Una campaña civil (58 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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El comodoro se encogió de hombros, asintiendo. Mamá suspiró con algo parecido a nostalgia negativa, sin anhelo por el pasado recordado pero con alivio por haber escapado de él.

—Por escoger un ejemplo no al azar —continuó la condesa—, Kareen, ¿te hiciste un implante anticonceptivo antes de empezar los experimentos físicos?

Tante Cordelia era malditamente betana… soltaba cosas así en medio de una conversación casual. Kareen y su barbilla se alzaron desafiantes.

—Por supuesto. Y me hice cortar el himen y realicé el curso de aprendizaje programado que me dio la clínica sobre temas anatómicos y fisiológicos, y la Gran-Tante Naismith me regaló mi primer par de pendientes, y nos fuimos a dar un paseo.

Papá se froto la frente enrojecida. Mamá parecía… envidiosa.

—Y me atrevo a decir —continuó Tante Cordelia —que no describirías tus primeros pasos para reclamar tu sexualidad adulta como una loca búsqueda a tientas, llena de confusión, miedo y dolor, ¿verdad?

La nostalgia negativa de mamá pareció aumentar. También la de Mark.

—¡Por supuesto que no! —Kareen no quería discutir de esas cosas con sus padres, aunque se moría por un cómodo chismorreo con Tante Cordelia. Se sentía demasiado tímida para empezar con un hombre de verdad, así que contrató a un hermafrodita con el título de terapeuta licenciado para sexualidad práctica que le había recomendado la consejera de Mark. El TLSP le había explicado amablemente que los hermafroditas eran enormemente populares entre los jóvenes que seguían el curso introductorio por ese motivo. Todo salió muy muy bien. Mark, que esperaba ansioso junto a la comuconsola su informe poscoital, se alegró por ella. Por supuesto, su introducción a su propia sexualidad había incluido traumas y torturas, y era natural que estuviera preocupadísimo. Ella le sonrió tranquilamente ahora—. ¡Si así es Barrayar, prefiero Beta!

—No es tan sencillo —dijo Tante Cordelia, pensativa—. Ambas sociedades pretenden resolver el mismo problema fundamental: asegurar que los hijos que lleguen sean bien cuidados. Los betanos prefieren hacerlo directamente, tecnológicamente, ordenando un control bioquímico sobre las gónadas. La conducta sexual parece abierta al precio de un control social absoluto sobre sus consecuencias reproductoras. ¿Nunca se te ha ocurrido pensar por qué? Deberías. Beta
puede
controlar los ovarios; Barrayar, sobre todo durante la Era del Aislamiento, se vio forzada a tratar de controlar a todas las mujeres. Barrayar tiene la necesidad de aumentar su población para sobrevivir, y eso incluye vuestras peculiares leyes de herencia sobre el sexo, y, bueno, aquí estamos.

—Dando tumbos en la oscuridad —gruñó Kareen—. No, gracias.

—Nunca deberíamos haberla enviado allí. Con
él
—rezongó papá.

—Kareen consiguió su beca para estudiar en Beta antes de conocer a Mark —puntualizó Tante Cordelia—. ¿Quién sabe? Si Mark no hubiera estado allí para, ah, aislarla, podría haber conocido a un guapo betano y se habría quedado con él.

—O con ello —murmuró Kareen—. O con ella.

Los labios de papá se tensaron.

—Esos viajes pueden tener más de una dirección. No he visto a mi propia madre cara a cara más de tres veces en los últimos treinta años. Al menos si se queda con Mark, podéis estar seguros de que Kareen regresará a Barrayar frecuentemente.

Mamá parecía muy asombrada por todo aquello. Miró a Mark, llena de nuevas expectativas. Él ensayó una sonrisa esperanzada.

—Quiero que Kareen está a salvo —dijo papá—. Bien. Feliz. Económicamente segura. ¿Tan malo es eso?

Tante Cordelia sonrió.

