Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos (7 page)

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Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta

Tags: #Ensayo, #Biografía

BOOK: Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos
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«Desde el minuto uno nos dimos cuenta de que Urdangarin utilizaba la figura de la infanta», recuerda uno de los ediles populares que llegaron al poder tras las elecciones de mayo de 2003, en las que el PP le volvió a ganar la partida al PSOE. «Lo de la cabalgata tenía un tufo malísimo. Nosotros estábamos en la oposición y no entendíamos qué hacían los Urdangarin-Borbón en Alcalá. Semanas después nos percatamos, cuando nos chivaron que se había cerrado el primer contrato al Instituto Nóos».

Los 30.000 euros le parecían poco a Iñaki Urdangarin o a su compadre. Es más: hubo lío, monumental lío, a la hora de cobrar porque el Ayuntamiento, a la sazón presidido por el popular Bartolomé González, entendía, y así parecía deducirse de los acuerdos suscritos, que eran 30.000 euros IVA incluido. El rifirrafe surgió cuando el Instituto Nóos pretendió por boca de Diego Torres añadir el IVA a los 30.000 euros que conformaban en total las tres facturas por los servicios teóricamente prestados. Al final, el consistorio cedió por ser vos quien sois. «No era cuestión tampoco de originar un conflicto institucional por cuatro mil y pico o cinco mil euros», recuerda uno de los colaboradores de Bartolomé González, más conocido en el Partido Popular de Madrid como
Bartolo
.

Aquel minúsculo ejercicio de usura cabreó soberanamente a un Bartolomé González al que desde el primer segundo no gustó un pelo el Instituto Nóos, ni los barandas del Instituto Nóos, ni nada que tuviera que ver con el montaje urdido por Urdangarin y Torres para hacerse millonarios lo más rápidamente posible al más puro estilo
solchaguiano
. Conviene no olvidar que el hombre que más años ha gobernado Alcalá de Henares heredó de su antecesor socialista lo que él denominaba entre bastidores «un
marrón
».

Pese a todo, las negociaciones para prolongar y agrandar el vínculo entre las partes continuaron. La siguiente cita tuvo lugar en el Club Financiero Génova, uno de los cenáculos más conocidos de Madrid, un lugar de encuentro hecho a modo y semejanza de los muy
british
clubes del londinense Pall Mall, pero a la española. Ubicado en el 16 de la madrileña calle del Marqués de la Ensenada, a tiro de piedra del Tribunal Supremo, de la Audiencia Nacional y del cuartel general del PP, es un centro de poder silencioso, pero centro de poder al fin y al cabo.

La cita se celebró en el mes de julio de 2003, tras un sinfín de largas del equipo de gobierno complutense. Tenaces debían ser un rato, porque hasta que no lograron que el alcalde les hiciera un hueco en su agenda no pararon. Por el lado municipal acudieron Bartolomé González, Gustavo Severien, segundo teniente de alcalde, y Marcelo Isoldi, concejal de Deportes. La embajada de Nóos la encabezaba Iñaki Urdangarin. Le acompañaban Diego Torres, al que los alcalaínos apodaron «el repelente niño Vicente», y Mario Sorribas, el chico para todo del duque de Palma, y su mujer.

Aquella comida en el restaurante Constitución del Club Financiero sirvió, al menos, para que Bartolomé González se reafirmara en su decisión de ahuyentar el fantasma Nóos de la muy noble villa de Alcalá. «Sonaba todo a mentira», relata muy gráficamente uno de los asistentes a la comida, «a tráfico de influencias, a vendebiblias, y por eso decidimos pasar de ellos». Y por si fuera poco, lo primero que hizo el duque, que ejercía el rol de poli bueno, fue exigir otros 60.000 euros públicos del ala por constituir la Fundación Deportiva, entidad que pretendían endosar al municipio pese a que nadie supiera muy bien para qué podía servir el invento.

El sexto sentido del viejo zorro de la política que era y es el que un día de 1995 fue el alcalde más joven de España le indicaba que eso terminaría algún día mal o peor. Y cortó por lo sano, no sin antes celebrar en enero de 2004 el desayuno en la Hostería del Estudiante con cuarenta empresarios de la localidad. Empresarios que, tal y como reconoce uno de ellos, pagaron simple y llanamente por «desayunar con el yerno del rey». «Lo demás», apostilla con realismo e ironía a partes iguales, «desde el vídeo que proyectaron hasta la charleta de Torres y Urdangarin, les daba igual. Su único afán era poder presumir ante conocidos y amigos de codearse con los
royals
».

El opíparo desayuno en la muy recomendable Hostería de Alcalá fue, sin que ellos lo supieran, el último acto del Instituto Nóos por aquellos lares. Se subieron a la parra, les chulearon por los 5.000 euros del IVA, Bartolo se mosqueó y entre unos y otros se los quitaron de encima haciendo bueno el tan sabio como a veces duro refranero, que advierte que «el mejor desprecio es no hacer aprecio».

