Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos (14 page)

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Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta

Tags: #Ensayo, #Biografía

BOOK: Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos
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—Serían 300.000 euros para la oficina de prensa y seguimiento que llevaría él y 18 millones de patrocinio para el equipo.

Un silencio espeso se apoderó de la conversación. De nuevo los segundos interminables. La mente en ebullición. La urgencia de solventar este asunto cuanto antes. De una parte, el compromiso directo con la Casa Real y la imposibilidad de decir que no. De otra, las críticas que podría acarrear una iniciativa de este tipo en la que, tarde o temprano, se sabría que Urdangarin estaba detrás. Pero, por encima de cualquier otra circunstancia, caviló el presidente, el argumento que siempre había sostenido en público y en privado de que no cabía mejor inversión para el Gobierno balear que la presencia de la familia real en Mallorca. Y ese iba a ser, en última instancia, el penúltimo argumento que les salvaría en este asunto. El definitivo espaldarazo se lo dio sin saberlo Mariano Rajoy, una de las personas que más saben de ciclismo en este país, que llamó al presidente balear para avalar la iniciativa. Echávarri y Unzué, tipos listos donde los haya, se habían movido en dos direcciones: la real y la orgánica. El entonces candidato del PP a las generales de marzo de 2004 —apenas un mes antes había sido designado sucesor a título de candidato por José María Aznar— quería un superequipo español liderado por Alejandro Valverde. Y lo consiguió, vaya si lo consiguió.

Jaume Matas marcó el número de Pepote Ballester y sentenció: «Ponlo en marcha». «Perfecto», replicó sin rechistar su subordinado, al que le faltó tiempo para llamar a Urdangarin y darle la buena nueva.

Aquel encuentro fue el primero de una larga lista de citas que se prolongaron durante ese interminable mes de septiembre, en el que Urdangarin y Pepote se volvieron a ver ya con los presupuestos en la mano. Los trámites para formalizar el acuerdo se prolongaron durante meses. La propuesta fue analizada primero por Matas y su alto cargo en una reunión a solas en el Consolat de Mar, la sede del ejecutivo autonómico, y tras convencerse ambos una vez más de que no les quedaba otra opción que acometer el proyecto, el presidente afrontó el trámite inexcusable de trasladar la idea al resto de su equipo de gobierno. O por lo menos a sus subordinados afectados. Lo hizo en una reunión fugaz que convocó en uno de los cuarteles generales de los populares en las Islas, el hotel Meliá Palas Atenea de Palma, situado en pleno Paseo Marítimo. Este cinco estrella Kincuarts es uno de los establecimientos más emblemáticos de la isla, el escenario en el que el PP se atrinchera cada noche electoral a la espera de los resultados y en el que aborda, lejos de su sede, las claves de su futuro.

Emplazó al encuentro a su mano derecha, la vicepresidenta y ahora eurodiputada, la
matista
Rosa Estarás; al
conseller
de Turismo, el delfín Joan Flaquer; a la
consellera
de Presidencia y Deportes, la tan honrada como eficaz Rosa Puig; y al otro alto cargo implicado en la iniciativa, el responsable del área de Economía, el sensato Lluís Ramis de Ayreflor. Tomó la palabra Matas, enfatizó el golpe de efecto que supondría para su gobierno y para Baleares el patrocinio del equipo ciclista Banesto, que pasaría a partir de ahora a llamarse Banesto-Illes Balears, y añadió, parafraseando al duque de Palma, que el ejecutivo debía impulsar también la creación de una «oficina de seguimiento de proyecto», para vigilar y velar por el impacto mediático de la marca Baleares en el resto del mundo.

El nombre de Iñaki Urdangarin no apareció en ningún momento. No lo mencionó Matas. Ni mucho menos Pepote, que secundó cada frase del presidente. Arrancaron los dos el apoyo de todos los altos cargos públicos implicados, que se mostraron sorprendidos por el interés en este proyecto pero que no replicaron nada, y se dispusieron de inmediato a convocar una rueda de prensa para anunciar el acuerdo a bombo y platillo. La primera gran victoria del duque de Palma fuera de las canchas de balonmano la tocaba ya con las manos.

La tramitación administrativa de una iniciativa de estas características comenzó con una consigna clara de Matas para sortear de antemano los consabidos obstáculos.

—Tanto los contratos como los contactos con el equipo ciclista se van a llevar desde los Servicios Jurídicos de Presidencia, no quiero que nadie más tramite este asunto —subrayó.

De tal manera que situó la contratación de Urdangarin en su área de influencia para evitar filtraciones y, sobre todo, posibles pegas del Departamento de Intervención al hecho de que un pago tan elevado se llevase a cabo sin que mediara concurso público y fuera teledirigido a una serie de empresas concretas. Las conversaciones avanzaron y apareció encima de la mesa la primera sociedad limitada que entraría en liza en este tema: Nóos Consultoría Estratégica, la entidad que habían creado Urdangarin y Torres a medida para recoger sus primeros beneficios. El Gobierno balear debía contratar a esta empresa para el seguimiento del equipo y el grueso del contrato con el equipo ciclista. Matas dio la orden. No quería un solo problema ni la más mínima queja. Como le gustaba repetir a medida que avanzaba su mandato, se limitaba a decir «hágase», al más puro estilo Rey Sol. Del resto no quería volver a hablar.

