Read Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos Online
Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta
Tags: #Ensayo, #Biografía
Corría el mes de septiembre de 2003 y el verano daba ya sus últimos estertores. El complejo parecía inerte, resguardado por un retén de seguridad que revelaba que la familia al completo había abandonado ya el recinto rumbo a Madrid. La zona recobraba la tranquilidad habitual, habían desaparecido los
paparazzi
, los curiosos y los últimos turistas rezagados pasaban de largo por la puerta principal sin reparar siquiera en la presencia del palacio, que se aleja del acceso principal y se precipita, con su inmenso torreón, al borde de unos acantilados contra los que golpean las olas.
De pronto el portón se abrió de par en par, como si fuera a desplegar un puente levadizo, con una cadencia tediosa que permitía ver a retazos la exuberante vegetación interior. Dos coches oficiales con los cristales tintados, uno de ellos un Volvo blindado, se sumergieron en su interior preservando celosamente la identidad de sus ocupantes.
La comitiva ascendió suavemente por la pendiente que serpentea hasta desembocar en las escalinatas del Palacio de Marivent, célebre por los posados de la familia real al completo, e hizo un escorzo para detenerse en el complejo deportivo compuesto por una pista de pádel circundada por unas mallas rotas que sustituyen a las habituales cristaleras y por las que se escurren las bolas. Cualquier pista de pádel de pueblo es mejor que la de Marivent. Solo se intuía vida en esta zona del complejo, donde un grupo de operarios ultimaba la puesta en marcha de las instalaciones.
Una silueta enorme irrumpió desde el interior en la escena, con pantalones cortos y unos calcetines blancos que se estiraban forzados, envolviendo unas pantorrillas interminables. Iñaki Urdangarin se aproximó al coche oficial en un tono ceremonioso, convertido, en medio de la paz reinante, en el amo y señor del recinto. Desplegó una sonrisa de bienvenida y buscó instintivamente con su mirada un rostro familiar. Del vehículo descendió un hombre de escasa estatura y complexión fuerte, una nariz achatada de boxeador veterano y el pelo negro como el azabache. Como si llevaran meses esperando el encuentro, se fundieron en un afectuoso abrazo.
José Luis
Pepote
Ballester era un antiguo conocido de la Casa Real. Había regateado desde hacía años con las infantas y se había convertido en uno de los habituales de los veranos de Marivent, antes incluso de conseguir ser medallista en los Juegos de Atlanta, donde se colgó el oro en la clase Tornado junto a Fernando León. Llegó a participar también en los Juegos de Barcelona y en los de Sydney, donde no pasó del noveno puesto y acabaron coincidiendo con su retirada del mundo del deporte.
Pepote, como se le conoce popularmente, había conocido en 1985 al duque de Palma en la residencia Blume de Barcelona, donde ambos estaban becados por sus respectivas federaciones. Habían coincidido fugazmente en los Juegos Olímpicos y habían estrechado su relación durante los veranos en Mallorca. Porque Pepote era un fijo en los partidos de pádel con el príncipe y sus hermanas y se había convertido además en uno de los principales anfitriones de la Casa Real en la isla. Pepote es simpático, un buen relaciones públicas, y acababa de ser nombrado por el Gobierno balear nada menos que director general de Deportes, por lo que era la primera vez que pisaba Marivent con la categoría de cargo público.
El que fuera medallista olímpico, que se acababa de convertir en uno de los golpes de efecto del PP en su vuelta al poder en Baleares, contaba entre sus principales activos su relación directa con La Zarzuela. Antes incluso que por sus logros como regatista, Pepote es conocido en Mallorca por su conexión directa con la familia real, que siempre se ha encargado de enfatizar. Porque allí donde había un sarao en el que participara alguna infanta o el príncipe, allí estaba él coordinando, para que todo saliese a la perfección y dejándose ver en tan ilustre compañía. Y es que en el reducido círculo de amistades de la familia Borbón en la isla se encontraba él, que había pasado a ser además una especie de animador sociocultural al que recurrían para salir a navegar, para jugar un partido de pádel o para tomar unas copas.
Desde su nombramiento hacía escasos meses, después de unas elecciones autonómicas y municipales agónicas en las que el PP de Jaume Matas había logrado la mayoría absoluta por los pelos y gobernaba ya con la
La Princesa
de la política local, la lideresa de Unió Mallorquina, Maria Antònia Munar, Pepote no había dejado de recibir insistentemente las llamadas de Urdangarin. Primero para felicitarle por su cargo; luego, para quedar en persona y plantearle una serie de proyectos que tenía en mente; y después, para concretarlos e intentar por todos los medios que le echara un cable aprovechando su nuevo y flamante puesto de máxima autoridad del deporte de la comunidad autónoma. Esta vez el dedo urdangarinesco se había posado en el punto exacto del mapa de España donde pone «Islas Baleares».