—¿Segura? ¿Bien? Eso es lo que yo quiero también para mis hijos. No siempre se consigue, pero aquí estamos. Y en cuanto a la felicidad… no creo que se pueda dar eso a nadie, si no la tiene dentro. Sin embargo, es muy posible dar infelicidad… como has descubierto.

Papá frunció el ceño, hosco, aplastando el impulso de Ekaterin de aplaudir este último razonamiento. Mejor dejar que la Baba se ocupara del asunto…

—En cuanto a este último… um —continuó la condesa—. ¿Alguien ha discutido contigo la situación financiera de Mark? ¿Kareen, o Mark… o Aral?

Papá negó con la cabeza.

—Creí que estaba arruinado. Supuse que la familia lo mantenía, como a cualquier otro bastardo Vor. Y que se aprovechaba… como cualquier otro bastardo Vor.

—No estoy
arruinado
—objetó con fuerza Mark—. Es un problema temporal de líquido. Cuando recibí mi presupuesto para este período, no esperaba empezar un nuevo negocio a la mitad.

—En otras palabras, estás arruinado —dijo papá.

—En realidad, Mark puede mantenerse por su cuenta —dijo Tante Cordelia—. Ganó su primer millón en Jackson’s Whole.

Papá abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Dirigió a su anfitriona una mirada incrédula. Kareen esperaba que no se le ocurriera preguntar cuál había sido el método seguido por Mark para ganar esa fortuna.

—Mark ha invertido en una interesante gama de empresas especulativas —continuó Tante Cordelia amablemente—. La familia lo apoya… yo misma he comprado algunas acciones de su empresa de cucarachas mantequeras… y siempre estaremos aquí para las emergencias, pero Mark no necesita que lo mantengamos.

Mark parecía a la vez agradecido y asombrado de aquella defensa maternal, como si… bueno… eso. Como si nadie lo hubiera tratado así antes.

—Si es tan rico, ¿por qué paga a mi hija con pagarés? —exigió papá—. ¿Por qué no puede pagarle en metálico?

—¿Antes del final del período? —dijo Mark, con voz de auténtica repulsa—. ¿Y perder todo ese
interés
?

—Y no son pagarés —dijo Kareen—. ¡Son acciones!

—Mark no necesita dinero —dijo Tante Cordelia—. Necesita lo que sabe que no puede comprar el dinero. La felicidad, por ejemplo.

Mark, aturdido pero de acuerdo, aventuró:

—Entonces… ¿quieren que pague por Kareen? ¿Como una dote? ¿Cuánto? Yo…

—¡No, idiota! —chilló Kareen horrorizada—. Esto no es Jackson’s Whole: no se puede comprar y vender a la gente. Además, la dote es el dinero que la familia da al marido, no al revés.

—Eso parece muy raro —dijo Mark, bajando las cejas y pellizcándose la barbilla—. Al revés. ¿Estás segura?

—Sí.

—No me importa si el muchacho tiene un millón de marcos —empezó a decir papá obstinadamente y quizá sin demasiada sinceridad, sospechó Kareen.

—Dólares betanos —corrigió Tante Cordelia—. Los jacksonianos insisten en contar con monedas fuertes.

—El cambio de divisas galácticas respecto al marco imperial barrayarés ha mejorado mucho desde la guerra del Radio Hegen —empezó a explicar Mark. Había escrito un ensayo sobre el tema el último trimestre; Kareen le había ayudado a corregirlo. Probablemente podría hablar un par de horas al respecto. Por fortuna, Tante Cordelia alzó un dedo e interrumpió la amenaza de erudición.

Papá y mamá parecieron perderse en sus propios cálculos.

—Muy bien —empezó a decir papá, con un poco menos de tozudez—. No me importa si el muchacho tiene cuatro millones de marcos. Me preocupo por Kareen.

Tante Cordelia agitó los dedos, pensativa.

—¿Entonces qué es lo que quieres de Mark, Kou? ¿Deseas que se ofrezca a casarse con Kareen?

—Er —dijo papá, desprevenido. Lo que quería, por lo que Kareen sabía, era que a Mark se lo comieran los lobos, posiblemente con sus cuatro millones de marcos en inversiones no líquidas, pero era difícil que se lo dijera a su madre.