—Este tema lo ha ordenado el presidente —no paraba de repetir Pepote a diestro y siniestro por los pasillos del Gobierno balear, para acallar cualquier crítica o pega administrativa. Lo habitual cuando había que sacar adelante una de las múltiples cacicadas-corruptelas del presidente.

Y es que, con la ley en la mano, toda contratación que excediera de los 12.020 euros debía ser sometida a concurso público para dar la oportunidad de presentarse al resto de empresas que estuviesen interesadas en esta iniciativa. El espíritu de la Ley de Contratos radica en fomentar la libre competencia, un extremo que en este caso había que esquivar como fuera.

En este supuesto el montante ascendía a 300.000 euros y difícilmente podía justificarse que por decreto ley la adjudicataria debía ser una sociedad en la que si se husmeaba, aparecían como accionistas al 50 por ciento el yerno del rey y su socio Diego Torres, que entre bambalinas ya estaba al frente de la operativa empresarial. Llamaba a los altos cargos del Gobierno balear y, como si tuviera mando en plaza, ordenaba cómo debía articularse cada trámite de la operación. No daba un solo paso sin consultarlo con Iñaki, que acariciaba ya con las manos su primer gran contrato público.

La misma frase, que se antojaba mágica para acallar cualquier suspicacia, se sucedía como un estribillo: «Esto, como sabrás, es una cosa del presidente». Y con ese salvoconducto, el equipo ciclista Banesto-Illes Balears se convertía ya en una realidad y los primeros 50 millones de pesetas entraron en las cuentas de la pareja sin haber tenido que emplear un excesivo esfuerzo y sin que hiciese falta siquiera firmar el preceptivo contrato. Bastó con un mero acuerdo verbal. El pago no fue sometido a fiscalización ni fue trasladado a los servicios jurídicos para cubrirse ante cualquier eventualidad.

Para ser la primera experiencia importante con una administración pública, no estaba nada mal. Solo quedaba ya rubricar el contrato más jugoso, el del patrocinio del equipo, arrancar el compromiso de alargarlo el máximo posible en el tiempo y garantizarse los primeros ingresos fijos.

Urdangarin y Torres debían montar la página web del equipo, encargarse de la contratación del
merchandising
y hacerse cargo de la logística. A la vista de las facilidades otorgadas, Diego Torres y Urdangarin cogieron las riendas y decidieron engrosar todavía más la cuenta.

Gracias a Pepote, que se empleó a fondo en el proyecto, consiguieron que el Gobierno balear les adjudicase por separado, como si no fuera objeto de la misma contratación, el tan cacareado seguimiento en prensa del equipo ciclista, llegando así a articularse dos pagos por un mismo concepto. Sabedores de que la infraestructura que habían dispuesto era mínima, decidieron que este cometido lo llevase a cabo una empresa especializada, Sofres, conocida por su especialización en las mediciones de audiencia. Y ellos se limitaron a cobrar el grueso de la «oficina de seguimiento» por su cuenta.

El grado de confianza adquirido y la compenetración entre los cargos del PP y el equipo de Urdangarin daban ya cabida a cualquier tipo de pago, adquiriese la forma que adquiriese. El duque de Palma había hecho ya su primera aparición pública en la flamante presentación del equipo, ataviado con una corbata de color azul brillante, henchido de gozo junto a Matas y Unzué, y su implicación en el proyecto era ya un hecho público y notorio.

De tal manera que, una vez decidido que sería Sofres la adjudicataria de este cometido, acordaron vestir el santo. Desde el Gobierno balear se articuló el pago utilizando la fórmula denominada técnicamente «contrato negociado sin publicidad». Se trata de un procedimiento legal que permite adjudicar hasta 60.000 euros públicos con la única salvedad de que la Administración está obligada a pedir tres ofertas a tres empresas del sector en cuestión. Salvado este requisito, el Gobierno balear estaba obligado a otorgar el contrato a la propuesta más ventajosa.

Sentado este escenario, el Gobierno balear llamó a las oficinas de Nóos, que pese a preparar ya su lanzamiento como entidad sin ánimo de lucro operaba como una sociedad limitada a pleno rendimiento. Tal fue la premura y la necesidad de dinero que la Fundación Illesport, que fue el organismo público dependiente del Gobierno balear que se encargó de la contratación, solicitó directamente las tres ofertas a Torres y Urdangarin. El objetivo era cubrir el expediente con esa terna empresarial para, acto seguido, otorgarle el dinero a Sofres. Este método, que se había convertido en una especie de deporte de uso común en la administración balear para beneficiar a empresarios amigos y a colaboradores de los partidos gobernantes, contaba por primera vez con un miembro de la familia real como virtual beneficiado.

