Una campaña civil (61 page)

Read Una campaña civil Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
12.37Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y esperar a que le pase en la cámara del Consejo el día de la votación? No. Creo que tiene que depositar un par de votos. Úselo esta noche. ¡Prométamelo!

—Sí, señora —dijo él humildemente. Por el brillo de su mirada, no estaba tan deprimido como su expresión abatida sugería—. Lo prometo.

Promesas
.

—Tengo que irme.

Él se levantó sin discusión.

—La acompañaré.

Salieron codo con codo, abriéndose paso por el pasillo entre los fragmentos de historia arrinconada.

—¿Cómo llegó hasta aquí?

—En autotaxi.

—¿Puedo hacer que Pym la lleve a casa?

—Claro.

Al final, la acompañó, en el asiento trasero del enorme coche blindado. Hablaron de nimiedades, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. El trayecto fue breve. No se tocaron al despedirse. El coche se marchó. El dosel plateado lo ocultó… todo.

Ivan tenía calambres en la cara de tanto sonreír. En el Castillo Vorhartung se celebraba esa noche la recepción que el Consejo de Condes ofrecía a la delegación komarresa recién llegada para la boda de Gregor, que los komarreses insistían en llamar la boda de Laisa. Luces y flores decoraban el gran recibidor, la gran escalera de la galería de la cámara del Consejo y el gran salón donde había tenido lugar la cena. Fue un acto doble, en el que se celebraba también la votación (para algunos impuesta, dependiendo de su punto de vista político) sobre el espejo solar que el Consejo había efectuado la semana anterior. Era un regalo de boda imperial de dimensiones verdaderamente planetarias.

El banquete fue seguido por discursos y la presentación en holovid de los planos no sólo del espejo solar, vital para la terraformación en marcha de Komarr, sino también de los de una nueva estación de salto que sería construida por un consorcio conjunto de Barrayar y Komarr, que incluía las Industrias Toscane y Vorsmythe S.L. A Ivan su madre le había encasquetado una heredera komarresa para que lo acompañara en aquella velada íntima de quinientas personas: lástima que tuviera más de sesenta años, estuviera casada y fuera la tía de la futura emperatriz.

Sin dejarse intimidar por los Altos Vor que la rodeaban, la alegre anciana se comportó con serenidad. Poseía un buen pellizco de Industrias Toscane, un par de miles de acciones planetarias komarresas y una nieta soltera a quien ofrecía en su dote. Ivan, al admirar la vidfoto, estuvo de acuerdo en que la chica era encantadora, hermosa y en que estaba clarísimo que era muy inteligente. Pero como sólo tenía siete años, había tenido que quedarse en casa. Tras acompañar diligentemente a la tía Anna y a sus acólitos por el castillo y reseñar sus más destacados rasgos históricos y arquitectónicos, Ivan consiguió reunir a todo el grupo con la multitud de komarreses que rodeaban a Gregor y Laisa, y planeó su huida. Mientras tía Anna, con voz capaz de taladrar el alboroto, informaba a la madre de Ivan que era un
chico muy lindo
, él escapó en dirección a los criados apostados junto a las paredes laterales, que servían una copa después de la cena.

Casi chocó con una joven pareja que se dirigía al pasillo lateral. Se miraban el uno al otro en vez de mirar por dónde iban. Lord William Vortashpula, heredero del conde Vortashpula, había anunciado recientemente su compromiso con lady Cassia Vorgorov. Cassie tenía un aspecto magnífico: ojos brillantes, el rostro arrebolado, un vestido ajustado… maldición, ¿se había hecho algo para aumentarse el pecho, o simplemente había madurado en los dos últimos años? Ivan estaba todavía tratando de decidir si había captado su mirada; ella sacudió la cabeza, haciendo que las flores de su tocado se agitaran, sonrió, agarró con más fuerza el brazo de su prometido y continuó adelante. Lord Vortashpula saludó distraído a Ivan antes de que ella se lo llevara.