«Como vieron que no les hacíamos ni puñetero caso, se rilaron y se largaron», comenta un edil popular con una socarronería pelín quijotesca. La experiencia alcalaína dejó al yerno del rey un sabor agridulce. Si bien es cierto que la expulsión a la francesa no le gustó un pelo, no lo es menos que el año escaso de no muy desinteresada colaboración le permitió atisbar que el hecho de ser infante consorte de España abría más puertas que una maza de esas que emplean los GEO para franquear los domicilios de terroristas o narcotraficantes.

Algunos cortesanos o bobos solemnes han intentado presentar a Iñaki Urdangarin como un pobre tonto útil en manos de un tío más listo que el hambre llamado Diego Torres. Nada más lejos de la realidad: el hecho de que el socio por antonomasia sea un Maquiavelo en potencia no significa que su acompañante en la rueda de la fortuna sea
borderline.
Que nadie se equivoque: fue el marido de la infanta Cristina el que intuyó el potencial que tenía en sus manos. A él no le iban a contar que el chicle de la pertenencia a la primera institución de este país daba de sí hasta el infinito. O casi. Entre otras razones, porque llevaba ya siete años en el machito.

A pesar de que el primer pelotazo en Alcalá terminó más en gatillazo que en otra cosa, Iñaki fue más consciente que nadie de que eso de que le dieran contratos públicos «por la patilla» funcionaba. «Al menos una vez picarán», masculló para sus adentros. Los 150.000 euros anuales que se metía el zurdo del Fútbol Club Barcelona se le antojaban el chocolate del loro al lado de lo que podía facturar utilizando su nombre y el de su esposa, y la institución a la que representaban y en la que el susodicho se había colado como consorte en 1997. Nada que ver tampoco con los 200.000 euros largos que le apoquinó Motorpress durante los dos años que prestó sus servicios en la reconocida editora del mundo del motor.

Iñaki Urdangarin no tenía precisamente un gran patrimonio cuando desposó con la infanta Cristina en la Catedral de Barcelona. Ni entonces ni ahora los balonmanistas son económicamente hablando Cristiano Ronaldo, Leo Messi, Rafa Nadal, Pau Gasol o Fernando Alonso. Los 9 millones limpios que solo de ficha gana anualmente el portugués, los 10 del argentino, los 25 que entre pitos y flautas genera el mallorquín, los 16 millones de dólares del ala-pívot de los Lakers o los 30 del campeonísimo de Fórmula 1 son cifras estratosféricas que un jugador de balonmano no vería ni en setenta reencarnaciones. Uno de sus allegados lo resume echando mano de la más inmisericorde ironía: «Casarse con la infanta fue el negocio de su vida. Iñaki vivía al día. Por eso alucinamos cuando se compró un superático en Pedralbes y definitivamente encendimos todas las alarmas cuando leímos en
El Mundo
que había adquirido el palacete de marras por 6 millones de euros».

De Alcalá en adelante ya nada sería igual. Iñaki quería hacerse rico por las buenas… o por las malas. El caso era forrarse como fuera. Y se puso manos a la obra. Como recalca entre carcajadas uno de los lugartenientes ducales en esta orgía de estafas a diestro y siniestro, «con Nóos todo eran Síis». A ver quién era el guapo, o la guapa, que se atrevía a contrariar los caprichos mercantiles del marido de la séptima persona en la línea de sucesión de la corona.

Capítulo 4

La Casa Real como tarjeta de presentación.

El inimputable Carlos García Revenga

El Santa María del Camino de la calle Peguerinos del elitista barrio Puerta de Hierro es un magnífico colegio, uno de los mejores privados de Madrid y, paradójicamente, no de los más caros: cuesta alrededor de 400 euros por mes y niño. Atesora notable fama porque en él se educaron la infanta Elena y doña Cristina, así como un interminable elenco de hijas de los personajes más poderosos del tardofranquismo y la democracia. Pero su prestigio sería el mismo si las hijas de los reyes no hubieran pisado jamás sus aulas. Al igual que el Santa María de los Rosales, en el que se hizo un hombre el príncipe de Asturias y en el que crecen educativamente las infantas Leonor y Sofía, no necesita del sello real para demostrar su buen hacer en el mundo de la enseñanza. Como puntualizaría un catalán, es a más a más. Cuando acumulas medio siglo en el machito, como es el caso de ambos centros escolares, acogiendo a los cachorros de los clanes de más alta alcurnia de este país, es por algo. El prestigio no se lo han regalado en una tómbola ni a los unos ni a los otros.

El colegio de Puerta de Hierro abrió sus puertas hace medio siglo, a caballo de la posguerra y el desarrollismo, cuando la autárquica España se levantaba a duras penas de una Guerra Civil que dejó triturado el territorio nacional y a la mitad de sus habitantes enfrentada a cara de perro con la otra mitad. Lo que era inicialmente un chalé en el que solo se admitían niñas es ahora un templo de la enseñanza con todas las letras, y mixto para más señas, al que acuden los hijos de la aristocracia y la burguesía de la capital de España. Desde los descendientes del empresario y compañero de caza del rey, Alberto Alcocer, hasta los vástagos de Simoneta Gómez-Acebo y José Manuel Fernández-Sastrón, o los Villar Miestr, pasando por no pocos empresarios desconocidos pero no por ello menos forrados.

