Una campaña civil (62 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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—Ah, Dono —By saludó a su primo—. ¿Sigues pensando pasarte por casa de los Vorsmythe como última parada de la noche?

—Sí. ¿Necesitas que te llevemos también?

—Desde aquí no. Tengo otras cosas que hacer. Pero agradecería que me llevarais después a casa.

—Por supuesto.

—Vaya larga conversación que has tenido con la condesa Vormuir, allá fuera en el balcón. ¿Recordando los viejos tiempos?

—Oh, sí —Dono sonrió vagamente—. Esto y lo otro, ya sabes.

By le dirigió una mirada penetrante, pero Dono no quiso decir nada más.

—¿Llegaste a ver al conde Vorpinski esta tarde? —preguntó Dono.

—Sí, por fin, y a un par más. Vortaine no sirvió de nada, pero al menos la presencia de Olivia le obligó a ser amable. Vorfolse, Vorhalas y Vorpatril se negaron por desgracia a escucharme.

Dono dirigió a Ivan una mirada algo ambigua por debajo de sus negras cejas.

—Bueno, no estoy tan seguro de Vorfolse. Nadie contestó a la puerta; puede que no estuviera de verdad en casa. Resulta difícil decirlo.

—Entonces, ¿cómo va el recuento de votos? —preguntó By.

—Cerca, By. Más cerca de lo que me hubiese atrevido a soñar, si te digo la verdad. La inseguridad ahora me afecta al estómago.

—Lo superarás. Ah… ¿cerca hacia qué lado?

—El equivocado. Desgraciadamente. Bueno… —Dono suspiró—, habrá sido un buen intento.

—Vas a hacer historia —dijo Olivia firmemente. Dono le dio un apretón en el brazo, y le sonrió agradecido.

Byerly se encogió de hombros, lo que para él era un gesto consolidador.

—¿Quién sabe qué puede pasar para darle la vuelta a las cosas?

—¿Antes de mañana por la mañana? Me temo que no mucho. La suerte está echada.

—Anímate. Aún hay un par de horas para trabajar a los hombres de la mansión Vorsmythe. Estate alerta. Te ayudaré. Nos vemos allí…

Y así Ivan se encontró no con la oportunidad de pasar un rato con Olivia, sino más bien atrapado con ella, Dono, Szabo, y otros dos soldados Vorrutyer en la parte trasera del coche oficial del difunto conde Pierre. Era uno de los pocos vehículos que Ivan había visto que pudieran competir con la reliquia de la Regencia que era el de Miles, tanto en sus lujos superfluos como en el paranoico blindaje que convertía su ritmo en una especie de avance lento. Y no es que no fuera
cómodo
; Ivan había dormido en habitaciones de hostales espaciales más pequeñas que aquel compartimento trasero. Pero de algún modo Olivia había acabado sentada entre Dono y Szabo, mientras que Ivan compartía calor corporal con un par de soldados.

Ya habían recorrido dos tercios del camino hasta la mansión Vorsmythe cuando Dono, que había estado mirando a través del dosel con el entrecejo surcado de arrugas verticales, de repente se inclinó hacia delante y habló por el intercomunicador con el conductor.

—Joris, vamos a pasarnos de nuevo por la casa de Vorfolse. Lo intentaremos una vez más.

El coche dobló la siguiente esquina y dio marcha atrás. En un par de minutos, el edificio de apartamentos donde estaba el de Vorfolse apareció a la vista.

La familia Vorfolse tenía un récord notable, el de haber escogido el bando perdedor en todas las guerras barrayaresas del último siglo, incluidos la cooperación con los cetagandanos y el apoyo al bando equivocado de los Pretendientes Vordarianos. El actual heredero, algo lerdo, deprimido por las muchas derrotas de sus antepasados, se ganaba la vida en la capital alquilando la vieja mansión del clan Vorfolse a una emprendedora prole de ambiciones grandiosas. En vez del escuadrón de veinte hombres permitidos, sólo tenía un soldado a su servicio, un tipo igualmente deprimido y bastante mayor, que además hacía el trabajo de sirviente. Con todo, la aprensiva negativa de Vorfolse a alinearse con cualquier facción, partido o proyecto, no importaba lo benigno que pareciera, al menos significaba que no iba a votar automáticamente

a Richars. Y un voto era un voto, suponía Ivan, no importaba lo excéntrico que fuera.