—Bonita chica —rezongó una voz junto a Ivan, haciéndole dar un respingo. Ivan se volvió y encontró a su primo lejano, el conde Falco Vorpatril, que le miraba por debajo de sus feroces cejas grises—. Lástima que perdieras tu oportunidad con ella, Ivan. Te dio la patada por alguien mejor, ¿eh?

—Cassie Vorgorov no me ha dado ninguna patada —dijo Ivan, un poco acalorado—. Nunca la llegué a cortejar.

La risotada de Falco fue desagradablemente incrédula.

—Tu madre me dijo que Cassie llegó a estar colada por ti. Parece haberse recuperado bien. Cassie, no tu madre, pobre mujer. Aunque lady Alys parece haberse recuperado de todas sus decepciones en tus malhadados asuntos amorosos también —miró al grupo que rodeaba al Emperador, en el que Illyan asistía a lady Alys con su habitual elegancia.

—Ninguno de mis asuntos amorosos fue malhadado —dijo Ivan, envarado—. Todos llegaron a una conclusión agradablemente mutua. Yo
decido
dejar el campo.

Falco simplemente sonrió. Ivan, que no quiso seguir picando el anzuelo, saludó con un gesto al viejo pero estirado conde Vorhalas, que acompañaba a su viejo colega Falco. Falco era un conservador progresista, o un progresista conservador, un notable corcho que flotaba en ambos bandos. Vorhalas había sido un hombre clave en la oposición conservadora a la máquina centrista dirigida por Vorkosigan desde que Ivan podía recordar. No era un líder del partido, pero la reputación de su integridad de hierro lo convertía en el hombre a quien miraban todos los demás para fijar el nivel.

Miles se les acercó entonces, sonriendo tenso, las manos en los bolsillos de su uniforme Vorkosigan marrón y plata. Ivan se preparó para agacharse y escapar de la línea de fuego, por si Miles estaba buscando voluntarios para el plan de locos que se le hubiera ocurrido en ese momento, pero éste simplemente le dirigió un saludito. Murmuró un saludo a los dos condes y dirigió a Vorhalas un respetuoso gesto de asentimiento, que el anciano respondió después de un instante.

—¿Y ahora adónde, Vorkosigan? —preguntó Falco—. ¿Va a ir a esa recepción en la mansión Vorsmythe después de esto?

—No, el resto del equipo se encargará de eso. Yo me uniré al grupo de Gregor —vaciló y luego sonrió—. A no ser, quizá, que ustedes dos, caballeros, estén dispuestos a reconsiderar la solicitud de lord Dono y prefieran ir a algún sitio a discutirlo.

Vorhalas se limitó a sacudir la cabeza, pero Falco soltó una carcajada.

—Ríndase, Miles. No hay nada que hacer. Dios sabe que lo ha intentado todo… al menos, sé que me he tropezado con usted en todos los lugares a los que fui la semana pasada, pero me temo que los progresistas van a tener que contentarse con la victoria del regalo del espejo solar.

Miles contempló la multitud ya en retirada y se encogió de hombros. Ivan sabía que había trabajado lo suyo a favor de Gregor y su votación, además de en su intensa campaña a favor de Dono y René. No era extraño que pareciera agotado.

—Todos hemos cooperado en bien del futuro. Creo que la ampliación de ese espejo dará frutos para el Imperio mucho antes de que la terraformación haya terminado.

—Mm —dijo Vorhalas, neutral. Se había abstenido en la votación del espejo, pero la mayoría de Gregor no se había visto afectada por ello.

—Ojalá Ekaterin hubiera podido estar aquí esta noche para verlo —añadió Miles tristemente.

—Sí, ¿por qué no la has traído? —preguntó Ivan. No comprendía la estrategia de Miles en aquel asunto; pensaba que la pareja actuaría mejor desafiando abiertamente la opinión pública, obligando así a todo el mundo a retractarse. Una bravata así habría estado más en la línea de Miles.

—Ya veremos. Después de mañana. Ojalá no existiera la maldita votación —añadió entre dientes.

