Una campaña civil (60 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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—De un modo u otro, todo acabará. Dentro de dos días, el Consejo de Condes tendrá que votar el asunto de la herencia de los Distritos. Cuando la votación termine, la motivación política para causarme problemas con esta acusación se evaporará, y todo el asunto empezará a disolverse. —Eso habría parecido muy conveniente si no hubiera añadido—: Espero.

—No debería haber sugerido ponerlo a usted en cuarentena hasta que acabe mi año de luto. Debería haber probado primero con la Feria de Invierno. Se me ocurrió demasiado tarde. Pero no puedo arriesgar a Nikki, no puedo. No cuando hemos llegado tan lejos, sobrevivido a tanto.

—Bueno. Creo que no se equivoca siguiendo su instinto. Mi abuelo tenía un viejo dicho de la caballería: «Tienes que atravesar el terreno duro lo más ligero que puedas.» No llamaremos la atención durante una temporada para no preocupar al pobre Vassily. Y cuando su tío regrese, hablará con él —la miró de reojo—. O, naturalmente, podría simplemente no verme durante un año, ¿eh?

—Eso no me gustaría nada —admitió ella.

—Ah —una comisura de su boca se torció hacia arriba. Después de una pequeña pausa, dijo—: Bueno, ni tampoco es aceptable.

—Pero Miles, di mi palabra. No quería, pero lo hice.

—Obligada. Una retirada táctica no es mala respuesta a un ataque sorpresa, ¿sabe? Primero se sobrevive. Luego se estudia el terreno. Después se contraataca.

De algún modo, involuntariamente, su muslo quedó junto al suyo, no tocándose, pero sí cálido y sólido a través de dos capas de tela, gris y negra. Ella no podía apoyar exactamente la cabeza sobre su hombro para que la consolara, pero podía deslizar el brazo alrededor de su cintura y apoyar la mejilla en su coronilla. Sería una sensación agradable, tranquilizadora hasta el corazón.
No debería hacer eso
.

Sí, debería. Ahora y siempre
… No.

Miles suspiró.

—Alcanzado por mi reputación. Y yo que pensaba que las únicas opiniones que importaban eran las suyas, las de Nikki y las de Gregor. Me olvidaba de las de Vassily.

—Y yo también.

—Mi padre me dio una definición: me dijo que la reputación era lo que los demás sabían acerca de ti, pero el honor era lo que tú sabías de ti mismo.

—¿Era eso a lo que se refería Gregor cuando le ordenó que hablara con él? Su padre parece sabio. Me gustaría conocerlo.

—Él también quiere conocerla a usted. Por supuesto, inmediatamente me preguntó cómo me llevaba conmigo mismo. Tiene ese… ese ojo.

—Creo… que sé lo que quiere decir.

Ekaterin hubiese podido tomar su mano, apoyada sobre su muslo tan cerca del suyo. Sin duda la sentiría cálida y tranquilizadora en su palma…
Te has traicionado antes, hambrienta de una caricia. No
.

—El día en que murió Tien, pasé de ser el tipo de persona que cumplía, y mantenía, un juramento, a ser alguien que lo rompía por la mitad y continuaba su camino. Mi juramento me había costado el mundo, o al menos… había cambiado el mundo por él. Sigo sin saber si lo cambié por nada o no. Supongo que Tien no habría salido de esa estúpida forma aquella noche si yo no lo hubiera sorprendido diciéndole que me marchaba —guardó silencio durante un instante. La habitación estaba muy silenciosa. Las gruesas paredes de piedra mantenían fuera los ruidos de la ciudad—. No soy quien era. No puedo volver atrás. No me llega a gustar aquello en que me he convertido. Sin embargo… aguanto. Pero apenas sé cómo continuar a partir de aquí. Nadie me dio jamás un mapa para esta carretera.

—Ah —dijo Miles—. Ah. Eso —no parecía sorprendido en lo más mínimo, lo decía con mucha convicción.