Un aparcamiento estrecho y de múltiples niveles, adjunto al edificio, proporcionaba espacio para los vehículos de las residentes proles de la casa, con un suplemento sin duda. El sitio para aparcar en la capital se alquilaba normalmente por metros cuadrados. Joris internó el vehículo de Pierre en el limitado recinto y comprobó que la primera planta estaba completa.

Ivan, que planeaba quedarse en el cómodo coche con Olivia, revisó su plan cuando ella salió a acompañar a Dono. Dono dejó a Joris esperando que quedara un sitio libre y, flanqueado por Olivia y sus guardaespaldas, salió al acceso para peatones y rodeó el edificio hasta llega a la entrada principal. Dividido entre la curiosidad y la cautela, Ivan los siguió. Con un breve gesto, Szabo dejó a uno de sus hombres en la puerta exterior y al segundo junto a la salida del tubo ascensor del segundo piso, de modo que cuando llegaron al apartamento de Vorfolse eran un grupo de cuatro, no demasiado intimidador.

Una discreta placa de latón atornillada algo torcida a la puerta sobre el número del apartamento decía «Mansión Vorfolse» con un tipo de letra que pretendía imponer, pero que, en el contexto, sólo resultaba patética. Ivan recordó que su tía Cordelia solía decir que los gobiernos eran construcciones mentales. Lord Dono tocó el timbre.

Después de varios minutos, una voz quejumbrosa sonó a través del intercomunicador. El recuadrito del visor vid permaneció en blanco.

—¿Qué quiere?

Dono miró a Szabo y susurró:

—¿Es Vorfolse?

—Eso parece. No tiembla lo suficiente para ser su viejo soldado.

—Buenas noches, conde Vorfolse —dijo Dono suavemente al comunicador—. Soy lord Dono Vorrutyer —señaló a sus compañeros—. Creo que ya conoce a Ivan Vorpatril, y a mi lacayo, el soldado Szabo. La señorita Olivia Koudelka. Me he pasado a charlar con usted sobre la votación de mañana sobre el condado de mi Distrito.

—Es muy tarde —dijo la voz.

Szabo puso los ojos en blanco.

—No deseo perturbar su descanso —continuó Dono.

—Bien. Márchese.

Dono suspiró.

—Por supuesto, señor. Pero antes de marcharme, ¿se me permite al menos preguntar cómo piensa votar mañana?

—No me importa qué Vorrutyer se quede con el Distrito. Toda la familia es bazofia. A la porra con todos.

Dono tomó aire y continuó, sonriendo.

—Sí, señor, pero considere las consecuencias. Si se abstiene, y la votación no llega a una decisión, simplemente tendrá que repetirse otra vez. Y así sucesivamente, hasta que por fin se llegue a una mayoría. También quisiera resaltar que descubrirá que mi primo Richars es un tipo la mar de inquieto… de mal temperamento y dado a las riñas y las discusiones.

Tras un largo rato de silencio sin que el intercomunicador diera señales de vida, Ivan empezó a preguntarse si Vorfolse se habría ido a dormir.

Olivia se acercó al receptor y dijo animadamente:

—Conde Vorfolse, señor, si vota a favor de lord Dono, no lo lamentará. Hará un buen servicio tanto al Distrito Vorrutyer como al Imperio.

Al cabo de un momento, la voz replicó:

—Eh, eres una de las chicas del comodoro Koudelka, ¿no? ¿Apoya entonces Aral Vorkosigan esta tontería?

—Lord Miles Vorkosigan, que actúa como representante de su padre en la votación, me apoya plenamente —respondió Dono.

—Inquieto. ¡Eh! ¡Ése sí que es inquieto!