Ivan sonrió y bajó la voz para responderle.

—¿Qué, y tú tan betano como eres? Medio betano. Creía que aprobabas la democracia, Miles. ¿No te gusta, después de todo?

Miles sonrió y evitó picar el anzuelo. Se despidió de los condes veteranos y se marchó, un poco envarado.

—El chico de Aral no tiene buen aspecto —comentó Vorhalas, contemplándolo.

—Bueno, tuvieron que retirarlo del Servicio con una baja médica —concedió Falco—. Es extraño que pudiera servir tanto tiempo como lo hizo. Supongo que sus viejos problemas le pasaron factura.

Eso era cierto, reflexionó Ivan, pero no en el sentido que pretendía Falco. Vorhalas parecía un poco sombrío, pensando posiblemente en los daños prenatales que la soltoxina había causado a Miles y en la dolorosa historia familiar de los Vorhalas relacionada con el caso. Ivan, apiadándose del viejo, intervino.

—No, señor. Fue herido en cumplimiento del deber.

De hecho, aquel tono de piel grisácea y los movimientos vacilantes sugerían que Miles acababa de sufrir uno de sus ataques hacía poco.

El conde Vorhalas lo miró, pensativo.

—Bien, Ivan. Sabes más cosas de él que nadie. ¿Qué opinas de esa fea historia que va por ahí rondando sobre él y el difunto esposo de esa señora Vorsoisson?

—Creo que es una invención, señor.

—Alys dice lo mismo —observó Falco—. Yo diría que si hay alguien en posición de saber la verdad, es ella.

—Eso te lo garantizo. —Vorhalas miró hacia el entorno del Emperador, al otro lado del salón—. También creo que es completamente leal a los Vorkosigan y que mentiría sin vacilación para proteger sus intereses.

—Tiene razón a medias, señor —dijo Ivan, molesto—. Ella es completamente leal.

Vorhalas hizo un gesto conciliador.

—No me muerdas, muchacho. Supongo que nunca sabremos la verdad. Uno aprende a vivir con ese tipo de inseguridades, según se va haciendo viejo.

Ivan se tragó una respuesta airada. El conde Vorhalas era la sexta persona que le preguntaba de manera más o menos directa por los asuntos de su primo aquella noche. Si Miles tenía que soportar la mitad de todo esto, no era extraño que pareciera agotado. Aunque, reflexionó Ivan detenidamente, era probable que muy pocos hombres se atrevieran a hacerle esas preguntas a la cara… lo cual significaba que Ivan estaba atrayendo todo el fuego dirigido a Miles. Típico, muy típico.

Falco se volvió hacia Vorhalas.

—Si no vas a ir con los Vorsmythe, ¿por qué no te vienes conmigo a la mansión Vorpatril? Allí podremos al menos beber sentados. Quisiera tener una charla tranquila contigo respecto a ese proyecto de regadío.

—Gracias, Falco. Eso parece mucho más descansado. Nada como la perspectiva de enormes sumas de dinero cambiando de manos para generar cansina excitación entre nuestros colegas.

Ivan llegó a la conclusión de que las industrias del Distrito de Vorhalas habían perdido el pellizco en esta oportunidad económica komarresa. La sensación de abotargamiento que empezó a embargarlo no tenía nada que ver con que hubiera bebido demasiado; de hecho, sugería que había bebido demasiado poco. Estaba a punto de continuar su viaje hacia el bar cuando una distracción aún mejor se le cruzó por delante.

Olivia Koudelka. Llevaba un vestido blanco y beige que de algún modo recalcaba su timidez rubia. Y estaba
sola
. Al menos temporalmente.

—Ah. Disculpen, caballeros. Veo a una amiga necesitada.

Ivan escapó de los vejestorios, hinchó el pecho, con una sonrisa iluminándole el rostro y el cerebro en hipervelocidad. La amable Olivia siempre había quedado eclipsada a sus ojos por sus hermanas mayores y más osadas, Delia y Martya. Pero Delia había elegido a Duv Galeni, y Martya había rechazado las pretensiones de Ivan de forma no demasiado clara. Tal vez… tal vez había dejado de zarandear el árbol familiar Koudelka demasiado pronto.