—Sí, por supuesto que me ofreceré, si ella quiere —dijo Mark—. Es que no creía que ella quisiera, todavía. ¿No?

—No —dijo Kareen firmemente—. No… todavía no, al menos. Acabo de empezar a encontrarme, a descubrir quién soy en realidad, a crecer. No quiero
parar
.

Tante Cordelia alzó las cejas.

—¿Así es como ves el matrimonio? ¿Como el final y la abolición de ti misma?

Kareen advirtió demasiado tarde que su observación podía ser considerada despectiva hacia ciertos grupos allí presentes.

—Lo es para algunas personas. ¿Por qué si no acaban todas las historias cuando la hija del conde se casa? ¿No te parece un poco siniestro? Quiero decir, ¿has leído alguna vez una historia donde la madre del príncipe haga otra cosa que no sea morirse joven? Nunca he podido decidir si eso es una advertencia, o una instrucción.

Tante Cordelia se llevó un dedo a los labios para ocultar su sonrisa, pero mamá parecía bastante preocupada.

—Se crece de formas diferentes, después —dijo mamá—. No como en los cuentos de hadas. Feliz para siempre jamás no lo expresa bien.

Papá bajó las cejas y dijo, con voz extraña y súbitamente insegura:

—Yo creía que lo estábamos haciendo bien…

Mamá le palmeó la mano para tranquilizarlo.

—Por supuesto, querido.

—Si Kareen quiere que me case con ella, lo haré —dijo Mark valientemente—. Si no quiere, no lo haré. Si quiere que me vaya, me iré… —acompañó esto último con una mirada aterrada en su dirección.

—¡No! —chilló Kareen.

—Si quiere que baje las escaleras de espaldas y haciendo el pino, lo intentaré. Lo que ella quiera —terminó de decir Mark.

La expresión pensativa en el rostro de mamá sugirió que al menos le gustaba su actitud…

—¿Deseas sólo comprometerte?

—Eso es casi lo mismo que el matrimonio aquí —dijo Kareen—. Hay que hacer esos juramentos.

—Os tomáis esos juramentos en serio, ¿supongo? —dijo Tante Cordelia, alzando las cejas en dirección a los ocupantes del misterioso sofá.

—Por supuesto.

—Creo que es cosa tuya, Kareen —dijo Tante Cordelia con una sonrisita—. ¿Qué quieres?

Mark apretó las rodillas. Mamá se quedó sin aliento. Papá parecía preocupado aún por las implicaciones de aquella observación para-siempre-jamás.

Ésta era Tante Cordelia. No era una pregunta retórica. Kareen permaneció en silencio, buscando la verdad en medio de la confusión. Nada más y nada menos que la verdad valdría ahora. Pero ¿cuáles eran las palabras? Lo que ella quería no era simplemente una opción tradicional barrayaresa.. ah. Sí. Se enderezó, y miró a Tante Cordelia, y luego a papá y mamá, y después a Mark a los ojos.

—No quiero un compromiso. Lo que quiero… lo que quiero es… una
opción
sobre Mark.

Mark se enderezó, sonriendo. Ahora hablaba un idioma que ambos comprendían.

—Eso no es betano —dijo mamá, confundida.

—No será una extraña práctica jacksoniana, ¿no? —demandó papá, receloso.

—No. Es una nueva costumbre de Kareen. Me la acabo de inventar. Pero encaja —alzó la barbilla.

Tante Cordelia no pudo evitar una sonrisa.

—Mm. Interesante. Bien. Hablando como, ah, agente de Mark en este asunto. Señalaría que una buena opción no está abierta indefinidamente, ni es unívoca. Hay límites de tiempo. Cláusulas de renovación. Compensaciones.

—Mutuas —intervino Mark, sin aliento—. ¡Una opción mutua!

—Eso tal vez solvente el problema de la compensación, sí. ¿Qué hay de los límites de tiempo?