—Sin duda —reconoció Dono—. Ya lo he notado. Pero ¿cómo piensa votar?

Otra pausa.

—No lo sé. Me lo pensaré.

—Gracias, señor.

Dono les indicó a todos que levantaran el campo; su pequeño séquito lo siguió hacia los tubos ascensores.

—Eso no ha sido demasiado concluyente —dijo Ivan.

—¿Tienes la menor idea de lo positivo que parece
me lo pensaré
comparado con algunas respuestas que me han dado? —dijo Dono tristemente—. Comparado con algunos de sus colegas, el conde Vorfolse es una fuente de liberalismo.

Recogieron al soldado y bajaron en el tubo ascensor.

—Hay que reconocer la integridad de Vorfolse —añadió Dono cuando llegaron a la planta baja—. Hay un montón de formas dudosas de despojar de fondos a su Distrito que podría emplear para llevar aquí una vida más opulenta. Pero no lo hace.

—Ja —dijo Szabo—. Si yo fuera uno de sus vasallos, lo animaría a robar algo. Sería mejor que esta miserable farsa de pobretón. Esto no es digno de un Vor. No queda bien.

Salieron del edificio con Szabo a la cabeza, Dono y Olivia el uno al lado de la otra, e Ivan detrás, seguido por los otros dos soldados. Cuando atravesaron la entrada de peatones para llegar al oscuro aparcamiento, Szabo se detuvo en seco.

—¿Dónde demonios está el coche? —dijo. Se acercó a los labios el comunicador de muñeca—. ¿Joris?

—Si ha entrado alguien más —dijo Olivia, inquieta—, habrá tenido que sacar el coche, dar marcha atrás y rodear la manzana para dejarle paso. No hay espacio para dar la vuelta aquí dentro.

—No sin… —empezó a decir Szabo. Un silencioso zumbido lo interrumpió, surgido de ninguna parte, un sonido bastante familiar para Ivan. Szabo cayó como un leño.

—¡Un aturdidor! —gritó Ivan, y saltó tras la columna más cercana, a su derecha. Buscó a Olivia, pero ella había saltado hacia el otro lado, con Dono. Dos disparos más alcanzaron a los soldados mientras esquivaban a izquierda y derecha, aunque uno logró disparar un tiro errático antes de desplomarse.

Ivan, agazapado entre la columna y un coche desvencijado, maldijo por estar desarmado y trató de ver de dónde venían los disparos. Columnas, coches, luz inadecuada, sombras… más allá de la rampa, una mancha oscura se separó de las sombras y desapareció entre los vehículos apretujados.

Las reglas de combate con aturdidores eran simples. Abate todo lo que se mueva y pregunta más tarde, esperando que nadie tuviera problemas de corazón. El soldado inconsciente de Dono podía proporcionar a Ivan un aturdidor, si podía alcanzarlo sin que le dieran…

Una voz desde lo alto de la rampa susurró roncamente:

—¿Por dónde se fue?

—Hacia la entrada. Goff lo alcanzará. Dale a ese maldito oficial en cuanto lo tengas a tiro.

Al menos tres asaltantes, entonces. Supongamos que uno más. Al
menos
uno más. Maldiciendo por la situación, Ivan se apartó a cuatro patas de la columna que le protegía y trató de abrirse paso entre las filas de coches y la pared, dirigiéndose de nuevo hacia la entrada. Su pudiera llegar a la calle…

Aquello tenía que ser un rapto. Si se tratara de un asesinato, sus atacantes habrían escogido un arma mucho más mortífera, y todo el grupo sería ahora carne de hamburguesa contra las paredes. En una rendija entre dos coches, a su izquierda, se movió una sombra blanca: el vestido de fiesta de Olivia. Un sonoro golpe tras la columna, seguido de un nauseabundo ruido, como una calabaza chocando contra el suelo.

—¡Bien! —exclamó Dono.

La madre de Olivia, recordó Ivan, había sido la guardaespaldas personal del Emperador niño. Trató de imaginar los acogedores rituales madre-hija en la casa de los Koudelka. Estaba seguro de que no se habían limitado a hornear pasteles.

