Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos (20 page)

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Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta

Tags: #Ensayo, #Biografía

BOOK: Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos
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Bautista y su junta directiva habían aprovechado el centenario de la gestora de derechos para realizar una visita oficial a La Zarzuela. En presencia de los reyes, el presidente de la SGAE, advirtiendo la complicidad que existía entre Ramoncín y los monarcas, le pidió que hiciera él una aproximación.

El cantante tomó de buen grado la iniciativa y se dirigió a la reina para ver si le podía hacer un aparte con el rey para comentarle un asunto. Doña Sofía, a la que hizo gracia la espontaneidad de Ramoncín, se volvió hacia su marido y le dijo:

—Juanito, ven aquí un momento, que Ramón quiere comentarte una cosa.

La balanceante figura de don Juan Carlos se acercó al cantante con una amplia sonrisa.

—Señor, quería pedirle, en nombre de la institución, un favor. Nos gustaría muchísimo que fuera presidente de honor de la SGAE y que viniese un día a conocer el Palacio de Longoria, que es un edificio modernista precioso con una historia muy interesante.

—En la SGAE no todos me quieren —zanjó en tono serio y cortante el rey.

El acercamiento a la Casa Real se quedó ahí y nunca más se volvió a intentar, pero con el ofrecimiento de Urdangarin reverdecía esa posibilidad y era más factible que nunca.

—Para nosotros sería importantísimo que el rey fuera el presidente y Urdangarin ha dicho que nos lo puede conseguir.

Al principio surgieron voces internas que pidieron a Bautista que calibrara bien su decisión, porque la contratación del duque de Palma podía acarrear consecuencias negativas. «A ver qué van a decir ahora de nosotros cuando se enteren que nos ponemos en manos del yerno del rey, hay que tener mucho cuidado», insistía el sector crítico. Pero el último argumento esgrimido por el presidente acalló por completo cualquier disensión. A todos, sin excepción, les pareció una brillante idea el establecer, parafraseando al marido de la infanta cristina, «un canal de colaboración» entre ambas partes. Y así fue. El consejo de administración aprobó por unanimidad la contratación del Instituto Nóos y comenzó a encargarle informes.

«Los presupuestos que nos han pasado parecen razonables. Estamos hablando de 15.000 euros por estudio y para una entidad como la nuestra, que factura 300 millones, eso no representa demasiado», razonaron algunos consejeros, cada vez más convencidos de la idoneidad de la iniciativa.

El duque de Palma y su socio habían empezado a ofrecer sus servicios a las entidades que tuvieran más problema con su imagen pública y, sin género de dudas, la SGAE ocupaba un lugar muy destacado en la lista. Estaba en el
top cinco
. Por eso el duque de Palma, además de explicarle a Bautista su nuevo cometido y de recalcarle que consideraba necesario analizar la labor de mecenazgo cultural de la SGAE y rediseñar sus informes anuales, le dio más detalles. Para que se diera cuenta de que el plan que tenía en mente iba en serio, le subrayó que consideraba que los anuarios de la entidad estaban «mal confeccionados» y revelaban una organización «demasiado fragmentada» y que él y su socio Diego Torres se ofrecían a mejorarlos sustancialmente.

Las oficinas de Nóos fueron dispuestas en pleno centro de Barcelona con biombos de cristal y se compartimentaron despachos diminutos. En uno de ellos Urdangarin pasaba largos ratos a solas con un teléfono y una secretaria. Desde allí podía divisar a un grupo de empleados que habían seleccionado Diego Torres y Ana Tejeiro, previas entrevistas personales de rigor, para que se encargasen de elaborar los seudoinformes que, a continuación, comercializaban. Porque Nóos empezó a confeccionar estudios en serie. A la SGAE, al Ayuntamiento de Alcalá de Henares o a cualquier otro organismo o empresa privada que se preciara. Tenían siempre el mismo formato, como si fueran una secuencia configurada para Power Point. La letra muy grande, inmensos espacios blancos alrededor de dos o tres párrafos a lo sumo por folio y una fotografía ilustrativa junto a ellos. Dependiendo del encargo estos informes con anillas rondaban la treintena de folios, contando la portada y la contraportada. Más que estudios parecían presentaciones esquemáticas. Y de una trivialidad que asustaba. Una especie de resumen para ser expuesto, a lo sumo, en una reunión. Pero en ningún caso tenían la apariencia de sesudos análisis en los que se abordaba de verdad la problemática que se les planteaba. Eran poco más que un estudio de bachillerato, en la forma y en el fondo.

Como por arte de magia comenzaron a llegar estudios a la SGAE con esta escueta disposición y Urdangarin y Torres dieron instrucciones de elaborar uno que se convertiría en el más importante de todos. Sería el estudio sobre el que giraría el resto. Llevaba por título «Estrategia de patrocinio y mecenazgo para la SGAE». Comenzaba de la siguiente guisa: «La misión de la actividad de patrocinio, mecenazgo y acción social de la SGAE debe ser contribuir a mejorar su imagen pública entre el público en general, generando legitimidad». Comenzaba, pues, al más puro estilo Perogrullo. Tras esta breve introducción, el duque de Palma y Torres dedicaban un apartado al «análisis del mercado», en el que empezaba ya a plantearse una serie de obviedades que parecía no tener fin.