—Quiero un año —dijo Kareen—. Hasta el próximo solsticio de verano. Quiero al menos un año, para ver qué podemos hacer. No quiero nada de nadie —miró a sus padres—, ¡pero sí poder dar marcha atrás!

Mark asintió ansiosamente.

—¡De acuerdo, de acuerdo!

Papá señaló a Mark con el pulgar.

—¡Estaría de acuerdo con cualquier cosa!

—No —dijo Tante Cordelia juiciosamente—. Creo que descubrirás que no estará de acuerdo en nada que haga infeliz a Kareen. O más pequeña. O insegura.

Papá se puso serio.

—¿Sí? ¿Y qué hay de su seguridad con respecto a él? ¡Toda esa terapia betana no era por ningún motivo!

—Desde luego que no —reconoció Tante Cordelia—. Pero creo que ha sido efectiva… ¿Mark?

—¡Sí, señora! —él permaneció allí sentado, tratando desesperadamente de parecer
curado
. No pudo conseguirlo del todo, pero el esfuerzo fue claramente sincero.

—Mark es tan veterano de nuestras guerras como cualquier barrayarés que conozca, Kou —añadió la condesa—. Fue reclutado antes, eso es todo. A su modo extraño y solitario, ha luchado tan duro y ha arriesgado tanto como cualquiera. Y ha perdido tanto como cualquiera. Sin duda podrás concederle tanto tiempo para curarse como tú necesitaste.

El comodoro apartó la mirada, el rostro inmóvil.

—Kou, yo no habría animado esta relación si considerara que era insegura para cualquiera de tus hijas.

El comodoro la miró.

—¿Tú? Te conozco. Confías más allá de la razón.

Ella resistió firmemente su mirada.

—Sí. Así es como obtengo resultados más allá de la esperanza. Como tal vez recuerdes.

Él frunció los labios, entristecido, y le dio un golpecito al bastón con el pie. No tenía respuesta para eso. Pero una sonrisita apareció en la boca de mamá, mientras lo observaba.

—Bien —dijo Tante Cordelia alegremente en mitad del silencio—. Creo que hemos llegado a una especie de consenso. Kareen tendrá una opción sobre Mark, y viceversa, hasta el próximo solsticio de verano, cuando quizá deberíamos reunirnos todos otra vez para evaluar los resultados y considerar si se negocia o no una extensión.

—¿Qué? ¿Se supone que tenemos que hacernos a un lado mientras esos dos… continúan dale que te pego? —chilló papá, en un último intento de indignación.

—Sí. Ambos deben tener la misma libertad de acción que, ah, vosotros dos —señaló con un gesto a los padres de Kareen —tuvisteis en la misma fase de vuestras vidas. Admito, Kou, que lo tuviste más fácil, pues todos los parientes de tu prometida vivían en otra ciudad.

—Recuerdo que te aterraban mis hermanos —dijo mamá, sonriendo cada vez más. Los ojos de Mark se ensancharon, pensativos.

Kareen se maravilló ante este inexplicable trozo de historia: sus tíos Droushnakovi tenían todos, según su experiencia, corazones de mantequilla. Papá apretó los dientes, pero cuando miró a mamá sus ojos se suavizaron.

—Acordado —dijo Kareen firmemente.

—Acordado —repitió Mark de inmediato.

—Acordado —dijo Tante Cordelia, y alzó las cejas hacia la pareja que estaba sentada en el sofá.

—Acordado —dijo mamá. Con una sonrisa en los ojos, esperó a papá.

Él le dirigió una mirada larga y sorprendida.
¿Tú también?

—¡Te has pasado a su bando!

—Sí, eso creo! ¿No quieres unirte a nosotros? —su sonrisa se hizo más amplia—. Sé que no tenemos al sargento Bothari para que te dé un puñetazo en la mandíbula y ayude a llevarte a rastras contra tu opinión esta vez. Pero habría sido muy desafortunado para nosotros que hubiéramos intentado ir a recoger la cabeza del Pretendiente sin ti —le apretó la mano con más fuerza.

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