iñaki Urdangarin y un Miguel Zorío que parecía su hijo, dada la diferencia de estatura entre ambos.
—¡Bah! —replicó displicente Camps—. Esto va a salir en
Las Provincias
,
Levante
y
El Mundo
de aquí y no se va a enterar nadie más —arguyó el presidente de todos los valencianos.
Zorío le recordó lo obvio:
—Presidente, hay Internet. Esto mañana lo sabrá toda España.
—Nada, nada. Vamos para abajo y cumplamos con el plan previsto.
Nadie rechistó. Se presentó, vaya si se presentó. Camps tomó la palabra señalando que los Juegos Europeos no eran «una utopía, sino un sueño, algo palpable». Qué mejor prueba, agregó, que la presencia del yerno del rey para demostrar a la ciudadanía que no eran un
bluff
sino el comienzo de una «vanguardista [
sic
]» realidad. «Ahora comienza la apasionante tarea de contar a Europa la necesidad de tener unos Juegos de estas características», remachó mientras daba figuradamente el banderazo de salida de una aventura que terminaría en ridículo monumental.
Urdangarin se expresó en los mismos triviales términos de siempre:
—Esto es un reto personal. La Comunidad Valenciana está preparada para acoger cualquier acontecimiento deportivo. La mejor prueba de ello es la Copa América. Esto es un plus para que yo me implique personalmente en una iniciativa que promueve y resalta los valores del olimpismo —declaró, olvidando que el inconfesable plus que le movía eran los 6 millones de euros que la Generalitat había acordado abonarle.
Ni una semana después, el negociete del chiringuito de Urdangarin y Torres fue desenmascarado públicamente por el Comité Olímpico Internacional. El entonces presidente de los comités olímpicos europeos y actual vicepresidente del COI Mario Pescante, correligionario de Silvio Berlusconi, no se anduvo por las ramas al valorar los Juegos Europeos en declaraciones a Efe. «En estos momentos», inició su argumentación, «es imposible la puesta en marcha de unos Juegos continentales. ¿Por qué van a aceptar las federaciones unos Juegos Europeos», se preguntó con toda lógica Pescante, «si la de fútbol ya tiene la Eurocopa, la de atletismo también organiza su campeonato continental, la de baloncesto, igual, la de natación lo mismo, y todos tienen mucho, muchísimo éxito?». Conviene no pasar por alto otro nada elemental detalle: que una persona, una empresa, menos aún un instituto, no puede organizar un evento olímpico. Esta competencia corresponde en exclusiva al COI en colaboración con cada una de sus sucursales nacionales. Así sucede con los Juegos Panamericanos o los Asiáticos. Jamás de los jamases se ha metido de por medio un ciudadano privado, salvo para patrocinarlos, claro está. «Estos de Nóos vendieron a Valencia una burra sin patas», sintetiza gráficamente un destacado dirigente olímpico.
El gozo de Urdangarin y Camps, que quería más proximidad aún a la primera familia de este país, en un pozo. Todo indicaba que la desautorización pública y voluntaria —Pescante llamó ex profeso a la agencia Efe— del COI les haría entrar en razón. Craso error. «
Pa
chulos, ellos, allí ni se planteó abandonar el tema. Camps había decidido lo que había decidido y su palabra era palabra de Dios. Nadie le tosía», recuerda un
insider
. Los trámites burocráticos, con Diego Torres a la cabeza, prosiguieron como si nada y el 23 de diciembre de 2005, en vísperas de Nochebuena, el Consejo de Gobierno adjudicó los Juegos Europeos al Instituto «sin ánimo de lucro» Nóos por 6 millones de euros. La fecha no fue escogida al azar, sino deliberadamente, maliciosamente para ser exactos. Se trataba de hacer el menor ruido posible, de que el asunto pasase desapercibido. Al día siguiente, Nochebuena, no se leían periódicos, no se escuchaban radios y solo se veía la tele para escuchar el discurso del rey o para distraerse de la parentela con la casposa gala de turno. Los valencianos estaban más preocupados en preparar el pavo, los turrones y los regalos que en si al yernísimo le habían dado más dinero aún con cargo a sus bolsillos. Son jornadas de tregua.
El globo de los Juegos Europeos lo pinchó Mario Pescante y, poco a poco, se fue desinflando. Nunca se llevaron a cabo, lo cual no impidió que la pareja «IU-DT» se llevase un pastizal por no hacer prácticamente nada. Pasaron facturas para su cobro, la mayoría de ellas falsas, por importe de 2 millones de euros. Con lo que no contaban es con que alguien osase aguarles la fiesta.