Una sombra vestida de negro corrió.

—¡Allá va! ¡Atrápalo! ¡No, no… se supone que tiene que quedar
consciente
!

Pasos a la carrera, roces y jadeos, un golpe, un grito estrangulado… Rezando para que todo el mundo estuviera distraído, Ivan se abalanzó hacia el aturdidor del soldado, lo agarró y se puso de nuevo a cubierto. Desde la rampa de ascenso de la derecha llegó el chirrido de un coche que daba marcha atrás rápida e ilegalmente hacia ellos. Ivan se arriesgó a asomarse. Las puertas traseras de la furgoneta se abrieron de par en par cuando se detuvo en la curva. Dos hombres empujaron a Dono hacia allí. Dono tenía la boca abierta y se debatía, con una expresión de sorprendida agonía en el rostro.

—¿Dónde está Goff? —ladró el conductor, asomándose para mirar a sus dos camaradas y a su presa—. ¡Goff! —gritó.

—¿Dónde está la chica? —preguntó uno de ellos.

—Olvida a la chica —dijo el otro—. Ayúdeme con éste. Haremos el trabajo, nos lo llevaremos y saldremos de aquí antes de que ella pueda pedir ayuda. Malka, da la vuelta y trae a ese oficial grandullón. Se suponía que no estaría presente.

Empujaron a Dono hacia la furgoneta. ¿Qué demonios…?
Esto no es un secuestro
.

—¿Goff? —preguntó a las sombras el hombre encargado de cazar a Ivan, mientras él se agazapaba entre los coches.

El, dadas las circunstancias,
extremadamente
desagradable zumbido de una vibrodaga sonó en la mano del hombre que estaba inclinado sobre Dono. Arriesgándolo todo, Ivan se incorporó y disparó.

Consiguió un impacto directo en el tipo que buscaba a Goff; el hombre tuvo un espasmo, cayó y dejó de moverse. Los hombres de Dono usaban aturdidores
pesados
, y no sin motivo, al parecer. Ivan sólo consiguió rozar a otro. Ambos abandonaron a Dono y se escudaron detrás de la furgoneta. Dono cayó al suelo y se enroscó sobre sí mismo; con todo aquel fuego de aturdidores destellando, probablemente no había nada peor que echar a correr, pero Ivan tuvo una horrible visión de lo que podría pasar si la furgoneta daba marcha atrás.

Desde lo alto de la rampa, al otro lado de la furgoneta, dos aturdidores más restallaron en rápida sucesión.

Silencio.

Después de un momento, Ivan llamó cautelosamente.

—¿Olivia?

Ella respondió desde más arriba con una agitada vocecita infantil.

—¿Ivan? ¿Dono?

Dono se agitó en el suelo y gimió.

Con cautela, Ivan se incorporó y avanzó hacia la furgoneta. Después de un par de segundos, probablemente para ver si podía atraer más fuego, Olivia se levantó y bajó corriendo para reunirse con él.

—¿De dónde has sacado el aturdidor? —preguntó, mientras ella rodeaba el vehículo. Iba descalza y llevaba el vestido de fiesta recogido en torno a las caderas.

—Goff —con un gesto ausente, ella volvió a bajarse el vestido con la mano libre—. ¡Dono! ¡Oh, no!

Se guardó el aturdidor entre los pechos y se arrodilló junto al hombre vestido de negro. Alzó una mano cubierta de sangre.

—Sólo un corte en la pierna —jadeó Dono—. Falló. ¡Oh, Dios! ¡Ay!

—Estás sangrando mucho. ¡Quédate quieto, amor! —ordenó Olivia. Miró frenéticamente a su alrededor, dio un salto y se perdió en el oscuro vacío cavernoso del compartimento de carga de la furgoneta. Luego se arrancó las enaguas de encaje beige del vestido. Más sonidos rápidos de desgarro mientras preparaba un apósito y unos vendajes. Empezó a aplicar el apósito al largo tajo que corría por el muslo de Dono, para detener la hemorragia.

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