«El contexto actual viene marcado por la irrupción de la piratería», argumentaba, a lo que agregaba que «en nuestra sociedad hay escaso conocimiento sobre cómo funcionan los derechos de autor y su papel en el desarrollo de la cultura». A esta evidencia el informe acompañaba una primera reflexión: «Las campañas contra la piratería, si bien necesarias y efectivas, tienen el efecto secundario de crear una imagen pública antipática, autoritaria y poco cercana». A lo que añadía a continuación que «una rápida investigación secundaria en medios muestra que hay un segmento de la población, tal vez pequeño pero ruidoso, de detractores de la SGAE».

Hasta ahí no se aportaba nada nuevo y la principal conclusión que se arrojaba, superado ya el ecuador del estudio, era que la sociedad de derechos de autor acumulaba los citados «ruidosos detractores». Para este viaje no hacían falta semejantes alforjas. Hasta un marciano recién llegado a la Tierra se percataría en cuestión de horas de que la SGAE sumaba detractores por miles.

Establecido el problema en cuestión, Urdangarin y Torres proponían a continuación «contribuir a mejorar la imagen pública entre el público en general». Una estrategia que consistiría, y he aquí la fórmula magistral que ponían encima de la mesa, en recordar que «sin derechos de autor no puede haber ni creadores ni artistas; no puede haber, en definitiva, ni arte ni cultura. Los derechos de autor son el salario del creador y el artista». Por eso, precisaban, «cuanto más mejor».

Para solventar el problema, el marido de la infanta Cristina y su mano derecha aconsejaban la creación de una «idea fuerza». O lo que es lo mismo, «representar, de forma simbólica y ligada a experiencias, la función que desempeña la organización». Tras dos decenas de páginas para exponer los argumentos citados, concluían que la «idea fuerza» con la que la organización de Bautista acabaría con todos sus males se condensaría en una frase. Era el colofón del análisis, el nudo gordiano de la cuestión. «La SGAE impulsa el desarrollo de la cultura permitiendo que los creadores puedan vivir de sus obras». Ese debía ser el concepto que había que transmitir.

Brillante.

Pero no se conformaban con eso. Urdangarin y Torres aconsejaban, además, una nueva iniciativa, la creación de un foro. «El Instituto Nóos posee amplia experiencia en la organización de encuentros internacionales como el Valencia Summit o el Illes Balears Forum», recordaban al tiempo que ofrecían su «participación» para «el diseño y la coordinación de la Cumbre Americana de Mecenazgo y Cultura». Esto es, la misma iniciativa que vendieron a los gobiernos de Francisco Camps y Jaume Matas a razón de más de un millón de euros por edición. Por lo que, en resumen, ni solventaban el problema atávico de la sociedad de autores, ni aportaban una solución consistente para aplacarlo, ni diseñaban una estrategia encaminada a mejorar su imagen. El encargo lo liquidaron con este escueto documento, que aterrizó en el Palacio de Longoria acompañado de una factura cuyo importe se elevaba a trescientos mil euros. Trescientos mil euros por unos cuantos folios que podía haber rellenado un alumno de bachillerato.

Bautista abonó el recibo y, avergonzado, metió el documento en un cajón. Nunca ningún consejero de la entidad llegó a verlo. Nunca volvió a encargar nada más a Nóos y evitó en lo sucesivo volver a hacer algún comentario relacionado con aquella idea que con tanto entusiasmo expuso para solventar la mala imagen de la entidad. Y nunca más volvió a recibir una llamada de Urdangarin para intentar compensar los servicios prestados con el verdadero objeto de aquel acuerdo de colaboración que suscribieron y que, en realidad, entrañaba las gestiones oportunas para conseguir que el rey se convirtiera en el nuevo presidente de honor de la entidad. Un episodio más del supuesto tráfico de influencias.

La fábrica de documentos y estudios, que funcionaba a pleno rendimiento, confeccionó sin embargo uno que era completamente diferente al resto. Se despachaban las asesorías de imagen por doquier y se confeccionaban Power Point al peso. Finalmente, se pasó a encargar a los empleados que copiaran directamente de Internet los contenidos que consideraran oportunos para dar la apariencia de consistencia a los estudios. Porque, al final, los informes resultaban ser lo de menos. Un mero formalismo que podía solventarse de cualquier manera. Lo importante era arrancar el compromiso del cliente, concertar una cita para ello con el duque de Palma y facturar. Con Urdangarin de comercial comenzaron a entrar encargos a Nóos a decenas. Pronto se desbordaron las previsiones más optimistas. Las oficinas se acabaron convirtiendo en una suerte de despacho de influencias en el que se ofrecían negocios y gestiones al más alto nivel con una simple llamada del duque de Palma. Como ocurrió con su propuesta más atrevida.