—Hacia el final, mi juramento era lo único que me quedaba y que no había sido destruido. Cuando traté de hablar con tía Vorthys al respecto, ella intentó decirme que no importaba, porque todo el mundo pensaba que Tien era un gilipollas. Verá… no tiene nada que ver con Tien, santo o monstruo. Se trataba de mí y de mi palabra.

Se encogió de hombros.

—¿Qué es tan difícil de entender? Para mí está clarísimo.

Ella volvió la cabeza y le miró a la cara, que mostraba paciente curiosidad. Sí, él comprendía perfectamente… sin embargo no intentó consolarla disminuyendo su desazón, ni convencerla de que no importaba. Tenía la sensación de haber abierto la puerta de lo que ella consideraba un armario y haber salido a otro país, que se extendía ante sus ojos asombrados. Oh.

—Según mi experiencia —dijo—, el problema con los juramentos de «muerte antes que deshonor» es que al final, con el tiempo, acaban dividiendo el mundo en dos tipos de personas: los muertos y los perjuros. Es un problema de supervivencia.

—Sí —reconoció ella en voz baja.
Lo sabe. Lo sabe todo, hasta aquella amarga mancha de pesar en el fondo del alma. ¿Cómo lo sabe?

—Muerte antes que deshonor. Bueno, al menos nadie puede quejarse de que lo haya desordenado… ¿Sabe? —empezó a apartar la mirada, pero luego se giró y la miró directamente a los ojos. Tenía el rostro algo pálido—. No me dieron exactamente la baja médica en SegImp. Illyan me despidió. Por falsificar un informe sobre mis ataques.

—Oh —dijo ella—. No lo sabía.

—Sé que no lo sabía. No voy por ahí exactamente anunciándolo, por razones bien obvias. Intentaba aferrarme con tanta fuerza a mi carrera… el almirante Naismith lo era todo para mí, vida y honor y casi toda mi identidad por entonces… Me lo cargué todo. No es que lo preparara yo mismo.

»El almirante Naismith empezó siendo una mentira, y más tarde se me ocurrió hacer que fuera real. Y funcionó muy bien, durante algún tiempo; el pequeño almirante me proporcionó todo lo que siempre quise. Con el tiempo empecé a pensar que todos mis pecados podrían redimirse de esa forma. Déjalo ahora, arréglalo más tarde. Lo mismo que intenté hacer con usted. Ni siquiera el amor es tan fuerte como la costumbre, ¿eh?

Ahora ella sí que se atrevió a rodearlo con el brazo. No había ningún motivo para que ambos pasaran hambre… durante un momento. Él se quedó tan inquieto como un hombre que coloca comida delante de un animal salvaje, tratando de acercarlo a su mano. Avergonzada, ella retiró el brazo.

Tomó aire y se aventuró a decir.

—Costumbres. Sí. Siento que estoy medio lisiada por antiguos reflejos —
viejas cicatrices mentales
—. Tien… nunca parece estar a más allá de un pensamiento de distancia. ¿Cree que su muerte se desvanecerá alguna vez?

Ahora él no la miró. ¿No se atrevía?

—No puedo responder por usted. Mis fantasmas parecen acompañarme siempre, la mayoría sin que se lo pida. Su densidad se reduce gradualmente, o me he acostumbrado. —Contempló el desván, resopló y añadió—: ¿Le he contado alguna vez cómo maté a mi abuelo? ¿El gran general que sobrevivió a todo, a los cetagandanos, al Loco Yuri, a todo lo que este siglo le arrojó?

Ella se negó a picar el anzuelo y no tuvo la reacción de sorpresa que él creía que merecía aquella dramática declaración, así que se limitó a levantar las cejas.

—Lo decepcioné de muerte el día en que suspendí los exámenes de entrada en la Academia y perdí mi primera oportunidad de hacer una carrera militar. Murió esa noche.