Isabel Villalonga, a la sazón subsecretaria de Presidencia, es hermana de Fernando, secretario de Estado de Cooperación con Aznar y actual concejal madrileño, amén de prima del expresidente de Telefónica de idéntico apellido. Es de esas funcionarias que cuidan del dinero público con la misma diligencia y honradez que si fuera suyo. Y cuando los chicos de Nóos le entregaron un taco de justificantes que sumaban 2 kilos por unos Juegos Europeos que no se celebraron, rebrincó. «Que no, que no, que yo no autorizo estos pagos porque es un delito. Solo daré el visto bueno a los que estén soportados documentalmente», advirtió a todos los que venían a interceder por el duque de Palma con instrucciones muy claras de arriba. Descartó más de 1,6 millones presentados por el Instituto Nóos porque eran facturas falsas y se tuvo que resignar a pagar 382.000 porque, pese a intuirlo, no podía demostrar que eran facturas
ful
.
Isabel Villalonga se aplicó la máxima
rooseveltiana
de que «no hay que tenerle miedo más que al miedo mismo» y pasó olímpicamente de los toques de la jefatura. Si hubiera hecho caso a su conveniencia y no a su conciencia hoy día seguiría imputada con serias probabilidades de resultar condenada por cooperar en un presunto delito. Los valencianos nunca se lo agradecerán lo suficiente.
Isabel Villalonga o la primera funcionaria que se atrevió a pararle los pies al maridísimo. De haber habido más
isabelvillalongas
, seguramente Urdangarin no se habría apoderado de 7 millones de euros públicos en Valencia o Baleares. O al menos se habría mitigado el saqueo.
Excusatio non petita, accusatio manifesta
en TV: «Soy una persona íntegra».
La SGAE astilla 300.000 euros por el informe de Juan Perogrullo.
Cuando el folio sale a 60.000 euros.
Fernando Roig: «Me siento estafado».
Los días de vino y rosas alumbraron la creación de una nueva televisión autonómica. IB3 nacía como uno de los grandes proyectos de la era Matas y, al mismo tiempo, como un poderoso instrumento político para fortalecer a los populares en la siempre inestable arena política de las Islas. «Esto no tiene marcha atrás», dijo el presidente el día de su inauguración, que se hizo coincidir con el Día de Baleares. «Pasarán los gobiernos, los partidos y las personas, pero este proyecto seguirá siempre aquí», apostilló en una ceremonia triunfal en el Casino de Mallorca, a la que asistió acompañado del resto de autoridades del archipiélago.
Brindaron con champán —que no cava, en los días de vino y rosas el cava era visto como algo vulgar— en un acto en el que deslumbró la socia de gobierno del PP, la líder de Unió Mallorquina Maria Antònia Munar, con un impresionante abrigo de piel de color blanco que le daba un aire de princesa nórdica. Munar buscaba instintivamente las cámaras para ser retratada al mismo nivel que Matas y con su aparición se dio por inaugurado el canal.
Todos los altos cargos presentes desearon larga vida al ente público y ahogaron con la pirotecnia que envolvió el momento, el vino y los canapés las voces críticas de los partidos de la oposición, que denunciaron el derroche injustificado y la configuración de la directiva, confeccionada a imagen y semejanza del gobierno popular. El canal había nacido con fuerza. Radicó sus instalaciones en Calviá, el municipio turístico por excelencia de la isla, y en su puesta en marcha no se reparó en gastos. Un edificio de un color amarillo chillón, rematado por el logo de la nueva cadena, con la letra B en primer plano, se levantaba en la parte posterior del recinto industrial de Son Bugadelles. Este polígono, repleto de empresas dedicadas a la reparación y venta de embarcaciones, es una especie de muelle seco de los puertos deportivos cercanos que desemboca en interminables fincas de algarrobos que se funden con la ladera de una montaña.
La televisión emerge en medio de la naturaleza como un monstruo desproporcionado con antenas y repetidores y en pleno mes de septiembre de 2005, superados ya los fastos inaugurales, hervía sin motivo aparente. La entrada principal se había convertido en un ir y venir de vehículos y la actividad alrededor del edificio era incesante sin que existiera un motivo aparente que justificase semejante ajetreo.
Superados los nervios y las imprecisiones de las primeras emisiones, IB3 despegaba con un buen número de periodistas locales y un puñado de rostros nacionales que servirían de gancho para atraer a la tan disputada audiencia. El productor José Luis Moreno, que garantizaría la emisión de sus célebres galas, el doctor Bartolomé Beltrán, que se encargaría de un magacín con entrevistas, o el diplomático y escritor Fernando Schwartz, al que se había encomendado llevar a personajes de primer nivel, eran solo algunos de los reclamos escogidos. Schwartz, casado con una prima del rey, Sandra Marone Cinzano, siempre había residido entre Madrid y Mallorca y aceptó de buen grado la propuesta. Puso en marcha un programa de entrevistas al más puro estilo
Lo más plus
, el exitoso programa que presentó junto a Máximo Pradera en la década de los noventa. Era un formato en el que con la ironía que le caracteriza charlaba cada semana con un personaje relevante hasta arrancarle confesiones que no hubiera conseguido otro periodista en un cara a cara al uso. Pero esta vez lo haría a solas, sin ningún otro presentador a su lado, copando todo el protagonismo.