El centro, cuya histórica baranda fue Maruja Espinosa, una auténtica institución por su condición de fundadora, lo comanda ahora una distinguida representante de la nobleza capitalina, Isabel Carvajal Urquijo, de los Carvajal de toda la vida, hija de los marqueses de Isasi y hermana del arquitecto Pablo Carvajal y de Jaime, expresidente de Ford e intimísimo del rey hasta que su mujer, la guapísima Isabel Hoyos, decidió pugnar judicialmente por la igualdad en la sucesión de los títulos nobiliarios. Isabel Carvajal Urquijo es a su vez viuda del duque de Estrada, Ignacio Gómez-Acebo, padre de uno de los despachos de abogados más reputados de España si no de Europa: Gómez-Acebo y Pombo.

El Santa María del Camino es, pues, cuna de grandes de España y semillero de futuros amos del universo o cuando menos de ese universo más chiquitito que es España. Allí envió su currículum hace más de un cuarto de siglo un individuo de aspecto misterioso, «siniestro» según algunos, y licenciado en Magisterio que en estos momentos tiene cincuenta y seis años. Se llamaba y se llama Carlos García Revenga. Quién le iba a decir que aquel sobre que entregó en las oficinas del chalé de la calle de Peguerinos iba a cambiar su vida. No solo porque le contratarían como maestro, sino porque el Santa María del Camino fue su particular rampa de lanzamiento a La Zarzuela, donde acabaría haciendo las veces de secretario privado de las infantas. Y no un secretario cualquiera, sino un secretario con mando en plaza.

Era lo que se dice un profesor coleguita. De los que tenía buen rollito con sus discípulas. Primero ejerció como profesor de gimnasia, luego se encargó de las clases de párvulos y siempre estuvo a cargo de las actividades extraescolares, empezando por los viajes de esquí y terminando por los campamentos de verano. Fue allí donde trabó amistad con la mayor de las infantas, doña Elena, relación que se extendería con el tiempo a doña Cristina, que al igual que su hermana siempre valoró de Revenga dos virtudes por encima de cualesquiera otras, la fidelidad y la discreción. Jamás, nunca, nadie habrá oído al susodicho mentar a las infantas en público o en privado, ni bien ni mal, simplemente es como si no existieran a los oídos de los demás. Para él su trabajo consiste en ver, oír, callar… y obedecer. En fin, las generales de la ley cuando estás destinado en palacio.

García Revenga llegó hasta las infantas gracias a la mediación de Marisa Caprile, profesora de inglés del Santa María del Camino, hermana de Laura, compañera de clase de doña Elena, y de Lorenzo, precisamente el diseñador que confeccionó el vestido con el que la infanta Cristina se casó en Barcelona en 1997 con Iñaki Urdangarin.

Comoquiera que la infanta Elena se despistaba un tanto en los estudios, se decidió ponerle un profesor particular. Ella fue decisiva para que no hubiera muchas dudas a la hora de elegir al encargado de reforzar su educación. «A mí me gustaría que fuese García Revenga», aclaró la hija mayor de los reyes. Deseos que obviamente se convirtieron en órdenes para el más alto funcionariado de la Casa de su Majestad. No quedó ahí la complicidad, ya que el maestro Revenga hizo las veces de tutor de doña Elena durante sus estudios de Magisterio en la Escuela Universitaria de Madrid, ESCUNI, adscrita a la Universidad Complutense, cuando marchó a la universidad británca de Exeter a realizar un curso de especialización y al completar sus estudios en la Universidad Pontificia de Comillas, donde se licenció en Ciencias de la Educación en 1993. Al césar lo que es del césar: el susodicho fue la persona que más ayudó a doña Elena a acumular un currículum en el que pocos en Zarzuela creían, toda vez que nunca fue una buena estudiante.

La complicidad entre profesor y alumna era tal que aquel mismo año, 1993, cuando a sus treinta años la infanta Elena empezaba a contar con agenda propia, se resolvió que el profesor particular adquiriera la condición de secretario personal de las infantas. Así que García Revenga pidió la cuenta en el Santa María del Camino, introdujo sus bártulos en cuatro o cinco cajas, dio las gracias a Maruja Espinosa y se trasladó al Monte de El Pardo, de donde ya no se movería jamás.

Sustituyó a Mercedes Urrestarazu, una funcionaria de toda la vida que fue una suerte de preceptora de las hijas de don Juan Carlos y doña Sofía hasta que se hicieron mayores. Revenga era el chico para todo, el
chevalier servant.
Lo mismo montaba a su nombre —para evitar
paparazzi
— una cena con las íntimas de las infantas, que acompañaba a sus jefas a clases de hípica, al acto oficial de turno, a la recepción de guardia, a pegar tiros —la infanta Elena es una excelente tiradora olímpica— o simplemente a navegar por la bahía de Palma.

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