—Naturalmente, usted fue la causa —dijo ella secamente—. Sin duda no tuvo nada que ver con que ya tuviera casi cien años.

—Sí, claro, lo sé —Miles se encogió de hombros y la atravesó con la mirada—. Usted sabe también que la muerte de Tien fue un accidente.

—Miles —dijo ella, después de una pausa larga y reflexiva—, ¿está intentando quitar importancia a mis muertos?

Sorprendido, él empezó a dar forma a una indignada negativa, que se debilitó hasta convertirse en un «Oh». Apoyó suavemente la frente sobre su hombro, como si se golpeara la cabeza contra un muro. Cuando Miles volvió a hablar, la furia de su voz no consiguió ocultar su profunda angustia.

—¿Cómo puede soportarme? ¡Ni yo mismo puedo soportarme!

Creo que ésa ha sido la verdadera confesión. Sin duda llegamos al final el uno del otro
.

—Sh. Sh.

Ahora fue él quien le tomó la mano, y sus dedos se tensaron tan cálidamente como un abrazo. Ekaterin no retiró la suya, sorprendida, aunque un extraño escalofrío la recorrió.
¿No es obligarte a pasar hambre una traición, también, yo contra mí misma?

—Por emplear la terminología psicológica betana de Kareen —dijo, un poco inquieta—, tengo esa cosa con los juramentos. Cuando usted se convirtió en Auditor Imperial, hizo otro juramento. Aunque una vez perjurara. ¿Cómo pudo hacerlo?

—Oh —dijo él, mirando en derredor vagamente—. Cuando le dieron su honor, ¿no le dieron un modelo con botón de reinicio? El mío está por aquí —se señaló el ombligo.

Ella no pudo evitarlo: soltó una carcajada que resonó entre las vigas. Algo en su interior, apretujado hasta el punto de ruptura, se soltó con esa risa. Cuando él la hacía reír de aquella forma, era como si la luz y el aire entraran en heridas demasiado profundas y dolorosas, suministrando una oportunidad de curación.

—¿Sirve para eso? No lo sabía.

Él sonrió y volvió a tomarla de la mano.

—Una mujer muy sabia me dijo una vez… continúa. Nunca me han dado ningún otro consejo que no se reduzca a eso, al final. Ni siquiera mi padre.

Quiero estar contigo siempre, para que puedas hacerme reír
. Él le miró la palma de la mano como si quisiera besarla. Estaba tan cerca que ella notaba su respiración, sus ritmos simultáneos. El silencio se prolongó. Había venido a renunciar a él, no a una sesión de besos… si esto seguía así, acabaría besándolo. Su olor le llenaba la nariz, la boca, parecía correr por su sangre hasta la última célula de su cuerpo. La intimidad de la carne parecía fácil, después de la intimidad mucho más aterradora de la mente.

Finalmente, con un esfuerzo enorme, ella se enderezó. Con igual esfuerzo él le soltó la mano. Le latía el corazón como si hubiera estado corriendo. Intentando controlar la voz, dijo:

—Entonces su opinión es que deberíamos esperar a que mi tío se encargue de Vassily. ¿Cree que toda esta tontería es una trampa?

—Huele a trampa. No puedo decir todavía de dónde viene el hedor. Podría ser solamente Alexi intentando desquitarse de mí.

—Pero hay que considerar quiénes son los amigos de Alexi. Ya veo —procuró mostrarse alegre—. Bien, ¿va a darles una buena a Richars y al grupo de Vormoncrief, pasado mañana en el Consejo?

—Ah —dijo él—. Hay algo que quería enseñarle. —Apartó la mirada, se acarició los labios, miró hacia atrás. Todavía estaba sonriendo, pero sus ojos se habían puesto serios, casi sombríos—. Creo que he cometido un error. ¿Ya, uh, sabe que Richars Vorrutyer se aprovechó de esta calumnia como palanca para intentar arrancarme su voto?