La formalizaron, una vez más, con apenas una decena de folios y se adentraba por primera vez en el patrocinio deportivo. El documento fue precedido de una llamada de Urdangarin al presidente del Villarreal C. F. A Fernando Roig lo localizó sin excesivo esfuerzo en el móvil y, después de exponerle la misma introducción que al resto de sus clientes, que ahora se dedicaba a la gestión de la estrategia enfocada a la responsabilidad social corporativa y al mecenazgo, y que necesitaba su ayuda en esta nueva etapa, le avanzó que podía conseguirle un patrocinador para el estadio de El Madrigal. Aturdido por la llamada del yerno del rey, descolocado por el ofrecimiento, y sin creerse todavía que lo que le proponía era realmente cierto, le convocó a comer en el propio estadio para abordar el tema en cuestión.

A la cita se presentaron Urdangarin y Torres, pues no acudían a ninguna parte el uno sin el otro. «Parecían Pili y Mili», dicen echando la vista atrás sus colaboradores. Pili y Mili recalcaron a Roig la importancia creciente que tiene el patrocinio en el mundo del deporte y le recordaron a las primeras de cambio que su estadio no tenía
sponsor
, como era público y notorio. De hecho, solo dos campos de Primera tenían patrocinadores en aquellos tiempos: el Reyno de Navarra de Osasuna y el Ono Estadi del Mallorca. El presidente del Villarreal, que seguía sin salir de su asombro, se limitó a escuchar pacientemente aquella extraña exposición.

—Estamos en disposición de conseguiros un patrocinador para el estadio con el que el Villarreal puede recaudar 38 millones de euros en diez años —le espetaron a Roig a la par el duque de Palma y su vicepresidente.

—En Estados Unidos ahora mismo el 70 por ciento de los estadios tiene ya un patrocinador y en España es una fórmula que está todavía por explotar —incidió Torres, siempre preocupado en dar a los encuentros un perfil técnico y académico.

—Que sepas, Fernando, que una de las empresas interesadas es Delta Airlines. De tal manera que El Madrigal pasaría a llamarse estadio Delta Airlines —anunció Txiki.

Con el marido de la infanta Cristina sentado frente a frente expresándose en estos términos, Roig se limitó a asentir con la cabeza, extrañado de que una aerolínea de esas características, de las diez más importantes del mundo, estuviese realmente interesada en realizar una inversión de tal calibre simple y llanamente porque se lo pidiese el yerno del rey de España.

—Es que la aerolínea tiene en mente poner en marcha una nueva línea Valencia-Nueva York y para publicitarla sería muy importante este acuerdo —profundizó Urdangarin.

Abrumado por el compromiso y la responsabilidad, Roig no puso el más mínimo inconveniente y confió en la pareja semejante cometido. No puso una sola pega y se limitó a barruntar para sus adentros que cómo le iba a decir «no» al yerno del rey. De hecho no paró de repetirse esta frase internamente antes, durante y después del encuentro. Incluso hoy día siempre que recuerda el episodio asegura que se sintió «estafado».

—Si te parece, te podemos elaborar un informe en el que valoremos el precio del patrocinio y nos ponemos manos a la obra —salieron al quite Urdangarin y Torres, que actuaban perfectamente coordinados y querían zanjar la cuestión cuanto antes.

—Pues adelante —contestó Roig.

Al igual que en reuniones anteriores, no entraron a hablar de cifras ni de números y se dispusieron a confeccionar el estudio de rigor. Esa era siempre la estrategia. Arrancar el compromiso, elaborar un estudio que se convertía en un mero trámite formal, y luego pasar la factura.

En esta ocasión titularon el documento en cuestión «Informe de valoración de los
naming rights
del estadio del Villarreal C. F.». Empezaba exponiendo que «los
naming rights
consisten en todos aquellos beneficios tangibles e intangibles que un patrocinador puede adquirir como resultado de poner su nombre o marca en un estadio deportivo». Resaltaba, tal y como le habían avanzado en la comida a Roig, que «el mercado de los
naming rights
a nivel mundial se estima en más de 3.600 millones de euros» y subrayaba que «Estados Unidos es el principal mercado, donde se concentra un 75 por ciento del total de la inversión, donde existen cerca de 90 acuerdos activos en las cinco ligas profesionales». Lo cual significa que «cerca del 70 por ciento de los equipos profesionales compiten en estadios con los
naming rights
cedidos».

Urdangarin y Torres establecieron una base por la cual «el acuerdo medio es de 2,4 millones de euros y la duración media, de diecinueve años». El duque y su socio proponían una fórmula similar, que se prolongaría durante «un mínimo de diez años» y que reportaría al equipo de fútbol «casi cuarenta kilos».

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