El duque de Palma le había confiado un secreto que hasta entonces no conocía nadie. Se había convertido en el representante comercial del equipo ciclista Banesto. Su cometido consistía en ejercer de
conseguidor
al máximo nivel y buscar un patrocinador que disparase las posibilidades de la escuadra. Cuando vio en la prensa el nombramiento del excampeón olímpico de vela, tuvo una reacción instintiva y guiado por una especie de acto reflejo descolgó el teléfono para dejarle claro la buena relación que mantenía con el director deportivo Eusebio Unzué y el mánager José Miguel Echávarri, que había conseguido que el equipo Reynolds, que así se denominaba originariamente el Banesto, se consagrase como una leyenda tras conseguir cinco Tours de Francia con Miguel Indurain (en su palmarés hay, además, uno más con Perico Delgado en 1988 y otro con Óscar Pereiro en 2006). Enfatizó lo importante que sería para la promoción de la comunidad autónoma apadrinar este equipo, el tanto que se podían apuntar ambos si conseguían rubricar un buen acuerdo de patrocinio y la necesidad de poner en marcha cuanto antes las gestiones oportunas. El duque de Palma deslizó en todo momento que la Casa Real estaba encantada con su nuevo cometido profesional y que le secundaba en esta nueva etapa.
A Pepote le faltó tiempo para sumarse a la iniciativa, pero le dejó claro desde el primer momento que no tenía la última palabra y que había que involucrar como fuera al presidente Matas en el proyecto. Y que para eso era imprescindible que fuera él, Iñaki Urdangarin en persona, quien se lo ofreciese. La primera propuesta que elevó el medallista en Atlanta a su jefe fue la del yerno del rey. Ofreció a Matas la posibilidad de establecer un canal abierto y directo con la familia real a través de la figura de Urdangarin, le remarcó las posibilidades que esa buena sintonía podía reportar a ambos en el futuro y le brindó la oportunidad de sentarse en privado con el duque de Palma para hablar de negocios. «Porque ahora Iñaki está con unos proyectos que nos quiere comentar y creo que serían muy interesantes para Baleares y para nuestro gobierno». Y tal fue la insistencia y la urgencia de Pepote y tan constantes las llamadas de Urdangarin que concretaron el encuentro en el menor plazo de tiempo posible. El marido de la infanta Cristina decidió que una cuestión de ese tipo debía ser planteada en un ambiente de cordialidad y familiaridad, fuera de los despachos oficiales y alejados todos de la farragosa burocracia institucional. Y qué mejor escenario que Marivent para arrancar al presidente de la comunidad autónoma un primer compromiso verbal.
«El presidente es muy aficionado al pádel, y si te parece bien, jugamos un partido y luego lo hablamos tranquilamente», sugirió Pepote tras advertir las intenciones del duque de Palma. Diseñaron un encuentro de dobles al que invitaron a un cuarto jugador de relleno, el también regatista mallorquín Jorge Forteza, propietario de la inmobiliaria Nova, una de las más conocidas de la isla, que asistió a la cita completamente ajeno al motivo por el que había sido convocado. Estaba convencido de que simplemente se trataba de un encuentro informal entre Urdangarin y el recién nombrado presidente.
De tal manera que del asiento trasero del coche oficial salió, siguiendo la estela de Pepote y completando el guion previsto, el mismísimo Matas, que devolvió la sonrisa al duque de Palma y enfilaron todos juntos las pistas del complejo. Tras intercambiar comentarios banales y solventar el partido en apenas una hora, tomaron un refrigerio en el que Urdangarin llevó la voz cantante. Puso de pronto fin a las bromas y comentarios insustanciales sobre las bondades del recinto, el excelente estado de mantenimiento de las instalaciones y las privilegiadas vistas que se divisan desde la colina sobre la que se sitúa y abrió el fuego de manera inmisericorde.
—Como sabréis, tengo una excelente amistad con Eusebio Unzué y José Miguel Echávarri y me han pedido a ver si les puedo echar un cable con el equipo ciclista Banesto. Están buscando un patrocinador y había pensado en lo importante que podía ser para Baleares contar con un equipo ciclista como el suyo.
La propuesta fue encajada sin sorpresa por el presidente, que ya había sido puesto en antecedentes por su director general y cogió a la primera el guante de la idea. Urdangarin continuó hablando hasta derivar la conversación en un monólogo. Empezó presentándose como un simple amigo de los responsables del equipo ciclista, pero se transformó de pronto en el máximo responsable de la escuadra deportiva. Incidió, sin descanso, en la necesidad de que la comunidad autónoma tuviera una plataforma exterior que permitiese potenciar su marca y recordó, mientras hablaba, el guion previo que había diseñado con su profesor y ya socio Diego Torres.