Para hacerlo bien solo faltaba que las ofertas de relleno, tildadas habitualmente en el argot administrativo como «mariachis», meras comparsas en definitiva, superaran la oferta económica de la virtual ganadora. Que la ley estableciese que bajo ningún concepto pueden ser invitadas tres empresas vinculadas entre sí fue un elemento que se pasó deliberadamente por alto desde el primer momento.

Por eso el fax de Nóos escupió desde Barcelona consecutivamente las tres propuestas. La primera, la de la virtual ganadora, llevaba el membrete de Sofres. La segunda, que debía hacer las veces de «mariachi», llevaba la firma de Virtual Strategies, una de las sociedades instrumentales de Diego Torres y Urdangarin. Y la tercera de las propuestas que entró en el fax del Gobierno balear tenía un aspecto diferente. Frente a los historiados logotipos de las anteriores, el encabezamiento de la interesada rezaba simplemente «Aizoon». O lo que es lo mismo, la empresa patrimonial de los duques de Palma, en la que Urdangarin y la infanta Cristina tenían cada uno el 50 por ciento de las participaciones. Aizoon, sin actividad real alguna, se presentaba al concurso como una especialista en seguimiento en prensa de noticias deportivas. Y tal fue la premura y la falta de control que esta última oferta, de apenas dos folios y medio de extensión, firmada personalmente por Iñaki Urdangarin, ponía encima de la mesa la propuesta más económica de todas. Por lo que, para evitar que se llevaran el concurso Urdangarin y la infanta antes de tiempo, que no era el objetivo perseguido ni mucho menos, se sucedió una llamada tras la que entró la consiguiente modificación al alza.

—Iñaki, sube 10.000 euros tu oferta y ten cuidado para la próxima vez, que con este tipo de cosas podemos tener algún día algún problema. El contrato se lo tiene que llevar Sofres, que ya lo tenemos todo apañado con ellos.

La voz de Torres corregía el imprevisto y dejaba listo el pago. El fax modificado por Urdangarin fue vomitado minutos después por el del Gobierno balear. Solo quedaba ya fijarse el siguiente objetivo y lanzarse a por él. Porque, visto lo visto, su carrera empresarial iba a ser más fácil incluso de lo que parecía en un principio.

Capítulo 8

La infanta apunta maneras.

Cena en la Casa dels Canonges.

El
molt honorable
se los quita de encima. Educadamente, eso sí.

Desembarco en Valencia y Baleares.

Las fotos con la realeza se pagan a precio de oro.

El intento de hacer caja con el Real Madrid. Valdano sí supo decir «no»

El año 2004 acababa de echar el cierre, 2005 asomaba la patita y el Instituto Nóos iba viento en popa. Iñaki y Diego hacían cuentas tras un ejercicio en el que se habían metido en el bolsillo unos 3 millones de euros. Ejercicio en el que, dicho sea de paso, el duque de Palma había ejecutado la machada de su vida: la adquisición de la casa-torre de Pedralbes por 6,3 millones de euros. Es el «palacete» de Pedralbes, que es, por cierto, la expresión que emplean habitualmente sus propietarios, Iñaki Urdangarin Liebaert y Cristina de Borbón y Grecia, para referirse a lo que en la capital catalana es una «casa-torre».

—Nunca pensaron que les cayera tanta pasta y tan deprisa, con tanta facilidad. Y la verdad es que se empezaron a volver locos, a flotar, parecía como si ellos fueran en un Airbus 380 y los demás volásemos en avioneta o en ultraligero. La primera muestra de que vivían fuera de la realidad es el palacete, una casa que ninguno de los ricachones de Barcelona se hubiera comprado. Más de 6 kilos por una vivienda abandonada, que estaba en ruinas, era una locura, porque para ponerlo en condiciones hacían falta meterle otros 2 o 3 millones —reflexiona en voz alta otro de los íntimos de Torres y
Urdanga
, que es como llama al hombre que da título a este libro.

Pero querían más. Y más. Y mucho más. Que la avaricia rompe el saco lo demuestra la trayectoria del yernísimo. El caso era atacar a empresas o administraciones y cuantas más mejor, porque si el timo de la estampita había funcionado en Valencia y en Baleares, ese sentido común que es el menos común de los sentidos indicaba que el rollo iba a colar en cualquier otra parte.

—Oye, Iñaki, ¿por qué no lo intentamos con la Generalitat? —le apuntó Diego Torres a su amigo del alma y compañero de cuitas profesionales y personales.

—Pero si a la Generalitat ya hemos ido. ¿Qué dices? En Valencia ya estamos trabajando —le aclaró un despistado duque de Palma.

—¡No, coño, me refiero a la Generalitat de Cataluña!

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