—Había supuesto que pasaba algo así. No creía que fuera algo tan descarado.

—Desagradable, en realidad —hizo una mueca—. Como el chantaje no era una conducta que yo deseara recompensar, mi respuesta fue poner todo mi empeño en Dono.

—¡Bien!

Él sonrió, pero sacudió la cabeza.

—Richars y yo nos encontramos ahora en un punto muerto. Si él gana el condado, lo abierto de mi postura casi lo obligará a cumplir su amenaza. En ese momento, tendrá el derecho y el poder. No actuará inmediatamente… espero que tarde algunas semanas en ganarse aliados y recuperar fuentes. Y si tiene algo de inteligencia táctica, esperará a que pase la boda de Gregor. Pero lo hará.

Ekaterin sintió que el estómago se le tensaba.

—¿Puede deshacerse de usted acusándolo del asesinato de Tien? Creía que un cargo así sería descartado.

—Bueno, si mentes más sabias no pueden convencer a Richars de lo contrario… los detalles se complican. De hecho, cuanto más lo pienso, más complicado parece —extendió los dedos sobre su rodilla y empezó a enumerar—. El asesinato queda descartado —por su mueca, eso era una broma. Casi—. Gregor no lo autorizaría por algo que no fuera traición descarada, y Richars es embarazosamente leal al Imperio. Por lo que sé, cree de verdad que yo asesiné a Tien, cosa que lo convierte en un hombre honrado, más o menos. Llevar a Richars aparte y contarle la verdad sobre Komarr queda descartado también. Espero un montón de maniobras en torno a la falta de pruebas, y un veredicto de No Demostrado. Bueno, SegImp podría crear algunas pruebas, pero me inquieta pensar de qué tipo. Ni mi reputación ni la suya serán su máxima prioridad. Y usted se verá salpicada en algún momento, y yo… no estaré al control cuando eso suceda.

Ella descubrió que estaba apretando los dientes. Se pasó la lengua por los labios, para aflojar los tensos músculos de la mandíbula.

—Soportarlo todo era mi especialidad. En los viejos tiempos.

—Esperaba ofrecerle tiempos nuevos.

Ella apenas supo qué decir, así que encogió los hombros.

—Hay otra posibilidad. Otra forma de poder desviar este… estercolero.

—¿Sí?

—Puedo ceder. Dejar de hacer campaña. Que el voto del Distrito Vorkosigan sea la abstención… no, eso no podría reparar los daños. Votar por Richars, entonces. Echarme atrás públicamente.

Ella tomó aire.
¡No!

—¿Le ha pedido Gregor que haga eso? ¿O SegImp?

—No. Todavía no, al menos. Pero me preguntaba… si usted querría que lo hiciera.

Ella apartó la mirada, durante tres largos segundos. Cuando volvió a mirarlo, dijo en tono pausado:

—Creo que los dos tendríamos que usar ese botón de reinicio suyo, después de todo.

Él casi no cambió de expresión, pero un levísimo gesto asomó en la comisura de su boca.

—Dono no tiene suficientes votos.

—Mientras tenga el suyo… debería sentirme satisfecha.

—Siempre que comprenda lo que probablemente pasará.

—Lo comprendo.

Él suspiró.

¿No había nada que ella pudiera hacer para contribuir a su causa? Bueno, los enemigos ocultos de Miles no estarían tirando de tantos hilos si no quisieran producir algunos movimientos incómodos. Había que quedarse quietos, entonces, y en silencio… no el silencio de la presa acobardada, sino el del cazador que espera. Observó a Miles. Su rostro era la habitual máscara alegre, pero por dentro estaba tenso y nervioso.

—Por curiosidad, ¿cuándo fue la última vez que usó el estimulador de ataques?

Miles no la miró a los ojos.

—Ha… pasado algún tiempo. He estado demasiado ocupado. Tengo que hacerlo un día de éstos.

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