Tras subrayar el intencionado interés público de la iniciativa, esbozó la importancia de que el impacto mediático que generase el equipo fuese cuantificado y seguido por un equipo de profesionales que vigilase la proyección de la marca Baleares en el exterior. Porque ese era el extremo en el que querían encajar su proyecto de Nóos. Conseguir a Banesto el patrocinio millonario y, de paso, perpetuarse en el equipo como una especie de coordinadores de su imagen. Una condición que les reportaría unos cuantiosos beneficios y que no les emplearía demasiado tiempo y esfuerzo. Era una primera piedra de toque antes de abordar las grandes empresas que tenían en mente con la plataforma de Nóos y que durante tanto tiempo había analizado con Torres. Pero esta era la primera oportunidad que había surgido. La que tenían más a mano. Y no estaban por la labor de desaprovecharla.
—Debería crearse una oficina que realizase un seguimiento.
Y tal fue el interés que empeñó en esta segunda parte del proyecto que pasó de nuevo a hablar en primera persona. Esta vez de la referida oficina de seguimiento y de la creación de un gabinete de prensa en condiciones que se haría cargo de todos los eventos colaterales que arrastrara el equipo. La conversación se tornó en un incansable discurso en el que Urdangarin no paraba de comprobar los gestos y las miradas de sus interlocutores, buscando ansiosamente una frase afirmativa, un compromiso fugaz pero contundente de uno de ellos. Porque Pepote esquivaba continuamente las miradas del duque de Palma y se giraba una y otra vez en dirección al presidente, que asistía hierático a la exposición, ajeno al contenido y obsesionado por la pronta respuesta que debía dar al yerno del rey.
El encuentro no finalizó hasta que Urdangarin arrancó a Matas el compromiso firme de estudiar concienzudamente la idea y poner todo de su parte para sacarla adelante. El líder del PP replicó que lo «tendría en cuenta» y que informaría al salir de Marivent a su
consellera
de Educación y Deportes, Rosa Puig, y a su vicepresidenta, Rosa Estarás. Pero, al albergar todavía dudas de que Matas impulsara como tocaba la iniciativa, el duque volvió a tomar la palabra con fuerzas renovadas. Cogió aire y le dio a sus palabras un tono profundo y trascendente. Miró de frente a Matas. Agravó su timbre de voz y añadió:
—Yo mismo me encargaré de realizar y coordinar ese trabajo de seguimiento y promoción del equipo ciclista.
Y se hizo el silencio. Las palabras de Urdangarin cayeron a plomo sobre el adoquinado de Marivent en aquella calurosa tarde de septiembre, donde el sol, que proyecta una luz única en ese costado de la isla, comenzaba ya a ponerse en el horizonte, abrasando en su ocaso el contorno de la costa norte que flanquea el oeste de Mallorca y oculta entre las faldas de sus montañas enclaves mágicos que convierten la isla en un territorio repleto de contrastes.
Era un último órdago. Una oferta irrechazable. La primera gran prueba de fuego que afrontaba Matas en su recién estrenado puesto. Tenía ante sí la posibilidad o la obligación, según se viese, de contratar a un miembro de la familia real. El objeto del contrato ya se lo habían dado hecho. No entraron en detalles económicos, dando por sentado todos los presentes que sería Urdangarin a través de Pepote quien se encargase de trasladar la letra pequeña. Solo hacía falta un «sí», arrancar el compromiso de Matas con la familia real en el mismísimo jardín de Marivent, para que todo fuera ya coser y cantar. Y a la vista de cómo se desarrolló, de las sonrisas amables de Matas y de sus continuas respuestas afirmativas, lo había conseguido.
Sonrisas protocolarias. Muecas cómplices entre Pepote y el duque de Palma. El atardecer derrumbándose en el horizonte sobre un mar azul añil en calma y la agradable sensación del deber cumplido. El portón de Marivent, con sus hileras de remaches metálicos, volvió a rechinar sus goznes jadeantes. El coche oficial del presidente salió despedido como una exhalación en dirección a la zona residencial de Cas Catalá, a escasos dos kilómetros en línea recta de Mariven, donde Matas tenía instalada su residencia en un chalé adosado de color blanco que escalaba sobre una ladera abigarrada de edificaciones residenciales. Lo escuchado y lo vivido se difuminó entre la noche.
Rebobinó en su cabeza las palabras del duque de Palma, con las que Urdangarin pedía, en primera persona, sin necesidad de intermediarios, ser contratado por la administración pública balear para capitanear el equipo ciclista y conseguir el consiguiente patrocinio público.
Matas descolgó el teléfono, incapaz de quitarse de la cabeza el órdago que le habían lanzado. Consciente de que no podía demorar la respuesta, buscó ansioso el número de su director general y marcó con fuerza.
—Oye, Pepote, esto que nos ha comentado Iñaki Urdangarin… ¿De cuánto estamos hablando?