—Buenas noches, Olivia. Qué bonito vestido. —Sí, las mujeres dedicaban tanto tiempo a su ropa, que siempre era bueno empezar reconociendo el esfuerzo—. ¿Te diviertes?

—Oh, hola, Ivan. Sí, desde luego.

—No te había visto antes. Mamá me puso a trabajar de guía para los komarreses.

—Llegamos bastante tarde. Ésta es nuestra cuarta parada esta noche.

¿Llegamos?

—¿Está aquí el resto de la familia? He visto a Delia con Duv, desde luego. Estaba con el grupito de Gregor.

—¿Ah, sí? Bueno. Tendremos que decirles hola antes de irnos.

—¿Qué vais a hacer después de esto?

—Vamos a ese agobio de la mansión Vorsmythe. Potencialmente es muy valioso.

Mientras Ivan trataba de descifrar esta última observación, Olivia alzó la cabeza y vio a alguien. Sus labios sonrieron y sus ojos se iluminaron, recordando a Ivan por un momento los de Cassie Vorgorov. Alarmado, siguió su mirada. Pero allí no había nadie a excepción de lord Dono Vorrutyer, que al parecer acababa de despedirse de su vieja amiga la condesa Vormuir. La condesa, esbelta, con un vestido rojo que contrastaba sorprendentemente con el sobrio negro de Dono, le dio a éste una palmadita en el brazo, se echó a reír y se marchó. La condesa Vormuir seguía separada de su marido, por lo que Ivan sabía; se preguntó qué estaría haciendo Dono con ella. Le idea le dio calambres en el cerebro.

—La mansión Vorsmythe, ¿eh? —dijo Ivan—. Tal vez vaya. Puedo garantizar que sacarán el vino bueno para la ocasión. ¿Cómo vas a ir?

—En vehículo de tierra. ¿Quieres que te llevemos?

Perfecto
.

—Vaya, sí, gracias.

Había venido con su madre e Illyan, según él para evitar que su zumbador se quedara atascado en el jaleo a la hora de aparcar, según ella para poder asegurarse de que aparecía para cumplir con el deber que le habían encomendado. No había previsto que la ausencia de coche propio resultara una ayuda táctica. Le sonrió animoso a Olivia.

Dono se acercó a ellos, sonriendo de una manera peculiarmente satisfecha que recordó a Ivan a la perdida lady Donna. Dono no era una persona con la que a Ivan le gustaba que lo emparejaran en público. Quizá consiguiera que el saludo fuera breve, para poder marcharse pronto con Olivia.

—Parece que se despiden —le dijo Dono a Olivia. Saludó a Ivan con un gesto—. ¿Le digo a Szabo que traiga ya el coche?

—Tendríamos que ver antes a Delia y Duv. Luego podremos irnos. Oh, me ofrecí a llevar a Ivan con nosotros a la mansión Vorsmythe. Creo que habrá espacio.

—Por supuesto —sonrió alegremente Dono.

—¿Aceptó el paquete? —le preguntó Olivia a Dono, dirigiendo la vista hacia el destello rojo que ahora se perdía entre la multitud.

La sonrisa de Dono se convirtió brevemente en una mueca malévola.

—Sí.

Mientras Ivan seguía intentando, sin llegar a nada, pensar en un modo de deshacerse de la persona que proporcionaba el transporte, Byerly Vorrutyer se abrió paso entre las mesas y se acercó a ellos. Maldición. Cada vez peor.

Other books

Rule of Three by Megan McDonald
Filthy Wicked Games by Lili Valente
Going Rogue by Jessica Jefferson
Taste of Darkness by Katie Reus
So Over You by Gwen Hayes
Eagle's Refuge by Regina Carlysle
The Silver Hand by Stephen Lawhead
El Reino del Caos by Nick Drake